Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



miércoles, 24 de julio de 2013

19/7/2013 – Las minas de Peguera

Hoy Carles tiene que estar a las 4.30 detrás del mostrador de su hotel y Pep tiene que madrugar mañana para un largo viaje, lo que obliga a buscar una salida cerca de casa. Propongo volver al pueblo abandonado de Peguera ya que, a pesar de haberlo visitado unas cuantas veces, aún quedan muchas cosas por ver allí.

Concretamente, las fotos antiguas muestran un edificio al lado del plano inclinado nº 4, frente al Cargador del Grau. Se ve un edificio bastante sólido pero nunca lo había visto a pesar de haber estado muchas veces en las inmediaciones. Al ver la foto, la tentación es convertirlo mentalmente en el propio cargador pero, después de examinar objetivamente cómo está situado en el paisaje, hay que admitir que no puede ser.

Dejamos el coche en la bifurcación de pistas, una que va al Coll d’Hortons y la otra que va al núcleo del pueblo. Con las tormentas de tarde, está todo muy verde y bucólico. Hay unas cuantas vacas pastando pero con tanto prado, no dan abasto y aún quedan extensas zonas sin tocar, repletas de flores. 

La pista que va al pueblo de Peguera, cerca de la Font de Cal Coix

Pero aunque hoy puede parecer un paraíso natural, que nadie se engañe; si sus habitantes se marcharon en los años 50, era para buscar una vida mejor, huyendo de los largos y gélidos inviernos y la miseria reinante.

 Vista parcial del pueblo de Peguera

Y la misma vista cuando las casas aún estaban en pie (Foto extraída del libro "Relleu fotogràfic de les mines del Berguedà")

El famoso excursionista Cesar August Torras de principios del siglo XX hablaba de un hostal en Peguera pero aconsejaba ir bien aprovisionado porque allí nunca tenían comida. Nosotros le hemos hecho caso y llevamos bocadillos, fruta, nueces, agua y una botella de cerveza inglesa, la muy preciada Dedo del Obispo.

Orquidea cerca del agua

Tomamos primero la pista hacia el pueblo y al llegar al cementerio, buscamos la forma de llegar al torrente, el Barranc dels Graus, ya que Pep había oído que había una bocamina colgada encima del torrente. Al final la encontramos, un agujero hecho en la roca, con otro agujero al lado (¿el polvorín?). 


Entrada de la mina cerca del molino

A partir de aquí, vamos a los restos del molino, cuyo canal parece que quedó aniquilado por las obras de la mina corriente arriba. Luego vamos ajando el valle, visitando por orden la torre de luz, la Cantina, la mina Pepita, desde donde arranca la vía de tren, la mina Porvenir, el edificio con los antiguos pisos y el Portell, que marcaba la entrada al complejo minero. Pasamos un grupo de ciclistas haciendo el circuito de Rasos de Peguera. “Falta poco”, les digo para animarles. Tanto yo como ellos sabemos que es mentira.



La torre del transformador que suministraba electricidad generada por una máquina de vapor a las otras instalaciones


 La Cantina, donde estaba la sede administrativa de las minas y la casa del gerente


La entrada de la mina Pepita. Hoy sólo se ve una zanja amplia con un pequeño agujero al final. Detrás, el cerro de Peguera donde estaba el pueblo y a la izquierda se intuyen los edificios de la Cantina. Esta foto permite apreciar el desastre ecológico que debía suponer la minería para esa zona. (Foto extraída del libro "Relleu fotogràfic de les mines del Berguedà")

 Entrada de la mina Porvenir

 Y el inicio de la galería

 El Portell, entrada del complejo minero

Continuamos por la pista de Coll d’Hortons hasta el inicio del Plano Inclinado 4, que bajamos. Tras algunas dificultades, llegamos abajo al torrente, con el cargador delante y a un paso del camino señalizado dels Bons Homes. Y allí perdido en los árboles, vemos una superficie plana; es el suelo de la planta baja y todo lo que queda de la Casa dels Graus. Las veces que hemos pasado al lado y nunca se nos ha ocurrido echar un vistazo.

