Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



jueves, 30 de julio de 2020

17/7/2020 – La casa de la Balma Roja

Durante todos estos meses que no hemos podido salir de casa, y luego del municipio, Pep ha tenido tiempo para preparar un minucioso plan de trabajo para corroborar sus investigaciones. La semana anterior, ya advirtió que habría que volver a Canemars porque quedaron flecos importantes, básicamente casas y caminos de comunicación.

Las dos semanas anteriores, no salimos, por mal tiempo o por compromisos. Pero hoy, ya pasamos a la fase dos. Sus lecturas le han hablado de una casa cerca de la Balma Roja en Sant Jaume de Frontanyà. Para eso, hay que subir al Pla del Cingle, donde hay una gran cruz sobre el pueblo, y continuar hacia el norte. Hoy no ha venido el hijo de Carles. “Lo pasa mejor con los abuelos”, explica.

Aparcamos nuevamente en el parking del pueblo. Hace un día medio nublado con una temperatura muy confortable. Tomamos el GR4 que sube hacia la casa de Frontanyà. Parece que ha llovido durante la noche anterior. De hecho, ha habido tormentas de tarde durante casi toda la semana. Vamos subiendo con una pendiente suave. Una enorme roca que cayó sobre el camino no se ha movido desde la última vez que estuvimos aquí. En cierto momento, dejamos el camino para tomar la pista que va hacia el Pla del Cingle y nos desviamos para ir a la cruz y tomar vistas. Este lugar tiene el topónimo siniestro de Les Forques, lo que indicaría que aquí no siempre hubo algo tan inofensivo como una cruz de madera.

Vista del GR4 que sube a Frontanyà desde el pueblo

De repente, empiezan a entrar mails a gran velocidad con textos para traducir, incluidas unas frases cortas que, dice la clienta, son “urgentes”. Mientras volvemos a la pista, voy pensando si podré encontrar unos minutos para sentarme y escribir estas frases. Pregunto a Pep. Me dice que cuando llegamos a la zona de la Balma Roja, podré sentarme todo el tiempo que quiera mientras buscan la casa. 

Vemos un camino que sale a la derecha, como si quisiera bajar al pueblo. Es un camino inédito para nosotros porque nunca habíamos tomado esta pista hasta ahora. Decido aprovechar la oportunidad. Entrego el GPS a Carles y les aviso que volveré a la cruz porque allí la cobertura estará mejor. En pocos minutos, tengo el trabajo hecho y entregado y puedo encarar el resto de la salida sin preocupaciones. En el punto de arranque del camino, marco una flecha y una “S” en la tierra húmeda de la pista. “Así sabrán que ya no estoy en la cruz sino que he continuado por la pista”, pienso.

Vista del pueblo de Sant Jaume de Frontanyà desde el Pla del Cingle

Sigo caminando por la pista hasta la última curva antes de girar hacia el norte y allí les espero. Al cabo de unos minutos, oigo gritar a Pep y luego me llama Carles por el móvil. “¿Dónde estás?”, me pregunta. Le explico y al cabo de unos minutos, volvemos a estar juntos. Resulta que volvieron a la pista unos 200 metros más adelante y retrocedieron hacia la cruz, pensando que todavía estaba allí. No supieron interpretar la flecha marcada en la pista y, al no encontrarme, saltaron las alarmas. “Y luego dice en su blog que le abandonamos”, se queja Pep. “Si le cuidamos como un pollito”. “Por cierto, un camino magnífico”, añade.

Continuamos por la pista y entramos en la zona donde Pep cree que podría estar la casa. Nos metemos en el bosque a explorar; vemos campos antiguos pero ni rastro de una hipotética casa. “Aquí no hay agua”, le digo a Pep. “Recogerían el agua de lluvia del tejado”, contesta. “Con eso les bastaría”. Seguimos buscando. Yo subo más arriba y paso un buen rato caminando solo por el bosque. Cuando vuelvo a ver a Carles y Pep, están sentados bajo un árbol cerca de la pista. Nadie ha visto nada. “Aquí hay un problema”, resume Pep, mirando un punto fijo en el horizonte. “No hay agua”.

