Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



lunes, 20 de agosto de 2018

6/7/2018 – El camino de Aranyonet a Sant Jaume de Frontanyà


El 22 de junio, fuimos a Montgrony e hicimos la vuelta clásica del macizo, pasando por el Mal Pas (ahora con las barandillas, Bon Pas) y el Forat del Sant Ou (“¿Irías a buscar el móvil si cayera dentro?”, me preguntó Pep, más que nada como planteamiento filosófico). Con vistas espectaculares hacia el sur y el santuario pegado a las paredes verticales y la iglesia románica de Sant Pere encima son una maravilla, pero nos marchamos sabiendo que no es territorio nuestro de estudio y que allí somos simples turistas.

Durante las próximas dos semanas, Pep participa en una campaña de excavación del castillo de Berga y no puede venir. La semana siguiente, no nos va bien ni a mí ni a Carles pero esta semana, propongo a Carles que acabemos de seguir el camino de Aranyonet a Sant Jaume de Frontanyà.

En la salida del 27 de abril, seguimos este camino hasta el Coll de l’Oliba y Pep señaló un surco en la pendiente que sería su continuación hacia el sureste. Después de un intento fallido de llegar con la furgoneta de Carles al aparcamiento habitual en el cruce de pistas delante de la casa del Boix por el estado deteriorado de la pista tras las lluvias recientes, aparcamos al inicio de la pista en la carretera de La Pobla de Lillet a Sant Jaume de Frontanyà.

Cuando llegamos al Coll de l’Oliba, volvemos a desplegar el mapa del Ejército y, esta vez sentados, lo estudiamos con atención. En el mapa, se ve el camino que nos interesa, que sube hacia el sureste antes de girar hacia el suroeste y unirse con el camino que va a Palomera desde el Pas de les Baumes. Este último camino ahora es una pista forestal y, mirando el mapa, parece que el tramo final del camino desde el Coll de l’Oliba también sería una pista que tenía marcada en mi mapa.

El mapa del Ejército; las estrellas marcan el Coll de l'Oliba y el Pas de les Baumes, respectivamente

Entramos en el camino y cualquier duda que pudiera haber al comienzo se desvanece. Es un camino auténtico; incluso han sobrevivido algunos tramos de empedrado. Vamos subiendo con pendiente constante hacia el suroeste y, en un pequeño llano, vemos una bifurcación: hacia la izquierda sería seguramente el camino de Castellet y, hacia la derecha, sigue subiendo el nuestro.

Vista de los campos de l'Oliba, subiendo por el camino de Sant Jaume de Frontanyà

Llegamos a una pista transversal pero tengo la sensación de que nuestro camino ha cambiado ligeramente su trayectoria y sube más en línea recta hacia el sur. Al otro lado de la pista, se ve un camino que parece continuar pero enseguida nos damos cuenta de que es un camino de arrastrar troncos y acaba difuminándose en el bosque. Salimos a otra pista transversal y giro hacia la izquierda, intentando encontrar dónde perdimos el camino. Volvemos a subir la cuesta, esta vez sin camino, con la idea de cruzar el camino auténtico que, ahora estamos seguros, tendría que venir desde nuestro izquierdo.

Carles, que normalmente es un lince para ver estas cosas, no da con bola. “¿Será que sin Pep perdemos todos nuestros poderes?”, me pregunto. Pero me resisto a atribuir cualidades mágicas a alguien tan científico como Pep e intento comprender porqué un camino que parecía tan claro de repente se queda en nada.

Salimos en la pista que se une con la de Palomera y vuelvo a mirar el mapa de Carles con atención. “Creo que estamos en el camino ahora y el punto de cambio de dirección lo tenemos que buscar en el torrente, a nuestra izquierda”, concluyo.

Pero primero decido saldar una deuda que tengo con Carles y con mis lectores. Sin duda, el lector recordará la salida del 31 de diciembre de 2010 cuando llevé a Carles y Josep Mª al Pas de les Baumes desde el Coll de Sant Jaume. Al ser el Pas de les Baumes el punto más alejado del coche, dimos la vuelta cuando el camino iniciaba su descenso. Hoy tengo la oportunidad de hacer el tramo que nos faltó y así cerrar el círculo.

Por eso giramos a la derecha. Llegamos a la unión de pistas y continuamos. Entramos en el camino y pasamos al lado de los pequeños huecos que han dado al lugar su nombre, con el precipicio a nuestra derecha, suavizado por los árboles, y vistas espectaculares hacia el norte. Damos la vuelta justo en el punto donde el camino gira para subir al Coll de la Creu d’en Soler.

