Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 21 de julio de 2013

12/7/2013 – La mina de Ansovell

En sus estudios en los archivos, Pep ha recibido noticias de una mina de hierro del siglo XVIII cerca de Ansovell, que él cree que debe estar al pie del Cadí, donde se produce un cambio de estratos. Como Carles aún está en la playa, accedo a ir a buscar esta mina. Mis lectores quizás recordarán unas salidas algo frustrantes por esta zona el año pasado en busca de lo que se ha identificado como el camino Cardoner. En la primera, empezamos desde Ansovell y mientras nos acercamos al pueblo, se inicia una discusión sobre si el aparcamiento era antes o después del pueblo.

“¿No aparcamos aquí?”, pregunta Pep, señalando un pequeño espacio a la entrada del pueblo que me parece extrañamente familiar. “Yo recuerdo que entramos … y que pasamos por la iglesia”, contesto mientras doblamos una esquina y pasamos al lado de la iglesia. “Y que en la salida del pueblo, encontramos una verja y tuvimos que dar marcha atrás”, dice Pep al ver la verja que nos cierra el paso. De repente, lo recuerdo todo como si fuera ayer, cómo hicimos todo el recorrido del pueblo, primero en un sentido y luego en el sentido contrario, para aparcar en el espacio que Pep había indicado al principio.

Vista del Cadí desde el pueblo de Ansovell

Hacemos la primera subida que nos lleva al Santuario de Boscalt. Pep me señala una larga pendiente de bosque que acaba en una ‘tartera’ o pedregal al pie del Cadí: 500 metros de desnivel en línea recta. “Tiene que estar allí”, me asegura. Aprovechando que vamos por una pista llana, iniciamos una larga conversación que gira en torno a la historia y su valor para la sociedad. Tan absortos estamos en la discusión que pasamos de largo el punto de inicio de la subida y tenemos que subir por el bosque sin camino hasta llegar al Coll de les Basses.

Desde Boscalt; nuestro destino es la tartera a la derecha

A partir de aquí se inicia una subida penosa con fuerte pendiente por un camino perdedor, a veces indicado por montículos de piedras. Cada vez que levanto la cabeza, el Cadí parece igual de lejos que cuando iniciamos la subida. Además, hace calor y las moscas forman una nube alrededor de mi cabeza. Intuyendo una rebelión latente, Pep se mantiene a una distancia prudencial, nunca alejándose tanto que ya no le veo pero tampoco lo suficientemente cerca para que le pueda pedir que nos paremos un rato.

Al jabalí hay que esperarle sentado

Pero de repente la subida acaba y salimos en un extenso llano entre dos lomos. Un lago colmatado, dice Pep, es decir, un pequeño lago glaciar que se fue llenando de sedimento. Por el tamaño de los pinos, hace tiempo que no viene ningún pastor aquí pero al final del prado vemos los restos de una barraca y una pequeña ‘pleta’ o aprisco. 

 Vista del prado (Prat de l'Orri)

Y de la pleta

Y delante, una inmensa tartera y las murallas del Cadí. Pero de la mina, ni rastro. Pep quiere subir el lomo izquierdo, el más rocoso, en busca de indicios. Una vez arriba, nos paramos. Pep mira alrededor suyo con satisfacción. “Qué lugar más hermoso”, dice. “¿No sientes el poder de la piedra, la fuerza de la geología, la tozudez de la Naturaleza, el impulso imparable de la vida que lo conquista todo?”. “Sólo veo una tartera asquerosa, tengo hambre y las moscas no me dejan en paz”, contesto, pragmático.

Evidentemente, no le he dado la respuesta que quería oír porque me manda a investigar el otro lomo mientras él sube más arriba. En el otro lomo, encuentro un pequeño llano. Miro alrededor mío. Sólo veo árboles. Me planto. “Ya está bien de buscar minas”, pienso, y empiezo a comer mi bocadillo, caminando de aquí para allá para despistar a las moscas.

La tartera, vista de cerca

Al cabo de un rato, viene Pep. No ha encontrado nada. “¿Tú qué has visto?”, me pregunta. “Árboles”, contesto escuetamente.

Seguimos almorzando y luego iniciamos la bajada por el mismo sitio. Pero con el sol de mediodía, las moscas se han transformado en mariposas, cientos y cientos de mariposas y con una variedad de especies que hace mucho tiempo que no veo. Así da gusto caminar por la montaña. En el Coll de les Basses, nos desviamos para explorar algunas variantes, incluyendo un canal seco que traía agua de un torrente al Santuario de Boscalt.

Al pasar por el Santuario, Pep ve algunas piedras rojizas apiladas al lado de la pista y se fija en el tono cobrizo de la roca alrededor nuestro. Le señalo una fosa excavada el otro lado de la pista. Pep investiga un poco en el bosque. “Parece que hubo algunas prospecciones por aquí”, me informa. Se hace un silencio mientras digiere los nuevos datos. “Quizás no hacía falta subir tanto”, concluye.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,9 km; 590 metros de desnivel acumulado.

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