Decidimos comer aquí. Me entretengo mirando la multitud de mariposas que van pasando. Aquí aún se encuentran en abundancia, a diferencia de mi ruta semanal de recuento de mariposas, que cada año es más pobre. Ya había leído que el Pirineo será uno de los últimos reductos de las mariposas.

Para volver, Pep ha elegido un camino que baja a la carretera de La Pobla, entre el Coll de Sant Jaume y el Coll de Bataiola. Nos lleva directo al comienzo del camino, imposible de ver si no lo has hecho antes, en línea recta, sin dudar y sin consultar mapas. Una vez más, Carles y yo quedamos maravillados por este don que tiene de meterse el mapa en la cabeza, como una especie de paloma mensajero sin alas. Pep le resta importancia: “Incluso de niño lo podía hacer. No me cuesta nada”. Lo cierto es que cuando un arqueólogo o historiador quiere visitar algún yacimiento perdido en el bosque, suele pedir a Pep que le lleve.

El camino que baja a la carretera de La Pobla

Este camino lo hicimos al final del otoño del año pasado. Lo que lo hace especialmente memorable es un paso corto sobre una repisa de la roca. Sin esta repisa, el camino no podría existir. Pero esta vez, no impresiona tanto, quizás porque las hojas que ahora cubren los árboles suavizan el precipicio.

Llegamos a la carretera. Visitamos brevemente las ruinas de la casa de Bataiola (Pep no tiene fotos ni plano) y luego bajamos por el camino antiguo hasta las casas de Sant Jaume.

El camino que baja al pueblo desde el Coll de Sant Jaume

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8,8 km; 380 metros de desnivel acumulado.

sábado, 25 de julio de 2020

26/6/2020 – Canemars

Tras un mes de junio inusualmente lluvioso y frío, hoy por fin se cumplen las estrictas condiciones ambientales que exige Pep para salir a la montaña. De hecho, las previsiones indican bastante calor. Es la primera salida juntos desde que se decretó el fin del estado de alarma. Carles, tras algunas dudas iniciales, ha traído a su hijo de 11 años, Martí, ya que de momento dejarlo con los abuelos no es una opción. 

Hemos pasado 7 semanas de confinamiento total, sin poder salir de casa excepto para atender necesidades básicas, a las que siguieron una fase 0, una fase 1, una fase 2 y una fase 3, todo ello cumplido a rajatabla por la mayor parte de la población. Ahora que los ingleses dejan imágenes esperpénticas de masificación e incivismo en las playas, ¿cómo estarían si hubieran tenido que hacer el confinamiento español?, me pregunto.

Pep, con la disciplina férrea que le caracteriza, ha aprovechado el confinamiento para transcribir cientos de páginas de las antiguas escrituras notariales y ha acumulado una valiosa información sobre el reparto del territorio en Sant Jaume de Frontanyà. Concretamente, hay un grupo de casas agrupadas alrededor de Cal Toni, al sur del núcleo del pueblo, cuyos habitantes trabajaban para la casa de Vila-rasa, formando un barrio que lleva el nombre de Canemars. Ya conocíamos la existencia de estas casas pero no las habíamos buscado sistemáticamente y esa iba a ser nuestra primera tarea.

Aparcamos a la entrada del pueblo y ponemos rumbo a Cal Berlinga. Por aquí pasaba el camí ral de Sant Jaume a Borredà y este primer tramo no lo teníamos bien cartografiado. Un poste indicador en la carretera muestra el camino y mientras bajamos, no puedo deshacerme de la vaga sensación de que me falta algo. Al llegar a Cal Jan, se me hace la luz. “He dejado la cámara”, digo a Pep. Refunfuñando, me da las llaves del coche y vuelvo. Resisto la tentación de dar una vuelta por el pueblo a toda pastilla, cojo la cámara del asiento delantero y vuelvo a ponerme en marcha. 