 Lo que queda hoy de la casa dels Graus

Y cómo era, con el plano inclinado al lado. (Foto extraída del libro "Relleu fotogràfic de les mines del Berguedà")

Almorzamos encima del cargador. Hacia Ensija, el cielo se va tapando e incluso caen algunas gotas. Al final, decidimos poner rumbo al coche, subiendo por la pista. Con el calor de la tarde, las mariposas han salido y me entretengo a intentar fotografiarlas. Pasamos por el camino que va a la Creu de Fumanya. Yo no lo he seguido nunca pero Pep lo ha subido muchas veces. Así que Carles y yo nos desviamos para seguirlo y Pep nos esperará en el Pla de la Creu de Fumanya con el coche. Sigue una subida ingrata en línea recta que nos deja en el Collet Mercadal, bastante alejado del coche. Todo eso sugiere una red de comunicación que estaba montada al margen de la actual red de carreteras y habrá que investigarla.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,8 km; 350 metros de desnivel acumulado.

P.D. Hoy (24 de julio), hay un extenso reportaje de dos páginas en La Vanguardia sobre el declive en toda Europa de las poblaciones de mariposas. Se atribuye sobre todo a la pérdida de diversidad paisajística y la homogeneización de hábitats y, concretamente en la zona mediterránea, a las prolongadas sequías. En las zonas por donde caminamos, aún hay una relativa abundancia, al menos fuera de los bosques, pero soy consciente de vivir en una burbuja ecológica que no refleja la tendencia dominante.


 Algunas de las mariposas que pude fotografiar aquel día. Aquí, Vanessa cardui (Painted lady).

 Coenonympha arcania (Pearly heath)

 Brenthis daphne (Marbled fritillary)

Melanargia lachesis (Iberian marbled white)

domingo, 21 de julio de 2013

12/7/2013 – La mina de Ansovell

En sus estudios en los archivos, Pep ha recibido noticias de una mina de hierro del siglo XVIII cerca de Ansovell, que él cree que debe estar al pie del Cadí, donde se produce un cambio de estratos. Como Carles aún está en la playa, accedo a ir a buscar esta mina. Mis lectores quizás recordarán unas salidas algo frustrantes por esta zona el año pasado en busca de lo que se ha identificado como el camino Cardoner. En la primera, empezamos desde Ansovell y mientras nos acercamos al pueblo, se inicia una discusión sobre si el aparcamiento era antes o después del pueblo.

“¿No aparcamos aquí?”, pregunta Pep, señalando un pequeño espacio a la entrada del pueblo que me parece extrañamente familiar. “Yo recuerdo que entramos … y que pasamos por la iglesia”, contesto mientras doblamos una esquina y pasamos al lado de la iglesia. “Y que en la salida del pueblo, encontramos una verja y tuvimos que dar marcha atrás”, dice Pep al ver la verja que nos cierra el paso. De repente, lo recuerdo todo como si fuera ayer, cómo hicimos todo el recorrido del pueblo, primero en un sentido y luego en el sentido contrario, para aparcar en el espacio que Pep había indicado al principio.

Vista del Cadí desde el pueblo de Ansovell

Hacemos la primera subida que nos lleva al Santuario de Boscalt. Pep me señala una larga pendiente de bosque que acaba en una ‘tartera’ o pedregal al pie del Cadí: 500 metros de desnivel en línea recta. “Tiene que estar allí”, me asegura. Aprovechando que vamos por una pista llana, iniciamos una larga conversación que gira en torno a la historia y su valor para la sociedad. Tan absortos estamos en la discusión que pasamos de largo el punto de inicio de la subida y tenemos que subir por el bosque sin camino hasta llegar al Coll de les Basses.

Desde Boscalt; nuestro destino es la tartera a la derecha

A partir de aquí se inicia una subida penosa con fuerte pendiente por un camino perdedor, a veces indicado por montículos de piedras. Cada vez que levanto la cabeza, el Cadí parece igual de lejos que cuando iniciamos la subida. Además, hace calor y las moscas forman una nube alrededor de mi cabeza. Intuyendo una rebelión latente, Pep se mantiene a una distancia prudencial, nunca alejándose tanto que ya no le veo pero tampoco lo suficientemente cerca para que le pueda pedir que nos paremos un rato.

