Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 27 de diciembre de 2015

6/11/2015 – La Muga

Ante la previsión de un tiempo muy benigno, propuse volver a la zona de La Muga para acabar de mirar esa red de caminos que descubrimos en la salida del 10 de abril. El martes anterior, llovió torrencialmente en todo el país, más de 200 litros por metro cuadrado en algunos puntos. Cuando llegamos a la Font de l’Adou, el rugido de la cascada ha subido unos cuantos decibelios y el agua baja con una fuerza que hace mucho que no veo. Pero hace un buen día con temperaturas suaves. A las hayas ya las ha caído la hoja y ahora los robles justo empiezan a cambiar de color.

A medida que vamos entrando por la pista de La Muga, vemos señales abundantes de la violencia del agua del pasado martes. Donde la pista se acerca al torrente o cruza pequeños barrancos, el agua se ha llevado trozos de la pista o excavado profundas zanjas. En un tramo, se llevó por delante la pista entera, dejando sólo un caos de rocas.

Esto hace una semana era una pista forestal

Llegamos al final de la pista y subimos el camino de Cortalets. De nuevo se ven los daños provocados por el agua. En un barranco, el camino ha desaparecido, obligando a cruzar por un paso precario.

Llegamos al mismo desvío de la salida de abril y volvemos a entrar. Se sucede un subir y bajar de caminos hasta completar la red. No voy a agobiar al lector con una descripción detallada. Es suficiente que tenga claro que entre La Muga y Cortalets hay dos sistemas de caminos: uno que tiene como punto de partida la casa de La Muga y que iba a Els Cortalets y los bosques del Bac de la Muga desde arriba y otro que tiene como punto de partida la pista en el valle abajo y que es el camino que ahora usan todos los excursionistas para subir a Els Cortalets y La Muga. Lo más probable es que la primera red cayó en desuso cuando se abandonó la casa y, de hecho, sospechamos que el camino que sube a La Muga desde el final de la pista es una media invención, al ir cruzando los campos con un recorrido más bien extraño y que fue creado precisamente para conectar con la pista.

Nos plantamos delante del último camino, que sube en línea recta hacia un collado encima de La Muga. Sin duda, es un camino de arrastrar troncos pero albergamos la esperanza de que se hizo encima de un camino auténtico. Con la lluvia de hace 3 días, el barro y las piedras arrastradas dificultan el progreso. Hay signos de que lo han limpiado los cazadores en alguna ocasión.

Tras hacer 50 metros de desnivel, el camino se acaba. Hasta aquí han limpiado los cazadores. Seguimos subiendo por la canal 50 metros más: empinado, resbaladizo, obstaculizado por ramas y piedras. Pep se desvía por la derecha, siguiendo un supuesto camino, y Carles sigue por el fondo de la canal. “¿Qué hago?”, pregunto a Pep al constatar que mantener una tercera ruta entre los dos no es practicable. “Sígueme a mí”, dice Pep, como uno de los antiguos profetas. “Parece que va mejor por aquí”.

Con cierta dificultad, llego a donde está él. Es cierto. Parece que hay un camino que hace un zigzagueo difuso y arriba, parece asomarse la cresta y el final de la subida. Pero es todo un espejismo; al poco rato el ‘camino’ se esfuma y por mucho que suba, peleando por abrir paso por el boj, nunca acabo de llegar al final.

Tras un flanqueo arduo y arriesgado, volvemos a la canal que ha subido Carles. La canal acaba y continúa un pequeño camino que acaba al pie de una pared de roca pero que se escala con facilidad. Al final, tras casi 200 metros de subida infernal, llegamos arriba y al otro lado, subiendo por la cara este de la cresta, se ve un camino muy claro. Bajamos al camino y luego giramos al norte, hasta llegar al collado. Aquí comemos.

 Els Cortalets desde nuestro comedor, con el cañón cortado por el Torrent del Pradell


Y una vista más amplia, mostrando el Prat de les Eugues y detrás, Tancalaporta

Pep no puede llegar tarde a la clase de canto y nada más acabar el bocadillo, ya se quiere marchar. En la subida sin camino, me había quitado las gafas para no perderlas entre los arbustos. Probablemente fue una buena idea quitarlas pero no volver a ponerlas fue un grave error.

Iniciamos el descenso por el camino recién descubierto pero, al poco rato, queda cortado por un muro impenetrable de vegetación. Al intentar buscar una manera de dar la vuelta a la barrera, una rama me pega en la cara, tocando el ojo. Esto no es un roce cualquiera y soy consciente inmediatamente que ha hecho daño. Me toco la cara; no hay sangre. Tapo el ojo bueno; todavía veo igual que siempre. Pero algo no va bien. ¿Perderé el ojo? Aquí estamos en el quinto pino y no hay cobertura de móvil. De repente, me siento muy frágil.