Vista de Sant Jaume de Frontanyà desde el camino de Borredà

Me están esperando al otro lado de Cal Berlinga. Aquí hay una gran superficie de roca lisa y pelada y no recuperamos el camino hasta llegar al collado al otro lado, donde vemos tres rayas amarillas pintadas en un árbol, hechas por alguien que marcó el antiguo camí ral hace muchos años. “Waypoint please”, me dice Pep. Miro el GPS. Se ha apagado y no ha marcado casi nada de todo lo que hemos hecho. Decididamente, no he comenzado bien. Vuelvo a encenderlo y Pep y yo volvemos hacia Cal Berlinga para marcar el trazado correcto del camino, mientras Carles y su hijo descansan en el collado.

Continuamos hacia el suroeste. En un cruce de caminos, vemos claramente la continuación hacia Borredà, pasando por la gran casa de Terradelles. Es mucho más corto que la carretera, que hace una gran curva al salir del pueblo.

Entramos en la pista de Cal Toni. Ha llegado el momento de trabajar en serio. Yo tenía marcada a lápiz en mi mapa una serie de casas, una o dos bajo la pista y las demás en posiciones un poco raras, hay que decirlo, porque miran hacia el norte, en la cuesta encima de la pista. Encontramos una casa rápidamente bajo la pista, que sería Cal Bon Dia. Encima, vemos el tejado de Cal Toni, convertido con amor, tiempo y dinero en un auténtico paraíso rural. Buscamos una segunda casa bajo la pista, pero sin éxito. Sin embargo, ya vemos las ruinas de una casa al otro lado de la pista, en un pequeño llano a media cuesta.

Cal Bon Día

Subimos hacia esta casa, que sería Cal Peguera, lo que nos lleva a tocar la valla de madera que marca el límite de Cal Toni. Abajo, a unos 150 metros, vemos una pareja tomando el aperitivo en una terraza, que nos miran sorprendidos. ¿Están desnudos?, me pregunto, observando la falta de ropa. Levanto la mano en saludo amistoso. No contestan. No me extraña; les hemos estropeado el día.

Después de inspeccionar Cal Peguera, recorrimos el resto de cerro, de oeste a este, buscando las otras casas, pero sin éxito, hasta que Carles ve una pared muy cerca del molino de Quirze. Esta casa, la dejamos para la vuelta y continuamos buscando, hasta llegar otra vez a la valla de Cal Toni pero por el otro lado, de donde sale un olor a barbacoa. Abandonamos la búsqueda y buscamos un lugar con sombra y distancia social para almorzar.

Orquídea; la mejor época es un poco antes, entre finales de mayo y mediados de junio

El hijo de Carles empezó la salida bastante tímido, como es normal, pero ha ido cogiendo un poco de confianza y parece adaptarse bien a este tipo de salida, subiendo y bajando sin rumbo aparente por el bosque. Al menos, no se ha quejado ...

Es hora de ponernos en marcha otra vez. Pasamos por la casa cerca del molino, que sería Cal Cateri, y la documentamos. Volvemos a Sant Jaume por el mismo camino que hicimos al final de la última salida. Incluso aquí, el coronavirus ha hecho estragos. La Casa Blanca ha quitado el anuncio de menús y habitaciones y lo ha sustituido por otro que dice que está cerrado por jubilación. Y la fuente al lado de la iglesia ha sido precintada. Al no poder refrescarnos, tendré que dejar para otro día la conversación que tengo pendiente con el fresno.

El final de una era

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,9 km; 320 metros de desnivel acumulado.

PD. Dos días después, Pep nos informa que hemos encontrado todas las casas marcadas en el Alpina y que no hay más y que le gustaría saber de dónde saqué las otras. El día siguiente, nos envía un nuevo mensaje, informando que puse las casas marcadas en la Minuta, pero en lugares incorrectos. Aquí, no está todo resuelto.
PDD. El domingo, mi hermana me envía un mensaje: Ha hecho 20 kilómetros con 700 metros de desnivel.