Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



lunes, 28 de septiembre de 2020

18/9/2020 – Can Saiol

Ya llevamos 4 semanas sin salir. El 28 de agosto, el hombre del tiempo había predicho tormentas violentas a partir de mediodía. Sí que hubo tormentas, pero a partir de las 8 de la tarde. Durante todo el día, hizo un sol espléndido. “Fiel a su cita, las lluvias llegaron con algunas horas de retraso”, dijo el meteorólogo, como si esa demora no fuera importante. El efecto para nosotros fue devastador.

Las dos semanas siguientes, Pep y Carles colaboraron en la campaña anual de excavación del castillo de Berga, centrada este año en el entorno de la iglesia. “Muchos huesos”, resumió Carles.

Para hoy también se han anunciado lluvias y el aspecto del cielo por la mañana lo confirma. Pero después de tanto tiempo sin salir, decidimos confiar en que el día aguante al menos hasta mediodía.

Aparcamos en el mismo sitio que la última vez, en el cruce de pistas cerca del Santuario del Oms. La primera tarea es buscar el camino auténtico de Sant Jaume de Frontanyà a Vilada. Pasa por Les Lloberes pero no por la pista principal sino más arriba. Entramos en una pista de desembosque que va más hacia el noroeste, donde hay dos camiones y varios trabajadores que están cargando un montón de troncos que llevan meses apilados allí.

Dejamos atrás los camiones y empezamos a bajar. Notamos gotas de lluvia. Las calvas son detectores de lluvia muy sensibles y no engañan. ¿Tendremos que dejarlo antes de empezar? Carles cierra los ojos y levanta los brazos. Deja de llover y continuamos. Cruzamos el Torrent del Joncar y subimos por un camino muy marcado. Seguramente es el camino que busca Pep pero, al salir del pequeño valle del torrente, se pierde en unas pistas antiguas. De nuevo, empieza a llover y Carles repite el ritual. Enseguida deja de llover y vemos otro camino que sale a la derecha desde la pista de Les Lloberes y volvemos a bajar al Torrent del Joncar. Volvemos a hacer el circuito y esta vez lo enlazamos bien.

Por todas partes vuelan las llamadas mariposas del boj. Es una especie invasora cuyas orugas dañan el boj. Cada año se van extendiendo un poco más y, por primera vez, ahora han llegado al Prepirineo. 

¡No son buitres! Son mariposas

Tomamos la pista que pasa por debajo de las casas de Les Lloberes (con menciones desde el siglo X, dice Pep). Por aquí, el camino de Vilada bajaría a la casa de La Cercosa, hundido en el fondo de un valle siniestro, oscuro, lejos de cualquier lugar civilizado y seguramente lleno de espíritus malignos. Pero Pep quiere ir a Can Saiol, ya que nunca ha ido a esa casa.

Las casas de Les Lloberes

Yo había ido solo hace muchos años, poco después de tener los mapas del Catllaràs. Me pareció una isla, ya que no había ninguna pista cerca, ni para acceder a la casa ni para cortar el bosque. Descubrí una red de caminos bastante intacta. La casa estaba en ruinas pero aún se podía ver la estructura y al lado había los restos de un edificio grande rectangular, como unas cuadras. Un par de años más tarde, pudimos hablar con el panadero de Borredà y nos contó que el último habitante de la casa se dedicaba a criar y adiestrar mulas para trabajar en el bosque. Era una persona muy solitaria y el dinero que iba ganando, no lo llevaba al banco sino que lo escondía en la casa. Un día, vinieron unos hombres y le secuestraron en su propia casa hasta que les dijo dónde estaba escondido el dinero. Poco después se marchó de la casa y pasó el resto de sus días en Borredà. La moraleja es que es mejor guardar el dinero en el banco. También te roban pero al menos no te pegan.

Can Saiol en 2005

Llegamos al Coll de Lloberes. Desde aquí salía el camino que va a Can Saiol. Pero en lugar del camino, ahora hay una pista de 4 metros de ancho. Yo recordaba un camino agradable, con un uso muy intenso en el pasado, que seguía las curvas de nivel y pasaba por una serie de collados hasta bajar a la casa tras superar una pequeña sierra. Ahora, nadie lo verá como lo he visto yo y esto pone de muy mal humor a Pep, que despotrica contra los ingenieros forestales. “Tenía que pasar”, pienso resignado. “Tantas hectáreas sin pistas ya no podían durar mucho más”. Intento darle una lectura positiva: “Estas pistas son perfectas para la era COVID. Ahora podemos hacer senderismo guardando la distancia social”, propongo.

Pep se desahoga

Tras recorrer más de un kilómetro, la pista gira hacia la derecha, obligada por el relieve, para dar un largo rodeo y reaparece el camino, que marcha en línea recta hacia la casa. Hay marcas blancas y amarillas rudimentarias pintadas en los árboles y las rocas, como si alguien quisiera aprovechar la gran cantidad de caminos intactos para crear un Sendero de Pequeño Recorrido extraoficial, ya que ni las marcas tienen la forma oblonga reglamentaria ni hay postes indicadores con las distancias a los distintos puntos de referencia.

En el punto donde el camino se separa de la pista

Por todas partes se nota la presencia de máquinas y el último descenso a la casa sería muy difícil de seguir si no fuera precisamente por las marcas de pintura. Salimos a la izquierda de la casa, donde una pista (seguramente la continuación de la anterior) ha cortado los antiguos campos. La casa, cubierta por zarzas, apenas se ve y de las cuadras, solo quedan restos de paredes.