Llegamos a un claro y nos paramos. Carles me mira. “¿Qué te ha pasado? ¡Tienes el ojo fatal!”. Explico lo sucedido. “Eso te pasa por no llevar gafas”, me dice Pep, como si no lo supiera ya. Pero hay que tomar una decisión: o seguimos bajando por la pendiente de la cara este a la aventura o volvemos al punto de partida y bajamos por la canal que subimos. Y me mira a mí. Yo no me siento capaz de decidir sobre un tema tan importante pero evidentemente Pep ha decidido que decida el más débil, o sea, yo.

No me apetece bajar esa pared de roca y luego esa canal resbaladiza, embarrada, empinada, llena de trampas. Bajamos en diagonal por la cuesta soleada de roble y boj, cerca de la línea de roca y buscando el paso más fácil, ahora con las gafas puestas. De repente, vemos abajo el llano inconfundible de una carbonera. ¡Estamos salvados! Las carboneras siempre van asociadas a caminos y vemos cómo sale un camino tenue desde la carbonera. Este camino entra en otro más definido; es el camino que habíamos seguido hace tantos años hacia La Cambra, cuando se nos abrió el cielo encima. Seguimos bajando, ahora con paso seguro y salimos al camino principal de Oreis a La Muga.

Una vez llegado abajo en la pista, Pep me examina el ojo. La esclera ha empezado a adquirir un rojo intenso. “Esto me pasó a mí hace unos años”, me consuela. “Se irá sólo”.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,5 km; 640 metros de desnivel acumulado.

30/10/2015 – La Solana de Murcurols (2ª parte)

Hoy Pep no puede venir; tiene una reunión MUY IMPORTANTE con el Consell Comarcal. “Es una buena oportunidad para acabar de mirar esos caminos en la Solana de Murcurols”, propongo a Carles en el Mikado.

Hay otro tema: al pasar en limpio en mi mapa de papel los caminos que hicimos la semana anterior, veo que los que tenía están mal colocados (se hicieron en la era pre-GPS) y eso explicaría porqué no vi el arranque del camino desde la gran ‘artiga’.

Volvemos a aparcar en el Coll de la Bena y entramos por la misma pista y seguimos la misma ruta de Sendero Local indicada hacia La Solana. Pero esta vez no nos desviamos y continuamos por el camino señalizado hasta el torrente, lo cruzamos y al poco rato, vemos el camino que marcha a la izquierda y que sería la continuación del camino de Murcurols al Coll de la Bauma que descubrimos la semana pasada. Lo seguimos con cierta dificultad, ya que está un poco perdido en algunos puntos, pero acabamos saliendo en el camino que Carles vio al final de la salida de la semana pasada.

Volvemos al camino señalizado y continuamos hacia la ‘artiga’. Justo en la entrada de la ‘artiga’, antes de que el camino empiece a subir, ahora veo el arranque del otro camino, que va de llano y bastante marcado. Mientras vamos caminando hacia el este, seguimos dos bifurcaciones hacia arriba pero en ambos casos, los caminos se acaban perdiendo en unos claros.

El valle de Bastareny desde nuestro camino de flanqueo con los campos y la casa de Murcurols a la derecha

El camino principal va perdiendo entidad. Pasamos por alguna ‘artiga’. ¿Sería un camino para enlazar ‘artigas’?, nos preguntamos. Finalmente, salimos en una zona extensa de cultivo que ya tenía marcada en el mapa desde una salida que hizo Pep hace mucho tiempo. También había marcado un camino que subía desde el Torrente de Murcurols por el borde de La Solana.

Sin embargo, al entrar en la zona de campos, el camino se esfuma. Vamos dando vueltas pero no encontramos el camino de bajada. Nos quedan 5 horas de luz. Salimos al borde del bosque en un claro que mira hacia el sur. Dos robles imponentes parecen crear un portal de entrada y después se esboza un camino.

Me siento para situarnos en el mapa. Estamos desviados del camino que había marcado Pep, que queda más hacia el oeste (y el precipicio), pero al haberse hecho sin GPS, lo más probable es que esté equivocado. Decido probar mi teoría del portal pero el camino que parecía haber visto es un espejismo y desaparece a los pocos metros. Volvemos a los robles. Quedan 4,5 horas de luz.

El falso portal

Entonces, empieza a germinar en mi mente una idea nueva, audaz, rompedora, revolucionaria incluso … y si Pep había marcado bien el camino y está donde él lo ha indicado. Hacemos un descenso en diagonal hacia el borde de La Solana y, de repente, detrás de un boj, sale el camino, inconfundible, que va buscando el paso hacia abajo.

Lo seguimos. Parece que alguien lo ha limpiado hace poco, cazadores sin duda. Pasamos un ‘grau’, el paso que da al camino su razón de ser y que nos permitirá llegar al torrente.

