Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



jueves, 31 de diciembre de 2020

18/12/2020 – Amnesia en La Ribera

Uno podría pensar que Pep ha estado en todas partes y lo conoce todo pero tiene una zona inexplorada de tamaño considerable entre Vilada y Castell de l’Areny. Yo sí que había ido varias veces al principio de tener los mapas. Se ha levantado el confinamiento municipal de fin de semana y ahora es comarcal, lo que nos da más libertad de movimiento. Por lo tanto, volvemos a los viernes como día de salida, pero a Carles no le va bien de momento por motivos laborales.

Como estaríamos solos, propongo a Pep ir a esta zona, advirtiéndole que, cuando fui yo, hace más de 10 años, la parte entre La Ribera y Castell de l’Areny había quedado bastante devastada por la explotación forestal.

Aparcamos en la carretera que va a Camp-rubí, encima del grupo de casas de La Ribera. Nada más salir del coche, Pep me coge los mapas. La idea era subir hacia el norte por un camino que tenía marcado y caminamos hacia la curva en la carretera unos 100 metros atrás. Sin embargo, como es de todos sabido, el hombre propone y Dios dispone y antes de llegar, vemos otro camino cuyo arranque tenía marcado. Pensando que era otro camino para subir, lo cogemos y en vez de subir, va paralelo a la carretera y además, al poco rato, pasamos por las ruinas de una casa que los dos desconocíamos. “Empezamos las salidas pensando que lo conocemos todo”, observa Pep.

El camino está muy tapado con zarzas y ramas y tardamos un tiempo desproporcionado en cubrir el corto tramo hasta que se reengancha con la carretera. Otra cosa que nos ha llamado la atención enseguida es el estado del boj. Se ve que la oruga de la mariposa del boj ha llegado aquí también y ha dejado los arbustos sin hojas. Por todas partes, vemos ramas medio desnudas con restos de hojas muertas y hojas nuevas que empiezan a brotar. Y en cada ramita, hojas muertas juntadas y pegadas para formar una especie de cápsula, donde supongo que estará la crisálida. Si esta plaga continúa, habrá un cambio notable de paisaje.

Siguiendo la carretera hacia Camp-rubí, me parece ver un camino abajo y en la cresta, bajamos. El camino no se acaba de ver claro pero unos 40 metros abajo, aparece otra casa. Hoy será una mañana de descubrimientos, pienso, y pido el mapa a Pep. Al desplegar las hojas, veo que tenía marcada la casa (con el nombre de El Casal) y toda una red de caminos que recorre el fondo del valle desde distintos puntos. Pep me jura que es la primera vez que viene aquí, así que debo haber venido yo aquí, solo o con Carles, en la era pre-blog y pre-GPS, a juzgar por algunas imprecisiones. Sea como sea, no tengo ningún recuerdo; es como si lo estuviera viendo por la primera vez. Esto empieza a ser preocupante.

 

El Casal, con el horno de pan en la esquina de la pared norte

Los campos de El Casal

Tras inspeccionar la casa, recorremos los campos en dirección NE hasta llegar a un camino tenue que baja hacia la riera de Camp-rubí con pequeñas eses. “¿Cómo pudiste venir aquí, solo y sin GPS y marcar todos esos caminos?”, me pregunta Pep, maravillado. Como no recuerdo nada de lo que hice, solo puedo encogerme de hombros. “Era joven y audaz”, ofrezco a modo de explicación.


La riera de Cercosa

Cruzamos la riera de Camp-rubí en la confluencia con la riera de Cercosa. El agua ha ido erosionando los estratos verticales de marga, creando un curioso efecto estriado. Subimos al otro lado y entramos en unos prados grandes debajo de la casa de Torrents y, durante unos minutos, disfrutamos del sol antes de bajar otra vez a las tinieblas. Propongo subir la pista por la ribera izquierda del torrente hasta que empalma con un camino que tenía marcado desde Torrents. No tengo ningún recuerdo del camino pero intuyo que fue importante. La pista entra en una zona de cultivo y vemos el camino que viene a nuestro encuentro. Empieza de forma sutil, cruzando antiguos campos pero, al entrar en el bosque, va cobrando entidad y no tarda en ser una auténtica autopista y todavía transitado. Pep lo propone como camino de Torrents al Molino de Soldevila.

 

Bonanza efímera bajo Torrents, mirando hacia el oeste

Caminamos hasta un collado y allí buscamos el sitio más soleado para comer. En ese rincón de bosque, disfrutando de la calidez efímera del sol y lejos del enemigo invisible que acecha en las ciudades, hablamos de distintos temas pero con el coronavirus como tema recurrente. Es evidente que tardaremos mucho en rehacernos de las secuelas del virus, sobre todo en lo emocional y social.

Aquí, en este collado, el camino bifurca: por la izquierda, baja a la riera de Cercosa en una línea directa a Torrents y, por la derecha, busca un collado inferior para bajar a la riera de Camp-rubí. Ambos estaban marcados en mi mapa desde esas salidas cuya memoria ha quedado borrada.

Al otro lado, buscamos un camino que sube a Cal Costa y encontramos dos, uno más tenue que bordea los campos y otro más marcado que llega a la riera más al norte. Al volver a la carretera debajo de Cal Costa, nos saluda un corredor que presumiblemente vive en una de las dos casas, Cal Pla o Cal Costet, ya que ambas están habitadas.

 

El camino de Cal Costa a la riera de Camp-rubí

Nos ha salido una cantidad inesperada de trabajo aquí. Desentrañar la red de caminos que conectaba las distintas casas nos llevará unas cuantas salidas.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,5 km; 330 metros de desnivel acumulado.

sábado, 26 de diciembre de 2020

26/11/2020 – Espinagalls y el Castillo de Roset

Toca cambiar de zona y resulta que Carles tiene inquietudes por conocer la zona detrás de Vilada. Concretamente, nunca ha estado en la casa de Espinagalls. Por lo tanto, Pep propone una ruta que incluya esta casa y el cercano castillo de Roset. Cuando añade que no tiene fotos de la casa, no puedo ocultar un pequeño gesto de sorpresa.

