Ha cambiado el tiempo y tenemos que
bajar de altura. Sin embargo, Pep considera que aún es pronto para bajar al
Baix Berguedà. En el Mikado, afrontamos nuevamente la eterna pregunta: ¿Dónde
vamos? De repente, me acuerdo de una espina que lleva un año clavado. El 20 de
noviembre del año pasado, fuimos al Coll de la Sala, detrás del Monasterio de
Sant Llorenç de prop Bagà, y Pep no me dejó subir un camino que seguro que iba
a algún sitio. Y arriba, encontramos otro camino que surgió de la nada para
pasar el Serrat de les Hores y nunca averiguamos su punto de origen.
“Ha llegado la hora de ver qué pasa en
esa cuesta”, les digo con convicción a Pep y Carles. Aparcamos en la pista,
encima de la casa del Vilar y nos plantamos nuevamente en el Coll de la Sala. No parece haber
cambiado mucho desde el año pasado. Subimos primero el camino de bajar troncos
y luego vemos el otro que marcha a la derecha. Como la idea era mía, Pep me
hace pasar delante y él ocupa mi puesto atrás.
El camino sube con pendiente constante
en diagonal hacia el noroeste. Parece que lo limpian los cazadores de vez en
cuando. Aunque se ven marcas del paso de troncos, hay indicios más que
suficientes de que se trata de un camino importante y todo indica que va hacia
el Coll de Turbians.
A lo lejos se oye el ruido de una
motosierra. Apartando el boj, me siento como un rompehielos que aparta el hielo
con una elegancia poderosa para abrir un paso. De repente, se oye una voz desde
atrás que rompe la magia del momento: “Ya están cortando arriba y vamos
directamente hacia ellos. Suerte si no nos cae un árbol encima. Como mínimo, no
podremos pasar por las ramas. Y el resto del camino estará destrozado por una
pista asquerosa llena de fango”. Miro hacia atrás extrañado; es como si
estuviera oyendo a mí mismo. ¿Qué influencia maléfica tendría eso de ir el
último, me pregunto, que lo más natural parece ser quejarse?.
Pero Pep tiene razón. Al final, las
ramas nos obstaculizan el camino y, con cierta dificultad, salimos a una pista
nueva llena de fango. Imposible continuar: aparte de que el camino ya no se ve,
iremos directamente hacia la motosierra y el crujir de los árboles que caen.
La pista nueva
Resbalando en el barro, llegamos a la
pista principal y subimos hasta la Collada de la Font de la Paleta. Pep propone
seguir la pista hasta Coll de Turbians, a ver si encontramos alguna otra cosa.
Estudio mis mapas. Estamos casi a la misma altura que el camino que viene del
Serrat de les Hores. Señalo un camino para bajar troncos que sube la cuesta,
parte de la Xarxa Lenta y que va al Roc dels Quatre Batlles: “Por aquí se
tendría que ver un camino que marcha a la izquierda en algún punto.
Probémoslo”.
Subimos una pendiente. Alguna curva
que se aparta de la línea recta muestra que se abrió sobre un camino anterior.
Pep y Carles ya están unos 20 metros por delante mío, hablando de castillos y
dominios y no han visto lo que veo yo: Un sendero tenue que marcha a la
izquierda. Les llamo y lo seguimos. Lleva a lo que había sido una fuente
importante y ahora es un lodazal. A partir de aquí, el camino dobla su anchura
y continúa subiendo con ligera pendiente.
El camino del Serrat de les Hores
A Pep de repente se le hace la luz.
“Este camino no viene de abajo sino de arriba; es para bajar. Por aquí traerían
los animales desde las pasturas del Tossal para beber agua”. Seguimos subiendo
y finalmente enlazamos con el tramo que encontramos el año pasado. Tot aclarit.
Y damos la vuelta.
Mirando hacia el norte antes de llegar al Roc de Quatre Batlles. Al fondo, Tosa d'Alp y Puigllançada, abajo, Bagà
Al llegar otra vez al punto de inicio
del camino, seguimos subiendo hacia el Roc de Quatre Batlles. 200 metros
más de desnivel que había olvidado desde la última vez que subimos. Pasamos la
cresta hacia la cara sur y buscamos un sitio para almorzar.
El camino de la solana hacia Rocadecans
Aparte de las fraguas, Pep ha sido
requerido en varias ocasiones para dar charlas sobre temas variados. Una vez,
habló sobre los maestros de la escuela pública de Gironella en la Segunda
República. Otra vez, era sobre la minería del carbón como introducción a una
película que se proyectaba en Gironella. Está claro que Pep ha adquirido un
bagaje de conocimientos muy amplio en los últimos años y, mientras comemos con
vistas a todo el municipio de Vallcebre, nos entretenemos a enumerar todos los
temas sobre los que Pep podría hablar. “¿La neolítica del Berguedà?”.
“Evidentemente”, dice Pep. “¿Las carboneras del Catllaràs?”. “Una por una”.
“¿Las baumas (o cuevas)?” “¿Cuántas quieres?”. “¿Los puentes del Llobregat?”
“En 30 minutos, tengo el Powerpoint a punto”. “¿Los castillos?”. “Con sus
términos”. Y así seguimos durante unos cuantos minutos.
Vista hacia el sur, con una panorámica de Vallcebre
Y hacia el oeste, con Pedraforca
Pero por fin es hora de ponernos en
marcha otra vez. Bajamos un camino que va hacia El Quer. Hace unos cuantos años
(igual unos 10 años), habíamos hecho una salida con mi hermana por ambos caras
de esta sierra y habíamos encontrado este camino, tapado pero auténtico. Ya
casi abajo, habíamos dejado un camino que iba hacia la derecha y, ya que
estamos por aquí, sería interesante saber adónde iba.
Para asegurarse de no equivocarse, Pep
me coge los mapas. El camino cruza la pista que va al Coll de Turbians y
continúa al otro lado. Pero aquí Pep y Carles, enfrascados en una nueva
discusión sobre castillos, se equivocan y van hacia la derecha en vez de hacia
la izquierda y acabamos en una ‘artiga’ (ver Glosario) que ya conocíamos y sin
camino. Cuando nos damos cuenta, es demasiado tarde para volver atrás. “Ahora
no lo sabremos nunca”, pienso con tristeza. “No creo que volvamos por aquí
nunca más”.
La casa de Quer. A la izquierda, Roca Tiraval
Bajamos como podemos hasta la pista,
la misma que va al Coll de Turbians pero más abajo. De camino hacia el coche,
Pep ve más caminos que pueden llevar a lugares interesantes. “Aquí hay para un
par de salidas más”, concluye.
En la Font de la Vinya Vella, una
cesta llena de ‘fredolics’ yace abandonada sobre una de las mesas de piedra. El
lugar está totalmente desierto. Nos miramos: ¿nos la llevamos o no? Con cierto
esfuerzo, resistimos la tentación y seguimos por la pista. Y menos mal: no
pasan dos minutos que vemos a dos hombres de mediana edad que vienen caminando
a toda prisa hacia nosotros con expresiones visibles de ansiedad en los rostros,
seguramente para recuperar el tesoro que habían olvidado.
El valle del Llobregat con el sol de la tarde. Se ve la casa del Vilar