Tras un mes
de junio inusualmente lluvioso y frío, hoy por fin se cumplen las estrictas
condiciones ambientales que exige Pep para salir a la montaña. De hecho, las
previsiones indican bastante calor. Es la primera salida juntos desde que se
decretó el fin del estado de alarma. Carles, tras algunas dudas iniciales, ha
traído a su hijo de 11 años, Martí, ya que de momento dejarlo con los abuelos
no es una opción.
Hemos pasado
7 semanas de confinamiento total, sin poder salir de casa excepto para atender
necesidades básicas, a las que siguieron una fase 0, una fase 1, una fase 2 y
una fase 3, todo ello cumplido a rajatabla por la mayor parte de la población.
Ahora que los ingleses dejan imágenes esperpénticas de masificación e incivismo
en las playas, ¿cómo estarían si hubieran tenido que hacer el confinamiento
español?, me pregunto.
Pep, con la
disciplina férrea que le caracteriza, ha aprovechado el confinamiento para
transcribir cientos de páginas de las antiguas escrituras notariales y ha
acumulado una valiosa información sobre el reparto del territorio en Sant Jaume
de Frontanyà. Concretamente, hay un grupo de casas agrupadas alrededor de Cal
Toni, al sur del núcleo del pueblo, cuyos habitantes trabajaban para la casa de
Vila-rasa, formando un barrio que lleva el nombre de Canemars. Ya conocíamos la
existencia de estas casas pero no las habíamos buscado sistemáticamente y esa
iba a ser nuestra primera tarea.
Aparcamos a
la entrada del pueblo y ponemos rumbo a Cal Berlinga. Por aquí pasaba el camí
ral de Sant Jaume a Borredà y este primer tramo no lo teníamos bien cartografiado.
Un poste indicador en la carretera muestra el camino y mientras bajamos, no
puedo deshacerme de la vaga sensación de que me falta algo. Al llegar a Cal
Jan, se me hace la luz. “He dejado la cámara”, digo a Pep. Refunfuñando, me da
las llaves del coche y vuelvo. Resisto la tentación de dar una vuelta por el
pueblo a toda pastilla, cojo la cámara del asiento delantero y vuelvo a ponerme
en marcha.
Vista de Sant Jaume de Frontanyà desde el camino de Borredà
Me están esperando al otro lado de Cal Berlinga. Aquí hay una gran
superficie de roca lisa y pelada y no recuperamos el camino hasta llegar al
collado al otro lado, donde vemos tres rayas amarillas pintadas en un árbol,
hechas por alguien que marcó el antiguo camí ral hace muchos años. “Waypoint
please”, me dice Pep. Miro el GPS. Se ha apagado y no ha marcado casi nada de
todo lo que hemos hecho. Decididamente, no he comenzado bien. Vuelvo a
encenderlo y Pep y yo volvemos hacia Cal Berlinga para marcar el trazado
correcto del camino, mientras Carles y su hijo descansan en el collado.
Continuamos
hacia el suroeste. En un cruce de caminos, vemos claramente la continuación
hacia Borredà, pasando por la gran casa de Terradelles. Es mucho más corto que
la carretera, que hace una gran curva al salir del pueblo.
Entramos en
la pista de Cal Toni. Ha llegado el momento de trabajar en serio. Yo tenía
marcada a lápiz en mi mapa una serie de casas, una o dos bajo la pista y las
demás en posiciones un poco raras, hay que decirlo, porque miran hacia el
norte, en la cuesta encima de la pista. Encontramos una casa rápidamente bajo
la pista, que sería Cal Bon Dia. Encima, vemos el tejado de Cal Toni,
convertido con amor, tiempo y dinero en un auténtico paraíso rural. Buscamos
una segunda casa bajo la pista, pero sin éxito. Sin embargo, ya vemos las
ruinas de una casa al otro lado de la pista, en un pequeño llano a media
cuesta.
Cal Bon Día
Subimos hacia
esta casa, que sería Cal Peguera, lo que nos lleva a tocar la valla de madera
que marca el límite de Cal Toni. Abajo, a unos 150 metros, vemos una pareja
tomando el aperitivo en una terraza, que nos miran sorprendidos. ¿Están
desnudos?, me pregunto, observando la falta de ropa. Levanto la mano en saludo
amistoso. No contestan. No me extraña; les hemos estropeado el día.
Después de
inspeccionar Cal Peguera, recorrimos el resto de cerro, de oeste a este,
buscando las otras casas, pero sin éxito, hasta que Carles ve una pared muy
cerca del molino de Quirze. Esta casa, la dejamos para la vuelta y continuamos
buscando, hasta llegar otra vez a la valla de Cal Toni pero por el otro lado,
de donde sale un olor a barbacoa. Abandonamos la búsqueda y buscamos un lugar
con sombra y distancia social para almorzar.
Orquídea; la mejor época es un poco antes, entre finales de mayo y mediados de junio
El hijo de
Carles empezó la salida bastante tímido, como es normal, pero ha ido cogiendo
un poco de confianza y parece adaptarse bien a este tipo de salida, subiendo y
bajando sin rumbo aparente por el bosque. Al menos, no se ha quejado ...
Es hora de
ponernos en marcha otra vez. Pasamos por la casa cerca del molino, que sería
Cal Cateri, y la documentamos. Volvemos a Sant Jaume por el mismo camino que
hicimos al final de la última salida. Incluso aquí, el coronavirus ha hecho estragos. La Casa Blanca ha quitado el anuncio de menús y habitaciones y lo ha
sustituido por otro que dice que está cerrado por jubilación. Y la fuente al
lado de la iglesia ha sido precintada. Al no poder refrescarnos, tendré que dejar para otro
día la conversación que tengo pendiente con el fresno.
El final de una era
Con eso, damos por
concluida la salida de hoy. 6,9 km; 320 metros de desnivel acumulado.
PD. Dos días después,
Pep nos informa que hemos encontrado todas las casas marcadas en el Alpina y
que no hay más y que le gustaría saber de dónde saqué las otras. El día
siguiente, nos envía un nuevo mensaje, informando que puse las casas marcadas
en la Minuta, pero en lugares incorrectos. Aquí, no está todo resuelto.
PDD. El domingo, mi hermana
me envía un mensaje: Ha hecho 20 kilómetros con 700 metros de desnivel.
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