Aparcamos el coche en una pequeña explanada delante de la iglesia. Hace un día nublado pero no especialmente frío. Ha cambiado el viento y trae agua desde el Mediterráneo, pero aquí no lloverá, al menos hoy.

Ponemos rumbo al camino del agua. Es un camino que marca por donde se ha pasado un tubo desde la Font de l’Arç gasta un depósito encima del pueblo. Nos desviamos para visitar la casa de Cap de la Vinya. Con las vistas que tiene del pueblo y de la sierra de Picancel, cuesta entender porqué no hay un chalet o un bloque de apartamentos aquí en lugar de esta casa abandonada y tapiada. Pero una explicación, seguro que la hay. 


Vista de Vilada y Picancel desde Cap de la Vinya

Continuamos hacia el norte. Este camino, ahora señalizado, se ha ido transformando desde que lo descubrí por primera vez hace más de 20 años. Ahora hay más secciones de pista y también se ha cambiado el tubo, con la consiguiente excavación y relleno.

Con la mirada científica de Pep, ahora resulta que esos caminos que parecen marcharse al bosque y que yo nunca había intentado explicar, en realidad son las eses del antiguo canal al aire libre que se hicieron para frenar la velocidad de descenso del agua y así evitar que llegara descontrolada al pueblo.


La Creu de Roset 

En la división de caminos pasada la Creu de Roset, ponemos rumbo a la casa de Espinagalls. Al cruzar la pista que va a Cal Llebre, Pep sube por el camino central que va a la casa, mientras Carles y yo subimos por otro menos marcado que está situado más hacia el oeste. Yo pensaba que los dos caminos llevarían a la casa, pero resulta que el nuestro sale a una especie de promontorio con vistas al castillo de Roset y la Gotzera y, en medio de un pequeño llano, un cuadrado inconfundible identifica un edificio antiguo y que yo desconocía por completo.

Carles llama a Pep para comunicarle este extraordinario hallazgo. Pep está esperándonos en la casa para mostrar a Carles todas sus características, pero accede a reunirse con nosotros. “Es la casa antigua”, dice unos minutos después. Y empieza a sacar fotos, ya que ésta era la casa de la que no tenía fotos.


Espinagalls Vell

Ahora es tarde para volver a la casa nueva y ponemos rumbo al castillo. Tras explorar algunos caminos menores, llegamos a la Font de l’Arç, de la que nunca sale agua a no ser que haya llovido muchísimo, porque está canalizado hacia Vilada. Aquí decidimos comer. 


La Font de l'Arç

Juego de reflejos en el arroyo al lado de la fuente 

Pep explica que una vez, un compañero suyo tuvo que volver rápido a casa y, bajando el barranco desde la fuente, encontraron un camino que les llevó directamente a la casa de Roset. Yo tampoco había bajado por ese barranco, aunque sí había oído algo de un camino, y accedemos a probarlo.

Nos desplazamos un poco más hacia el castillo para bajar por algunos antiguos campos. Aquí todo tiene un aire fantasmagórico, con altas paredes de piedra seca cubiertas de musgo. Cuando acaban los campos, nos vemos obligados a bajar por la pendiente suave del lecho de la riera, actualmente seca. 


Campos abandonados hace muchas décadas bajo la Font de l'Arç

El lecho de la riera en el punto donde lo cruza el camino

Tras unas curvas, vemos el camino de Pep que marcha hacia la izquierda. Unos troncos cruzados sobre el lecho nos avisan del peligro de seguir bajando por la riera. Sin embargo, mirando hacia la derecha, vemos que el camino tiene continuidad y Pep propone subirlo, para avanzar la ciencia un paso más. El camino asciende con fuerte pendiente, con eses muy cerradas. Pep y Carles aprietan el ritmo y subimos rápido. De hecho, estamos subiendo el cerro del castillo. Hacemos una pausa en un pequeño claro, donde se ve otro camino que seguramente bajaba al pueblo medieval de Echilans, al pie del cerro.


El arranque del camino hacia el Castillo de Roset desde la riera

Con la pendiente y la velocidad de subida, noto que me estoy acercando a mi límite. Pero aún quedan 30 metros de subida, bordeando el precipicio, hasta llegar al castillo. Mientras Pep comenta tranquilamente algunos detalles arquitectónicos del castillo con Carles, aprovecho para comprobar mis constantes vitales. Podría ser peor pero la musculatura de las piernas acusa el esfuerzo y han perdido fuerza.


Vista de Picancel desde el Castillo bajo un cielo amenazador

Detalle del castillo

Para la bajada, pido colocarme entre Pep y Carles. Así, si tambaleo al borde del precipicio, Carles me podría sujetar por la mochila. Tomo la precaución de abrochar la correa de la cintura, no fuera que Carles se quedara con la mochila en la mano y yo cayendo por el abismo (“Al menos salvamos el track”, habría dicho Pep). Pero una vez pasado el tramo más expuesto, mis piernas recuperan su fuerza y vuelvo a mi posición habitual detrás.


Durante la bajada desde el Castillo

En bajada, puedo apreciar el interés del camino. No hay duda de su antigüedad, ya que va directamente al castillo. Llegamos otra vez a la riera y continuamos hacia Roset. Sigue bajando, aunque de forma mucho más suave. Pasamos por delante de una pared de roca, donde se han clavado enganches para hacer escalada. Poco después, estamos en la casa de Roset, y media hora más tarde, en el coche.


La pared de escalada, con columpio para relajarse entre vía y vía

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8 km; 530 metros de desnivel acumulado.

PD. Al mirar el track el día siguiente, veo que en el camino del castillo, subimos 100 metros de desnivel en 9 minutos. A diferencia de Pep y Carles, no soy un atleta. Ahora entiendo por qué llegué tan apurado arriba.