Al jabalí hay que esperarle sentado

Pero de repente la subida acaba y salimos en un extenso llano entre dos lomos. Un lago colmatado, dice Pep, es decir, un pequeño lago glaciar que se fue llenando de sedimento. Por el tamaño de los pinos, hace tiempo que no viene ningún pastor aquí pero al final del prado vemos los restos de una barraca y una pequeña ‘pleta’ o aprisco. 

 Vista del prado (Prat de l'Orri)

Y de la pleta

Y delante, una inmensa tartera y las murallas del Cadí. Pero de la mina, ni rastro. Pep quiere subir el lomo izquierdo, el más rocoso, en busca de indicios. Una vez arriba, nos paramos. Pep mira alrededor suyo con satisfacción. “Qué lugar más hermoso”, dice. “¿No sientes el poder de la piedra, la fuerza de la geología, la tozudez de la Naturaleza, el impulso imparable de la vida que lo conquista todo?”. “Sólo veo una tartera asquerosa, tengo hambre y las moscas no me dejan en paz”, contesto, pragmático.

Evidentemente, no le he dado la respuesta que quería oír porque me manda a investigar el otro lomo mientras él sube más arriba. En el otro lomo, encuentro un pequeño llano. Miro alrededor mío. Sólo veo árboles. Me planto. “Ya está bien de buscar minas”, pienso, y empiezo a comer mi bocadillo, caminando de aquí para allá para despistar a las moscas.

La tartera, vista de cerca

Al cabo de un rato, viene Pep. No ha encontrado nada. “¿Tú qué has visto?”, me pregunta. “Árboles”, contesto escuetamente.

Seguimos almorzando y luego iniciamos la bajada por el mismo sitio. Pero con el sol de mediodía, las moscas se han transformado en mariposas, cientos y cientos de mariposas y con una variedad de especies que hace mucho tiempo que no veo. Así da gusto caminar por la montaña. En el Coll de les Basses, nos desviamos para explorar algunas variantes, incluyendo un canal seco que traía agua de un torrente al Santuario de Boscalt.

Al pasar por el Santuario, Pep ve algunas piedras rojizas apiladas al lado de la pista y se fija en el tono cobrizo de la roca alrededor nuestro. Le señalo una fosa excavada el otro lado de la pista. Pep investiga un poco en el bosque. “Parece que hubo algunas prospecciones por aquí”, me informa. Se hace un silencio mientras digiere los nuevos datos. “Quizás no hacía falta subir tanto”, concluye.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,9 km; 590 metros de desnivel acumulado.

martes, 16 de julio de 2013

5/7/2013 – La vuelta de Tosa d’Alp


Esta semana, sin clase de música, tenemos todo el tiempo del mundo y accedo a ir a la Tosa d’Alp. Carles no viene; está siguiendo una cura anti-estrés en la playa con su familia. A ver si le funciona.
Aparcamos en el Coll de Pal. Hay un fuerte viento del norte, canalizado por el propio collado, que nos obliga a abrigarnos. Caminamos hacia el norte por el GR4, que sigue el torrente. Pep me muestra unos nidos de ametralladoras de piedra a la derecha, parte de la Línea Gutiérrez. Esta línea de defensas fue construida cuando se acababa la Segunda Guerra Mundial, a modo de Línea Maginot española, y debía formar una barrera infranqueable que frenaría cualquier intento de los Aliados de invadir España para derrocar el régimen de Franco. Nunca se llegó a completar pero debía haber surtido efecto igualmente, porque la temida invasión nunca llegó a materializarse.
Líneas eléctricas se mezclan con torres de telesillas mirando hacia el Coll de Pal
Quitando las torres de alta tensión que pasan por el Collado, es un paisaje eminentemente alpino pero al acercarnos al edificio de la estación de esquí de Coll de Pal, vemos que se han multiplicado las obras, con torres de telesillas y pistas de descenso, para conectar esta pequeña estación con la macroestación de La Molina.
Las telecabinas de La Molina
Amaina el viento y vuelve el calor pero el paisaje se va tecnificando cada vez más. Pasamos debajo de la telecabina, que está funcionando y al cabo de unos cientos de metros más, vemos la explicación. La estación ha gastado mucho dinero en modernizar sus instalaciones para todo tipo de deporte de invierno para también ha creado diversas rutas para descensos de bici y pronto vemos pequeños grupos de jóvenes bajando. La telecabina se utiliza para subirles hasta el punto de partida.
No puedo dejar de admirar este esfuerzo que ha transformado la montaña en una maravilla de la tecnología del entretenimiento al aire libre pero a Pep le sobra todo esto. Está buscando minas de hierro y manganeso. Cerca del Coll de la Mola, ve los pilas de tierra y piedra que delatan la presencia de la mina. Cuando llegamos, vemos una galería cortada en la roca que se mete bastante para adentro, aunque sólo la seguimos unos metros por falta de linterna.

