Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



sábado, 29 de septiembre de 2012

21/9/2012 – Caminos de Moripol (2ª parte)

El día 11 de septiembre fue un día histórico para Cataluña. 1,5 millones de personas, una cuarta parte de la población del país y yo y mi mujer entre ellas, se dieron cita en el centro de Barcelona para reclamar la independencia. Aunque el ambiente era festivo y pacífico, sin rastro del cabreo del independentista de toda la vida, hubo una clara sensación de que ahora no había vuelta atrás.


El fin de semana siguiente, estuve en Inglaterra. Carles y Pep recorrieron las minas de hierro del Ripollès.

El jueves, propongo a Pep continuar con Moripol. El día siguiente, en el Mikado, en el viaje a Feners y caminando, la manifestación y la independencia fueron temas recurrentes. Cuando antes Josep Mª salía con nosotros, siempre se quedaba solo defendiendo sus tesis separatistas. Nosotros pensábamos que era posible llegar a un entendimiento con Madrid y, además, si quienes realmente mandan están en Bruselas, porqué querer crear otro país. Ahora, cansados de las mentiras, la soberbia y las malas maneras de la clase política y algunos medios de Madrid, los tres estamos a favor de la independencia y, como nosotros, hay cientos de miles más. En definitiva, le tocará al President Mas gestionar un proceso largo y difícil.

Pero volvamos a lo nuestro. Aparcamos el coche cerca del desvío que va a La Collada. El mapa del Alpina tenía marcado unos caminos de la Xarxa Lenta que queríamos ver. Continuamos por la pista que va a Can Blanc y antes de llegar al próximo torrente, vemos un camino muy interesante que marcha hacia arriba. Sin embargo, no lleva ninguna marca y lo dejamos. Antes del siguiente torrente, vemos las marcas que primero entran en el bosque sin camino y luego empalman con una pista muy fea y empinada para bajar troncos. Emprendemos la fuerte subida con un ritmo penoso: “Eso sí que es una Xarxa Lenta”, pienso. En una pausa, saco el mapa otra vez y lo examino porque algo no me cuadra. Y efectivamente, el mapa marca el primero como el bueno y el que seguimos ahora, ni siquiera existe. Por lo visto, hubo un fallo de comunicación entre cartógrafos y pintores de marcas. A mis lectores asiduos, les desaconsejo este camino señalizado por irremediablemente feo y les sugiero que prueben el primero ya que, según el mapa, van al mismo sitio.

Antes de llegar arriba, vemos un camino que nos cruza en diagonal y lo reservamos para la vuelta. Salimos a las ruinas de una casa que se construyó sobre el emplazamiento del antiguo castillo. Pep nos lleva a ver el hueco de la entrada a la era entre dos edificios. “¿Qué veis?”, nos pregunta, como un maestro que pone un examen sorpresa a sus alumnos. En cada edificio, tocando el hueco, se ve la cantonera de un muro medieval. “Se demolió la torre para hacer la casa y el pajar y sólo quedan las esquinas”, responde Carles, siempre alerta. “Excelente”, asienta Pep, con una sonrisa de aprobación.

 Vista de la casa del Castell, mostrando el huecho entre los dos edificios donde estaba la torre medieval

Otra vista del Castell con la Cingle de Xupal detrás

Seguimos hacia el pueblo de Moripol. Pep todavía no se explica cómo es que no ha quedado ningún rastro del pueblo medieval. Tomamos otro camino que sube directamente hacia el Coll de Gosol, combinando con tramos de pista y pasando por zonas de antiguos cultivos.

Una Lysandra bellargus disfrutando del último calor del verano

Después de un corto descanso, bajamos con fuerte pendiente por una pista relativamente nueva y poco armonizada con el entorno, también marcada como Xarxa Lenta, que pasa al lado del Roc de les Mosses para desembocar en Les Colladetes. Aquí hay un estanque y la Font de Tomàs, actualmente seca. Giramos para volver a Moripol, entrando por un fragmento que queda del camino antiguo pasada la zona de campos llamada Ribalta. Recogemos manzanas ecológicas de los árboles al lado de las casas y comemos en el pueblo.

Vista del pueblo de Moripol

Después del almuerzo, nos separamos para explorar los campos y cuestas encima de la Font de Moripol para buscar una vez más el pueblo medieval, pero sin éxito. Nos reunimos en la iglesia. “Es curioso pero al lado de la pista, delante de la casa principal, hay un cementerio viejo y las casas modernas nunca se construían al lado de cementerios, por lo del yu-yu”, dice Pep. Vamos a la zanja de tierra abierta por la pista y efectivamente se ven trozos de hueso y, entre las piedras del terraplén, Carles encuentra fragmentos de cerámica. Pep los inspecciona: “Es medieval y la prueba irrefutable de que el pueblo medieval estaba aquí mismo”, declara. “Carles, eres un crac”. Aventuro la hipótesis de que el pueblo quedó abandonado después de la Peste Negra y cuando se volvió a habitar y levantar casas, unos siglos después, nadie se de acordaba que aquí había el cementerio.