11/11/2020 – El camino de Palmerola

Hoy hace sol y las temperaturas a mediodía serán suaves. Pep ya está preparado para despedirse de esta zona pero aún le queda un camino por identificar: el camino de Palmerola, indicado en el mapa de la Minuta. El castillo de Palmerola poseía una lengua estrecha y larga de tierra que se adentraba en el Berguedà hasta llegar a las casas y la pequeña iglesia de Cosp. Y este sería el camino que conectaba esta zona con la casa central.

Aparcamos donde siempre en la pista que pasó por encima de Cal Tellola y subimos a la pista que pasó por encima de la casa de Roca Roja. Desde allí, continuamos por la pista, que se va adentrando en la pista hasta cruzar la pequeña riera que baja desde Puig Miró. Desde aquí, tenía marcado un camino, probablemente de origen forestal, que tiene pequeños ramales que bajan hasta la riera. En uno de esos caminos, veo una última oportunidad para buscar mi añorado camino superior, ya que estoy convencido que pasa por un collado amplio en la cresta que hace de límite entre los municipios de Sant Jaume de Frontanyà y Borredà. Desde la salida en que subimos toda la cresta, sostengo que no prestamos la atención suficiente (ya que Pep y Carles tenían la mente obnubilada por las setas), y no lo vimos.

Generosamente, Pep accede a apartarse durante 20 minutos de su objetivo principal. El camino cruza la riera y se pierde en unos campos. Un poco más arriba, hay una pista y la seguimos hacia el oeste hasta que acaba y de allí sale un camino tenue. Pep me dice que es de animales pero lo sigue. Llegamos a un llano en la cresta que, mirando la altura a la que estamos, interpreto como el collado y lo inspecciono con detenimiento. No hay nada. No me queda más remedio que renunciar a mi teoría. “No quiero oír ni una palabra más sobre caminos superiores”, me advierte Pep.

Deshacemos lo andado hasta volver a las tinieblas en el fondo del valle y continuamos por la pista hasta Coll Pèlitx, sin ver ningún indicio de este camino tan importante. Aquí, lejos del sol, hace frío y el ambiente es muy húmedo. Tengo los pies fríos. No vamos bien. En el collado, salimos al sol y subimos a un pequeño mirador. Debajo vemos la casa de Subirats y un poco más lejos, el Coll de Subirats y el largo valle que baja hasta la carretera. Con el sol a contraluz, los tonos dorados de los robles y el verde pálido de los prados que contrasta con el verde más oscuro de los pinos en la umbría del Serrat de Castelló al otro lado crean unos efectos de luz especiales y decido que vale la pena fotografiarlo.

Cuesta encontrar la composición ideal, ya que también debe incluir la casa y, tan concentrado estoy, que no me doy cuenta que Pep y Carles ya se han marchado. Por fin, consigo el encuadre que buscaba y guardo la cámara con satisfacción. “Ya nos podemos marchar”, digo y giro para bajar. ¡Estoy solo! Continuo unos metros por la pista que va al Coll de Subirats pero es evidente que no han venido por aquí. Me vienen recuerdos de la última salida a Meranges en 2017 cuando me abandonaron en la montaña en plena tormenta.


Cal Subirats a contraluz

Miro el teléfono. Por suerte, hay cobertura y llamo a Carles, ya que sé que él al menos cogerá el teléfono. Efectivamente, me contesta. Resulta que han bajado sin camino por el otro lado para volver a buscar el camino. Empiezo a bajar y veo a Carles que viene a mi encuentro. Caminamos por pistas antiguas de desembosque, haciendo una especie de zigzag. Con la vegetación y la humedad, vuelvo a tener los pies fríos, y ahora húmedos también. Pero por fin nuestro zigzagueo da fruto y entramos en un camino que convence a Pep. Lo bajamos hasta el punto donde la pista cruza la riera, ya que desde allí hasta la Roca Roja, la pista se hizo sobre el camino. Luego lo seguimos al revés, hacia el Coll de Pèlitx. Sube la cuesta en un zigzag muy amplio, cada vez más tenue, pero conseguimos seguir su trazado hasta el Coll. Ahora sí, lo tenemos.


En rigurosa exclusiva para nuestros lectores, aquí se ve el trazado del camino de Palmerola desde Cal Tellola hasta la Roca Roja y luego donde sale de la pista hasta Coll de Pèlitx. A la izquierda, también se ve el camino que nos llevó de vuelta a Cal Tellola.

Bajamos la pista hacia Palmerola, haciendo un pequeño desvío para marcar el camino que va a la casa de Subirats. Al llegar al Coll de Subirats, decidimos comer. Detrás de los árboles, se ven el castillo de Palmerola y algunas de las casas que forman el pequeño núcleo al pie del castillo. Cuesta encontrar un sitio donde llega el sol y cuando lo encontramos, enseguida se esconde y se nota un aire frío.

Tras 20 minutos, damos por concluido el almuerzo y volvemos por la pista, pasando por debajo de Cal Subirats. Pero Pep quiere buscar el camino de Subirats a Borredà, que sale en el mapa de la Minuta, y nos hace bajar por los bancales sin camino, peleando con las zarzas. “Sé que te encanta ponerte a prueba con esos pequeños retos”, me dice Pep con mala intención. Pero el camino no lo encontramos. Está todo muy removido entre pistas y talas y las zarzas lo tapan todo.


Antiguos campos bajo Cal Subirats

Llegamos a la pista principal y continuamos bajando. Una pareja de corzos nos miran sorprendidos durante unos segundos antes de marcharse corriendo. Y mientras Pep y Carles investigan un cúmulo de piedras encima de la pista, un jabalí cruza la pista al trote a unos 20 metros de mí. Con armas y un futuro post-apocalíptico, todo esto habría acabado en la despensa.

Para volver al coche, cogemos otra pista que lleva a un fragmento delicioso de camino, marcado con la raya amarilla de la Xarxa Lenta, que nos lleva directo a la riera debajo de Cal Tellola.