Casi abajo, hacemos una pausa para comer. Al reemprender la marcha, Carles de repente me dice que mire hacia arriba. Allí, clavado en la horquilla formada por dos ramas, hay el cadáver de una cría de jabalí. Los colectivos de cazadores siempre nos están diciendo que nadie cuida más el entorno que ellos y que ellos son auténticos ecologistas y amantes de la naturaleza. Por lo tanto, quisiera creer que mataron al pequeño después de matar a sus padres para que no tuviera una muerte lenta por inanición y pena y que luego lo pusieron allí arriba en el árbol para que diera sustento a los buitres, que también tienen problemas para encontrar comida después de lo de las vacas locas.

Cruzamos el torrente y el camino sube hacia la pista de Murcurols a Coll de la Bena. Casi arriba, marcha un camino interesante hacia la casa de Murcurols pero no nos desviamos ya para mirarlo. Continuamos por la pista, siguiendo el camino señalizado que, tras una subida larga y tediosa, nos deja en el Coll de la Bena.

La larga subida al Coll de la Bena

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,3 km; 660 metros de desnivel acumulado.

domingo, 1 de noviembre de 2015

23/10/2015 – La Solana de Murcurols (1ª parte)

El jueves llamo a Pep: “Estuve mirando el mapa de dónde estuvimos la semana pasada y tenemos unos cuantos caminos por mirar en la Solana de Murcurols. Ya viene siendo hora de liquidarlos”. “OK”, dice Pep y cuelga.

Aparcamos en el Coll de la Bena. Pep señala a Carles la cuesta que tenemos delante: “Steve dice que tenemos marcados unos inicios de camino que no hemos hecho. No creo que vayan a ninguna parte, pero hasta que no lo vea con sus propios ojos, no nos dejará tranquilos”.

Entre la pista que va al Coll de la Bauma y la que va a Murcurols, hay otra que va de llano y lleva las marcas verdes y blancas de un Sendero Local. También forma parte de la ruta dels Cavalls del Vent y cuando acaba la pista, empieza un camino que va subiendo por el fondo del valle hasta el Coll de la Bauma. En esa pista entramos. Hace calor. Si no fuera por los colores de otoño, uno pensaría que estamos en mayo. Un poste con la leyenda “La Solana” marca un desvío a la derecha. La ruta señalizada sigue un camino que acaba entrando en otra pista medio tapada de desembosque y cuando acaba esa pista, continúa como un camino que cruza la riera (Torrent de Murcurols) y sube hacia los prados de La Solana al otro lado. Todo eso encontraréis en el mapa del Alpina.

Pero nosotros, al llegar a la pista inferior, giramos a la derecha. Esta pista baja con fuerte pendiente y entra en otra pista más consolidada. Giramos a la izquierda y cuando acaba la pista consolidada, arranca un camino (que no está en el Alpina) que se encamina hacia el torrente, aguas abajo del camino señalizado. Su categoría es indudable. Cruza el torrente y al otro lado, continúa subiendo hacia el noroeste hasta entroncar con el camino de La Solana, donde tenía marcado uno de mis inicios de camino. Un poco más hacia el torrente, tenía marcado en mi mapa otro inicio de camino que iría encaminado hacia el Coll de la Bauma.

El camino de Murcurols a Coll de la Bauma

Una bañera de jabalís debajo del camino

“Podría ser el camino de Murcurols al Coll de la Bauma, va prácticamente en línea recta”, dice Pep. Y se queda pensativo unos segundos. “La verdad es que Steve tiene mucha paciencia conmigo. Otro me habría mandado de paseo hace años”. “¿Estás bien, Steve?”, pregunta Carles mientras me seco los ojos con un kleenex. “Nada, nada, una alergia repentina”,  digo.

Continuamos hacia La Solana. Entramos en una zona con signos evidentes de haber sido cultivado; es relativamente plana y abundan las paredes para hacer terrazas. Pep y Carles dedican unos minutos a explorarla. “Es muy probable que aquí en la Edad Media viviera gente; su tamaño lo justifica”, dice Pep.

Con la exploración de esta ‘artiga’ (ver Glosario), pierdo la conexión con otro inicio de camino que marchaba de llano hacia Murcurols. Salimos del bosque y entramos en los prados. “Ya que estamos aquí, subamos hasta el Pas de la Solana. Dice Steve en su blog que allí vio el Ángel de la Muerte”, propone Pep, con un leve tono de burla.

Caminando por los prados hacia el Pas de la Solana, que está a media altura entre los pinos


Mirando hacia el valle del Bastareny

Dejamos los prados y volvemos a entrar en el boj, con una pendiente bastante fuerte que no recordaba de la última vez que estuve por aquí. Pero finalmente llegamos a la canal, una muesca abierta en la roca que permite bajar a Cortalets. Me asomo al borde. La canal propiamente dicha es una especie de embudo herboso de fuerte pendiente al que se llega con un pequeño salto de 1 metro. La otra opción para no saltar es rodear la roca sobre una repisa colgada sobre el precipicio. No recuerdo qué opción escogimos aquel día pero, mirando lo expuesto que está el caminito de la repisa, sospecho que fue el salto.