El camino del Pas de las Baumes, mirando hacia el Oeste

Volvemos atrás y justo en el torrente, Carles ve el camino que baja. Ahora parece que ha recuperado sus poderes de cazacaminos y ya no lo volvemos a perder … hasta llegar a la última pista transversal. Tendría que girar a la izquierda pero no lo vemos y acabamos en el camino de Castellet, aquel de la bifurcación. Giro a la izquierda y justo antes de nuestra bifurcación, veo el camino que sube hacia el sureste. Es la bifurcación auténtica y la seguimos hasta ver una trayectoria clara hacia el torrente. La bifurcación ‘falsa’ era un camino de arrastrar troncos que nos engañó y nos dejó tirados en la cuesta.

Vamos a las ruinas de Castellet, donde comemos, y, a pesar de un cielo cada vez más amenazador, miro unos arranques de camino que dejamos en la salida del 27 de abril. Se mueren todos pero sí encontramos unas estructuras posiblemente medievales, adosadas a unas rocas encima de una zona extensa de cultivo.

Estructuras extrañas cerca de Castellet

Llegamos otra vez al Coll de l’Oliba y en vez de seguir el camino antiguo al Boix, decido innovar, bajando en línea recta por los campos. Todo va bien hasta que me doy cuenta que las vacas que habíamos visto pastando en realidad son toros negros. Sé que YouTube está lleno de vídeos de toros que juegan con perros y vienen trotando a buscar caricias, pero ¿quién me puede asegurar que los nuestros serán como aquellos? Nuestros intentos de evitarlos nos llevan directo al precipicio y nos vemos obligados a bajar, acercándonos peligrosamente a los toros que, todo sea dicho, nos tratan con una indiferencia total.

Llegamos a este salto y tuvimos que bajar otra vez hacia los toros

Por fin, vemos un camino de escapatoria pero en vez de cruzar el Torrent del Sabuc, gira hacia el norte y nos hace alargar la ruta al menos un kilómetro y medio más. Ahora solo queda una valla que nos separa de la pista que nos llevará de vuelta al coche. Con toros en un lado y caballos en el otro, tiene que estar electrificada pero veo que Carles levanta la pierna y pasa sin problemas. Pruebo de hacer lo mismo y siento como si me hubieran dado una patada en el muslo y acabo arrastrándome por debajo de la valla. “¿Cuánto mides?”, le pregunto cuando consigo atraparle. “1,82”. “Ya me parecía”. Ha sido una salida complicada.

Vista del Pas de las Baumes desde El Boix

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11,7 km; 605 metros de desnivel acumulado.

viernes, 3 de agosto de 2018

15/6/2018 – Buscando el camino de Aranyonet a Gombrèn


Hoy, retomamos el plan frustrado de la semana anterior. Y el éxito parece asegurado porque Carles trae un mapa antiguo del Ejército donde se ven claramente los caminos que queremos seguir. Aparcamos nuevamente en el Coll de Merolla. Hoy es el primer día que pongo crema solar y nada más bajar del coche, constato que este año será un buen año para las orquídeas; se ven por todas partes.

El mapa del Ejército. La tres estrellas marcan puntos clave: Coll de l'Arç, Solanllong y la unión de los caminos de Gombrèn y Solanllong

Nos plantamos nuevamente en el Coll de l’Arç. En la salida del 11 de mayo, mientras yo seguía el camino a la ‘artiga’, Pep y Carles continuaron por la pista hacia Solanllong, hasta unas ruinas que identificaron como Casanova. En el mapa antiguo, un poco después de Casanova, el camino se bifurca; el ramal derecho enlaza con Solanllong y el izquierdo es el camino a Gombrèn.

Hoy, caminamos por esta pista. Pep me muestra unos escasos restos de una casa, borrada por la pista. “Casanova”, me informa, y continuamos. Constatamos dos casas más, seguramente medievales, cerca de la pista pero la bifurcación, no la acabamos de ver. “Igual nos despistamos mientras anotábamos las casas y no vimos la bifurcación”, aventura Carles. Bajamos hacia la derecha con la idea de cruzar en ángulo recto el camino de Solanllong, pero solo vemos campos, bosque y caminos de animales.