Una vista del camino

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11,6 km; 470 metros de desnivel acumulado.

PD. Cuando bajo el track al mapa, veo que no salimos al collado en la cresta sino en un llano un poco más al oeste. A ver si algún día convenzo a algún incauto para que me acompañe a aquel collado.

sábado, 7 de noviembre de 2020

14/10/2020 – Decepción en Les Platetes

Hoy amanece nublado, con temperaturas más bien frescas, pero no lloverá. Hace muchos años había topado con un camino viniendo hacia Les Platetes desde Terradelles en una salida solitaria. Lo había dejado sin acabar y tenía la esperanza de que fuera un gran camino transversal desde Terradelles hasta la zona de Palmerola. Y ¿quién sabe? Podría enlazar con el camino superior que encontré en la salida del 30 de septiembre y que solo yo creo que realmente existe. Al inspeccionar mi mapa en el Mikado, Pep admite que tiene posibilidades y se convierte en el objetivo de hoy.

Propongo que la mejor manera de llegar a este camino sería subir el pequeño barranco que se deriva del Rec de Puig Miró en dirección este, teniendo como punto de partida el Molino de Terradelles. De este modo, cruzaremos el camino tras superar un desnivel de unos 100 metros.

En la carretera a Borredà, ya notamos que ha bajado la afluencia de cazadores de setas y esta primera impresión se confirma en la carretera a Sant Jaume de Frontanyà. Apenas hay coches aparcados. Aparcamos al inicio de la pista que se hizo sobre el antiguo camí ral de Borredà a Sant Jaume y que pasa por el Molino de Terradelles. Al entrar en el Rec de Puig Miró, Carles detecta un horno de tejas, y es que Carles lo ve todo. Dejamos el barranco y subimos por la cuesta. Solo vemos una pareja de jóvenes marroquíes con las cestas vacías y la razón de tan poca gente se hace obvia: no hay rovellones. De una semana a otra, han desaparecido.


Los árboles empiezan a cambiar de color en la pista al Molino de Terradelles

Tras cruzar unos caminos residuales usados para arrastrar troncos, entramos en el camino que tenía marcado y que marcha hacia una cresta con ligera subida. Aún se ve bastante marcado. Giramos a la izquierda y al llegar a la cresta, vemos que sale otro camino que se marcha hacia atrás en la misma dirección que el nuestro pero con tendencia a subir. Mirando mi mapa, quedo sumido en la perplejidad. Ya no sé cuál seguí hace tantos años, ya que el camino que marqué va de llano. Hay que decir que fueron tiempos previos al GPS y todo se hacía analógicamente.

A partir de la cresta, hay unas marcas rosas en los árboles pero están pintadas en el otro lado del tronco, para guiar a los que vienen desde Sant Jaume. Pero aquí el camino se difumina y lo acabamos perdiendo. Pep me mira extrañado pero de momento calla.

Llegamos a un final de pista que ya tenía marcado y que entra en otra pista más importante que sube el valle hacia Puig Miró. Nosotros vamos en la dirección contraria, que nos lleva a un collado y, desde allí, tras algunos titubeos, encontramos la continuación medio borrada, siguiendo una pista antigua, que nos deja en la pista de Cal Toni, delante del camino que viene de Sant Jaume y que seguimos en una de las primeras salidas tras levantarse las restricciones.

Llegados a este nudo de comunicaciones, damos la vuelta y nos plantamos otra vez en el final de pista donde, ahora sí, las marcas rosas nos guían sin pérdida. Al final, Pep expresa lo que llevaba tiempo pensando: “Viniendo solo y con miedo, parece increíble que Steve se atreviera a seguir este camino tan perdedor. Si incluso nosotros perdimos el rastro en la ida”. “Pero seguirlo en este sentido no es tan difícil”, contesto. “Solo hay que seguir las marcas”. Y en efecto, las marcas acaban en la cresta y su finalidad está clara: llevar a los cazadores donde tienen que esperar a los jabalíes, que también vendrían subiendo el camino perseguidos por los perros.

Carles y Pep se lanzan sobre una presa indefensa

En la bifurcación, decidimos seguir primero el camino superior como más prometedor. Ahora Carles empieza a encontrar setas y saca la bolsa. A lo largo del camino, él y Pep cogen no solo rovellones sino también llanegues negres (el rey de las setas berguedanas) y otras que se llaman agulletes. Mi mujer me había pedido setas para hacer una tortilla así que reclamo mi parte nada más ver cómo se agacha Carles para cogerlas. Debajo, oímos las voces de los marroquíes. Si hubieran subido unos 50 metros más …

El camino continúa con una trayectoria sólida hasta que entra en una zona de cultivo perdida en el bosque, con los campos escalonados hacia arriba y hacia abajo, y allí se muere. Abajo, en línea perpendicular, oímos el gallo de Les Platetes. “Así, cualquiera se orienta”, pienso. Evidentemente, este no es el gran camino transversal con que soñaba. Pero aún queda el camino inferior. La esperanza es lo último que se pierde, dicen. Volvemos a la cresta y emprendimos el segundo camino pero, como el primero, se muere al cabo de 200 metros en una zona de cultivo.

Volviendo a la cresta tras el fracaso del primer camino


Abatido, sigo a Pep y Carles, que ya están bajando la cuesta en diagonal, hasta entrar en una pequeña pista de desembosque ya cerca del Molino de Terradelles, donde decidimos comer. Ya tengo medio bocadillo engullido cuando consigo dar forma a unos pensamientos que van vagando por mi mente. “Terradelles es una gran casa con unos campos enormes y de buena calidad. ¿Qué necesidad tendrían de venir a cultivar estas laderas?”. “Ellos ninguna”, contesta Pep. “Pero los del pueblo sí. Estos caminos venían directamente desde Sant Jaume de Frontanyà. Con poca tierra propia, ya les valdría la pena venir aquí de vez en cuando”.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6 km; 230 metros de desnivel acumulado.

domingo, 11 de octubre de 2020

7/10/2020 – Caminos nuevos en Les Platetes

Carles no puede venir. Tiene una reunión MUY IMPORTANTE. Y Pep tiene hora en el Archivo Comarcal el viernes y muchos compromisos más. Hemos constatado más de una vez que una salida sin Pep vale menos de la mitad que una salida con Pep, así que Carles tendrá que esperar hasta la semana que viene.

