Resulta que el Ayuntamiento de Guardiola ha adquirido el archivo de la casa de Vilella, a caballo entre Brocà y Riutort y Joan Bosoms (ver salida de 1/10/2021) se ha ofrecido a catalogar todo lo que contiene. Se ve que hay mucho material y han salido un montón de topónimos, incluido de casas. Usando las afrontaciones como guía, ahora quiere buscarlos sobre el terreno. ¿Y quién mejor que nosotros para encontrarlos?
En el Mikado, Pep informa a Pol y Joan que el blog renacerá de sus cenizas. Cuando eran dos estudiantes de historia desterrados en Barcelona, esperaban con impaciencia cada post nuevo para dar un poco de color a una vida donde reinaba el gris.
Joan pide empezar en l’Espelt, cerca del límite municipal, y progresar hacia el oeste. Aparcamos en la pista que va a la mina de petróleo, en la unión con la pista que va a la casa de l’Espelt. El estado de la casa ha empeorado sustancialmente desde la última vez que estuvimos aquí, parte del tejado ha venido abajo y no tardará en caer el resto. Las vistas hacia las Cingles de Banyadors, con la hoja del haya recién salida, y uno de los primeros días con cielo totalmente azul en este lluvioso mes de mayo, son inmejorables.
La casa de l'Espelt; poco le queda para caer al suelo |
Desde la casa, Joan nos lleva al torrente al lado, donde hay un depósito de agua hecho con piedras, y de allí, a las ruinas de una casa a escasa distancia, los dos desconocidos por nosotros. Quedamos maravillados. “¿Por qué quieres que vengamos nosotros si ya lo has hecho todo?”, pregunto perplejo. “Solo he llegado hasta aquí”, confiesa Joan. “A partir de aquí, es territorio comanche para mí”.
Según sus documentos, la casa se llama Mijaus. Fue habitada desde la Edad Media hasta principios del siglo XX, pero todo lo que queda es un perímetro medio borrado y un hueco en el terreno.
Mientras contemplamos los escasos restos de la casa, de la boca de Joan sale un torrente de datos históricos, a los cuales Pep presta gran atención. Parece existir una gran sintonía entre los dos, hasta llevan la misma camiseta, pero intuyo cierto malestar y miro a Pol. Le veo callado con una mirada ausente. Cuando nos ponemos en marcha otra vez, no participa en las conversaciones. Sé cómo se siente; me pasó lo mismo cuando se unió Carles a nuestro grupo. De ser el compañero imprescindible de Pep, pasé a un papel secundario de portador del GPS que nunca pierde la señal. Es una sensación que solo entienden los que han pasado por lo mismo.
Pol atraviesa un momento difícil |
En nuestra progresión hacia el oeste, nos asomamos a un par de promontorios, donde no hay nada, y luego iniciamos un largo ascenso sin camino hacia el norte sin encontrar nada remarcable y sin objetivo claro. Subimos unos 200 metros de golpe, primero con una pendiente razonable y los últimos 100 metros, con una pendiente mucho más fuerte que me deja sin aliento. Cuando llego arriba, los demás me están esperando en un camino que no teníamos marcado. Mientras espero que me bajen las pulsaciones, Pep señala unas flores pequeñas azules. “Mira que florecitas más bonitas”, me dice. “Solo para verlas ha valido la pena subir”.
La casa de Vilella y Tancalaporta detrás |
Con eso, nos ponemos en marcha otra vez, siguiendo este largo camino hacia el oeste. Las ramas muertas del boj son secas y ásperas, y rasguñan mis brazos al pasar, desprovistos por culpa del calor de la protección del jersey. Pero, después de la plaga de la mariposa del boj, la vida busca un camino y pegados a los troncos, a veces solo a ras del suelo, salen pequeños brotes de 5 ó 10 hojas. Parece que el único propósito de este flanqueo ha sido llegar a la Serra de Vilella, y aquí, volvemos a bajar 100 metros hacia el sur hasta llegar a un pequeño bosque al lado de un inmenso prado donde pastan unas cuantas vacas, a la altura de Cal Companyó.
Una vista bucólica durante el largo descenso |
Aquí, una vez cumplido el ritual de revelar qué tenemos en nuestros bocadillos, comemos. Pep, aspirante declarado a vegetariano, no falla: siempre trae embutido. Pero desde hace tiempo, Pol ya no tiene ese aire pensativo y ausente. Igual me equivoqué en mi diagnóstico y le importa un rábano ser eclipsado momentáneamente por Joan.
Seguimos bajando hasta llegar a una pila de piedras que forman una serie de perímetros. Joan tiene un posible nombre pero de momento no es posible confirmar. Seguimos bajando hasta llegar a la pista de Cal Companyó, tocando la carretera de La Pobla. Aquí, Pep cruza una pequeña vaguada y llegamos a las ruinas de otra casa, la Casanova de Companyó, con tres habitantes en 1872, un hombre de 50 años, una mujer de 42 años y una niña de 7 años.
Con tanta lluvia, empiezan a salir las primeras orquídeas |
Giramos para volver al coche, subiendo a pequeños lomos para bajar a prados. Pasamos por la Casanova de Vilella, arreglada, y Les Planes, en ruinas. Los prados están llenos de vacas, algunas con terneras. Ya sabemos lo posesivas que son las vacas con sus terneras. Concretamente, una ternera está acostada en la hierba a unos 20 metros a nuestra izquierda y, a otros 10 metros escasos, la madre está mirándonos fijamente con cara de pocos amigos. “Perdona”, le digo, “ha sido sin querer”, y giramos a la derecha para bordear el límite del prado.
Hoy, con tantas subidas y bajadas, me he cansado más que cuando subimos a Sant Miquel en abril. ¿Será el calor? ¿Será la primavera? ¿Será la clase de Feldenkreis del día anterior?
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10 km; 460 metros de desnivel acumulado.
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