Esta vez Pep quería dejar atada la zona más alta bajo el Coll de Pal. Aparcamos el coche en la carretera de Coll de Pal en el Coll del Forn. Eso significaba que acabaríamos muy lejos del coche pero Pep rechazaba todas mis propuestas alternativas. Aseguraba que era la única manera de hacer todo lo que quería hacer y quien pone el coche manda.
Primera parada, marcar en el GPS la casa de Coll del Forn, cerca de la carretera. Ya estaba abandonada hace más de un siglo y queda muy poca cosa, pero aún se ve. Próxima tarea: identificar el último tramo del camino de Bagá a Coll de Pal, descrito por César August Torras en su guía de itinerarios de 1904. El camino se ve muy claro, además está pintado. Cuando llegamos cerca del Chalet de Coll de Pal, damos la vuelta.
El Chalet de Coll de Pal sale de la niebla
Rodeados por la niebla perdemos altura, cruzando territorio conocido hasta salir encima de los campos de La Marge. ¿Dónde está la casa de La Marge? Es la eterna pregunta. Buscamos el último tramo del camino de Gavarrós a Coll de Pal. Desde la cabaña bajo la línea de alta tensión, se ve una sugerencia de camino y lo damos por bueno. Otra vez estamos perdidos en la niebla y decidimos bajar.
Otra vista del valle de Gavarrós mirando hacia el sur. A la derecha, los primeros campos de Casa Freda
Volvemos a la colita de la semana pasada. Cruzamos el torrente, esta vez sin vacas que estorban, y el camino continúa en ligera ascensión. Salimos a un pequeño prado y Pep encuentra una pleta al lado, perdida en el bosque. Está eufórico. El camino sigue subiendo y salimos en una cresta a un tiro de piedra del gran complejo pastoral bajo Puigllançada. Bajan caminos a unos pequeños prados pero, aparentemente, sin más continuidad. Volvemos a subir a la cresta para comer. Por fin se parten las nubes y parece que saldrá el sol.
Iniciamos el camino de regreso bajo un cielo cada vez más amenazador. En el prado de la pleta escondida, empieza a llover. Pep me entrega un asta de ciervo. “Para tu madre”, me dice. Quedan aún unos cinco kilómetros hasta el coche, está lloviendo y debe pesar unos 3 kilos. Pero de madre sólo hay una y la cojo. Llueve con insistencia y buscamos la ruta más despejada. Ir por el boj sería como ponernos bajo una manguera. La sensación de caminar con los calcetines empapados cuando el Gore-Tex tira la toalla es indescriptible, hay que experimentarlo. Mi hermana, veterana de mil caminadas bajo la lluvia inglesa, estaría orgullosa de mí.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 14,25 km; 750 metros de desnivel acumulado.