Pep quiere volver al mismo lugar donde estuvimos la semana pasada para explorar estos caminos transversales. El tránsito ha aumentado notablemente y hay muchos coches aparcados al lado de la carretera. Sin embargo, aún hay sitio para nosotros en nuestro parking habitual, aunque ahora lo tenemos que compartir con una furgoneta.

Subiendo hacia la casa de Roca Roja, nos cruzamos con un pequeño grupo de rumanos ruidosos que llevan bidones para recoger setas, con poco éxito de momento. Pep dice que no piensa distraerse con las setas hasta más adelante y la prioridad es la ciencia. “Pues hoy no te pediré ninguna”, digo. “Aún me quedan las setas que recogimos la semana pasada. Las herví como me dijo Carles pero no tienen sabor a nada”.

“¡Cómo que no saben a nada!”, exclama Pep, indignado. “Está claro que alguien que pasó su infancia comiendo ‘fish and chips’ y verduras hervidas no puede tener el paladar refinado necesario para apreciar estos manjares”.

Llegamos a la explanada de pista y cogemos el primer camino transversal. En la bifurcación, dejamos el camino inferior para la vuelta y seguimos por el camino intermedio. Vamos viendo rovellones pero Pep se niega a cogerlos. “Mira qué jugosos, qué tiernos, qué frescos”, digo efusivamente. “Unos colores tan bonitos, seguro que están perfectos. ¿Y los vas a dejar?”. Veo que la voluntad de hierro de Pep comienza a resquebrajarse y al final saca una bolsa enorme donde caben al menos 15 kilos de setas. “Pero que conste que seré muy selectivo. Deberán tener unas medidas muy precisas y estar a poca distancia del camino”.

Un bonito ejemplar de Amanita muscaria. No apto para el consumo.

El camino del medio entra en un nudo de pistas y luego continúa hasta Les Platetes. Yo pensaba que pasaría más arriba pero me rindo a la evidencia. Volvemos por otro camino muy marcado que sale de una bifurcación y se une a una pista que nos llevará al mismo nudo. Aún tengo esperanzas de encontrar el camino superior y, desde el nudo, propongo seguir una pista que sube hacia arriba. No veo ningún rastro y, ante el escepticismo creciente de Pep, que está convencido de que este camino es una alucinación mía, acabamos volviendo a bajar hasta el camino intermedio.

El camino intermedio a Les Platetes

En la bifurcación, tomamos el camino inferior. Pasa por debajo de la casa de Les Platetes con intención de cruzar la riera. Justo aquí, en los prados arbolados con el ruido del agua abajo, decidimos parar y comer nuestros bocadillos, repasando el estado lamentable del mundo. Les Platetes vuelve a ser una casa habitada y es evidente que todos estos caminos son recorridos habitualmente.

Cruzamos la riera, dejando dos bifurcaciones que subirían a la casa. Al otro lado, salimos a la carretera justo en el punto donde bajaba el camino desde Les Vinyes de la semana pasada. En el kilómetro y poco de carretera hasta llegar al coche, vemos a una señora que busca setas en los pinos justo al lado de la calzada y oímos voces masculinas más abajo. Nos muestra su cesta casi vacía, mirando con envidia la bolsa media llena de Pep. “No buscábamos setas, las hemos ido encontrando en el camino”, explica Pep con modestia. “Pero allá en el bosque al otro lado, tenéis todas las setas que queráis”. “Sí, lo sé”, contesta la señora. “Es lo que nos dijeron nuestros amigos. Pero hemos encontrado una valla, giramos a la izquierda pero siempre había la valla y hemos vuelto a bajar”. “Es la valla de la casa”, dice Pep. “Tendríais que haber girado a la derecha y tendríais vía libre al bosque”. Pero, claro, a toro pasado, todo es más fácil.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,6 km; 270 metros de desnivel acumulado.

30/9/2020 – Puig Miró

Desde la jubilación de su responsable, el archivo de Berga ha estado cerrado al público. Pero ahora, y hasta que se llene la vacante, subirá un archivero una vez por semana, que resulta que cae en viernes. Pep nos propone, al menos temporalmente, pasar las salidas a los miércoles. Como todos somos dueños de nuestro tiempo, accedemos.

Hoy Pep quería cruzar el Merdançol y explorar la otra ribera. Tenía noticias de una casa, Roca Roja, y quería encontrarla. También le hacía ilusión llegar a la cima de Puig Miró que, con 1.300 metros, es el punto más alto del municipio de Sant Jaume de Frontanyà. Yo había estado un par de veces por esta zona, solo o con Carles, pero Pep la desconocía en gran parte.

Aparcamos en el sitio habitual en La Tellola. Ahora ya no estamos solos, hay otro coche, y ya hemos notado cierto tránsito de coches con boletaires jubilados, solos o acompañados. Cruzamos la riera de Merdançol y subimos la pista al otro lado. Vemos que marcha un camino que sube por la cresta. Lo perdemos casi enseguida al desviarnos de la cresta y no lo recuperamos hasta poco antes de llegar a una explanada que marca el final de una pista. Allí Carles, que lo encuentra todo, ve unas tejas en un rincón y Pep deduce que la pista aniquiló la casa.

Por razones que no me acaban de quedar claras, Pep renuncia a seguir la pista, donde yo tenía otros caminos marcados, sino subir la cresta. Luego, al bajar el track a los mapas del Institut Cartogràfic de Catalunya, veo que la cresta marca el límite entre los municipios de Sant Jaume de Frontanyà y Borredà.