Resuelta esta cuestión, volvemos al castillo y bajamos por el camino transversal que habíamos visto en la subida. Efectivamente, hace un zig y un zag muy amplios y acaba en una ‘artiga’ (ver Glosario) al lado del torrente. Me parece mucho esfuerzo para tan poca cosa. A la salida de la artiga, sale una pista que nos llevaría a la pista de Can Blanc y el coche. A la derecha, baja un camino muy marcado al torrente pero no vemos continuidad al otro lado. Mirando el mapa en casa, veo que marca allí “forn de pega”. Este tipo de horno se utilizaba para destilar las cepas y raíces de los pinos cortados para extraer un alquitrán que se utilizaba como impermeabilizante y también para curar los animales. No lo supimos ver pero sería una justificación mucho mejor de tanto camino, tanto desde arriba como desde abajo, que una simple artiga.

Font de les Barraques

En el viaje de vuelta, en el desfiladero del Llobregat después de Guardiola, en el curso de la conversación, Carles pregunta por la Torre de Far, cerca de la antigua masovería y actual hotel-restaurante de El Jou. “Es cierto”, dice Pep. “Hace mucho tiempo me hablaron de un camino que bajaba desde allí hasta el río”. Señala con gesto despreocupado hacia las paredes verticales de piedra calcárea que se alzan 200 metros encima nuestro al otro lado del río. “La semana que viene lo buscaremos”.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11 km; 570 metros de desnivel acumulado.

sábado, 22 de septiembre de 2012

7/9/2012 – Caminos de Moripol (1ª parte)

Esta semana, Carles tampoco puede venir y Pep me da carta blanca respecto al lugar. El jueves por la noche, subiendo desde Barcelona en el coche de un amigo, le llamo con mi móvil: “Moripol”. “¿Tan lejos?”, me contesta. “Me diste carta blanca, ¿no?”. “Vale, vale”. “Hay una cosa más”, añado. “Esto de quedar tan pronto está haciendo estragos con mis biorritmos. Necesito tomar un café en condiciones. Ya que el verano está acabando, a las 8 en el Mikado, por favor”. “Concedido”, me contesta Pep, magnánimamente.

¿Cómo puedo describir el placer de tomar un café con tranquilidad en una cafetería acogedora, mirando Els Matins y repasando las novedades, en lugar de meterse a toda prisa en el coche a las 7:30, después de tomar un café indigesto en cualquier lugar, sólo porque necesito la dosis de cafeína a cualquier precio? La prueba está en que, en lugar de pasar todo el viaje en mi silencio catatónico habitual, puedo escuchar a Pep, comprender lo que dice e incluso contestarle.

Pedraforca con una nube en la enforcadura. Por la tarde, las nubes se extenderían a toda la zona y provocaría chubascos

“Ya me va bien ir a Moripol”, me confiesa, cuando giramos a la carretera de Saldes. “Podemos ir a la Farga de l’Espà”.

Aparcamos el coche debajo de Feners y caminamos hacia Cal Quel, el Molino de l’Espà y finalmente la Farga, por el camino de la Xarxa Lenta. La fragua se utilizó como tal durante la segunda mitad del siglo XVIII y luego como molino de harina. Es un edificio grande, fruto de varias aplicaciones. Todavía se puede ver la maquinaria para hacer la masa de pan, que luego se llevaba al horno en el pueblo para alimentar la importante población minera en la primera mitad del siglo XX.

La Farga de l'Espà

Una parte de la maquinaria

Decidimos seguir el canal del molino hasta su punto de unión con el río pero se alarga mucho y entramos en una zona donde ya no tengo mapa ya que el plan era ir al sur, no al oeste. Una vez visto el comienzo del canal, vemos un camino que sigue hacia el oeste; se muere en unos campos y flanqueamos sin camino por el bosque hasta llegar a las pistas entre Sorribes y Moripol. Conseguimos encontrar el camino viejo y lo seguimos hasta que entra en campos, donde empalma con la pista otra vez.

Seguimos caminando por la pista hacia Moripol, comiendo moras, que ahora están en su punto. Pep se desvía en el Clot de Moripol para buscar el pueblo medieval, ya que las casas e incluso la iglesia del vecindario actual son todas modernas. No lo encontramos y continuamos por la pista. Tenemos Moripol a la vista cuando vemos un poste indicador que nos señala hacia abajo con la leyenda “Camí ral de Moripol a l’Espà”.

