Pep y Carles han estado mirando el
mapa de la Minuta de Saldes y han visto que nos faltan cosas. Lo primero es un
corral que, según el mapa, se encuentra encima de la actual carretera que va a
Palomera y Coll de Pradell.
Pedraforca con la luz de la mañana
Después de aparcar el coche cerca de Palomera,
Pep señala hacia arriba donde se intuye un llano al final de una fuerte subida.
“Tiene que estar allí”, dice. Subimos 100 metros de desnivel y cuando llegamos
allí … no hay nada. “El mapa debe estar equivocado”, concluye Pep y emprende la
marcha hacia abajo otra vez.
Esto empieza mal, pienso. Mi profesora
de yoga no empieza las clases hasta la semana que viene y tengo el cuerpo como
si tuviera barras de hierro en vez de articulaciones.
La próxima tarea es buscar los caminos
de Saldes y Maçaners hacia el Coll de Pradell, que, según la Minuta, se unían
bajo Palomera. En su Guía de Itinerarios, César August Torras ya advertía que
los caminos eran malos por el mal estado del terreno. Hoy, con la erosión, el
abandono, los barrancos que se han formado con la lluvia, las pistas que se han
abierto y la minería a cielo abierto de los años 70, no hay rastro de caminos y
solo tenemos la palabra de Carles que sigue el track en su GPS.
Recorriendo pistas por un paisaje
desolado, caminamos hacia la Collada dels Prats, pasando por El Portell de
Solà, donde todavía sobrevive un pequeño tramo del camino original al lado de
la pista. Supuestamente era el camino a Maçaners. Entre las nubes que empiezan
a tapar el cielo y una explotación nada amable de los bosques de pino negro, la
impresión es de lo más lúgubre.
Todo lo que queda del antiguo camino
Damos la vuelta en el Corral de la
Gleba, muy cerca ya de la Collada dels Prats. Pep y Carles parecen satisfechos
con este paseo virtual. “¿Tantos kilómetros para esto?”, me pregunto. Tengo la
musculatura agarrotada y un fuerte deseo de no estar aquí.
Volvemos por la misma pista asquerosa,
pasamos por lo que era El Portell de Solà, sólo que ahora no hay ningún portell, y ya en el fondo del valle, entre
barrancos de arenisca, dejamos la pista para ver si hay algún rastro del camino
hacia el Coll del Pradell. Vamos subiendo por el bosque y con el Coll de
Pradell a la vista, al otro lado de un barranco profundo excavado por la
lluvia, paramos para comer, sin haber encontrado nada.
Pep y Carles estudian los mapas como
si realmente hubiera valido la pena todo lo que hemos hecho pero a mí el
desánimo me embarga. Seguro que Torras sentía lo mismo viendo esta desolación.
Pep y Carles repasan los logros de hoy
Volvemos a ponernos en marcha hacia
Palomera, admitiendo el fracaso y viendo cómo las nubes se apilan detrás de
Ensija. Carles insiste en que estamos muy cerca del camino. Bajamos por el
bosque y de repente, lo vemos: un tramo recto que va hacía el Coll de Pradell.
¡Por fin, un camino auténtico! Lo seguimos hasta un barranco, donde se muere.
Después hay la explotación a cielo abierto y seguro que allí se ha perdido,
pero este trocito de unos 200 metros es auténtico.
Los efectos de la erosión
Volviendo hacia Palomera, el camino se
vuelve a perder, sustituido por un caos de ramas de talas de árboles. Pero
allí, en el último barranco antes de Palomera, con los truenos cada vez más
cerca, vuelve a salir. Siguiendo este vestigio de camino, noto que ya respiro
con más facilidad, no me duele nada, el cansancio se ha desvanecido y ando con
más soltura. Llegamos al coche con las primeras gotas de lluvia.
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 10,6 km; 320 metros de desnivel acumulado.
Esa misma noche, asisto a una charla
de Pep sobre las fraguas del norte de Cataluña en el Archivo Comarcal. Entre él
y su colega Roser, no creo que nadie sepa más que ellos sobre las fraguas
catalanas. Xavier Pedrals, director del archivo, está desesperado; no hay
manera que pongan por escrito todo lo que saben.
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