Hoy volvemos a Puig-reig pero al otro
lado de la autovía, esas cuestas castigadas por el fuego que se ven a la derecha
al salir del túnel de Viladomiu y antes de cruzar el viaducto. Ni yo ni Carles
hemos estado por aquí pero hoy Carles tiene que volver pronto.
El pueblo de Puig-Ruig, mostrando el antiguo emplazamiento del castillo
Aparcamos en la carretera que va a
Casserres, en la zona industrial de Puig-reig. Buscamos el principio de la
Serra de Cap de Costa, donde sube un GR, que marca el trazado de la Ruta del
Románico, una ruta de larga distancia. Pep cree que por esta cuesta iba el
camino antiguo a Casserres pero también busca el camino antiguo a Gironella y,
tras subir unos 50 metros, cree verlo a la derecha. Nos mete en las terrazas de
antiguos viñedos, cubiertos por pinos antes del incendio de 1994 y ahora
repoblados por plantas y arbustos de todo tipo, algunos aromáticos y otros que
simplemente dejan espinos clavados en nuestra piel.
Un tramo empedrado del GR que sube desde Puig-reig
“No entiendo tanta queja si encima vas
a volver a casa perfumado”, dice Pep ante mis protestas por lo hostil del
territorio y la falta de camino. Pero incluso él se tiene que rendir a la
evidencia y ante la imposibilidad de continuar, nos deja volver al GR.
Una barraca de viña con encina; detrás, el viaducto de la autovía
El GR sale en un llano frente a la
gran casa de La Serra, lo cruza y luego continúa subiendo por la cresta. A Pep
no le convence su trazado y toma una pista a la derecha que va bordeando la
cuesta a media altura, con la autovía debajo nuestro. Llegamos a una señal
advirtiendo del peligro de abejas y ya veo las colmenas alineadas en la pista.
Freno en seco, dispuesto a no dar un paso más, recordando picaduras en el
pasado. “¿No ves que son sólo pallets vacíos?”, me dice Pep incrédulo. “Las
abejas no vendrán aquí hasta la primavera”. Bordeo los pallets a una distancia
prudencial, mirándolos con desconfianza. “Siempre puede quedar alguna y no les
gustan los intrusos”, pienso.
Pep ve algunos restos de un camino
antiguo, que podría ser el de Gironella. La pista gira a la izquierda y entra
en un valle con una casa y antiguos campos, algunos de ellos utilizados para
tirar toda la tierra que se sacó para hacer los túneles de la autovía. Pep
quiere mostrarnos la pequeña iglesia románica de Sant Joan Degollat y, después
de subir una cuesta sin camino, entramos en un camino muy arreglado con las
marcas amarillas de la Xarxa Lenta y que sube desde el Guixaró.
La iglesia románica de Sant Joan Degollat
Antes de llegar a la iglesia, empalma
con el GR que seguíamos al principio y que será la ruta de retorno de Carles.
Después de inspeccionar la iglesia, Carles se despide de nosotros y continuamos
por el GR en el otro sentido, hacia el oeste. Aquí se ve claramente que el
trazado es inventado. Nos imaginamos que, tras quedar borrado el crecimiento de
la vegetación después de los incendios, los diseñadores de la ruta renunciaron
a buscar el trazado antiguo y optaron por la línea recta cuesta arriba como
opción más sencilla.
Lo que parece ser un tramo de camino auténtico, en la bajada hacia Sant Marçal
Llegamos arriba, pasamos por las dos
casas de Morulls y en el descenso hacia la iglesia de Sant Marçal, el GR parece
seguir un camino auténtico para bajar por las rocas. Ya más relajado, de
repente Pep empieza a acribillarme de preguntas sobre una charla a la que
asistí en el local de mi antiguo (y actual de Pep) profesor de yoga y que se
repetirá a principios de marzo.
Me quedo un poco sorprendido.
