Ante la previsión de un tiempo muy
benigno, propuse volver a la zona de La Muga para acabar de mirar esa red de
caminos que descubrimos en la salida del 10 de abril. El martes anterior,
llovió torrencialmente en todo el país, más de 200 litros por metro cuadrado en
algunos puntos. Cuando llegamos a la Font de l’Adou, el rugido de la cascada ha
subido unos cuantos decibelios y el agua baja con una fuerza que hace mucho que
no veo. Pero hace un buen día con temperaturas suaves. A las hayas ya las ha
caído la hoja y ahora los robles justo empiezan a cambiar de color.
A medida que vamos entrando por la
pista de La Muga, vemos señales abundantes de la violencia del agua del pasado
martes. Donde la pista se acerca al torrente o cruza pequeños barrancos, el
agua se ha llevado trozos de la pista o excavado profundas zanjas. En un tramo,
se llevó por delante la pista entera, dejando sólo un caos de rocas.
Esto hace una semana era una pista forestal
Llegamos al final de la pista y
subimos el camino de Cortalets. De nuevo se ven los daños provocados por el
agua. En un barranco, el camino ha desaparecido, obligando a cruzar por un paso
precario.
Llegamos al mismo desvío de la salida
de abril y volvemos a entrar. Se sucede un subir y bajar de caminos hasta
completar la red. No voy a agobiar al lector con una descripción detallada. Es
suficiente que tenga claro que entre La Muga y Cortalets hay dos sistemas de
caminos: uno que tiene como punto de partida la casa de La Muga y que iba a Els
Cortalets y los bosques del Bac de la Muga desde arriba y otro que tiene como
punto de partida la pista en el valle abajo y que es el camino que ahora usan
todos los excursionistas para subir a Els Cortalets y La Muga. Lo más probable
es que la primera red cayó en desuso cuando se abandonó la casa y, de hecho,
sospechamos que el camino que sube a La Muga desde el final de la pista es una
media invención, al ir cruzando los campos con un recorrido más bien extraño y
que fue creado precisamente para conectar con la pista.
Nos plantamos delante del último
camino, que sube en línea recta hacia un collado encima de La Muga. Sin duda,
es un camino de arrastrar troncos pero albergamos la esperanza de que se hizo
encima de un camino auténtico. Con la lluvia de hace 3 días, el barro y las
piedras arrastradas dificultan el progreso. Hay signos de que lo han limpiado
los cazadores en alguna ocasión.
Tras hacer 50 metros de desnivel, el
camino se acaba. Hasta aquí han limpiado los cazadores. Seguimos subiendo por
la canal 50 metros más: empinado, resbaladizo, obstaculizado por ramas y
piedras. Pep se desvía por la derecha, siguiendo un supuesto camino, y Carles
sigue por el fondo de la canal. “¿Qué hago?”, pregunto a Pep al constatar que mantener
una tercera ruta entre los dos no es practicable. “Sígueme a mí”, dice Pep,
como uno de los antiguos profetas. “Parece que va mejor por aquí”.
Con cierta dificultad, llego a donde
está él. Es cierto. Parece que hay un camino que hace un zigzagueo difuso y
arriba, parece asomarse la cresta y el final de la subida. Pero es todo un
espejismo; al poco rato el ‘camino’ se esfuma y por mucho que suba, peleando
por abrir paso por el boj, nunca acabo de llegar al final.
Tras un flanqueo arduo y arriesgado,
volvemos a la canal que ha subido Carles. La canal acaba y continúa un pequeño
camino que acaba al pie de una pared de roca pero que se escala con facilidad.
Al final, tras casi 200 metros de subida infernal, llegamos arriba y al otro
lado, subiendo por la cara este de la cresta, se ve un camino muy claro.
Bajamos al camino y luego giramos al norte, hasta llegar al collado. Aquí
comemos.
Els Cortalets desde nuestro comedor, con el cañón cortado por el Torrent del Pradell
Y una vista más amplia, mostrando el Prat de les Eugues y detrás, Tancalaporta
Pep no puede llegar tarde a la clase
de canto y nada más acabar el bocadillo, ya se quiere marchar. En la subida sin
camino, me había quitado las gafas para no perderlas entre los arbustos. Probablemente
fue una buena idea quitarlas pero no volver a ponerlas fue un grave error.
Iniciamos el descenso por el camino
recién descubierto pero, al poco rato, queda cortado por un muro impenetrable
de vegetación. Al intentar buscar una manera de dar la vuelta a la barrera, una
rama me pega en la cara, tocando el ojo. Esto no es un roce cualquiera y soy
consciente inmediatamente que ha hecho daño. Me toco la cara; no hay sangre.
Tapo el ojo bueno; todavía veo igual que siempre. Pero algo no va bien.
¿Perderé el ojo? Aquí estamos en el quinto pino y no hay cobertura de móvil. De
repente, me siento muy frágil.
Llegamos a un claro y nos paramos.
Carles me mira. “¿Qué te ha pasado? ¡Tienes el ojo fatal!”. Explico lo
sucedido. “Eso te pasa por no llevar gafas”, me dice Pep, como si no lo supiera
ya. Pero hay que tomar una decisión: o seguimos bajando por la pendiente de la
cara este a la aventura o volvemos al punto de partida y bajamos por la canal
que subimos. Y me mira a mí. Yo no me siento capaz de decidir sobre un tema tan
importante pero evidentemente Pep ha decidido que decida el más débil, o sea,
yo.
No me apetece bajar esa pared de roca
y luego esa canal resbaladiza, embarrada, empinada, llena de trampas. Bajamos
en diagonal por la cuesta soleada de roble y boj, cerca de la línea de roca y
buscando el paso más fácil, ahora con las gafas puestas. De repente, vemos
abajo el llano inconfundible de una carbonera. ¡Estamos salvados! Las carboneras
siempre van asociadas a caminos y vemos cómo sale un camino tenue desde la
carbonera. Este camino entra en otro más definido; es el camino que habíamos
seguido hace tantos años hacia La Cambra, cuando se nos abrió el cielo encima.
Seguimos bajando, ahora con paso seguro y salimos al camino principal de Oreis
a La Muga.
Una vez llegado abajo en la pista, Pep
me examina el ojo. La esclera ha empezado a adquirir un rojo intenso. “Esto me
pasó a mí hace unos años”, me consuela. “Se irá sólo”.
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