He conseguido retrasar la salida 20
minutos, tiempo suficiente para tomar un café en el bar de la gasolinera en
frente. Tengo los dedos cruzados para que obre su magia porque sé que hoy será
otra salida exigente. Recordando una vez hace muchos años que quedé agarrotado
por falta de sal, he comprado una botella de Aquarius para traer además del
agua. Los acontecimientos demostrarán que fue un error.
Aparcamos en el Collell. Por lo menos,
no habrá que hacer esa pista interminable, pienso. Iniciamos la subida hacia el
norte y no tardamos en dejar las marcas de los Cavalls del Vent para desviarnos
hacia el noroeste. En un pequeño llano, hay una especie de portal marcado con
pequeños montículos de piedras que permite bajar hasta el Clot dels Cortils, un
estrecho desfiladero que sube hacia las zonas de pastura de los Cortils.
Calibro mis fuerzas: mucho mejor. Parece que el café fue todo un acierto.
El paso que permite acceder al Clot de Cortils
Pero antes de llegar a los prados,
iniciamos una subida sin camino hacia el norte, buscando esa muesca que Pep nos
mostró la semana pasada.
El valle de Cortils, con sus interesantes formaciones rocosas
Cuando llegamos allí, se ve que más que una muesca, es
una especie de brecha, bastante amplia: el Portell del Mig de la Costa
Cabirolera según el documento que Pep tiene en la mano. Pep y Carles buscan
cruces pero sin éxito e iniciamos un flanqueo por una cuesta árida, siguiendo
caminos de rebeco, hasta llegar a otro collado.
El famoso Portell del Mig de la Costa Cabirolera
Y el camino de rebecos que se ve después
Pasado el collado, el terreno cambia
como de la noche al día. Ahora es una cuesta suave, donde crece una hierba
frondosa que seguramente en primavera estará llena de flores, y las piedras, en
vez de obstaculizar, proporcionan una base segura y plana desde la cual dar el
paso siguiente. Qué bien haber venido aquí, pienso. Si el resto es así, habrá
valido la pena. Pep y Carles caminan más abajo, en el límite del prado con las
rocas, buscando infructuosamente unas cruces que probablemente se borraron hace
siglos al cambiar el dibujo de las propiedades municipales.
Entramos en un terreno más amable
Llegamos a una canal, la Canal del
Cristall de Josa. Se acabó el flanqueo agradable y bajamos una cuesta
pedregosa, cruzamos el lecho del torrente seco y subimos al otro lado sin
grandes problemas. Pero bajar a la Canal del Moscard no va a ser tan fácil.
Sorteando precipicios, Pep busca un paso precario y empinado que sólo él sabe
encontrar. Yo, en mi posición habitual al final, le sigo ansiosamente,
procurando no perder de vista el azul oscuro de su camiseta. Al final, llegamos
abajo y miro para arriba: todo son rocas y saltos, excepto donde hemos bajado
nosotros.
Por donde bajamos
“Estuve mirando la ruta ayer en Google
Earth”, explica Pep, desde la seguridad del fondo de la canal, “y ya vi que
aquí habría problemas”. “¿Y nos lo dices ahora?”, protesto. “Si te lo hubiera
dicho arriba, habría sido peor. Tendrías que estarme agradecido”, contesta. Y
mientras baja un poco más con Carles para inspeccionar una ‘pleta’ y una
‘bauma’ o pequeña cueva, me manda arriba. “Hemos bajado unos 150 metros. Ahora
tenemos que recuperarlos y subir 400 más”, me dice mientras se alejan.
Subiendo solo por el lecho del
torrente seco, esos metros se hacen cada vez más pesados. El valle se ensancha
y se convierte en un prado con una zona llana que seguramente había sido una
pleta. Para darme fuerzas, bebo la mitad del Aquarius y como un poco en la
exigua sombra de una roca. Pero en vez de darme fuerzas, me da sed y empiezo a
mirar con preocupación el nivel de mi botella de agua.
El valle vuelve a estrecharse y gira
hacia la derecha pero no veo más montañas detrás. Igual estamos llegando arriba
y no son tantos metros como dice Pep. En eso me atrapan Pep y Carles. El valle
se vuelve a ensanchar en la forma típica de una morena glaciar y veo que
todavía faltan al menos 250 metros. Eso va a ser muy duro, pienso. Y Pep y
Carles todavía parecen tener energía de sobras. “¿No hiciste 1.200 metros de
desnivel con Josep Mª allí en Francia?”, me pregunta Pep, extrañado. “Sí”,
contesto, “pero empezamos a 800 metros, no 1.800 metros, y había sombra”.
Entramos en una morena inacabable. Arriba, la línea que marca la cresta del Cadí
Empezamos a subir hacia el Puig de la Canal del Cristall. Aún faltaban 80 metros de desnivel
Todavía subiendo, con la silueta omnipresente del Pedraforca
Pep propone comer en la Font del
Cristall, ya que, al estar colgada sobre la cara norte del Cadí, habrá sombra.
Mientras vamos subiendo, explica que ya no tiene agua, víctima del cambio
climático, no porque se haya secado sino porque su lecho de hielo se ha
fundido, al menos en verano, y ya no forma una base impermeable.