Empezamos a ver rovellones por aquí y allá. Incapaces de resistir la tentación de lanzarse al expolio, Carles y luego Pep sacan bolsas y empiezan a recoger setas, ajenos al abismo que de tanto en tanto se abre a nuestra derecha. Al final, yo también les ayudo a llenar sus bolsas, reclamando mi derecho a participar en el botín.

Mirando hacia el castillo de Palmerola en la subida



Y mirando hacia Berga

Tras hacer 200 metros de desnivel desde los restos de Roca Roja, llegamos a la cima de Puig Miró. En realidad, es una plataforma amplia rodeada de árboles que obstaculizan las vistas. Habiendo cumplido el trámite, bajamos hasta un punto ideal para disfrutar de la temperatura suave del mediodía. Acabado el bocadillo, anuncio que tengo una bolsa libre y me pueden dar mi parte. Así no les pesará tanto en la bajada (después de dejar que carguen con todo el peso en la subida).

Pero Pep tiene otros planes. “Todas las setas que cojamos hasta llegar al coche serán para ti”, propone. A primera vista, parece un buen trato y acepto. Iniciamos el descenso por antiguas pistas de arrastre de troncos y entramos en una zona donde predominan las hayas. Mal sitio para encontrar setas. Después de 15 minutos, Carles encuentra un rovellón y estrena mi bolsa. Poco después, Pep encuentra dos más. “Ya empieza a pesar, ¿eh?”, dice Pep, con su mejor sonrisa de estafador.

Debo tener unos 10 o 12 rovellones en la bolsa cuando no puedo reprimirme más. “Os veo poco motivados. Creo que habéis venido aquí a propósito para estar más relajados”. Pep pone aire de ofendido. “¡Qué desagradecido! Encima que estamos trabajando para ti”. Pero, sea como sea, mi bolsa empieza a llenarse más deprisa y no tardo en declararme satisfecho con la cantidad recogida, aunque sin llegar al volumen que ocupan las bolsas abultadas de Pep y Carles.

Vamos pasando por algunas carboneras y caminos transversales en el descenso, el primero en la cota de 1.100 metros. Lo sigo en ambas direcciones; tiene buena pinta pero, tan arriba, no veo un destino claro. Otro muy marcado a 1.050 metros, que se bifurca para continuar hacia el noreste a distintos niveles. Este camino ya lo tenía empezado más hacia el oeste y nos lleva directamente a la explanada de pista que antiguamente era la casa de Roca Roja.

Desde aquí bajamos por la cresta para marcar correctamente el trazado del camino de La Tellola a Roca Roja. “Para que no se estropeen, hiérvelas suavemente en su propio jugo y luego a la nevera o congelador”, me aconseja Carles, experto en la conservación de setas. “Así lo haré”, prometo.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,4 km; 400 metros de desnivel acumulado.

sábado, 10 de octubre de 2020

25/9/2020 – Separando el grano de la paja en Les Vinyes

Para este viernes, el hombre del tiempo ha advertido de ventadas peligrosas. Ya conocemos de sobras el yu-yu que da oír el crujido de los pinos al pasar por el bosque con un viento fuerte. Pero en el detalle de la previsión, hay un agujero grande sin viento que abarca nuestra comarca y decidimos probar suerte.

Aparcamos en la carretera, al lado de la pista que pasó encima de Cal Tellola. No hace viento y todo parece indicar que será un día perfecto. Para hoy, Pep propone poner un poco de orden en los caminos de Les Vinyes. Sospecha que muchos de los caminos que tengo marcados son caminos de vacas.

Desde la pista que va a Solandeu, seguimos un camino de animales (o de los postes telefónicos) que va paralelo a la carretera, hasta ver un camino que se adentra hacia la casa. En un desvío, Carles detecta unas piedras sospechosas que Pep valora como casa, probablemente medieval y desconocida para la ciencia. Deshacemos el desvío y reconstruimos cuidadosamente el camino de Les Vinyes hacia Borredà hasta llegar a Les Vinyes.

Les Vinyes con el pueblo de Borredà al fondo

“Ya no seguimos caminos”, dice Pep, recordando la destrucción de la semana anterior. “Es arqueología de caminos. En realidad, lo que buscamos son fragmentos de caminos”. Nos desplazamos a otro camino que tengo marcado y que marcha hacia el norte. ¿Podría ser el camino de San Jaume de Frontanyà? Llegamos a una bifurcación. A la izquierda el trazado ya es conocido y parece apuntar más hacia Picanyes. Bajamos por la derecha, por un camino que no está acabado en mis mapas, pero se muere en los campos.

Llegamos a la carretera y la cruzamos para bajar por una pista que era el antiguo camí ral a Sant Jaume. Pasa por el molino de Terradelles, demolido al hacer la pista. Sin embargo, la balsa del molino aún mantiene su perímetro intacto y seguimos el canal hasta llegar a una cascada con piedras talladas para consolidar una presa.


La presa del Molino de Terradelles

Es un lugar idílico. Debajo de la cascada, el agua ha formado una piscina natural y los árboles van dejando islas de sombra. Decidimos comer aquí, con el relajante sonido del agua de fondo. “Suerte que no hicimos caso a los meteorólogos”, repetimos.

Una vez recuperados y repletos de nutrientes, volvemos a la carretera y subimos otro camino que tenía marcado. Decidimos que es el camino auténtico de Les Vinyes a Sant Jaume de Frontanyà. Incluso está empedrado en algunos tramos, con una derivación que yo tenía mal puesto y que baja hacia Les Platetes.


Les Platetes y Puig Miró detrás

Como último proyecto del día, propongo seguir un camino cuyo inicio tengo marcado y que podría ser el camino de Solandeu. Entramos en los campos y subimos hacia el Collet de Les Vinyes. Al límite de los campos, un camino entra en el bosque y nos lleva al collado … donde desaparece. “Aquí no hay nada”, dice Pep con reprobación. “Todo esto lo tendrás que borrar. Las vacas aprovecharon tu falta de experiencia y te llevaron al huerto”.

