Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



lunes, 10 de julio de 2023

23/6/2023 – Falcús

Ha pasado una semana y Jaume viene al Mikado con un nuevo encargo derivado de sus lecturas notariales: buscar la casa medieval de Falcús. Ya existen los topónimos de Serra de Falcus y Bac de Falcús, que separan la casa de Arderiu y el valle de Junyent de la zona del Xalet del Catllaràs.

Aparcamos cerca de la pista que sube del barrio de Corominas hacia el Catllaràs, encima de la casa de El Prat, y continuamos a pie, subiendo un valle estrecho en la próxima curva. El camino va pasando al costado de antiguos huertos y luego se abre para mostrar pequeños campos. Giramos a la izquierda para tomar una especie de pista naturalizada, que sigue subiendo con fuerte pendiente. De repente, me viene a la memoria una subida que hicimos Pep y yo en julio de 2017 en busca de la Mina de Montraveta.

“Llegaremos a una fuente, allí te saqué una foto que está en el blog, y más arriba encontramos la mina”, digo. Al principio, Pep me mira con escepticismo pero después él también lo recuerda. “Claro que sí … y también había un pequeño teleférico para bajar el carbón a La Pobla”.

Llegamos a la fuente, que es más bien una especie de surgencia que sale de la roca porosa. Encima de la fuente, ya llegando a la mina, sale un camino a la izquierda. Nosotros no lo seguimos ya que fue la ruta que tomamos después de llegar a la mina aquel día de 2017. Nos llevó a unos campos y luego al camino que sube al Xalet desde el barrio de Corominas. Pero eso no lo sabe Jaume y lo empieza a seguir. Intentamos decirle que allí no hay nada pero es tozudo y no queda más remedio que espera a que vuelva.


Decidiendo el próximo paso en la Mina de Montraveta

En la mina, Pep muestra a Carles y Jaume la pequeña vía, que acaba en un esperón rocoso donde estaría el teleférico. Detrás, hay una fuerte subida de unos 200 metros de desnivel hasta llegar a un collado (Collada Cerdana) donde Pep y yo comimos aquel día en 2017, después de llegar desde el camino del Xalet. Después, bajamos por el otro lado para entrar en la zona de Capdevila.

Pero hoy Pep tiene otros planes. “Steve me ha dicho que quiere subir esta cuesta”, dice. “Siempre disfruta con los retos”, añade. Todos – excepto quizás el perro – sabemos que es mentira, pero la lógica se impone e iniciamos la subida. La dureza de la subida se rompe con el descubrimiento de más cerezos, con el mismo efecto sobre Pep que la semana pasada.


La trampa de las cerezas

Como es habitual, soy el último en llegar al collado. Veo dos mochilas y un bastón, Carles y Jaume que suben el pequeño cerro atrás por el lado izquierdo y Pep que va hacia la derecha por el final de la pista, ahora totalmente naturalizada. Me asigno la misión de proteger las mochilas contra los maleantes del lugar y me siento en la hierba y contesto correos. Al cabo de unos 10 minutos, oigo a Pep que grita atrás, al lado opuesto del cerro, es decir, el lado izquierdo. “Estará intentando encontrar a los demás”, pienso, y continúo disfrutando del sol y las temperaturas suaves. Los gritos se vuelven más insistentes y al final, oigo “¡¡Steve!!”. Giro la cabeza. Resulta que han encontrado una casa medieval y tengo que marcar el punto con mi GPS. “¿Por qué no me llamaste por teléfono?”, pregunto cuando le alcanzo. “¿Yo? ¿Por teléfono?”, me contesta, sorprendido.


Tiempo de orquídeas

Me guía hasta donde están los demás mientras me explica la operativa. “Fue una maniobra de pinza perfectamente organizada con tres puntos de ataque, yo por el noreste y los otros dos por el noroeste, a diferentes alturas. Bajo mi liderazgo, el éxito estaba asegurado”.

Llego a la casa, rocas apiladas con una forma vagamente rectangular con la espalda protegida por el cerro, perdida entre el boj. “Podría ser la casa de Falcús”, aclara Pep. “Entonces, ¿podemos ir a casa ahora?”, pregunto. “No, primero hay que ir a la serra de Falcús y comprobar si hay alguna estructura allí”.

Llegar allí implica otros ciento y pico metros más de desnivel y, evidentemente, no hay nada allí. Un bosque tallado, ramas tiradas en el suelo, un camino que han hecho las vacas. Aquí comemos y después continuamos por el lomo hasta llegar a la pista que baja a Arderiu, que seguimos.

Bajando hacia Arderiu

A la altura de la casa, nos desviamos por un camino que tenía empezado en mi mapa pero no acabado. Pensaba que había quedado destruido por una pista de desembosque que se había abierto al lado, pero no, siguen trayectorias diferentes. Tras constatar una especie de pleta bajo una bauma, continuamos y volvemos al lomo de la serra de Falcús.

Hemos cubierto todos los objetivos. Bajamos la cuesta empinada hasta llegar al camino señalizado que lleva al monasterio de Santa María. Jaume se aparta, ahora a la izquierda, luego a la derecha, en busca de casas en lugares imposibles. Pep y yo tenemos una edad y no estamos dispuestos a seguirle en estas misiones condenadas al fracaso. Ante la imposibilidad de imponer una disciplina, la nueva estrategia ahora parece consistir en convenir un punto de reencuentro y que “vagi fent”. La última espera se hizo en el punto de desvío del camino que baja al Gorg de la Lleona, unos minutos que dieron pie a una conversación tranquila.