La entrada del Pas de la Solana. Delante, la Serra de la Moixa

Nos sentamos para comer. “Cuéntanos cómo fue”, me dice Carles. “Recuerdo que bajaba una pendiente muy fuerte; había rocío en la hierba y mis botas no tenían mucha huella”, empiezo. “Bajaba tieso como una tabla”, interrumpe Pep. “Ya le dije que si no se soltaba, acabaría cayendo”. “Intenté pasar a una zona con menos hierba, con tan mala pata que resbalé y de repente estaba deslizando hacia abajo”. Había hecho un pequeño curso unos meses antes y una de las cosas que me enseñaron fue cómo parar una caída de espaldas. El truco está en darte la vuelta para ponerte de panza, levantar el trasero y clavar las manos y los pies en el suelo.

“Oí un ruido, giro la cabeza y le veo bajando a toda velocidad”, interpone Pep. “Intenté darme la vuelta”, continúo, “pero la canal tenía los bordes elevados como un tobogán que me impedía girar. Sabía que más abajo, la pendiente acababa en un precipicio, así que volví a intentar darme la vuelta. Fue entonces que de repente la canal se aplanó y me paré”. “Nada, fueron dos metros”, dice Pep, quitando importancia al tema.

Lo que no dije a Carles era que, durante el segundo y medio que duró el resbalón, mi atención estaba puesta totalmente en el presente y el tiempo se dilató y parecía durar mucho más. Otra cosa era una gran sensación de paz, a pesar del aparente peligro de mi situación. Esta percepción tan especial que produce estar en lo que llaman el aquí y ahora, la he tenido muchas veces sin tener que caer por la ladera de una montaña … pero aquí no es el lugar para explicarlo.

Desde el Pas de la Solana, el camino marcado continúa hacia el oeste, hacia el Coll de la Bauma. Va llaneando más de medio kilómetro y luego baja hasta entrar en la pista de desembosque que arranca desde la curva de la Barraca de l’Andal. Al poco rato, dejamos la pista para seguir bajando, primero por antiguos bancales de cultivos y después por el bosque, hasta llegar al camino de Els Cavalls del Vent que sigue el fondo del valle.

El camino por el fondo del Torrent de Murcurols, ahora parte de la ruta dels Cavalls del Vent

Giramos hacia el Coll de la Bena. El camino llega al agua del torrente y al otro lado, empieza la pista, la misma en la que entramos esta mañana en el Coll de la Bena. Carles señala un camino que baja por la izquierda. ¿Podría ser el enlace con el camino de Murcurols a Coll de la Bauma que descubrimos esta mañana?

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8,2 km; 490 metros de desnivel acumulado.

Tanto Pep como yo habíamos tenido la sensación de que era la primera vez que hacíamos el camino de flanqueo desde el Pas de la Solana hacia el Coll de la Bauma. Sin embargo, cuando miro mis mapas después en casa, veo que lo tenemos marcado. ¿Debemos empezar a preocuparnos?

16/10/2015 – El camino de La Cerdanya

El Presidente Mas, la vicepresidenta Ortega y la ‘consellera’ de educación Irene Rigau han tenido que declarar delante de los jueces como imputados por haber puesto los medios para que la gente pudiera expresar su opinión a través de una consulta no vinculante el 9 de noviembre del año pasado.

Pero si la Fiscalía del Estado tiene una misión, que es cortar de raíz la sedición catalana, nosotros también tenemos una nuestra: encontrar y seguir el camino antiguo de La Cerdanya, siguiendo las pistas reveladas en el documento de Pep.

Aparcamos en la pista de Coll de Torn, más o menos donde la cruzamos la semana pasada. El termómetro del coche de Pep marca 0 grados pero hace sol y no tardaremos en entrar en calor: nos espera un desnivel de unos 400 metros en línea recta y sin camino.

Afortunadamente para mí, Carles y Pep van parando cada tanto tiempo para hablar de sus documentos. Agradeciendo la oportunidad de descansar, no les interrumpo.

Mirando hacia el Coll de Torn

Vamos cruzando rastros de caminos que suponemos que son de rebecos. Dejamos atrás donde paramos para comer la semana pasada y continuamos hacia la siguiente línea de rocas. Antes de llegar, Pep se desvía hacia la derecha, haciendo una diagonal hasta llegar a la cresta que da al Clot de Comabona. Delante tenemos la gran olla del Clot y, 10 metros debajo nuestro, las señales inconfundibles de un camino. Lo tenemos que haber cruzado en la subida pero era imposible verlo.

Entrando en el Clot de Comabona 

Nos adentramos en el valle, donde hay un grupo de caballos pastando, y, una vez en el centro, subimos a un pequeño montículo. Desde aquí se ve el ‘grau’ por donde bajamos hace tantos años. Ahora, es evidente que por allí no podía pasar el camino: ¿por qué subir para luego bajar?.

Mientras descansamos, veo un grupo de rebecos arriba en la ladera. Así que tenemos tres grupos de mamíferos grandes en esta morena glacial. Los rebecos arriba, los caballos en el centro del valle, cada uno espaciado por unos 50 metros, y en un pequeño montículo, 3 humanos, 2 de ellos hablando de castillos.