Subimos otra vez hasta la pista y llegamos hasta el final. Continúa un camino señalizado con marcas amarillas que baja con cierta pendiente hacia la casa de Solanllong, que se ve abajo. Los restos del camino antiguo pasan por un ‘grau’ encima nuestro, así que su autenticidad está fuera de duda.

Pep pone en palabras lo que todos estamos empezando a sospechar: que hemos seguido desde el primer momento el camino de abajo y lo que no hemos visto es el camino que cruza la sierra hacia Gombrèn. Giramos hacia  la izquierda con la misma idea pero al revés: cortar en ángulo recto el camino de Gombrèn. Pasando por antiguos campos, llegamos hasta la cresta y caminamos hacia el oeste, nuevamente hacia el Coll de l’Arç. Con el surco profundo de un collado a la vista, damos la vuelta, sin haber visto nada convincente y caminamos otra vez hacia el este por la cresta, a ver si vemos por donde cruza el camino hacia el noreste.

Finalmente, la cresta inicia el descenso hacia Can Vilar. Aún no hemos encontrado nada. A la izquierda, se ve la explanada de carga de una pista. Me paro un momento para fotografiar unas orquídeas y cuando me reúno con Pep y Carles, están sentados bajo la sombra, estudiando el mapa. “Quizás mejor haber empezado por allí”, pienso. “Aquí se han dado demasiadas cosas por supuesto”.

“Con la hora que es, tenemos que elegir”, dice Pep. “O intentamos buscar este camino de Aranyonet o tiramos la toalla y vamos al camí ral de Gombrèn al Col de Merolla”. “El camí ral lo podemos hacer cualquier día. Ahora forma parte del GR”, argumento, mientras estudio el mapa. “La clave está en ese collado”, y señalo el punto. “A partir de aquí, siempre cara norte. Y nosotros hemos estado por la cara sur. Yendo hacia Can Vilar, tenemos que cruzarlo”.

Can Vilar

“Así es”, admite Pep. “Es la prueba de que no se pueden mirar los mapas antiguos de prisa y de pie”. Bajamos hasta la pista que lleva a Solanllong y giramos al norte. Con Can Vilar a la vista delante nuestro, al otro lado del valle, vemos un camino que ha sido cortado por la pista. Bajamos a la derecha y poco después, vemos que este camino entronca con otro que va paralelo a la pista. Hemos encontrado la unión de los dos caminos. Damos la vuelta y subimos hacia arriba. Cruzado la pista, el camino sube con zigzags amplios y aunque está cortado por mil sitios por los surcos creados al arrastrar troncos, no hay duda de que, ahora sí, es nuestro camino.

Llegamos a la explanada de carga que vimos en el descenso, sin darnos cuenta de su importancia. A partir de aquí, una pista antigua en línea recta sube por la trayectoria del camino hacia la cresta, donde se divisa un collado amplio. En cierto momento, el camino deja la pista y, ahora más perdedor, sube con más pendiente hacia el collado. Aquí comemos.

Miro el track marcado en el GPS. Cuando estábamos caminando por la cresta sin rumbo, nos quedamos a 60 metros del collado. “Si hubiéramos caminado 30 metros más hasta ver el fondo del collado, habríamos visto el camino”, anuncio. Pep y Carles me miran en silencio. A veces es mejor pasar página.

Volviendo a Coll de l'Arç. El camino, medio borrado, ocupa el espacio entre dos bancales

Continuamos por el camino, ahora muy tapado, que sigue la línea superior de los campos hacia el Coll de l’Arç. Otro camino que sería magnífico si se limpiara. Salimos de las zarzas y allí delante nuestro, vemos las ruinas de una casa más moderna. ¡Es la Casanova auténtica! Y muy cerca, encontramos la bifurcación hacia Solanllong, 20 metros encima de la pista. ¡Íbamos engañados desde el primer momento!

Las ruinas de Casanova

“Seguir caminos es muy fácil cuando sabes dónde están”, resume Carles. Volvemos al Coll de Merolla por la pista. El bosque es un festival de orquídeas.



Diferentes especies de orquídea

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,7 km; 470 metros de desnivel acumulado.

jueves, 2 de agosto de 2018

8/6/2018 – El camino de Cal Costa


El día 18 de mayo, hicimos una salida más bien académica detrás de la casa de Merolla. Pep tenía unos topónimos en documentos antiguos y una casa llamada Bruc entre Merolla y Comas. Una casa, seguramente medieval, sí la encontramos prácticamente en la valla que marca el linde entre las dos propiedades.