Continuamos por la pista pero llega un momento que tenemos que subir. A veces por pista y a veces simplemente subiendo la cuesta, ganamos altura. Vemos los restos de bases de teleféricos, que parecen venir del Serrat de les Pedrusques.

Mirando hacia Cerdanya mientras caminamos hacia el Serrat de les Pedrusques

Hacemos 400 metros de desnivel, subiendo por instalaciones y pistas de esquí. Finalmente, llegamos a una pista transversal que marcha hacia el oeste. Empezamos a dejar atrás toda la parafernalia del esquí. Cerca del collado que marca la divisoria entre la cara norte y la cara sur, vemos una barraca de mineros y, un poco pasado el collado, un camino sigue la cara sur del Serrat de les Pedrusques hasta llegar a unas bocaminas y los restos de una barraca. Todavía se ven restos de la veta de mineral negro que los mineros debían buscar. Almorzamos en la sombra de una bocamina, con una vista enorme delante que abarca Coll de Jou, Penyes Altes, Pedraforca, Prat d’Aguiló y el comienzo del Cadí. Estas minas, Pep ya las conocía de una excursión anterior pero no había tenido tiempo para estudiarlas detenidamente.

Mirando hacia el Moixeró, con Penyes Altes, el Cadí y Pedraforca

Después de comer, continuamos por la pista hacia el Puig de la Mena, donde había otras dos minas, más pequeñas. Pero antes de llegar a la barraca de mineros bajo la Font de la Mena, Pep ve una explanada bajo la pista. Resulta ser un cargador. ¿Llegaría un teleférico aquí? Pero, ¿desde dónde? Pep se asoma y ve más abajo unos restos delatadores y un camino muy tenue que baja.
Vamos bajando, acercándonos a ese caos de barrancos que son les Muntanyetes. Grupos de rebecos nos ven y se apartan corriendo. Por fin llegamos abajo y en la roca vemos cuatro o cinco agujeros excavados y otra explanada para el teleférico de salida. Pep se emociona, sabía que le faltaban unas minas pero nunca creía que sería tan fácil encontrarlos. Le digo que es fruto de la experiencia. Está claro que hace décadas que no viene nadie por aquí.

 Vista de les minas tomada por Pep con la base del teleférico inferior en primer plano
 
Mirando hacia el Serrat Gran desde las minas
Seguimos un camino de flanqueo que va hacia la Mina de la Mena, la más importante y la más conocida, situada debajo de la barraca de mineros de la Font de la Mena. En los pasos más delicados, Pep se para y se asegura de que yo no cometa ninguna torpeza. “¿Ves cómo te cuido?”, me dice. “Como un polluelo”. No puedo negarlo, aunque creo que exagera mi fama de torpe. Sea como sea, llegamos a la barraca sin percances, e iniciamos el camino de flanqueo hacia Coma Floriu. Antiguamente, este camino era usado por los mineros para ir a Bagà y durante muchos años, después del abandono definitivo de las minas en los años 60, fue un camino desconocido para el gran público, que seguía obedientemente la ruta señalizada por la cresta hasta el refugio del Niu d’Áliga en Tosa d’Alp. Antes del pestivirus, era una buena ruta para ver grandes grupos de rebecos y aún hoy es fácil verlos.
Comafloriu desde la barraca de mineros


