Pep tiene
muchos cabos sueltos en Peguera y nos propone una salida más bien técnica que
giraría en torno a dos ejes: el camino de l’Escaleta y el teleférico que venía
de Moripol. Además, según el pronóstico del tiempo, habría tormentas fuertes
por la tarde y no convenía alejarse mucho del coche.
Mirando hacia el Valle de Peguera con la luz de la mañana. Se ve la torre de la luz y detrás, la Cantina
Aparcamos el
coche en el mismo cruce de pistas cerca de la Font de Cal Coix y caminando
hacia el pueblo, dejamos constancia de la casa auténtica donde nació Ramón Vila
(Caracremada), Cal Peró, poco después de la fuente, al lado de la pista.
Placa conmemorativa en Cal Peró
Y lo que queda de la casa
Subimos al
pueblo y pasamos por las ruinas de las casas. Detrás del Roc de Peguera, cuatro
montículos con puerta delante y un agujero en el techo, como casas de hobbits
pobres, nos recuerdan la importancia del cultivo de la patata en este pueblo. Su
nombre en catalán es ‘trumfera’.
Entrada de una 'trumfera'
Marcamos la entrada del ‘grau’ (ver Glosario)
de la Cingle del Griell, un pliegue en la roca que permite subir en línea recta
desde la casa del mismo nombre hasta el pueblo sin dar la vuelta de la sierra,
y luego cruzamos la amplia zona de cultivo llamada el Planàs hacia el oeste hasta
encontrar el camino que sube a la Escaleta. Es aquí donde Carles encuentra el
primer ‘rovelló’ de la temporada – un bonito ejemplar.
Pero no puedo
deshacerme de cierta sensación de cansancio. Las piernas me pesan, no tienen
agilidad, las rodillas me molestan. ¿Será el efecto acumulado de tantos días de
calor? ¿Me estoy haciendo viejo? ¿Serán los primeros síntomas de alguna
enfermedad degenerativa? Es preocupante.
Pero Pep y
Carles no quieren saber nada de mi precario estado de salud y les sigo por el
camino hasta la carretera asfaltada, donde damos la vuelta y bajamos, dejando a
la derecha el camino que va a Cal Salamó y otra ‘trumfera’ a la izquierda,
saliendo finalmente en la pista de Peguera. Encontramos tres pilones de
teleférico antes de dar la vuelta en la zona llamada Els Planells. Caminando
hacia el pueblo, encontramos otro pilón más.
Un detalle de los edificios del pueblo
Hay al menos
dos personas más buscando setas cerca de Cal Salamó porque oímos sus gritos. Y
el buen tiempo también ha atraído a algunos excursionistas, incluyendo dos
familias jóvenes. Primero vienen los papás con algún niño y unos 200 metros
detrás, las mamás. Y entre los dos grupos, dos niños pequeños, de 5 y 3 años
aproximadamente, parados en el paso canadiense, con los pies entre las barras
de hierro, sobre la viga de hormigón que las sostiene. El riesgo de accidente
es más que evidente. “No podéis estar así”, les digo y tiendo la mano al más
pequeño para ayudarle a salir. “Som de Barcelona”, me dice mientras camina
sobre las barras. “Ja es veu que sou de Barcelona”, contesto.
Otra vista del pueblo, con el cementerio y las ruinas de la iglesia en el primer plano
La última
tarea del día es seguir el camino que bajaba a las minas desde el pueblo pero
por el lado derecho del torrente. Está marcado en la Minuta Municipal y por
aquí también bajaba el teleférico de Moripol. Lo encontramos sin mucha
dificultad y también el primer pilón. Pero no encontramos más pilones hasta el
último, donde el teleférico cruzaba el torrente para conectar con el
ferrocarril. Pep quería encontrar sobre todo la Estació de l’Angle, que era
donde el teleférico hacía un giro de 90º. Teníamos que haber seguido alguno de
los caminos que marchaban hacia la derecha.
Pero no hay
tiempo para más. El cielo se ha ido tapando rápidamente desde que dejamos el
pueblo. Cruzamos el torrente y subimos hacia la pista de Coll d’Hortons. Anotamos
dos pilones más, pero éstos corresponden a otro teleférico, el que venía de la
Mina Realidad, cerca de la casa de Cal Griell.
Con los
truenos cada vez más cerca, camino por la pista hacia el coche con paso vivo. La
letargia de la mañana se ha desvanecido. Carles y Pep me llaman desde unos 50
metros atrás: “¿No estabas tan cansado?”. “Estoy motivado”, contesto. Dejamos
los bastones en el coche, apagamos GPS y móviles y vamos a comer en la Font de
Cal Coix, que, al ser un antiguo lavadero, tiene techo. El cielo es cada vez
amenazador, se escuchan truenos fuertes pero aquí no llueve. Miro hacia arriba
y justo donde estamos hay un pequeño círculo azul. Es como estar en el ojo del
huracán.
En la Creu de
Fumanya caen las primeras gotas. En Sant Corneli, ya llueve fuerte y abajo, en
la antigua central térmica, es torrencial, con granizo que rebota sobre el
parabrisas.
Con eso,
damos por concluida la salida de hoy. 8,3 km; 270 metros de desnivel acumulado.
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