Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



jueves, 16 de diciembre de 2021

12/11/2021 – Coforb

Hoy toca Coforb. Es un día gris, húmedo, con un aire de otoño avanzado. Nos acompaña Marta. Aparcamos en la carretera de Coforb, cerca de la Casa del Pla, y caminamos hacia el sur, donde la estrecha meseta de Coforb y Capolat de repente cae en el picado hacia la plana del Berguedà. Con algunos momentos de lluvia fina, bajamos por un camino que nos lleva a una repisa al pie de la primera línea de rocas. El camino se convierte rápidamente en una pista naturalizada que permite disfrutar de las vistas.

Yendo hacia el camino del Molinot

Cuando atrapo a Pep y Marta, están en una balma que había sido habitada en algún momento, discutiendo sobre metodología.

“A ver”, dice Marta, “en la ficha tengo que poner si el acceso es fácil, moderado o difícil”.

Pep levanta los brazos en exasperación: “Esto es históricamente irrelevante. No aporta nada a su valor como patrimonio”.

“Algo tengo que poner”.

“Pues, pon que todos tienen un acceso difícil. Así no vendrá nadie y no lo estropearán”.

“No colará”.

Entroncamos con el camino que sube desde Avià al Molinot, del que hice una crónica en diciembre de 2012. Visitamos el molino viejo, el molino nuevo (restaurado con mucho amor y dinero), la casa medieval de Cal Silvestre, y la presa que desviaba el agua al molino.


El pequeño estanque detrás del Molinot

Y la casa con la balsa del antiguo molino

Seguimos subiendo y visitamos dos hornos de tejas y el antiguo molino de Curtichs (muy perdidos) para luego pasar al lado de La Closa y bajar hacia La Ventaiola, el único lugar donde el municipio deja el llano alto y baja hacia Avià, por un tema de venta de propiedades entre nobles.

Aquí hay una prensa de viña, una casa medieval y una balma. Ya hemos bajado 200 metros, que luego habrá que subir, y es la una y media. Necesito calorías. “¿Cuánto falta para comer?”, pregunto. “Diez minutos”, dice Marta. Y por una vez, padre e hija dejan de discutir, intercambian miradas de complicidad y se ponen a reír. “Aquí hay juego sucio”, pienso. “Ahora hacen piña contra mí”.

Tras pasarlo de largo, retrocedemos y acertamos el camino a la casa de Ventaiola, de la que quedan algunos muros y, tras cruzar la riera de Clarà con dificultad, llegamos a la balma. Aquí hay un camino que continúa y enlaza con el camino del Molinot. Sin embargo, ahora está cubierto de vegetación y completamente intransitable. Damos la vuelta y, por fin, transcurrido más de media hora desde mi pregunta inicial, nos paramos para comer cerca de Ventaiola. 

“¿Qué pasó con los diez minutos?”, pregunto, dolido. “Mi padre me lo decía a mí”, contesta Marta. “Es una buena cifra, ni mucho ni poco; siempre convence”.

Volviendo a subir el camino del Molinot por segunda vez hoy, pero desde más abajo

Al no poder continuar desde la balma, ahora tenemos que dar un largo rodeo por la pista que cruza la riera y finalmente, por caminos secundarios, entramos en el camino del Molinot e iniciamos una larga subida. Por suerte, los colores de las hojas están en su mejor momento y cuando, por fin, salimos en la carretera cerca de la casa de Barons, con las nubes ya disipadas, el sol está en la posición perfecta para dar un tono dorado a todo. Ahora solo queda caminar por la carretera hasta llegar al coche.

La casa de La Coma con la luz de la tarde

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 12,8 km; 490 metros de desnivel acumulado.

5/11/2021 – Les Fonts

Si la semana pasada hicimos todo lo que era al este del Pantano de Espunyola, esta semana Pep quiere recorrer el lado oeste. El jueves le había explicado mi cansancio existencial de la semana anterior y le pedí que no fuera tan ambicioso.

Hoy parece que hará buen tiempo. Esta vez, nos acompaña Rosa. Aparcamos en el mismo sitio y nada más bajar el coche, Pep sube sin camino, casi en línea recta. Hacemos casi 100 metros de golpe pero, para mi gran sorpresa, me voy encontrando bien.

Llegamos a la casa de Paredada, metida en un hueco entre rocas que la protege del viento. Es de época moderna y miro las ruinas sin interés. Sin embargo, la casa medieval del mismo nombre, que aprovecha una balma unos 100 metros al sur, me parece mucho más interesante y escucho las explicaciones de Pep mientras Rosa toma notas.