Tomamos el desvío que va hacia Corominas, que pierde casi toda su categoría en la cuesta empinada de la Costa de l’Agoit, convirtiéndose en un camino estrecho que va enlazando pequeños campos excavados en la pendiente, hasta llegar a una pista que nos acaba llevando a los coches. Ha sido un día largo.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8,5 km; 660 metros de desnivel acumulado.


16/6/2023 – El molino de Vallfogona (último intento)

¡Cuántos contratiempos! Mal tiempo, gripes, compromisos, conferencias, viajes. Todo esto y más nos han impedido reunirnos los viernes para salir. Jaume ha encontrado unas piedras sospechosas en el curso inferior del Regatell y, a pesar de la sequía, ¡agua! y nos lo propone como posible emplazamiento del molino.

Hoy, Pep, Carles y yo nos reunimos en el Mikado, tras casi dos meses de ausencia. Llego con un cuadro agudo de síndrome del impostor. A principios de junio, fui a Miravet para recorrer el entorno de la Batalla del Ebro. Nos guió una pareja que se dedica profesionalmente a la Guerra Civil Española y son auténticos referentes. Luego en el Zoom semanal con unos amigos ingleses del cole, escucho a mis compañeros diseñar un complejo proyecto medioambiental con la misma facilidad que yo haría la lista de la compra, y además te identificarán cualquier pájaro con solo escuchar un par de notas. Y para colmo, Pep y Carles recorren en sus conversaciones casas, linajes y pergaminos con un nivel de detalle deprimente. “Nadie aquí sabe inglés mejor que tú”, me dice Carles, siempre intentando animar. “No me consuela”, contesto.

Nos encontramos con Jaume en el barrio de Corominas en La Pobla de Lillet. Subimos la pista que va hacia el Xalet del Catllaràs y al cabo de unos 400 metros, salimos a la derecha por un camino que ninguno de nosotros, excepto Jaume, habíamos recorrido. Tantas veces subiendo y bajando esta pista y nadie se había fijado en el camino. Baja hacia el Regatell, aquí con agua, y nos lleva por antiguos huertos, algunos abandonados no hace tanto tiempo. Vamos subiendo el curso de la riera; todos los amontonamientos de piedras que muestra Jaume son descartados uno por uno por Pep. Por más que lo quisiera Jaume, aquí no había molinos.


Entrando en los huertos del Regatell

Pasamos por las nuevas instalaciones de captación de agua, seguimos subiendo hasta llegar a la surgencia, donde cruzamos la riera y vamos subiendo por los campos en la ribera derecha. Aquí tampoco las propuestas de Jaume prosperan. La falta de resultados se compensa con la abundancia de cerezas, pequeñas y dulces, una fruta por la cual Pep siente una especial debilidad. “Si fuera Eva, no me dejaría tentar por una mera manzana”, me confiesa entre bocados de cerezas. “Pero si la serpiente me ofreciera cerezas, no resistiría ni un minuto”.

¿Natural o hecho por el hombre?

Dejamos los campos y volvemos a la pista. En una cresta, Jaume me señala dos caminos de jabalí que bajan con fuerte pendiente, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Me apoyo contra un pino, esperando la llegada de Pep, que no para de comer cerezas. “Mira estos dos caminos”, le dice Jaume cuando llega. Pep les echa una ojeada y da media vuelta sin decir nada. “Cuando profundizas, siempre acaban saliendo cosas”, dice Carles, conciliador.


Orella d'os, una flor cada vez más común, a pesar del cambio climático

Ponemos rumbo al mismo campo donde comimos hace dos meses, en la entrada al camino que sube al Primer Grau. Paso el trayecto quitando las hormigas que recogí cuando me apoyé en el pino.

La bajada al puente crea una especie de montaña rusa peatonal e igual de emocionante

Después de comer, subimos al Primer Grau y luego bajamos hacia La Pobla. Entramos en el Bosque de Ventaiola, hasta tener la casa delante, donde alguien está trabajando en una de las casetas adyacentes. A poca distancia, hay una pequeña placa de madera clavada en la tierra, donde pone que es propiedad privada y el paso está prohibido. Jaume pasa al lado izquierdo de la casa, con la intención seguir bajando en línea recta por el jardín de la casa. “¿Dónde vais?”, se oye desde la caseta y sale un hombre de unos 40 y pocos años. “A La Pobla”, contesta Jaume. “Veréis la pista un poco más a la izquierda. Aquí es propiedad privada”, dice el nuevo propietario, de momento de buen rollo.

Las sequoias del Bosque de Ventaiola

Vista de La Pobla, y detrás, Clot del Moro

Le hacemos caso. En la bajada hacia la pista, Jaume comenta que la casa lleva años vacía y todo el mundo bajaba por donde él quería bajar. Pasamos por la Font del Roure y seguimos bajando, desviándonos para cruzar un pequeño puente que conectaba el barrio de Corominas con la otra ribera del Regatell, sin tener que bajar al pueblo. Otra pequeña joya que desconocíamos.

El puente hacia Corominas

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,4 km; 365 metros de desnivel acumulado.