Y el arranque del camino en Comafloriu mirando hacia Tosa d'Alp
Luego el camino se publicó en un libro de rutas y luego en el mapa de Alpina y se popularizó, con cierto enfado por parte de los responsables del Parque de Cadí-Moixeró, que querían que se dejaran tranquilos los rebecos. Recorriendo hoy este camino, me parece notarlo erosionado en algunos tramos y me pregunto si será por desgaste natural o por el paso de gente, aunque hoy sólo estamos Pep y yo. Una hora después, ya estamos en el coche.
Imagen intemporal (quitando la torre de alta tensión)
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 16,4 km; 680 metros de desnivel acumulado.

sábado, 13 de julio de 2013

28/6/2013 – Buscando la casa del Sr. Moreta

Pep me expresó que ya tenía ganas de ir a la Tosa d’Alp a buscar minas. Pero aún le queda una última clase de música antes de vacaciones y no me apetecía dar la vuelta de aquella montaña al trote para estar en Berga antes de las 5 y así se lo hice saber.

Manteniendo la minería como tema central, propuse continuar con la educación de Carles y mostrarle una parte de los planos inclinados de Peguera (que nunca había visitado) (también descritos en la salida del  10/7/2011) y de paso, cerrar un tema que tenía pendiente desde hace muchos años, localizar la casa de Fortià Moreta, uno de los dueños de las minas de Peguera e impulsor del ferrocarril.

Dejamos el coche aparcado en la Collada de Palou. Desde aquí continúa el camino histórico de Cercs a Peguera por el Coll d’Hortons. Desde  aquí también salía un camino histórico hacia la zona de Carbonís que, hace unos años, fue destruido para construir una pista forestal, aparentemente para acortar el camino a unas antenas.

Desde la Collada de Palou, la pista desde Sant Jordi continúa a Cal Torner y Val-lobrega, queda un tramo del camino antiguo que bordea encima de las casas con ligera subida. Es un camino muy atractivo, ahora señalizado como parte de la Ruta Minera de Cercs.  

El camino de Peguera con les Cingles de Figols detrás

Volvemos a encontrar la pista pasada Val-lobrega y la seguimos subiendo hacia la pequeña casa de l’Erola, donde volvemos a separarnos ya que, también desde hacía tiempo, tenía curiosidad para ver si podía identificar caminos que subían hacia el Coll de Sant Ramón. Encuentro unos cuantos arranques de caminos que sugieren que podría haber un pequeño laberinto en esas cuestas. “Tenemos proyecto para el otoño”, concluye Pep.

Pasada la casa de l’Erola, marcha a la izquierda (ahora señalizado) un camino que enlaza con la pista que viene de Casanova. Al lado del camino se ven tierras de desecho de una mina y, más abajo, restos de una barraca y un paisaje muy sospechoso pero sin poder localizar de momento ninguna mina. No podemos entretenernos y continuamos bajando hacia el Torrente de Peguera. Aquí, todo es muy agreste. Dejamos para el nuevo proyecto de otoño unas colitas que ya tenía de hace años. Empezamos a entrar en el hayedo, cruzamos el torrente y subimos hacia la pista de Casanova.

Giramos a la izquierda y caminamos por la pista hasta ver el camino que sube a la vía de tren. Ahora forma parte (aunque de un modo algo anacrónico) del Camí dels Bons Homes, una ruta de Berga a Montsegur que aprovecha la moda de los cátaros.

La vía de tren

Llegamos arriba y entramos en la vía. Nunca me canso de venir aquí y cada vez que vengo, comprendo cada vez más el esfuerzo y la calidad técnica de esta obra de ingeniería. Pep explica a Carles cómo se hacía la vía con la pendiente justa para que los vagones bajaran por gravedad sin descontrolarse, con un hombre en el vagón de delante con una palanca de freno, y luego se hacían subir arrastrados por mulas.

Una foto que ilustra el uso del ferrocarril y el paisaje de aquel tiempo. (Extraída del libro "Els Trens del Berguedà")

El esfuerzo empieza a pasar factura y pregunto a Carles si ha traído cacahuetes o algo para picar. “Te iba a preguntar lo mismo”, me contesta. Los dos miramos a Pep, pero tampoco tiene nada para darnos. Habiendo agotado las reservas energéticas de fácil disponibilidad, sólo nos queda quemar la grasa y nos volvemos a poner en marcha.