Volvemos a subir para situarnos encima de la casa, donde comemos nuestros bocadillos a toda prisa. La vista hacia el sur es inquietante, con nubes gruesas que solo dejan pasar un resquicio de sol muy abajo, por la zona de Osona. Empiezan a caer gotas de nuevo. Estamos en el punto más alejado del coche. Miramos a Carles pero esta vez su concentración no produce ningún efecto y empieza a llover más fuerte.

Mirando hacia el sur con la pista que cruza los campos de Can Saiol. Lo poco que se ve de la casa está fuera de la imagen, a la derecha

Sacamos los chubasqueros, guardo la electrónica y caminamos rápidamente hacia la pista. Al salir del municipio de Borredà y entrar en el de Palomera, de repente deja de llover. “Quizás los poderes de Carles están restringidos al ámbito municipal”, especulamos. Pero solo fue una breve tregua; al poco rato, empieza a llover de nuevo. “Todo ha sido un engaño”, pienso. “Algún bromista nos ha querido hacer creer que Carles tiene poderes para alejarnos del coche y así asegurar que quedamos empapados”. En los casi 3 kilómetros de regreso al coche, no para de llover.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 9,4 km; 280 metros de desnivel acumulado.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

21/8/2020 – Picanyes

Resulta que Pep había leído mucho sobre la casa de Picanyes y su molino pero nunca los había visitado. Yo sí, en una exploración solitaria en otoño, mucho antes del blog, y así lo pude demostrar con mis mapas. Pero solo recordaba el estanque del molino y escasos restos de un muro detrás. Mientras viajábamos una vez más por la carretera de Borredà y Sant Jaume de Frontanyà, Pep nos explicó que la casa había sido adquirida por la familia Vagués en el siglo XVIII, y poco después construyeron el molino. Presumiblemente para pagar deudas, la casa fue vendida en el siglo XIX y toda la familia se trasladó al molino y cambió de oficio. Hoy, de la familia y su patrimonio, solo quedan las menciones en las actas notariales.

Volverá a hacer calor hoy y por eso Pep ha propuesto una salida en “petit format”, con pocos kilómetros y objetivos limitados. Aparcamos en el cruce de pistas cerca del Santuario del Oms. Pero enseguida volvemos a bajar a la carretera porque Pep quería buscar el trazado de Sant Jaume de Frontanyà al Santuario, que no aprovechaba el camí ral a Borredà sino que seguía una ruta propia. Encontramos algunos restos bajo la carretera que siguen una línea recta mientras la carretera hace una curva amplia y Pep se declara satisfecho.

Volvemos al cruce de pistas y caminamos hacia las casas de Les Lloberes. Nos desviamos brevemente para seguir otra microrruta que era el camino que venía de la casa del Oms para enlazar con el camino principal. En nuestra época inicial de identificar los grandes caminos (gracias inicialmente al libro de C.A. Torras), todas estas pequeñas derivaciones eran dejadas de lado en nuestro afán de hacer cuantos más kilómetros mejor.

Continuamos por la pista principal y 200 metros después, les muestro el camino que había encontrado hace tantos años que bajaba al molino. La primera novedad es que mi “camino” es en realidad un canal que llevaba agua desde el Torrent del Juncar al molino. Sin embargo, al seguirlo, vemos que se muere muy encima del molino. En todo el trayecto, yo había ido insistiendo en que el molino tenía su propio estanque y no necesitaba un canal. “Para regar los campos, ¿entonces?”, musita Pep.

El estanque ya lo vemos abajo pero antes de ir al molino, hacemos dos microrrutas más: el camino del molino a Sant Jaume de Frontanyà en el tramo hasta la pista de Les Lloberes y el camino del molino a la casa del Oms. Mientras vamos bajando por última vez hacia el molino, les advierto que queda poca cosa del edificio, recordando el trozo de pared que había visto desde el otro lado del estanque.

El estanque del molino de Picanyes. El edificio estaba escondido en la vegetación en frente

Efectivamente, al llegar al lugar donde estaba el molino, lo vemos totalmente tapado por la vegetación, de la cual solo se asoman unos pequeños restos. “Lo veis”, digo triunfalmente. Carles aparta la vegetación y se ve un paso estrecho que baja al lado de un imponente edificio de tres plantas, adosado a la pared de roca del salto desde el estanque.

“Mientras estabas contemplando los reflejos de los colores otoñales en el agua del estanque, ¿no se te ocurrió mirar si había algo más?”, me pregunta Pep, incrédulo. “Estaba solo”, justifico, con poca convicción.

Entrada en la planta superior del molino

Y la salida de agua abajo

Después de documentar el molino, ponemos rumbo a la casa de Picanyes. Encontramos el camino de conexión con el molino al segundo intento. Es una casa grande, con un gran pajar. Su categoría es muy diferente de las casas perdidas en el bosque de la semana anterior. 

La casa de Picanyes


Y el entorno

Aquí decidimos comer y buscamos la sombra de un árbol frondoso, con la casa de Picanyes en el primer plano y el Santuario del Oms al otro lado del valle. Una vez descansados, buscamos la pista de Les Lloberes y volvemos al coche.

El Santuario del Oms desde Picanyes

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,5 km; 170 metros de desnivel acumulado.

PD. El día siguiente, amanezco con la espalda cubierta de granos urticariantes, desde las axilas hasta la cintura, que tardaron varios días en marcharse. ¿Qué me cayó encima desde aquel árbol en Picanyes?