Ahora a Pep solo le queda una salida más a esta zona: seguir el camino de Aranyonet a Gombrén y volver por el camí ral que sube el valle hasta el Coll de Merolla. Y eso precisamente es la tarea que nos disponemos a hacer hoy, después de la parada obligada por la Patum, indudablemente la más amarilla de su historia. Y con el telón de fondo de la caída inesperada del gobierno de Rajoy, impulsada por la sentencia del Gürtel, a pesar de los intentos peperos de dejarla en “unos casos aislados de corrupción”.

Pero la carretera a La Pobla de Lillet está cerrada, con una excavadora trabajando en la talud. “Hay unas piedras que amenazan por caerse”, nos explica el operario. “Igual tenemos para media hora o más”.

“No podemos estar aquí esperando”, dice Pep, exasperado. “Tengo una charla en Berga a las 7 sobre un trozo de cerámica”. “Seguro que será fascinante”, pienso, mientras busco en mi cabeza un lugar dónde ir. De repente, se me enciende una luz. “¿Os acordáis de ese camino que nos quedó por ver en Cal Costa? Hoy lo podemos hacer”. El lector seguramente aún tendrá fresca en la memoria la salida que hicimos a finales de 2015 por el camino de Cal Costa y luego subimos por una pendiente infernal hasta el mirador de Gresolet. Mientras hacíamos un descanso en la casa de Cal Costa, vimos un camino que iba claramente hacia abajo y que no teníamos en nuestros mapas.

Aparcamos en la pista que va a Gresolet, cerca del molino de Cal Ferrer. Subimos el camino señalizado hacia Saldes, en una línea casi recta y con pendiente constante. No es la primera vez que subo este camino pero no lo recordaba ni tan largo ni tan empinado, ya que nos hace subir 150 metros de desnivel de golpe. Como siempre, Pep y Carles van 5 pasos por delante, repasando detalles históricos.

Pedraforca vista desde debajo del castillo

Salimos en la pista debajo del castillo. “Tiene que haber un camino que sube directamente al castillo, sin dar esos rodeos que hace la pista”, musita Pep. Sin demasiadas dificultades, Carles la encuentra, abandonado, olvidado, subiendo la cresta hasta el castillo.

Pep y Carles vuelven a repasar el recinto fortificado. Si se calcula a partir de los restos de la muralla, tenía un tamaño considerable; toda una ostentación de poder terrenal. Una casa del siglo XVIII o XIX construida dentro del recinto crea la ilusión de que es más pequeño.

Subiendo hacia el castillo

Pasamos detrás, entrando en esos campos de aspecto tan antiguo. En un rincón, Pep encuentra los restos de una casa medieval. Ahora sabemos que la antigüedad es algo más que una impresión estética.

Entramos en el camino de Cal Costa. Tiene todo el encanto de siempre pero a medida que nos acercamos a la casa, nos damos cuenta de que algo ha cambiado desde 2015. La larga pista que llegaba a la casa desde Saldes ha sido alargada un poco más, por lo menos hasta el collado que marca la larga cresta que se llama Feixatella. En el proceso, ha destruido el camino. Yo aún recordaba ese camino, siguiendo una estrecha repisa en el límite de los campos. Al ser un camino rocoso expuesto al sol, crecían muchas flores entre las rocas y era curiosa ver cómo el camino iba buscando el mejor sitio por donde pasar. Ahora es una pista homogénea y aburrida; tierra y piedra excavada por una máquina y aplanada para que puedan pasar 4 ruedas o 2 orugas.

El nuevo tramo de pista detrás de Cal Costa. Debajo, se ve lo que queda del camino, sepultado por la pista

Y mientras comemos al lado de la casa, me pongo a pensar. Este camino forma parte de las rutas de senderismo que promociona el Ayuntamiento de Saldes. Y esos “Planes de Mejora Forestal” también son responsabilidad del Ayuntamiento, ya que afectan los bosques de propiedad municipal, aunque el dinero venga de otro lugar. Y me pregunto: “¿Qué es lo prioritario? ¿Promover el turismo de naturaleza o explotar el bosque por su biomasa? Porque, mecanizando la explotación de esta manera, las dos cosas no se pueden hacer al mismo tiempo. ¿No se hablan el Concejal de Caminos Bonitos y el Concejal de Cortar Árboles y Abrir Pistas?”. Sospecho que, en esos pueblos pequeños, son la misma persona.

