En
sus estudios en los archivos, Pep ha recibido noticias de una mina de hierro
del siglo XVIII cerca de Ansovell, que él cree que debe estar al pie del Cadí,
donde se produce un cambio de estratos. Como Carles aún está en la playa,
accedo a ir a buscar esta mina. Mis lectores quizás recordarán unas salidas
algo frustrantes por esta zona el año pasado en busca de lo que se ha
identificado como el camino Cardoner. En la primera, empezamos desde Ansovell y
mientras nos acercamos al pueblo, se inicia una discusión sobre si el
aparcamiento era antes o después del pueblo.
“¿No
aparcamos aquí?”, pregunta Pep, señalando un pequeño espacio a la entrada del
pueblo que me parece extrañamente familiar. “Yo recuerdo que entramos … y que
pasamos por la iglesia”, contesto mientras doblamos una esquina y pasamos al
lado de la iglesia. “Y que en la salida del pueblo, encontramos una verja y
tuvimos que dar marcha atrás”, dice Pep al ver la verja que nos cierra el paso.
De repente, lo recuerdo todo como si fuera ayer, cómo hicimos todo el recorrido
del pueblo, primero en un sentido y luego en el sentido contrario, para aparcar
en el espacio que Pep había indicado al principio.
Vista del Cadí desde el pueblo de Ansovell
Hacemos
la primera subida que nos lleva al Santuario de Boscalt. Pep me señala una
larga pendiente de bosque que acaba en una ‘tartera’ o pedregal al pie del Cadí: 500
metros de desnivel en línea recta. “Tiene que estar allí”, me asegura.
Aprovechando que vamos por una pista llana, iniciamos una larga conversación
que gira en torno a la historia y su valor para la sociedad. Tan absortos estamos en la discusión que pasamos de largo el punto de inicio de la subida y
tenemos que subir por el bosque sin camino hasta llegar al Coll de les Basses.
Desde Boscalt; nuestro destino es la tartera a la derecha
A
partir de aquí se inicia una subida penosa con fuerte pendiente por un camino
perdedor, a veces indicado por montículos de piedras. Cada vez que levanto la
cabeza, el Cadí parece igual de lejos que cuando iniciamos la subida. Además,
hace calor y las moscas forman una nube alrededor de mi cabeza. Intuyendo una
rebelión latente, Pep se mantiene a una distancia prudencial, nunca alejándose
tanto que ya no le veo pero tampoco lo suficientemente cerca para que le pueda pedir
que nos paremos un rato.
Al jabalí hay que esperarle sentado
Pero
de repente la subida acaba y salimos en un extenso llano entre dos lomos. Un
lago colmatado, dice Pep, es decir, un pequeño lago glaciar que se fue llenando
de sedimento. Por el tamaño de los pinos, hace tiempo que no viene ningún
pastor aquí pero al final del prado vemos los restos de una barraca y una
pequeña ‘pleta’ o aprisco.
Vista del prado (Prat de l'Orri)
Y de la pleta
Y delante, una inmensa tartera y las murallas del
Cadí. Pero de la mina, ni rastro. Pep quiere subir el lomo izquierdo, el más
rocoso, en busca de indicios. Una vez arriba, nos paramos. Pep mira alrededor
suyo con satisfacción. “Qué lugar más hermoso”, dice. “¿No sientes el poder de
la piedra, la fuerza de la geología, la tozudez de la Naturaleza, el impulso
imparable de la vida que lo conquista todo?”. “Sólo veo una tartera asquerosa,
tengo hambre y las moscas no me dejan en paz”, contesto, pragmático.
Evidentemente,
no le he dado la respuesta que quería oír porque me manda a investigar el otro
lomo mientras él sube más arriba. En el otro lomo, encuentro un pequeño llano.
Miro alrededor mío. Sólo veo árboles. Me planto. “Ya está bien de buscar minas”,
pienso, y empiezo a comer mi bocadillo, caminando de aquí para allá para
despistar a las moscas.
La tartera, vista de cerca
Al
cabo de un rato, viene Pep. No ha encontrado nada. “¿Tú qué has visto?”, me
pregunta. “Árboles”, contesto escuetamente.
Seguimos
almorzando y luego iniciamos la bajada por el mismo sitio. Pero con el sol de
mediodía, las moscas se han transformado en mariposas, cientos y cientos de
mariposas y con una variedad de especies que hace mucho tiempo que no veo. Así
da gusto caminar por la montaña. En el Coll de les Basses, nos desviamos para
explorar algunas variantes, incluyendo un canal seco que traía agua de un
torrente al Santuario de Boscalt.
Al
pasar por el Santuario, Pep ve algunas piedras rojizas apiladas al lado de la
pista y se fija en el tono cobrizo de la roca alrededor nuestro. Le señalo una
fosa excavada el otro lado de la pista. Pep investiga un poco en el bosque.
“Parece que hubo algunas prospecciones por aquí”, me informa. Se hace un
silencio mientras digiere los nuevos datos. “Quizás no hacía falta subir tanto”,
concluye.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,9
km; 590 metros de desnivel acumulado.
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