El poste indicador donde quedamos a las puertas de Moripol como Moisés a las puertas de la Tierra Prometida

Decidimos parar aquí. Ya volveremos otro día para hacer más caminos en Moripol. Después de almorzar, iniciamos el descenso, primero por camino y luego por pista hasta el Coll de Feners, luego camino y luego pista. Para no ir otra vez a la Farga de l’Espà, nos desviamos por un camino tapado encima de Cal Quel y bajamos hasta llegar al coche.

Moripol, un pequeño núcleo deshabitado pero con la iglesia restaurada

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10 km; 450 metros de desnivel acumulado.

sábado, 8 de septiembre de 2012

31/8/2012 – La Portella Blanca

Desde la última entrada, ha llovido, las temperaturas han bajado y ha entrado viento del norte. Quería volver a intentar llegar a la Portella Blanca y propuse a Pep hacer el camino desde Porta, en Francia, ahora parte del Camí dels Bons Homes, una ruta creada desde Berga hasta Montségur para explotar el filón de los cátaros. Carles no puede venir, está en la playa.


El día está despejado y aparcamos en el aparcamiento público en Porta. Sabíamos que hacía viento pero nada nos preparó para el huracán glacial que nos embistió nada más salir del coche. Nos volvemos a refugiar en el coche mientras el viento aúlla a nuestro alrededor. "¿Qué temperatura marcaba?", pregunto. "Creo que eran 7 grados", dice Pep. "Hay un bar aquí. Igual hay algo bueno en la tele", propongo a modo de actividad alternativa. Pero nosotros somos unos valientes y no hemos venido aquí a pasar el día en el bar. Nos abrigamos y volvemos a salir. Cruzamos la carretera lo más rápido que podemos y empezamos a subir la pista que nos llevará a la Ribera de Campcardós, un valle protegido del norte.

Efectivamente, a medida que entramos en el valle, el viento amaina. Ya no tenemos que apretar los dientes y luchar contra los elementos y podemos empezar a fijarnos en nuestro entorno. Vamos subiendo por campos parcelados. Más arriba son campos de forraje, cada parcela con su barraca de piedra. Aquí los amantes de la piedra seca estarían de enhorabuena. Y más arriba todavía, son prados de pasturar.

Entrando en la zona de barracas

Pasamos por encima de un lago seco, convertido otra vez en río y justo cuando vemos la tierra blanca que da a la Portella Blanca su nombre, el viento vuelve a golpear con fuerza pero ahora con la temperatura que corresponde a 2300 metros de altura en lugar de 1500 metros. Volvemos a sacar la ropa de invierno de las mochilas.

 El lago seco, mirando hacia Porta

Una zona de meandros

Ahora nos toca subir una amplia planicie, sin ninguna protección contra el viento. A la derecha, vemos un grupo de jabalís comiendo. Nosotros estamos a sotavento y no se dan cuenta de nuestra presencia hasta que ya le hemos dejado atrás. Nos desviamos ligeramente para ver los restos de una avioneta que se estrelló allí hace más de 30 años. “Y luego dicen que volar es seguro”, comenta Pep, a quien saber que sólo tiene aire debajo de los pies le produce un profundo malestar.

Uno de los restos de la avioneta

La última subida hacia la Portella Blanca, en el fondo. El viento era casi ártico; incluso los caballos se cansaron y en la bajada los encontramos abajo entre los árboles

El último kilómetro, con 200 metros de desnivel y el viento en contra, se hace eterno pero por fin pasamos al lado catalán. Nos quedamos un rato contemplando los valles donde tuve que rendirme la semana pasada antes de dar la vuelta e iniciar el descenso.

El paso fronterizo

Vista del Valle de la Llosa desde la Portella Blanca

Buscamos un sitio resguardado para almorzar y contemplamos el paisaje. Abro mi última botella de cerveza inglesa, Poacher’s Choice, nuestra preferida como sabrán mis lectores asiduos. Los senderistas van pasando a unos 200 metros de nosotros pero no nos ven, escondidos en un hueco bajo una roca. Valoramos las posibilidades de reciclarnos en bandoleros de verano: a una media de 100 euros por cabeza, serían 1.000 euros por una tarde de trabajo pero lo acabamos descartando. El segundo día, ya tendríamos policías de 3 países encima nuestro.

Vista del viaje de vuelta

Acabada la tertulia, salimos de nuestro refugio para encararnos nuevamente con el viento pero ahora lo tenemos a la espalda y es más soportable. En la zona de prados, interrumpimos a los buitres del valle que estaban almorzando una vaca que, por el olor, ya debía llevar varios días muerta. Curiosamente, en la subida, no la habíamos visto.

