Para hoy, Pep ha elegido volver a la
Riera de Merlès pero más arriba, centrándonos en el pequeño núcleo de Santa
Maria. Allí hay la iglesia, la rectoría, la escuela, la casa del maestro, el
Ayuntamiento y el Hostal Nou (ahora cerrado al público); la iglesia es del
siglo XVIII y el resto del siglo XX.
El pequeño núcleo del municipio de Santa Maria de Merlès con el frío de la mañana
El termómetro del coche marca -3ºC y
el sol aún tardará en subir por encima de los cerros del valle. Caminamos hacia
el norte por la carretera; a poca distancia, las casas de Escrigues, la Cortada
y Cal Masover d’Escrigues, casas enormes con siglos de historia. En el cruce,
giramos a la derecha para bajar a la riera. Allí está el molino d’Escrigues, un
edificio moderno, pero los agujeros cortados en la roca delatan un origen mucho
más antiguo.
La casa fortificada de La Cortada
El Molino de Escrigues
Caminamos por la ribera aguas abajo
hasta llegar a la presa y el canal que lleva agua a una antigua fábrica textil,
y al lado, el puente románico. Subimos al núcleo antiguo, con la iglesia
románica de Sant Martí y la rectoría antigua. Y encima el castillo, que domina
todo el valle desde una roca. Del castillo sólo quedan los restos de una pared;
las piedras del resto del castillo, mucho más grande, se habrán utilizado para
construir casas a lo largo de la historia. Al pie de la roca, señales de
estructuras adosadas de antigüedad indeterminada.
El puente románico de St. Martí
La iglesia antigua de St. Martí con la iglesia moderna de Sta. Maria detrás
Todo lo que queda del castillo
Pep quiere ir más arriba, llegando a
la casa fortificada de la Serra de Degollats, antes de bajar otra vez a la
riera. Entramos en la umbría. Aquí sólo hay antiguas pistas forestales llenas
de zarzas, humedad y frío. Pep quiere salir de esta umbría sin interés lo antes
posible pero la cuesta es muy empinada y nos vemos obligados a seguir el zigzag
alargado de la pista. Pegando las zarzas con los bastones para abrir paso,
lejos del sol, si la semana pasada paseamos por la cara amable del Baix
Berguedà, hoy nos toca ver la cara hostil, al menos hasta volver a las zonas
soleadas.
Nuestra pista asquerosa se vuelve más
despejada, con las huellas de un tractor y finalmente entra en la pista que
lleva a la casa de Riambau y poco después, salimos a la carretera.
Giramos a la derecha y caminamos por
la carretera hasta llegar a la casa de la Serra de Degollats. Un perro nos
ladra histéricamente pero mantiene su distancia. Giramos a la derecha por una
pista señalizada que sigue el lomo de la Serra de Sant Joan. El perro deja de
seguirnos y vuelve a su puesto de vigilancia, satisfecho de habernos expulsado
y salvado la casa de un saqueo seguro.
Con el sol, el camino se va haciendo
más amable. Antes de iniciar el descenso, comemos, aprovechando para pasar
revista a la actualidad. Sin embargo, cuando el sol se esconde detrás de una
nube, la temperatura baja sensiblemente y nos volvemos a poner en marcha. El
camino se estrecha y bordea un afloramiento rocoso. Al pasar por un bosque de
pinos, vemos interminables hileras de procesionaria que, engañadas por el buen
tiempo, han bajado de sus nidos un mes antes de tiempo y están intentando cavar
un agujero en la tierra dura y roca del camino. Los restos de otras orugas,
congeladas al caer la noche, dan fe del fracaso colectivo.
Llegamos a una carretera asfaltada y
cerca, la casa fortificada de La Costa de la Cavalleria. Aquí, en los siglos
XVI y XVII, había muchos problemas con bandoleros y las grandes casas tuvieron
que convertirse en pequeñas fortalezas.
Nuestro camino se aleja de la
carretera y se convierte en una pista. Hace un giro al norte que no nos
conviene y Pep toma una pista media borrada hacia el sur que al poco rato se
convierte en camino y nos lleva directamente hacia donde queremos, bajando
hacia la riera. “Siempre sabe encontrar el camino”, dice Carles maravillado. “Es
un don”. “Eso lo sabe hacer cualquiera”, dice Pep, restando importancia al tema.
Entramos en una pista y pasamos por la
casa de Cal Sicull, modernizada sin respetar sus elementos originales y con las
puertas y ventanas tapiadas con planchas de acero. “A esa casa le han robado el
alma”, observa Carles.
Parte del peculiar jardín de La Torre
Llegamos al río y se suceden hornos y
agujeros de antiguas pasarelas. Salimos a la carretera y pasamos una fábrica
reconvertida en granja de cerdos y, al lado, la casa de La Torre de Merlès, las
terrazas de los antiguos campos convertidos en un jardín con césped, lleno de
estatuas de todo tipo, desde diosas griegas hasta patos.
Pasamos por las ruinas
del Molí de Mas, mostrando elementos medievales donde han caído los tochos y,
al lado, la casa actual y otro jardín lleno de pequeñas estatuas. Al otro lado
del río, la inmensa casa del Mas, cuyos orígenes se remontan al siglo XIV. Y un
poco más arriba, la presa moderna del molino, construida aprovechando las
estacas de la presa medieval.
El Molino del Mas, en estado ruinoso
La presa del Molino del Mas
Y mirando desde la presa hacia la gran casa del Mas
Y antes de llegar al puente románico de Sant
Martí, la fábrica vieja, seguramente textil, ahora abandonada salvo una pequeña
parte convertida en vivienda y alimentada por el canal que bordeamos esta
mañana cerca del puente románico. Abajo, una señora de mediana edad y con aire
de antigua hippie cuida un huerto.
“Todo este valle es un museo al aire
libre, cayendo a trozos”, observo a Pep. “Y así, casi todo el Baix Berguedà”,
contesta Pep. “El desaprovechamiento es monumental”.
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 14,6 km; 330 metros de desnivel acumulado.
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