La casa medieval de Paredada

De ahí pasamos a la Cingle de Malla, con unas vistas magníficas, los robles que empiezan a cambiar de color y las rocas rojizas del acantilado. Hoy va a ser un buen día. Felicito a Pep por acertar en el ritmo de caminada. “Pero si voy al mismo ritmo que siempre”, me contesta extrañado.

Una pequeña parte de la vista desde la Cingle de Malla 

Pasamos al Salt de Sallent, un precipicio por donde baja agua cuando llueve mucho, y la balma-vivienda detrás, habitada hasta épocas relativamente recientes.

Luego al Mirador del Roc Codós, acondicionado para disfrutar de las vistas. Aquí me quedo mientras Pep y Rosa bajan a anotar un horno de aceite de enebro. Después, los restos de un horno de tejas, la fuente que da nombre a la casa encima, Les Fonts, restaurada con mimo en un emplazamiento envidiable, con todo lo necesario para que las familias estresadas de la vida urbana puedan desconectar unos días y ‘cargar pilas’, como se suele decir.


Montserrat vista desde el Mirador del Roc Codós, a contraluz 

Les Fonts

De aquí a las casas medievales de Carreus, un poco más al norte, donde comemos con vistas despejadas al sur. 

La iglesia de Sant Martí de Capolat y detrás, el Santuario dels Tossals, visto desde las ruinas de Carreus

Desde aquí, es un tiro de piedra a la casa de Comamorera, con su pajar convertido en vivienda, y luego, siguiendo caminos, atravesamos la Serra de la Malla para llegar al Pantano y el coche. En este trayecto final, oímos un ruido como de bellotas que caen al suelo. Resulta ser granizo. “¡Nieve!”, grita Rosa con júbilo.


Bajando por el bosque al coche

En el coche, escuchamos el parte del tiempo. “Chubascos de granizo en el Berguedà”, dice el meteorólogo. Increíble.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,9 km; 350 metros de desnivel acumulado.

sábado, 11 de diciembre de 2021

29/10/2021 – Sant Salvador

El 9 de octubre, tenía un vuelo a Inglaterra y, para el día 8, pedí a Pep una salida sin riesgo de infartos o caídas por precipicios. Y como no venían investigadores, Pep accedió magnánimamente y pasamos un día soleado paseando por campos y bosques entre Avià y Espunyola. A mi vuelta de una estancia algo accidentada en el Reino Unido, el 22 de octubre nos desplazamos un poco más hacia el oeste para adentrarnos más en el municipio de Espunyola. En ambas salidas, uno de los puntos clave fue una pasarela de piedras sobre la Riera de Clarà. El problema era que faltaba una de las piedras, lo que obligaba a dar un pequeño salto y aterrizar sobre la piedra siguiente sin perder el equilibrio y acabar en el agua. En la primera salida, cruzar la pasarela fue opcional pero no así en la segunda, si queríamos volver al coche. Evidentemente, con mi fama de torpe, la expectación fue máxima. Para los amantes de los números: 8/10/2021 – 12,2 km, 200 m; 22/10/2021 – 12,8 km; 240 m.

Reto superado

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Pero hoy hay quórum: vienen Rosa y la hija de Pep, Marta, historiadora profesional y quizás la persona que más sabe del linaje de los nobles de Portella. Mientras vamos en el coche hacia Espunyola, Pep me explica el apretado programa de hoy, que incluye varias balmas o pequeñas cuevas que en algún momento estuvieron habitadas. Como sabrán mis lectores, las balmas no son santo de mi devoción, ya que el acceso nunca es fácil. Además, hace un día gris y frío que parece confirmar los malos augurios que presiento.

Mientras tanto, Rosa y Marta hablan entre ellas. De repente, oigo desde atrás un estrépito de palabras malsonantes que me obligan a tapar las orejas. “¿Pero qué educación le has dado a tu hija?”, pregunto atónito a Pep. Pep mira fijamente la carretera sin contestar pero al menos la conversación atrás vuelve a ser más decorosa.

Dejamos la carretera para subir la pista que va al Pantano de Espunyola, donde aparcamos. Cruzamos al otro lado del pantano y tomamos una pista que va hacia Sant Salvador. Antes era un camino entrañable que iba siguiendo la línea de los riscos; ahora es una pista sin alma que ha aniquilado el camino pero en contrapartida ha despejado las vistas. Bajamos momentáneamente a la primera balma. Dejo trabajar a los historiadores.

El Pantano de Espunyola desde una perspectiva que engaña 

Continuamos por la pista. Las vistas serían magníficas si no fuera por las nubes bajas que quitan perspectiva. Bajamos al camino de la Bofia; este camino sí que se ha conservado, al igual que el camino que baja a Espunyola. 

