El 22 de junio, fuimos a Montgrony e
hicimos la vuelta clásica del macizo, pasando por el Mal Pas (ahora con las
barandillas, Bon Pas) y el Forat del Sant Ou (“¿Irías a buscar el móvil si
cayera dentro?”, me preguntó Pep, más que nada como planteamiento filosófico). Con
vistas espectaculares hacia el sur y el santuario pegado a las paredes
verticales y la iglesia románica de Sant Pere encima son una maravilla, pero
nos marchamos sabiendo que no es territorio nuestro de estudio y que allí somos
simples turistas.
Durante las próximas dos semanas, Pep
participa en una campaña de excavación del castillo de Berga y no puede venir.
La semana siguiente, no nos va bien ni a mí ni a Carles pero esta semana,
propongo a Carles que acabemos de seguir el camino de Aranyonet a Sant Jaume de
Frontanyà.
En la salida del 27 de abril, seguimos
este camino hasta el Coll de l’Oliba y Pep señaló un surco en la pendiente que
sería su continuación hacia el sureste. Después de un intento fallido de llegar
con la furgoneta de Carles al aparcamiento habitual en el cruce de pistas
delante de la casa del Boix por el estado deteriorado de la pista tras las
lluvias recientes, aparcamos al inicio de la pista en la carretera de La Pobla de
Lillet a Sant Jaume de Frontanyà.
Cuando llegamos al Coll de l’Oliba,
volvemos a desplegar el mapa del Ejército y, esta vez sentados, lo estudiamos
con atención. En el mapa, se ve el camino que nos interesa, que sube hacia el
sureste antes de girar hacia el suroeste y unirse con el camino que va a
Palomera desde el Pas de les Baumes. Este último camino ahora es una pista
forestal y, mirando el mapa, parece que el tramo final del camino desde el Coll
de l’Oliba también sería una pista que tenía marcada en mi mapa.
El mapa del Ejército; las estrellas marcan el Coll de l'Oliba y el Pas de les Baumes, respectivamente
Entramos en el camino y cualquier duda
que pudiera haber al comienzo se desvanece. Es un camino auténtico; incluso han
sobrevivido algunos tramos de empedrado. Vamos subiendo con pendiente constante
hacia el suroeste y, en un pequeño llano, vemos una bifurcación: hacia la
izquierda sería seguramente el camino de Castellet y, hacia la derecha, sigue
subiendo el nuestro.
Llegamos a una pista transversal pero
tengo la sensación de que nuestro camino ha cambiado ligeramente su trayectoria
y sube más en línea recta hacia el sur. Al otro lado de la pista, se ve un
camino que parece continuar pero enseguida nos damos cuenta de que es un camino
de arrastrar troncos y acaba difuminándose en el bosque. Salimos a otra pista
transversal y giro hacia la izquierda, intentando encontrar dónde perdimos el
camino. Volvemos a subir la cuesta, esta vez sin camino, con la idea de cruzar
el camino auténtico que, ahora estamos seguros, tendría que venir desde nuestro
izquierdo.
Carles, que normalmente es un lince
para ver estas cosas, no da con bola. “¿Será que sin Pep perdemos todos
nuestros poderes?”, me pregunto. Pero me resisto a atribuir cualidades mágicas
a alguien tan científico como Pep e intento comprender porqué un camino que
parecía tan claro de repente se queda en nada.
Salimos en la pista que se une con la
de Palomera y vuelvo a mirar el mapa de Carles con atención. “Creo que estamos
en el camino ahora y el punto de cambio de dirección lo tenemos que buscar en
el torrente, a nuestra izquierda”, concluyo.
Pero primero decido saldar una deuda
que tengo con Carles y con mis lectores. Sin duda, el lector recordará la
salida del 31 de diciembre de 2010 cuando llevé a Carles y Josep Mª al Pas de
les Baumes desde el Coll de Sant Jaume. Al ser el Pas de les Baumes el punto
más alejado del coche, dimos la vuelta cuando el camino iniciaba su descenso.
Hoy tengo la oportunidad de hacer el tramo que nos faltó y así cerrar el
círculo.
Por eso giramos a la derecha. Llegamos
a la unión de pistas y continuamos. Entramos en el camino y pasamos al lado de
los pequeños huecos que han dado al lugar su nombre, con el precipicio a
nuestra derecha, suavizado por los árboles, y vistas espectaculares hacia el
norte. Damos la vuelta justo en el punto donde el camino gira para subir al
Coll de la Creu d’en Soler.
Volvemos atrás y justo en el torrente,
Carles ve el camino que baja. Ahora parece que ha recuperado sus poderes de cazacaminos
y ya no lo volvemos a perder … hasta llegar a la última pista transversal.
Tendría que girar a la izquierda pero no lo vemos y acabamos en el camino de
Castellet, aquel de la bifurcación. Giro a la izquierda y justo antes de
nuestra bifurcación, veo el camino que sube hacia el sureste. Es la bifurcación
auténtica y la seguimos hasta ver una trayectoria clara hacia el torrente. La
bifurcación ‘falsa’ era un camino de arrastrar troncos que nos engañó y nos
dejó tirados en la cuesta.
Vamos a las ruinas de Castellet, donde
comemos, y, a pesar de un cielo cada vez más amenazador, miro unos arranques de
camino que dejamos en la salida del 27 de abril. Se mueren todos pero sí
encontramos unas estructuras posiblemente medievales, adosadas a unas rocas
encima de una zona extensa de cultivo.
Llegamos otra vez al Coll de l’Oliba y
en vez de seguir el camino antiguo al Boix, decido innovar, bajando en línea
recta por los campos. Todo va bien hasta que me doy cuenta que las vacas que
habíamos visto pastando en realidad son toros negros. Sé que YouTube está lleno
de vídeos de toros que juegan con perros y vienen trotando a buscar caricias,
pero ¿quién me puede asegurar que los nuestros serán como aquellos? Nuestros
intentos de evitarlos nos llevan directo al precipicio y nos vemos obligados a
bajar, acercándonos peligrosamente a los toros que, todo sea dicho, nos tratan
con una indiferencia total.
Por fin, vemos un camino de
escapatoria pero en vez de cruzar el Torrent del Sabuc, gira hacia el norte y
nos hace alargar la ruta al menos un kilómetro y medio más. Ahora solo queda
una valla que nos separa de la pista que nos llevará de vuelta al coche. Con
toros en un lado y caballos en el otro, tiene que estar electrificada pero veo
que Carles levanta la pierna y pasa sin problemas. Pruebo de hacer lo mismo y
siento como si me hubieran dado una patada en el muslo y acabo arrastrándome
por debajo de la valla. “¿Cuánto mides?”, le pregunto cuando consigo atraparle.
“1,82”. “Ya me parecía”. Ha sido una salida complicada.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11,7
km; 605 metros de desnivel acumulado.
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