Algunos buitres esperan que nos vayamos para continuir con el festín

Después de tantos kilómetros, me es imposible mantener el ritmo de Pep en la bajada, así que cada uno baja solo, separado por unos 100 metros, con la compañía de sus pensamientos. Seguramente cuando viene Carles, habla de cosas más serias y más fructíferas pero me gustaría pensar que conmigo, Pep se ríe más.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 20 km; 1.025 metros de desnivel acumulado.

domingo, 2 de septiembre de 2012

24/8/2012 – Vall de la Llosa

Ya van tres semanas que no hemos podido salir por el intenso calor pero esta semana, el hombre del tiempo por fin nos dice que el calor empezará a remitir.

Pep nos había hablado de una fragua de mineral de hierro a la entrada del Vall de la Llosa. Yo había subido ese valle hace unos 10 años, precisamente con Pep y algunos más, pero sólo recordaba bien el castillo y la Cabaña dels Esparvers al final. Me hacía ilusión volver a hacer esta ruta y, si era posible, llegar hasta la Portella Blanca, ya que nunca había estado allí.

Aparcamos el coche en el último aparcamiento gratuito en la pista polvorienta entre Viliella y Cal Jan, donde te dejan aparcar en la era por 2 euros. Andamos un kilómetro hasta Cal Jan y, a partir de aquí, iniciamos la subida. Dejamos las ruinas del castillo a la izquierda.

 Cal Jan; la última casa habitada antes de pasar la Portella Blanca

El castillo de la Llosa y la iglesia de la Mare de Deu dels Angels (izquierda) con el sol de la mañana. Al fondo, el Cadí

Aunque voy al gimnasio, acuso las 3 semanas sin hacer rutas largas y empiezo a sudar. Pep y Carles se mantienen unos 100 metros por delante de mí, hablando de sus cosas. Sólo me esperan cuando salen de la ruta.

Nada más iniciar la ruta, Carles y Pep me dejan atrás, absortos en sus archivos y documentos

Un rostro inquietante nos observa desde la Barraca de la Farga

El agua baja con brío por el Riu de la Llosa pero que nadie se engañe. Aquí hay una sequía pertinaz. La hierba es amarilla, con una estrecha franja verde que marca el curso de los torrentes y riachuelos. Me recuerda el mapa del Nilo en mi atlas: una cinta verde con el amarillo del desierto a cada lado.
Entramos en una zona de prados con restos de cabañas, corrales o establos. Pep se desvía de la pista y, detrás de los corrales, encontramos escoria del mineral cocido, y detrás de esto, muros de la antigua fragua y canales que traían agua del río. Recojo muestras para la colección geológica de mi madre.

Los establos o corrales cerca de la fragua. Se ve claramente la estrecha franja de verde que marca el curso del arroyo

Seguimos restos de antiguos caminos que siguen el curso del río. Da gusto ver un poco de verde pero el último camino acaba en una carbonera, lo que obliga a emprender una dura subida hasta llegar otra vez a la pista principal.

Llegando a la Barraca de l'Isidro, Pep y Carles siguen absortos en su conversación. En el fondo, el Bony d'Engaït

Entramos en otra zona de prados, pasamos la Barraca de l’Isidro y allí se acaba la pista y continúa un sendero. Miro el altímetro; todavía quedan 500 metros de desnivel hasta la Portella Blanca. Las fuerzas me flaquean. “No podré llegar hasta la Portella Blanca”, le digo a Pep. “Pues menos mal que vas al gimnasio”, me replica Pep irónicamente. Carles, siempre discreto, calla, pero me confiesa el día siguiente que ya le fue bien acortar la ruta.

La Barraca dels Esparvers

Llegamos a las cabañas dels Esparvers, situadas en unos prados resecos. Aquí hay una división de caminos, uno a Vallcivera y otro al riu d’Engaït y la Portella Blanca. Tomamos el segundo camino para buscar un lugar para comer. Volvemos a pillar la hora punta y, en poco tiempo, nos cruzamos con 5 caminantes.

Confluencia de caminantes en la hora punta de mediodía. Se formó un atasco monumental en el poste indicador.

Comemos al lado del río. La conversación toca brevemente la situación económica y política de Cataluña pero, ante la falta de motivos para el optimismo, no tardamos en buscar otro tema.

Para volver al coche, deshacemos el mismo camino pero, por algún mecanismo que no alcanzo a comprender, parece tres veces más largo que el camino de ida. Cuando llegamos al coche, hago subir a Carles delante mientras yo me pongo en el asiento de detrás para descansar. “Si Pep se duerme, ya le entretendrás tú con cuentos”, le digo.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 16,5 km; 570 metros de desnivel acumulado.