“Apartaos”, grita Pep de repente y se lanza a un lado. Yo también salto, pensando que ha visto venir una jauría de jabalís enloquecidos. Espero un segundo, dos segundos. No viene nada. “¿Qué pasa?”, pregunto a Pep, perplejo. “Que viene el tren”, me contesta.  Antes de jubilarse, no hacía esos juegos.

Vista del valle de Val-lobrega desde la vía, con el Sobrepuny detrás

Seguimos caminando por este camino totalmente recomendable, pasando un pequeño túnel post-cátaro, hasta llegar al cargador del Grau. Aquí volvemos a cruzar el lecho del torrente y buscamos la pista de Peguera a Coll d’Hortons. 

La unión de la vía de tren con el camino que viene de l'Estany

Ya en la pista, pasamos los restos de un edificio y un plano inclinado que bajaba al cargador. Poco antes de llegar al Coll d’Hortons, marcha una pista casi borrada hacia la derecha y la bajamos. Vemos una estructura en el bosque a la derecha pero continuamos por la pista, pensando que nos llevará a la casa. Pero no, la pista se muere sin que el bosque nos deje ver nada más. Volvemos a subir y caminamos hacia el edificio que vimos.

Es una estructura grande, alargada. Seguimos bajando por terrazas con muros de piedra. Vemos una especie de cisterna y otras estructuras pequeñas y finalmente otro edificio alargado, con muchas estancias. Es la casa y las oficinas. Es impresionante que se haya construido todo eso en medio de la nada.

 Un detalle de las ruinas de la casa, perdidas en el bosque

Y una foto de todo el complejo en su momento de esplendor. (Extraida del libro "Relleu fotogràfic de les Mines del Berguedà")

Y la vista del valle desde la casa

Subimos al collado y nos acomodamos los tres en un tronco caído. Yo en el medio, Pep a mi derecha y Carles a mi izquierda. Saco la botella de cerveza y empiezo a verterla en la taza de Pep. “¿Qué tienes en el brazo?”, me pregunta Carles desde mi izquierda. Con la botella peligrosamente inclinada, desvío la vista y veo una mancha roja grande en el brazo. ¡Me estoy desangrando! “¡Estiguis pel cas!”, grita Pep desde mi derecha. “La sangre se puede recuperar, con una transfusión si hace falta, pero la cerveza que cae al suelo se pierde para siempre”. Vuelvo a centrarme en la botella. “Perdona, Pep”, digo. “Tienes razón”.

Por suerte, todo ha quedado en un susto. Después de comer, es hora de ponernos en marcha otra vez. Llegamos al Coll d’Hortons, donde acaba la pista y se inicia una larga bajada con curvas interminables hasta llegar a la Font del Paulàs. Desde aquí, sólo queda deshacer el camino ya hecho hasta el coche.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 13,6 km; 630 metros de desnivel acumulado.

martes, 2 de julio de 2013

21/06/2103 – La Cingle de la Por

Querido lector, ¡cuántas cosas han pasado desde la última vez que salimos! Patum, viajes, mal tiempo, gripes. Pero hoy por fin parece que podremos salir. Advierto a Pep que ni yo ni Carles nos sentimos en buenas condiciones físicas para enfrentarnos a los escarpados caminos de Picancel, después de todo lo que ha pasado. "Iremos a donde tú digas", me había dicho magnánimamente por teléfono dos días antes. "Luego lo hablamos en el Mikado".

Una vez en el Mikado, Pep nos dice que arriba todavía hay mucha nieve y más vale continuar con el Picancel, como no hace mucho calor, y concretamente el camino de Sant Miquel pasando por la Casa del Bosc. Miro a Pep estupefacto pero como Carles tampoco protesta, pienso que igual sí será buen momento para ponerme a prueba.