El Clot de Comabona

Es hora de marchar. Volvemos a la cresta y nos preparamos para seguir el famoso camino de La Cerdanya. Tenue es decir poco. Con Carles por delante como explorador, vamos siguiendo un pequeño rastro. De hecho, de bajada es como mejor se ve. Cuando doy la vuelta y miro hacia atrás, el camino desaparece.

Pep es inusualmente atento conmigo, me espera, me dice por dónde pasar. “¿Y eso?”, le pregunto. “Es que quiero un track limpio y preciso de tu GPS”, me contesta. “Con un camino tan importante, no puede haber errores”.

En el camino de la Cerdanya

Pasamos el Clot de Palomar y el camino se convierte en una antigua pista. Un poco más abajo, vemos un camino muy marcado que bordea unos prados y que fue el camino que seguimos hace más de 10 años. Ese camino se difuminó pasados los prados; nunca lo volvimos a encontrar y acabamos subiendo demasiado alto.

Después de comer a la sombra de un árbol, acabamos de enlazar con la pista cerca del Coll de Torn e iniciamos el camino de vuelta por la pista. Con el lugar por donde pasamos delante nuestro, pregunto a Pep cómo supo dónde estaría el camino, con un margen de error de tan sólo 10 metros. “Es muy sencillo”, me contesta. “Por debajo, el terreno es muy malo, con paredes de roca, y además entraríamos en la ‘tartera’ del Clot de Comabona y allí no habría camino. Y la otra vez, pasamos por encima de esa línea de rocas y entramos demasiado arriba. Así que tenía que estar cerca de la línea de rocas, pero por debajo. Es obvio, ¿no?”. Le contesto que ahora que lo ha explicado sí, pero antes, no lo era tanto, al menos para mí.

Eso deriva en una conversación más general sobre la inteligencia y la educación. Según los psicólogos, hay 7 u 8 tipos de inteligencia distintos, todos igual de válidos, pero nuestro sistema educativo sólo prima uno, el del pensamiento matemático/lógico.
Y haciendo eco de un programa de televisión que se está dando actualmente, Economia en Colors, se calcula que para llegar a ser experto en algo, se necesitan al menos 10.000 horas de práctica. Y, decían los presentadores del programa, acumular esas 10.000 horas necesarias (que son muchas) es mucho más agradable y dará mucho mejor resultado si te dedicas a algo que realmente te apasiona y no algo que simplemente te proporciona una salida laboral.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,2 km; 450 metros de desnivel acumulado.

Un par de días después, Pep me reenvía un correo que le envió Carles. En el libro del Ayuntamiento de Saldes, dice que ya había a principios del siglo XX una propuesta para crear un Parque Natural que incluyera el valle de Gresolet. El famoso excursionista César August Torras dijo que, si se llegara a crear, sería bueno recuperar el antiguo camino de La Cerdanya que pasaba por el Clot de Comabona y Tancalaporta. Se ve que incluso hace más de un siglo, el camino estaba muy desdibujado. Y la propuesta de Torras sigue igual de válida hoy; sería un complemento magnífico de las redes actuales de rutas senderistas. 

9/10/2015 – El término municipal de Gisclareny – 1ª parte (Las Costes de Roset)

Cuantas cosas han pasado desde la última salida. Hubo un viaje a Inglaterra, y luego el 11 de septiembre, que cayó en un viernes. Había la duda de si ir o no, total, no cambiaría nada y lo importante eran las elecciones del día 27. Pero al final, mi mujer y yo decidimos ir para dejar constancia.

Pep y Carles fueron dos veces más al Cadí pero en cada ocasión, después de que Pep me explicara la ruta y el desnivel, le deseé buena suerte y hasta la próxima. Las dos salidas eran por no-caminos escabrosos, la primera con un desnivel de 1.500 metros y la segunda de 800 metros. Pero Pep se dio por satisfecho al haber cubierto lo que sería el extremo occidental del antiguo municipio de Bagà.

Las elecciones del 27 de septiembre no dieron la victoria contundente que querían los soberanistas y subió mucho Ciutadans (uno sospecha porque son jóvenes y guapos). A ver qué pasa.

Nosotros lo teníamos todo a punto para salir el día 2 de octubre pero una previsión de lluvia hizo que Pep diera la orden de quedarse en casa, aunque al final no llovió.

El día 8, Pep me llama a casa. “¿Has hecho la Canal del Cirer?”, me pregunta. “No”. “¿Y las Costes de Roset?”. “Tampoco”.

El día 9, con una temperatura de sólo 5 grados, aparcamos en el Coll de la Bauma. “Será suave”, me asegura Pep, al advertirle de que no he hecho nada de montaña (subir a Queralt no cuenta) desde el día 28 de agosto. Además, empiezan las clases de canto y tiene que estar en Gironella a las 4 para recoger a su hija.

