Hoy es el primer día que vuelvo a salir con Pep y Carles. Primero, llovió, luego tuve un resfriado que derivó a una bronquitis y finalmente hubo dos viernes de mucho frío. Me perdí 3 salidas en las que acabaron de llegar a la Collada de Sobirana.
“¿Me echasteis de menos?”, pregunto mientras tomamos el café. “’Echar de menos’ no sería el término correcto”, precisa Carles. “Pero eso sí, nos acordamos de ti continuamente”. “Sí”, añade Pep. “Mientras caminábamos, nos decíamos ‘Aquí Steve se quejaría’, ‘Por aquí Steve no quería bajar’ o ‘Aquí Steve se negaría a continuar”. “Y hubo ese día que se puso a nevar”, interpone Carles. “Un frío tremendo”. “Estábamos a punto de tirar la toalla” dice Pep, “pero por suerte salió el sol y al final hizo un día magnífico”.
“Hablando de frío”, interrumpo, y les muestro mis nuevos guantes, garantizados para temperaturas desde 0 grados. Me costaron 30 euros, pero el invierno pasado, me compré unos por 15 euros y pasaba toda la salida con las manos frías. “Y además, la dependienta me dijo que podía usar el móvil sin quitar los guantes. ¿Qué más se puede pedir?”.
Pol no está aquí. Se ha vuelto a lesionar y no lo quiere agravar.
El plan era recorrer la umbría de Els Banyadors en busca de más barracas. Pero primero Pep quería mirar los bancales cortados por la carretera que sube a Sant Julià de Cerdanyola desde Guardiola. Encontramos dos cerca de la carretera en la recta después de la primera curva. Después, vamos hasta la cuarta curva y entramos por una pista que va a una torre de alta tensión. Encontramos dos más en una amplia extensión de campos bajo la línea y también un camino. En el pasado, hemos utilizado un camino que sale cerca de la sexta curva para entrar en el Bosc Escur pero este parece tener otra finalidad que tendrá que esperar otra ocasión.
| Campos a la entrada del Bosc Escur |
“Cuando vienes tú, salen los caminos”, me dice Carles. Así que no soy lastre inútil después de todo, pienso.
Aparcamos en la Collada de Sobirana y empezamos a caminar por la pista. Entre los árboles, entrevemos el valle de la Pobla de Lillet cubierto por una espesa capa de niebla que no deja ver el pueblo. En el Collet de les Bitlles, hay una barraca que ha aprovechado las piedras de una casa mucho más antigua, y lo mismo pasa en el collado siguiente. Aquí la casa tiene un nombre, El Casalot. Aunque están en la cara norte, las casas están colocadas de modo que capten el escaso sol que les llega en el invierno. Entre los collados, impresionantes hileras de campos aterrazados que aprovechan las hondonadas orientadas al noroeste o noreste. Dios sabe lo que habría costado sacar un rendimiento de estas cuestas húmedas. Aparte de tres barracas nuevas y una estructura que parece ser un corral, descubrimos otro camino que sale en el último collado, el Coll del Roc, debajo del Cap dels Banyadors. ¿Vendrá del Casalot?
| Una estructura atípica debajo del Coll del Roc |
En el último collado, giramos hacia el sur para tomar el camino, marcado como PR, que llega a L’Artigassa, el único lugar soleado, donde tenemos preparado el picnic. Al principio, es un camino claro y relativamente plano que atraviesa el hayedo. Llegamos un poco tarde para disfrutar de todo lo que puede ofrecer, ya que las hojas están en el suelo. En el último tramo, el camino pierde entidad y sube con cierta pendiente hasta L’Artigassa.
| El camino a L'Artigassa |
Aquí comemos y luego bajamos el camino hasta la Collada de Sobirana. En el coche, paramos para anotar tres barracas desde la carretera de Falgars. No conocemos ningún otro pueblo que tenga tantas barracas como Sant Julià de Cerdanyola.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8 km; 380 metros de desnivel acumulado.
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