Vistas de la Cingle de Sant Salvador; la pista fea a la izquierda no se ve

El camino de La Bofia

La Bofia es una gruta que normalmente tiene un estanque en su interior pero hoy está seco. Llegamos a Sant Salvador, antigua torre medieval que luego fue convertida en casa de pagès. Se ve claramente la división entre la construcción antigua y la moderna. Dentro de las ruinas, se podía ver un interesante ejemplo de opus spicatum pero ahora la vegetación lo ha tapado todo y además es imposible pasar. Cerca hay un punto geodésico pero con las nubes rozándonos, todo es gris. No hay sol, hace frío, me siento cansado; venir aquí ha sido un terrible error.


Aquí se ve claramente la división entre lo viejo y lo nuevo

Mirando hacia Sant Salvador. El cielo empieza a despejarse. El camino de la Bofia se ve abajo

Damos la vuelta y volvemos por la misma pista para luego desviarnos hacia arriba y entrar en otra pista paralela, de la cual nos volvemos a desviar para ir a dos balmas más. No consigo compartir el entusiasmo de los demás mientras Pep señala algunos indicios de su antigüedad. 

Pep comenta los méritos técnicos de la balma

Volvemos a la pista y seguimos hacia el norte, girando ligeramente hacia el noreste. Se nos aproxima una valla alta, que nos acompañará hasta llegar a un cruce de pistas, donde una verja sólida barre el paso a los vehículos y al lado, una estrecha abertura permite el paso de las personas. Subimos la cuesta hacia la pista principal que da entrada a la finca de Torneula, con la valla a nuestra derecha. En la pista, nuevamente una verja y un paso estrecho para personas. Y además, señales que prohíben la recogida de setas sin autorización y declinando toda responsabilidad en caso de incidentes con el ganado.

Estamos en el Serrat de les Tombes. La gente del lugar hablaba de tumbas excavadas en la roca, de ahí su nombre. Sin embargo, hace unos 20 años se descubrió una que estaba intacta. Pep llevó a Marta cuando aún era niña para ver la excavación (todavía se acuerda, tanto le impresionó ver los huesos). Para evitar el espolio, se volvió a tapar con tierra una vez finalizada la excavación. Ahora marcamos con el GPS su localización y 4 túmulos sospechosos más. 

Volvemos a la valla. La última vez que estuve aquí (mucho antes del blog), no había nada de eso. “¿Qué pasó aquí?”, pregunto a Pep. “Hubo un problema con unos boletaires hace un par de años y el propietario tuvo que matar una vaca”, contesta. Me viene a la memoria el reportaje en la prensa local. Una mujer con un perro suelto se interpuso entre una vaca y su cría. Las vacas son muy protectoras de sus terneras y se puso muy agresiva. Cuando llegaron los agentes rurales, la vaca todavía estaba muy nerviosa. Como todavía había mucha gente urbanita pululando por allí, no vieron posibilidades de garantizar a la vaca la tranquilidad necesaria para serenarse y, temiendo otro incidente, obligaron al propietario a disparar a la vaca, matándola.  


Lo que hace un propietario escarmentado

No sé cuánto le costó al propietario vallar toda su finca pero seguro que no fue barato. Y, pensando mal, no me sorprendería que la persona que protagonizó el incidente volviera a casa convencida de que había tenido la mala suerte de topar con una vaca asesina.

Mientras caminamos de vuelta por la pista hacia el Pantano, me entretengo con pensamientos lúgubres sobre nuestra desconexión de la vida rural. Pep quiere comer en las ruinas de Casanova de Foubes pero sale de la pista demasiado pronto y hacemos un círculo enorme – que seguro que añade un par de kilómetros más a la salida – antes de volver a la pista exactamente en el mismo punto donde lo dejamos.

La segunda vez, lo acierta y llegamos por una pista antigua a la casa. Por fin, parece que el día se va a despejar y se ven pequeños trozos de cielo azul. Mientras comemos, pregunto a Marta porqué, contra todo pronóstico, decidió seguir las huellas de su padre y estudiar historia. “Me gustaban los romanos”, contesta escuetamente. Evidentemente, no ha visto ‘Gladiator’; eran todos unos psicópatas.

Casanova de Foubes

Antes de volver al coche, Pep todavía tiene tiempo para recorrer un fragmento del antiguo camí ral de Espunyola a Capolat que ha sobrevivido. En el coche, me confiesa que no ha podido cubrir todos los objetivos que había previsto; resuelvo hablar con él antes de la próxima salida.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,2 km; 300 metros de desnivel acumulado.