Hoy, Pep trae un nuevo documento, también del siglo XVIII, que describe por donde pasa del término municipal de Gisclareny. Y precisamente el término pasaba por la Canal del Cirer.

Bajamos el camino antiguo de Gresolet, ahora marcado como parte de la ruta dels Cavalls del Vent. El camino entra en una curva de la pista y nosotros nos desviamos a la derecha para entrar en la Canal del Cirer. Dos caminantes bastante corpulentos que están siguiendo las marcas del Cavalls del Vent, al vernos dejar la ruta, dudan unos momentos y, antes de desaparecer, les aseguramos que van bien y que somos nosotros que vamos mal.

El camino antiguo de Gresolet a Coll de la Bauma. Ya se intuyen los colores de otoño

El camino, probablemente un atajo para hacer solamente a pie, sube el barranco con fuerte pendiente, buscando un paso entre las rocas. Tan empinada es la pendiente que nos obliga a hacer varias pausas. “¿No crees que viene siendo hora de buscar a una enfermera que nos acompañe, preferentemente con desfibrilador?”, pregunto retóricamente a Pep en una de esas pausas. “Subir esas cuestas con nuestra edad es una temeridad”.

Saliendo de la Canal del Cirer

Salimos del barranco y entramos en los primeros campos de Roset. Ha salido el sol y ya no hace frío. Pep se siente, vuelve a sacar el papel y lee en voz alta los detalles de los lugares por donde pasa el límite municipal. “Te tendrás que acostumbrar a verme con papeles”, me dirá después. “Carles y yo ya estamos en otra pantalla”. Guarda el papel y seguimos subiendo. 
Pep explica su plan a Carles

Entramos en un camino transversal bastante marcado. Es el camino de Roset y también el camino antiguo de Bagà a Gòsol. Aquí las señales (aunque erosionadas) de antiguos campos son inconfundibles. Los viejos del lugar dicen que aquí nunca ha habido campos pero la evidencia sobre el terreno dice lo contrario. Seguramente ya llevaban mucho tiempo abandonados antes de que nacieran.

Pep gira a la derecha para mostrarme la casa de Roset, una casa pequeña metida en un hueco del terreno para protegerla del norte. No creo que haya durado más que un par de generaciones. El documento de Pep no la menciona. Volvemos a girar hacia el oeste por el camino hasta llegar a una pequeña cresta donde paramos. Se ve cómo el camino continúa hacia el Coll de Font Cerdana.

Los pocos restos de la casa de Roset

“¿Te gusta el camino?”, me pregunta Pep. “Te he traído aquí expresamente”. “Pues, sí”, contesto. “Está muy bien. Está muy bien formado y tengo ganas de seguirlo hasta el final”. “Pues no”, dice Pep, agitando el papel. “Tenemos que subir por allí”, y señala unas rocas blancas a 300 metros de desnivel hacia arriba. “Además, aquí dice que el término municipal cruza el camino de La Cerdanya”.

Pep lleva muchos años sospechando la existencia de este camino, que entraría en el Clot de Comabona y subiría al Coll de Puig Terrers antes de que se abriera el actual Camí dels Gosolans. Hace muchos años, antes de empezar este blog y antes de que se nos uniera Carles, lo habíamos intentado encontrar, pero sin éxito. “Creo que fuimos demasiado arriba aquella vez”, concluye Pep. “Tiene que pasar más abajo”.

Vista de la cara norte de Pedraforca con el valle de Gresolet abajo

Dejamos el camino y ponemos rumbo al norte. Cruzamos la pista de Coll de Torn y, tras una larga subida, por fin llegamos a la roca. Pep busca cruces grabados en la piedra pero no las hay y nos metemos en una especie de hueco en la roca para almorzar. La vista es inmensa, con el Pedraforca delante. Los bosques empiezan a lucir colores de otoño.

La vista desde donde comimos

Bajamos sin camino, intentando evitar meter el pie en las grietas de las rocas tapadas por el enebro. Ya casi en la pista otra vez, encontramos algunas setas, rovellones y fredolics, quizás 1 kg en total, pero este año ha sido muy malo para las setas … demasiado calor y no ha llovido.

Caminando por la pista hacia el Coll de la Bauma, aún tenemos tiempo para seguir otro fragmento del camino de Bagà a Gósol que evita hacer el rodeo por la Barraca de l’Andal. “Bueno, ya sabemos qué haremos la semana que viene”, dice Pep, al llegar al coche. “Buscar el camino de la Cerdanya”.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 5 km; 550 metros de desnivel acumulado.

viernes, 23 de octubre de 2015

28/8/2015 – El término municipal de Bagà – 5ª parte (Cortils)

He conseguido retrasar la salida 20 minutos, tiempo suficiente para tomar un café en el bar de la gasolinera en frente. Tengo los dedos cruzados para que obre su magia porque sé que hoy será otra salida exigente. Recordando una vez hace muchos años que quedé agarrotado por falta de sal, he comprado una botella de Aquarius para traer además del agua. Los acontecimientos demostrarán que fue un error.