Henos por enésima vez en el Pont del Climent. Pero en vez de ir directamente al Portell de l'Ovellar, Pep propone ir a la Casa del Bosc por el camino al Coll del Biel; sospecha que el Portell de l'Ovellar es una creación relativamente reciente y cree que el camino tradicional pasaba por el Coll.

Una vez pasado el puente, tomamos un camino poco marcado que sube en diagonal hasta el Coll del Biel. Desde aquí, se ve un profundo valle creado por el Rec del Coll del Tell y, al otro lado, un llano intermedio donde en otros tiempos se habría visto el tejado de la Casa del Bosc.

Bajamos al fondo del valle, cruzamos el torrente y tras algunas dudas, encontramos el camino que sube a la casa. Visible, sólo queda una cisterna rectangular de agua cortada en la roca. Hay algunas piedras de la casa escondidas en la vegetación al lado.

La pequeña cisterna de la Casa del Bosc. Las paredes de la casa están escondidas en la vegetación atrás.

La primera vez que hice esta ruta fue una excursión de verano al Serrat de Migdia hace casi 20 años, con mi esposa y mi hijo, todavía niño. Recuerdo el calor, lo empinado del camino y las quejas justificadas de mi familia. Ahora, con la madurez, entiendo que todo es cuestión de dosificarse, disfrutar de los tramos planos o de poca pendiente, acometer las subidas con la velocidad adecuada y saber leer el entorno. 

Camino a la Cingle de la Por

El nombre de la Cingle de la Por (Roca del Miedo) viene de una pared infranqueable que cierra el Torrent Fred con una salida por el Collet dels Pins al oeste y el Grau de Rosa al este. Es un lugar oscuro, con cierto aire siniestro, creado sobre todo por una haya centenaria que impedía que entrara la luz. Decían las leyendas que aquí se reunían las brujas locales.

Muerte de un gigante. Lo que queda del haya monumental en la Cingle de la Por.

Pero al situarnos en la hondonada debajo de la pared, vemos que algo ha cambiado desde la última vez que estuvimos aquí. La última subida ya no se ve tenebrosa sino perfectamente iluminada por la luz del día y hay un caos de ramas y troncos cortados con sierra. Un camino ha sido abierto entre los restos de árboles; la gran haya habrá caído en una de las tormentas de esta primavera y arrastrado con ella el resto de los árboles. "La Cingle de la Por ja no fa por", pienso a modo de obituario.

Llegamos al pie de la roca. El cielo se ha ido nublando y para evitar problemas mayores, Pep declara que es el momento de dar la vuelta. Propone comer en la Casa del Bosc. Para gran sorpresa mía, he subido sin grandes dificultades pero Carles aún acusa los efectos del virus y cuando llegamos otra vez a la Casa del Bosc, con el descenso al Portell de l'Ovellar a la vista, confiesa que se siente agotado. Come su bocadillo en silencio, sin duda pensando en el retorno a casa, donde le esperan una cama con sábanas limpias, un té reconfortante y un par de aspirinas. Pero a Pep todavía le queda un lugar por visitar: una cueva detrás de la casa. Con una paciencia encomiable por parte de Carles, ponemos rumbo al norte por los antiguos campos de la casa, invadidos por el bosque. Seguimos un camino prácticamente borrado hasta llegar a un pequeño hueco en la roca utilizado por el carbonero y con la tierra todavía negra de donde hizo fuego hará quizás unos 70 años. Empalmamos con otro camino que bajaba de las carboneras en el Racó del Pic de Perris y luego con el camino señalizado que baja del Coll de Tell.

 
División de caminos. A la izquierda, al Coll de Tell. A la derecha, a la Casa del Bosc.

Comienzan a caer gotas de lluvia pero, ahora sí, nos encaminamos hacia el Portell de l'Ovellar, una brecha abierta en la roca que crea una ruta casi en línea recta con el Monasterio de la Portella. 

 La entrada en el Portell de l'Ovellar desde el sur

Y desde el norte

Pep muestra la forma semicircular del barreno taladrado en la roca para poner la dinamita. "Aquí está la prueba irrefutable. Este camino se abrió con explosivos y antes las rutas eran otras", sentencia. "Dilo en tu blog". Del dicho al hecho.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 5,25 km; 550 metros de desnivel acumulado.