Iniciamos el descenso por el camino desconocido. Tiene unas marcas medio borradas de color verde y blanco de sendero local. Empieza a zigzaguear, pasando por antiguos campos perdidos en el bosque, con las paredes de piedra seca aún intactas. 

Los campos debajo de Cal Costa

Cruza una pista antigua y sigue bajando, ahora en línea recta. Pasamos por una tejería, delatada por las tejas rotas en el suelo. Las vacas también usan el camino y, con esta tierra arcillosa, ahora es fangosa y resbaladiza. Finalmente, se convierte en pista, con bastante pendiente. Va siguiendo el torrente en su descenso. Relaja oír el sonido del agua y las pequeñas cascadas. Y debajo de algunas de las cascaditas, hay una pequeña charca, donde el torrente se ensancha y el agua pierde su fuerza. Y aquí, se han hecho pequeños ramales de la pista, que cruzan el agua y entran de lleno en la cuesta al otro lado, dejando un caos de árboles tumbados y ramas rotas.

“¿Por qué ese afán de los humanos de estropear las cosas bonitas?”, me pregunto. “¿Qué ganan con empujar una máquina 5 metros sobre el agua?”. Dejo sin resolver estos misterios de la ingeniería forestal. A Pep y Carles ya les he perdido de vista, intentando bajar sin caerme en ese fango resbaladizo. Y cuando llego a la pista de Gresolet, tampoco les veo. Giro a la derecha hacia el coche y camino a ritmo vivo. Sigo sin verlos y me entran visiones de aquel día de junio del año pasado en Meranges, cuando me dejaron tirado en medio de la nada en plena tormenta.

En las rocas más húmedas y frías al lado de la pista, hay auténticas alfombras de oreja de oso. Esta flor, antes tan escasa, ahora se encuentra en casi cualquier roca que mire hacia el norte y, en esta época del año, produce una flor muy bonita de color amarillo y lila. Llego al coche. 

Oreja de oso

Esta vez, no se han marchado y yo tampoco me alejo del coche. Al cabo de 10 minutos, llegan. En vez de girar a la derecha en la pista de Gresolet, giraron a la izquierda: Carlos quería ver cómo corría el agua del torrente de Gresolet.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8 km; 370 metros de desnivel acumulado.

11/5/2018 – La iglesia de Sant Miquel


Nos levantamos con una niebla espesa y mientras esperamos que se disipe, vamos haciendo tiempo en el Mikado. Resulta que durante la semana Pep y Carles han estado hablando y han llegado a la conclusión de que el castillo de Merolla no existe. O por lo menos, no existe en el Ripollès sino en el Berguedà y los historiadores lo han confundido con un castillo que hubo en el Col de Merola, cerca del camí ral de Berga a Bagà.

Pero aún había el tema de las dos iglesias, Sant Serni y Sant Miquel. Pep especula que podrían estar en el mismo sitio pero construidas en distintas épocas. Y para encontrar al menos la segunda, habría que buscar cerca de las ruinas de Can Miquel, que antes curiosamente se llamaba Sant Miquel.

Se despeja la niebla y nos ponemos en marcha. Aparcamos en el Coll de Merolla. Nos dirigimos hacia la antigua casa de Can Miquel, muy cerca de la carretera de Gombrèn. Encontramos las ruinas y buscamos por los pequeños cerros alrededor, pero no hay rastro.



Los restos de la casa de Sant Miquel

Cruzamos la carretera, dispuestos a pasar a una especie de plan B, que consiste en mirar el camí ral desde el Coll de Merolla a Gombrén, ahora un GR, y también mirar algunos arranques de camino desde el camí ramader al Coll de l’Arç. Como última esperanza, Pep manda a Carles, como miembro más joven del equipo y voluntario obligado, a subir el último cerro que nos queda, ya debajo de la carretera. De repente, Carles nos grita y subimos todos. Allí, en una zona llana, se ve un hueco cuya forma se parece sospechosamente a una pequeña iglesia, con una forma redondeada mirando al sur que podría ser un ábside y los restos de unos cimientos. Pep dice que, a falta de una excavación, tiene buen aspecto y ya recuperamos el plan B con más brío.

Tenía desde hacía años dos principios de sendero desde el camí ramader que nunca habíamos mirado. El primero muere muy rápido; es de animales. El segundo, cerca del Coll de l’Arç, sube hasta una zona de cultivo en el bosque.

El camí ramader a Coll de l'Arç

Comemos en el Coll de l’Arç y volvemos por la pista para poder conversar tranquilamente.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,6 km; 270 metros de desnivel acumulado.