Aparcamos en el Collell. Por lo menos, no habrá que hacer esa pista interminable, pienso. Iniciamos la subida hacia el norte y no tardamos en dejar las marcas de los Cavalls del Vent para desviarnos hacia el noroeste. En un pequeño llano, hay una especie de portal marcado con pequeños montículos de piedras que permite bajar hasta el Clot dels Cortils, un estrecho desfiladero que sube hacia las zonas de pastura de los Cortils. Calibro mis fuerzas: mucho mejor. Parece que el café fue todo un acierto.

El paso que permite acceder al Clot de Cortils

Pero antes de llegar a los prados, iniciamos una subida sin camino hacia el norte, buscando esa muesca que Pep nos mostró la semana pasada. 

El valle de Cortils, con sus interesantes formaciones rocosas

Cuando llegamos allí, se ve que más que una muesca, es una especie de brecha, bastante amplia: el Portell del Mig de la Costa Cabirolera según el documento que Pep tiene en la mano. Pep y Carles buscan cruces pero sin éxito e iniciamos un flanqueo por una cuesta árida, siguiendo caminos de rebeco, hasta llegar a otro collado.

 El famoso Portell del Mig de la Costa Cabirolera

Y el camino de rebecos que se ve después

Pasado el collado, el terreno cambia como de la noche al día. Ahora es una cuesta suave, donde crece una hierba frondosa que seguramente en primavera estará llena de flores, y las piedras, en vez de obstaculizar, proporcionan una base segura y plana desde la cual dar el paso siguiente. Qué bien haber venido aquí, pienso. Si el resto es así, habrá valido la pena. Pep y Carles caminan más abajo, en el límite del prado con las rocas, buscando infructuosamente unas cruces que probablemente se borraron hace siglos al cambiar el dibujo de las propiedades municipales.

Entramos en un terreno más amable

Llegamos a una canal, la Canal del Cristall de Josa. Se acabó el flanqueo agradable y bajamos una cuesta pedregosa, cruzamos el lecho del torrente seco y subimos al otro lado sin grandes problemas. Pero bajar a la Canal del Moscard no va a ser tan fácil. Sorteando precipicios, Pep busca un paso precario y empinado que sólo él sabe encontrar. Yo, en mi posición habitual al final, le sigo ansiosamente, procurando no perder de vista el azul oscuro de su camiseta. Al final, llegamos abajo y miro para arriba: todo son rocas y saltos, excepto donde hemos bajado nosotros.

Por donde bajamos

“Estuve mirando la ruta ayer en Google Earth”, explica Pep, desde la seguridad del fondo de la canal, “y ya vi que aquí habría problemas”. “¿Y nos lo dices ahora?”, protesto. “Si te lo hubiera dicho arriba, habría sido peor. Tendrías que estarme agradecido”, contesta. Y mientras baja un poco más con Carles para inspeccionar una ‘pleta’ y una ‘bauma’ o pequeña cueva, me manda arriba. “Hemos bajado unos 150 metros. Ahora tenemos que recuperarlos y subir 400 más”, me dice mientras se alejan.

Subiendo solo por el lecho del torrente seco, esos metros se hacen cada vez más pesados. El valle se ensancha y se convierte en un prado con una zona llana que seguramente había sido una pleta. Para darme fuerzas, bebo la mitad del Aquarius y como un poco en la exigua sombra de una roca. Pero en vez de darme fuerzas, me da sed y empiezo a mirar con preocupación el nivel de mi botella de agua.

El valle vuelve a estrecharse y gira hacia la derecha pero no veo más montañas detrás. Igual estamos llegando arriba y no son tantos metros como dice Pep. En eso me atrapan Pep y Carles. El valle se vuelve a ensanchar en la forma típica de una morena glaciar y veo que todavía faltan al menos 250 metros. Eso va a ser muy duro, pienso. Y Pep y Carles todavía parecen tener energía de sobras. “¿No hiciste 1.200 metros de desnivel con Josep Mª allí en Francia?”, me pregunta Pep, extrañado. “Sí”, contesto, “pero empezamos a 800 metros, no 1.800 metros, y había sombra”.

 Entramos en una morena inacabable. Arriba, la línea que marca la cresta del Cadí

Empezamos a subir hacia el Puig de la Canal del Cristall. Aún faltaban 80 metros de desnivel

Todavía subiendo, con la silueta omnipresente del Pedraforca

Pep propone comer en la Font del Cristall, ya que, al estar colgada sobre la cara norte del Cadí, habrá sombra. Mientras vamos subiendo, explica que ya no tiene agua, víctima del cambio climático, no porque se haya secado sino porque su lecho de hielo se ha fundido, al menos en verano, y ya no forma una base impermeable.