Nos acercamos a la Canal del Cristall
Por fin, llegamos arriba. Tengo la
sensación de estar en un lugar hostil. La cara norte son precipicios, formados
por una roca erosionada, quebradiza, traidora. “¿Por qué quiere la gente venir
aquí?”, me pregunto. Llegamos al camino de la Canal del Cristall que baja al
Prat del Cadí. Nunca he sentido la tentación de subirlo desde el Prat y ver sus
inicios aquí, casi verticales, con una piedra fina, resbaladiza, me doy cuenta
que mi primera impresión era la buena y me alejo del borde.
El lado oeste de la Canal del Cristall, un paraíso para los geólogos pero yo solo veo un paisaje áspero, casi lunar
Pep señala una roca cercana, indicando
que por aquí se va a la fuente. Doy la vuelta para tomar una última foto y
cuando me vuelvo a girar, han desaparecido. Veo la cruz pintada en la roca y sé
que es por allí pero he oído cosas espeluznantes de esa fuente, metida en una
pequeña cueva al borde del precipicio con una caída libre de casi 500 metros y,
con lo cansado que estoy, no voy por allí solo.
Me siento en la roca con la cruz
pintada. Saco el móvil para llamarles pero con tanto sol, no consigo ver la
pantalla. “Bueno, es igual”, pienso. “Si quieren comer allí, que coman. Yo les
espero aquí”. Al cabo de 10 minutos, Pep vuelve a salir, visiblemente enfadado.
“¿Qué haces aquí?”, me pregunta. “Desaparecisteis y, solo, no me fío de mis
piernas con tanto precipicio. He oído muchas cosas de esa fuente”, contesto.
“Pero si te estábamos esperando a 20 metros de aquí. Te estábamos llamando. ¿No
nos oías?”. “No. Pero es igual. Ahora podemos ir”, y me levanto. En eso también
sale Carles. “Ahora no”, dice Pep, irritado. “Demasiado tarde”. Y se aleja a
toda prisa por el GR que va bordeando la cresta.
Carles, conciliador, se queda conmigo
y así vamos hasta el Pas del Cabirol. Sin contar la brecha que pasamos abajo,
es el único paso que conecta la parte oriental y occidental del Cadí. Buscamos
un lugar de sombra para comer y contemplamos la bajada y el prado debajo. Es un
paso empinado, con zigzags cerrados, hecho de esa misma gravilla traidora y
resbaladiza que el resto del Cadí.
El valle que nos va a llevar a la Font dels Cortils, desde el Pas del Cabirol
Después de comer, me queda poca agua y
todavía está haciendo efecto la sal del Aquarius. “Pasaremos por la Font dels
Cortils, ¿verdad?”, pregunto a Pep. “Sí”, contesta escuetamente, todavía no
repuesto de su enfado.
Iniciamos el descenso, poniendo los
cuádriceps a prueba y buscando el paso más firme. Cuando llegamos abajo, Pep ha
recuperado su buen humor y señala un estrecho pasillo vertical a la izquierda
del paso que hemos bajado nosotros. “La primera vez que vine aquí, no había
postes ni pintura y los mapas del Alpina no servían para nada. Mi compañero
tampoco lo conocía y el Pas del Cabirol, desde aquí parecía que acababa en la
roca. Pero como veíamos que por allí [la canal], se llegaba arriba, pensábamos
que era el camino. Sólo fue cuando llegamos arriba que vimos que había otro
paso”.
El falso Pas del Cabirol
Y el camino que lleva al verdadero
Iniciamos el descenso hacia Els
Cortils, por fin por un camino decente. La fuente no tarda en estar a la vista,
con el refugio de pastores detrás, metido en un pequeño valle que le protege
del viento del norte.
Pasamos por un grupo de caballos que
ni se inmutan con nuestra presencia y finalmente llegamos a la fuente. El agua
es abundante, fría, deliciosa y siento cómo todas las fibras de mi cuerpo se
relajan. “Es la primera vez que le veo sonreír en todo el día”, dice Carles a
Pep. Los caballos también quieren beber pero esperan hasta que nos hayamos ido
antes de aproximarse. Y un grupo de rebecos, arriba en las rocas, también se
ponen a la cola, detrás de los caballos. Entre tanta aspereza, es un pequeño
paraíso.
La Font dels Cortils
Iniciamos el camino de salida. Empieza
como una subida suave pero, para cruzar la Serra Pedregosa, da un giro y sube
con fuerte pendiente, buscando un paso entre las rocas, con esa misma gravilla
asquerosa que hace que la subida sea el doble de dura.
El paso para salir dels Cortils
Pero, con un último
esfuerzo, llego arriba y bajamos a la pista de Prat Llong y entramos en el Prat
Socarrat. Un rebaño de ovejas sale a nuestro encuentro, y detrás un viejo
pastor y sus dos perros. Pep aprovecha para repasar los topónimos que salen en
su documento. Algunos los conoce como vigentes, otros los ha oído decir a su
padre o abuelo y otros no le suenan a nada. “Cuando se muera este señor, sólo
quedarán los nombres que están en los mapas del Alpina”, pienso mientras
seguimos bajando por la pista.
Caminando entre ovejas
Cuando llego al coche, soy consciente
de haber tocado mis límites. No me veo volviendo al Cadí.
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