Últimamente, cuando está Carles, siempre están caminando y charlando unos
cuantos pasos delante mío, y el tema de la conversación no suele desviarse
mucho de sus respectivos hallazgos en los archivos. Pero quizás, estando a
solas conmigo, se libera del yugo académico y deja que su mente corra libre por
donde le plazca.
La charla en cuestión, aunque la dio
un cardiólogo, versaba sobre todo sobre energía, la nuestra. Resulta que somos
pequeñas centrales energéticas y, entre muchas otras cosas que dijo, resulta
que ahora se empieza a visualizar con instrumentos lo que antes se llamaba
aureola y ahora “biocampo” (me encanta esa palabra), que es básicamente energía
electromagnética y, sorpresa, sorpresa, el órgano que más energía emite es el
corazón. Evidentemente, recomiendo a Pep que vaya a escucharla en marzo.
En ese momento, me llama Carles. Ha
llegado al coche. Nos informa que el GR va subiendo y bajando por la cresta y,
resumiendo, es muy extraño. Duda de su autenticidad.
Llegamos a la iglesia románica de Sant
Marçal, al lado de la carretera de Puig-reig a Casserres, que tiene un amplio
porche del siglo XVIII. Tras inspeccionar la iglesia, comemos en el porche,
repasando la situación política actual, marcada por un nuevo escándalo de corrupción
en el PP.
La iglesia románica de Sant Marçal con su porche
Es hora de volver. Cruzamos la
carretera y seguimos el GR por una pista hasta la casa de Vila-Rasa. Tiene una
enorme tina que parece una pequeña torre pero nada que indique a Pep una
antigüedad anterior al siglo XVII hasta que da la vuelta de la casa y encuentra
un trozo de pared del siglo XIV en la cara norte.
La tina de Vila-Rasa. De lo grande que es, parece una torre
Dejamos el GR y continuamos por una
pista hacia el sur. Pep quiere bajar por un camino que tenía visto y que nos
llevaría a la Riera de la Sala y el polígono industrial donde tenemos el coche.
“Espero que encontremos una manera de conectar con ese camino. No creo que
podamos bajar por las rocas”, dice Pep. “Me extraña oírte decir esto”,
contesto, “tú que siempre encuentras la forma de bajar”. “Ya lo probé una vez”,
dice. “Es realmente complicado”.
En eso la pista da un giro brusco
hacia el norte y tiene toda la pinta de bajar a la carretera, muy lejos del
polígono industrial. Cruzamos un par de campos hasta llegar al borde de las
rocas. “Por aquí”, me dice, y señala un paso estrecho. Ayudándome de las manos
y el bastón, consigo bajar a lo que habría sido la terraza más alta de un
viñedo y ahora convertida en selva.
Pep busca la manera de bajar
Pep encuentra cerámica prehistórica
esparcida por el suelo y le invade la euforia. Hacemos un flanqueo difícil. Al
otro lado del valle, vemos el camino. “Tenemos que bajar”, dice mientras se
asoma al borde. “¿No decías que era demasiado complicado?”, pregunto. “Me
refería a bajar a la Riera de la Sala”, aclara. “Aquí, sólo tenemos que bajar
40 metros hasta ese prado y ya estamos en el camino … Además, en el fondo, tú
también lo estás deseando”, añade con ironía. Y con eso iniciamos un descenso
precario, bajando como podemos un bancal tras otro, buscando las piedras menos
inestables. En el camino, más cerámica y antiguas barracas de viña. Aquí había
un asentamiento prehistórico.
Llegamos al prado. Un camino limpio y
despejado nos lleva a un punto donde podemos cruzar la riera y al otro lado,
hay el camino marcado que nos llevará abajo. Alguien ha dedicado tiempo y
esfuerzo para arreglarlo, dejando un pasillo limpio entre la vegetación que va
bajando suavemente por el lado derecho del valle. Es quizás el mejor momento
del día.
El camino de bajada
Llegamos a la Riera de la Sala,
ocupada por huertos y barracas de todas las épocas, cruzamos la riera y 10
minutos después, estamos en el coche.
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