Nos acercamos a la Canal del Cristall

Por fin, llegamos arriba. Tengo la sensación de estar en un lugar hostil. La cara norte son precipicios, formados por una roca erosionada, quebradiza, traidora. “¿Por qué quiere la gente venir aquí?”, me pregunto. Llegamos al camino de la Canal del Cristall que baja al Prat del Cadí. Nunca he sentido la tentación de subirlo desde el Prat y ver sus inicios aquí, casi verticales, con una piedra fina, resbaladiza, me doy cuenta que mi primera impresión era la buena y me alejo del borde.

El lado oeste de la Canal del Cristall, un paraíso para los geólogos pero yo solo veo un paisaje áspero, casi lunar

Pep señala una roca cercana, indicando que por aquí se va a la fuente. Doy la vuelta para tomar una última foto y cuando me vuelvo a girar, han desaparecido. Veo la cruz pintada en la roca y sé que es por allí pero he oído cosas espeluznantes de esa fuente, metida en una pequeña cueva al borde del precipicio con una caída libre de casi 500 metros y, con lo cansado que estoy, no voy por allí solo.

Me siento en la roca con la cruz pintada. Saco el móvil para llamarles pero con tanto sol, no consigo ver la pantalla. “Bueno, es igual”, pienso. “Si quieren comer allí, que coman. Yo les espero aquí”. Al cabo de 10 minutos, Pep vuelve a salir, visiblemente enfadado. “¿Qué haces aquí?”, me pregunta. “Desaparecisteis y, solo, no me fío de mis piernas con tanto precipicio. He oído muchas cosas de esa fuente”, contesto. “Pero si te estábamos esperando a 20 metros de aquí. Te estábamos llamando. ¿No nos oías?”. “No. Pero es igual. Ahora podemos ir”, y me levanto. En eso también sale Carles. “Ahora no”, dice Pep, irritado. “Demasiado tarde”. Y se aleja a toda prisa por el GR que va bordeando la cresta.

Carles, conciliador, se queda conmigo y así vamos hasta el Pas del Cabirol. Sin contar la brecha que pasamos abajo, es el único paso que conecta la parte oriental y occidental del Cadí. Buscamos un lugar de sombra para comer y contemplamos la bajada y el prado debajo. Es un paso empinado, con zigzags cerrados, hecho de esa misma gravilla traidora y resbaladiza que el resto del Cadí.

El valle que nos va a llevar a la Font dels Cortils, desde el Pas del Cabirol

Después de comer, me queda poca agua y todavía está haciendo efecto la sal del Aquarius. “Pasaremos por la Font dels Cortils, ¿verdad?”, pregunto a Pep. “Sí”, contesta escuetamente, todavía no repuesto de su enfado.

Iniciamos el descenso, poniendo los cuádriceps a prueba y buscando el paso más firme. Cuando llegamos abajo, Pep ha recuperado su buen humor y señala un estrecho pasillo vertical a la izquierda del paso que hemos bajado nosotros. “La primera vez que vine aquí, no había postes ni pintura y los mapas del Alpina no servían para nada. Mi compañero tampoco lo conocía y el Pas del Cabirol, desde aquí parecía que acababa en la roca. Pero como veíamos que por allí [la canal], se llegaba arriba, pensábamos que era el camino. Sólo fue cuando llegamos arriba que vimos que había otro paso”.

 El falso Pas del Cabirol

Y el camino que lleva al verdadero

Iniciamos el descenso hacia Els Cortils, por fin por un camino decente. La fuente no tarda en estar a la vista, con el refugio de pastores detrás, metido en un pequeño valle que le protege del viento del norte.

Pasamos por un grupo de caballos que ni se inmutan con nuestra presencia y finalmente llegamos a la fuente. El agua es abundante, fría, deliciosa y siento cómo todas las fibras de mi cuerpo se relajan. “Es la primera vez que le veo sonreír en todo el día”, dice Carles a Pep. Los caballos también quieren beber pero esperan hasta que nos hayamos ido antes de aproximarse. Y un grupo de rebecos, arriba en las rocas, también se ponen a la cola, detrás de los caballos. Entre tanta aspereza, es un pequeño paraíso.

La Font dels Cortils

Iniciamos el camino de salida. Empieza como una subida suave pero, para cruzar la Serra Pedregosa, da un giro y sube con fuerte pendiente, buscando un paso entre las rocas, con esa misma gravilla asquerosa que hace que la subida sea el doble de dura. 

El paso para salir dels Cortils

Pero, con un último esfuerzo, llego arriba y bajamos a la pista de Prat Llong y entramos en el Prat Socarrat. Un rebaño de ovejas sale a nuestro encuentro, y detrás un viejo pastor y sus dos perros. Pep aprovecha para repasar los topónimos que salen en su documento. Algunos los conoce como vigentes, otros los ha oído decir a su padre o abuelo y otros no le suenan a nada. “Cuando se muera este señor, sólo quedarán los nombres que están en los mapas del Alpina”, pienso mientras seguimos bajando por la pista.

Caminando entre ovejas

Cuando llego al coche, soy consciente de haber tocado mis límites. No me veo volviendo al Cadí.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 17,4 km; 1.250 metros de desnivel acumulado.