Pero, bajando hacia el oeste desde el collado, vemos un camino muy tenue al lado de un hilo metálico que marca el límite de la propiedad. Cuando el hilo baja por una cresta, el camino tan tenue gira hacia el noroeste para seguir la curva de nivel. Al principio apenas se ve, podría ser un pliegue en el terreno, pero poco a poco va ganando en definición, se desvanecen las dudas y poco después, ya estamos en Solandeu.

Solo nos queda bajar el camino que nos lleva a la pista que recorre el fondo del valle y de allí, directamente al coche. En otras partes de Cataluña, el viento ha soplado con fuerza, e incluso ha provocado algunos daños, pero aquí ha hecho un día maravilloso.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8,25 km; 380 metros de desnivel acumulado.

lunes, 28 de septiembre de 2020

18/9/2020 – Can Saiol

Ya llevamos 4 semanas sin salir. El 28 de agosto, el hombre del tiempo había predicho tormentas violentas a partir de mediodía. Sí que hubo tormentas, pero a partir de las 8 de la tarde. Durante todo el día, hizo un sol espléndido. “Fiel a su cita, las lluvias llegaron con algunas horas de retraso”, dijo el meteorólogo, como si esa demora no fuera importante. El efecto para nosotros fue devastador.

Las dos semanas siguientes, Pep y Carles colaboraron en la campaña anual de excavación del castillo de Berga, centrada este año en el entorno de la iglesia. “Muchos huesos”, resumió Carles.

Para hoy también se han anunciado lluvias y el aspecto del cielo por la mañana lo confirma. Pero después de tanto tiempo sin salir, decidimos confiar en que el día aguante al menos hasta mediodía.

Aparcamos en el mismo sitio que la última vez, en el cruce de pistas cerca del Santuario del Oms. La primera tarea es buscar el camino auténtico de Sant Jaume de Frontanyà a Vilada. Pasa por Les Lloberes pero no por la pista principal sino más arriba. Entramos en una pista de desembosque que va más hacia el noroeste, donde hay dos camiones y varios trabajadores que están cargando un montón de troncos que llevan meses apilados allí.

Dejamos atrás los camiones y empezamos a bajar. Notamos gotas de lluvia. Las calvas son detectores de lluvia muy sensibles y no engañan. ¿Tendremos que dejarlo antes de empezar? Carles cierra los ojos y levanta los brazos. Deja de llover y continuamos. Cruzamos el Torrent del Joncar y subimos por un camino muy marcado. Seguramente es el camino que busca Pep pero, al salir del pequeño valle del torrente, se pierde en unas pistas antiguas. De nuevo, empieza a llover y Carles repite el ritual. Enseguida deja de llover y vemos otro camino que sale a la derecha desde la pista de Les Lloberes y volvemos a bajar al Torrent del Joncar. Volvemos a hacer el circuito y esta vez lo enlazamos bien.

Por todas partes vuelan las llamadas mariposas del boj. Es una especie invasora cuyas orugas dañan el boj. Cada año se van extendiendo un poco más y, por primera vez, ahora han llegado al Prepirineo. 

¡No son buitres! Son mariposas

Tomamos la pista que pasa por debajo de las casas de Les Lloberes (con menciones desde el siglo X, dice Pep). Por aquí, el camino de Vilada bajaría a la casa de La Cercosa, hundido en el fondo de un valle siniestro, oscuro, lejos de cualquier lugar civilizado y seguramente lleno de espíritus malignos. Pero Pep quiere ir a Can Saiol, ya que nunca ha ido a esa casa.

Las casas de Les Lloberes

Yo había ido solo hace muchos años, poco después de tener los mapas del Catllaràs. Me pareció una isla, ya que no había ninguna pista cerca, ni para acceder a la casa ni para cortar el bosque. Descubrí una red de caminos bastante intacta. La casa estaba en ruinas pero aún se podía ver la estructura y al lado había los restos de un edificio grande rectangular, como unas cuadras. Un par de años más tarde, pudimos hablar con el panadero de Borredà y nos contó que el último habitante de la casa se dedicaba a criar y adiestrar mulas para trabajar en el bosque. Era una persona muy solitaria y el dinero que iba ganando, no lo llevaba al banco sino que lo escondía en la casa. Un día, vinieron unos hombres y le secuestraron en su propia casa hasta que les dijo dónde estaba escondido el dinero. Poco después se marchó de la casa y pasó el resto de sus días en Borredà. La moraleja es que es mejor guardar el dinero en el banco. También te roban pero al menos no te pegan.

Can Saiol en 2005

Llegamos al Coll de Lloberes. Desde aquí salía el camino que va a Can Saiol. Pero en lugar del camino, ahora hay una pista de 4 metros de ancho. Yo recordaba un camino agradable, con un uso muy intenso en el pasado, que seguía las curvas de nivel y pasaba por una serie de collados hasta bajar a la casa tras superar una pequeña sierra. Ahora, nadie lo verá como lo he visto yo y esto pone de muy mal humor a Pep, que despotrica contra los ingenieros forestales. “Tenía que pasar”, pienso resignado. “Tantas hectáreas sin pistas ya no podían durar mucho más”. Intento darle una lectura positiva: “Estas pistas son perfectas para la era COVID. Ahora podemos hacer senderismo guardando la distancia social”, propongo.

Pep se desahoga

Tras recorrer más de un kilómetro, la pista gira hacia la derecha, obligada por el relieve, para dar un largo rodeo y reaparece el camino, que marcha en línea recta hacia la casa. Hay marcas blancas y amarillas rudimentarias pintadas en los árboles y las rocas, como si alguien quisiera aprovechar la gran cantidad de caminos intactos para crear un Sendero de Pequeño Recorrido extraoficial, ya que ni las marcas tienen la forma oblonga reglamentaria ni hay postes indicadores con las distancias a los distintos puntos de referencia.

