Desde aquel día del 12 de agosto, no
hemos podido salir por distintos compromisos. Pero hoy, por fin, a todos nos va
bien. “¿Dónde vamos?”, pregunto a Pep por teléfono el día anterior. “Ensija”.
“¿Tan pronto?”. Ha hecho mucho calor estos días, he salido poco y aún planea el
trauma del Cadí del año pasado. “Seguro que no baja de 800 metros de desnivel”,
pienso. Además, mi profesora de yoga está de vacaciones y tengo el cuerpo tieso
como una tabla.
Pero Pep no admite un plan B. Resulta
que estuvo leyendo un documento de 1806 en el archivo de la Corona de Aragón y
de repente le salió el topónimo “Creu de la Mena de Ferro”, hablando de la
actual “Creu de Ferro” en Ensija. Hoy, todo el mundo piensa que se refiere a
una cruz de hierro en la cima de este pequeño cerro en el extremo oriental de
Ensija. “El documento lo menciona como un nombre ya establecido hace tiempo”,
continúa. “Parece que hubo un afloramiento de mineral de hierro allí arriba.
Nuestra misión es confirmarlo”.
Aparcamos en la carretera cerca del
Barranc de les Llobateres. En casa, había hecho un invento con las plantillas de
mis botas para ver si amortiguaban un poco más y compensaban mi estado actual
de rigidez. Iniciamos la subida y al poco rato me doy cuenta que mi invento no
va a funcionar y tengo que parar para desmontarlo.
La última vez que subí por aquí fue en
2013 con Josep Mª y está relatado en este blog. Pero como Carles no había
venido nunca por aquí, Pep le explica los misterios de los aludes que hacen
tumbar los pinos todos en la misma dirección y arrastran piedras, creando
pequeños ríos inmóviles. También dedica unos instantes a la flora: “Aquí se
puede hablar de pino albar, pino negro, las ortigas, oreja de oso y acónito
común (tora blava en catalán), todos con un hábitat muy particular”.
El barranco se estrecha, obligando a
hacer pequeñas escaladas por la roca. No parece probable que se hubiera subido
por aquí con animales. Más arriba, se ensancha y hay un llano con lo que
parecen ser los restos de una “pleta” o aprisco, al que seguramente se accedía
desde arriba.
Aquí el barranco se ensancha, con una posible pleta al final
Aquí los caminos se dividen. Nosotros seguimos rectos y salimos
arriba. Miro el GPS; sólo 480 metros de desnivel y tampoco ha estado tan mal.
Mientras yo contemplo las vistas, Pep y Carles suben al Serrat Voltor. No hace
frío y apenas hay insectos. Busco la sombra de un árbol; aquí se está muy bien.
La vista desde arriba. En el fondo, la Gallina Pelada, el punto más alto de Ensija
Serrat Voltor, en el extremo oriental de Ensija
Pep y Carles vuelven. “Te perdiste un
caminito muy interesante”, me dice Pep. “Va a unos collados”. Nos encaminamos
hacia la Creu de Ferro. Carles sube por el lomo y Pep y yo vamos llaneando. Al
poco de empezar, me doy cuenta que tengo una ampolla en el talón, seguramente
causada por mi invento fallido, y tengo que estrenar mi pequeño botiquín.
Cuando atrapo nuevamente a Pep, está
mirando atentamente el suelo. Ha encontrado algunos nódulos de mineral. Pasan
grupos de excursionistas que nos miran con curiosidad, pero los nódulos se
limitan a una zona muy restringida y luego desaparecen. De repente, Carles
viene corriendo hacia nosotros. “La encontré”, proclama triunfalmente. Desde la
cima, bajamos nuevamente el lomo hacia el Barranc de les Llobateres y cerca del
collado se ve claramente la incisión, aún con restos de mineral. Es la prueba
definitiva que aquí, seguramente durante un periodo muy corto, hubo una
explotación de hierro.
La pequeña mina de mineral de hierro y su descubridor
Comemos cerca de la mina, mirando
pasar a los excursionistas. Para bajar, Pep vuelve al camino de Serrat Voltor.
Un desvío sube a la cima y otro continúa a los collados. Allí vemos que el
camino sigue bajando y empezamos a ver piedras numeradas que marcan el límite
del término municipal de Saldes. Pasado un collado, las piedras desaparecen y
aumenta sustancialmente la pendiente. El Barranc de les Llobateres lo tenemos a
nuestra izquierda, cada vez más inaccesible y el descenso amenaza con quedar
cortado por un precipicio. Pep se para y me mira, conocedor de mi temor a los
pasos aéreos y caídas libres. “¿Seguro que quieres seguir?”, me pregunta. “Aún
no hemos bajado mucho y estamos a tiempo para volver”. Miro a mi alrededor.
Toda la cuesta está llena de caminos de animales que van claramente hacia
abajo. “Mil jabalíes no se pueden equivocar”, contesto con la seguridad de
alguien que sabe de qué está hablando.
Una de las piedras que marcan los límites municipales de Saldes
Seguimos bajando, con bastante
pendiente pero siempre con hierba y pinos y los rastros de los animales que
nos van guiando. Finalmente, salimos a
un antiguo camino de arrastrar troncos y poco después, estamos en la carretera
de Coll de Pradell.
En el Alpina Viejo, marca unas minas de
carbón antes de llegar a la Font Freda. Bajando en el coche, vemos el color
negro de una antigua escombrera y bajamos para explorar. Contamos tres galerías
hundidas.
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