En el punto donde el camino se separa de la pista

Por todas partes se nota la presencia de máquinas y el último descenso a la casa sería muy difícil de seguir si no fuera precisamente por las marcas de pintura. Salimos a la izquierda de la casa, donde una pista (seguramente la continuación de la anterior) ha cortado los antiguos campos. La casa, cubierta por zarzas, apenas se ve y de las cuadras, solo quedan restos de paredes.

Volvemos a subir para situarnos encima de la casa, donde comemos nuestros bocadillos a toda prisa. La vista hacia el sur es inquietante, con nubes gruesas que solo dejan pasar un resquicio de sol muy abajo, por la zona de Osona. Empiezan a caer gotas de nuevo. Estamos en el punto más alejado del coche. Miramos a Carles pero esta vez su concentración no produce ningún efecto y empieza a llover más fuerte.

Mirando hacia el sur con la pista que cruza los campos de Can Saiol. Lo poco que se ve de la casa está fuera de la imagen, a la derecha

Sacamos los chubasqueros, guardo la electrónica y caminamos rápidamente hacia la pista. Al salir del municipio de Borredà y entrar en el de Palomera, de repente deja de llover. “Quizás los poderes de Carles están restringidos al ámbito municipal”, especulamos. Pero solo fue una breve tregua; al poco rato, empieza a llover de nuevo. “Todo ha sido un engaño”, pienso. “Algún bromista nos ha querido hacer creer que Carles tiene poderes para alejarnos del coche y así asegurar que quedamos empapados”. En los casi 3 kilómetros de regreso al coche, no para de llover.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 9,4 km; 280 metros de desnivel acumulado.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

21/8/2020 – Picanyes

Resulta que Pep había leído mucho sobre la casa de Picanyes y su molino pero nunca los había visitado. Yo sí, en una exploración solitaria en otoño, mucho antes del blog, y así lo pude demostrar con mis mapas. Pero solo recordaba el estanque del molino y escasos restos de un muro detrás. Mientras viajábamos una vez más por la carretera de Borredà y Sant Jaume de Frontanyà, Pep nos explicó que la casa había sido adquirida por la familia Vagués en el siglo XVIII, y poco después construyeron el molino. Presumiblemente para pagar deudas, la casa fue vendida en el siglo XIX y toda la familia se trasladó al molino y cambió de oficio. Hoy, de la familia y su patrimonio, solo quedan las menciones en las actas notariales.

Volverá a hacer calor hoy y por eso Pep ha propuesto una salida en “petit format”, con pocos kilómetros y objetivos limitados. Aparcamos en el cruce de pistas cerca del Santuario del Oms. Pero enseguida volvemos a bajar a la carretera porque Pep quería buscar el trazado de Sant Jaume de Frontanyà al Santuario, que no aprovechaba el camí ral a Borredà sino que seguía una ruta propia. Encontramos algunos restos bajo la carretera que siguen una línea recta mientras la carretera hace una curva amplia y Pep se declara satisfecho.

Volvemos al cruce de pistas y caminamos hacia las casas de Les Lloberes. Nos desviamos brevemente para seguir otra microrruta que era el camino que venía de la casa del Oms para enlazar con el camino principal. En nuestra época inicial de identificar los grandes caminos (gracias inicialmente al libro de C.A. Torras), todas estas pequeñas derivaciones eran dejadas de lado en nuestro afán de hacer cuantos más kilómetros mejor.

Continuamos por la pista principal y 200 metros después, les muestro el camino que había encontrado hace tantos años que bajaba al molino. La primera novedad es que mi “camino” es en realidad un canal que llevaba agua desde el Torrent del Juncar al molino. Sin embargo, al seguirlo, vemos que se muere muy encima del molino. En todo el trayecto, yo había ido insistiendo en que el molino tenía su propio estanque y no necesitaba un canal. “Para regar los campos, ¿entonces?”, musita Pep.

El estanque ya lo vemos abajo pero antes de ir al molino, hacemos dos microrrutas más: el camino del molino a Sant Jaume de Frontanyà en el tramo hasta la pista de Les Lloberes y el camino del molino a la casa del Oms. Mientras vamos bajando por última vez hacia el molino, les advierto que queda poca cosa del edificio, recordando el trozo de pared que había visto desde el otro lado del estanque.

El estanque del molino de Picanyes. El edificio estaba escondido en la vegetación en frente

Efectivamente, al llegar al lugar donde estaba el molino, lo vemos totalmente tapado por la vegetación, de la cual solo se asoman unos pequeños restos. “Lo veis”, digo triunfalmente. Carles aparta la vegetación y se ve un paso estrecho que baja al lado de un imponente edificio de tres plantas, adosado a la pared de roca del salto desde el estanque.

“Mientras estabas contemplando los reflejos de los colores otoñales en el agua del estanque, ¿no se te ocurrió mirar si había algo más?”, me pregunta Pep, incrédulo. “Estaba solo”, justifico, con poca convicción.

Entrada en la planta superior del molino

Y la salida de agua abajo

Después de documentar el molino, ponemos rumbo a la casa de Picanyes. Encontramos el camino de conexión con el molino al segundo intento. Es una casa grande, con un gran pajar. Su categoría es muy diferente de las casas perdidas en el bosque de la semana anterior. 

La casa de Picanyes


Y el entorno

Aquí decidimos comer y buscamos la sombra de un árbol frondoso, con la casa de Picanyes en el primer plano y el Santuario del Oms al otro lado del valle. Una vez descansados, buscamos la pista de Les Lloberes y volvemos al coche.

El Santuario del Oms desde Picanyes

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,5 km; 170 metros de desnivel acumulado.

PD. El día siguiente, amanezco con la espalda cubierta de granos urticariantes, desde las axilas hasta la cintura, que tardaron varios días en marcharse. ¿Qué me cayó encima desde aquel árbol en Picanyes?