Esta semana le toca a Viver. Pep
aparca el coche cerca de los depósitos de agua encima del pequeño núcleo de
Viver. La primera tarea es fácil: seguir el tramo de camino marcado en el GPS
de Carles, hecho sobre una pista abandonada, hasta la casa de Sant Feliu para
completar el tramo de la semana pasada. En las pistas vemos filas de orugas de
procesionaria. Su aspecto produce una sensación instintiva de repugnancia que
despierta los instintos asesinos hasta de la persona más pacífica y mientras
Carles y Pep hablan de sus archivos, me dedico a romper filas de orugas con mi
bastón.
Cruce de caminos cerca de la casa de Sant Feliu
Una vez de vuelta a los depósitos, Pep
nos lleva a los pocos restos de lo que era el castillo de Viver y. En unos
campos cercanos, se ven piedras talladas sacadas del castillo para hacer
paredes. Y, un poco más allá, debajo de una roca de extrañas formas, algo que
no me esperaba: unas tumbas excavadas en la piedra, de todos los tamaños, para
adultos, para niños e incluso para bebés. Impresiona mucho ver esas formas
cortadas en la roca. Del siglo VII, dice Pep. Y se habitaba aquí mucho antes,
añade.
El castillo de Viver
Y las tumbas. Observad la forma recortada para la cabeza y la repisa para una losa que tapaba la tumba.
Volviendo al coche, pasamos por unos agujeros cortados en la roca, como
la semana pasada, para fijar unas vigas de casas. Aquí una máquina de tiempo
nos iría muy bien, para ir viendo cómo se vivía aquí en distintas épocas. ¿Los señores
del castillo sabían que 5 siglos antes, los visigodos enterraban sus muertos
aquí? ¿Y los visigodos sabían que 5 siglos antes, los íberos levantaban sus
casas bajo las mismas rocas?
Con esos pensamientos, llegamos a las
ruinas de la Vilanova Vella, que había sido una gran casa dedicada a la viña,
antes de abandonarla por la casa actual, un poco más abajo, al lado de la iglesia.
Y al lado de los restos de la casa, otras ruinas mucho más antiguas pero de uso
desconocido.
Parte de lo que queda de la antigua casa de Vilanova
Pep también quería seguir el camino de
Viver a Puigreig. Durante un kilómetro, sigue el recorrido de la carretera
actual pero luego, se aparta hacia la izquierda, según el GPS de Carles.
Aparcamos el coche y luego sigue un calvario por el bosque, vuelto impenetrable
tras los incendios de 1994. Encontramos una pista que nos lleva a una cresta
pero el trazado del camino se aleja y hay que bajar. Esquivando precipicios y
peleando con las zarzas, intentamos conectar con algo que se pareciera a un
camino. A media bajada, Pep da la vuelta para buscar el coche y traerlo a la
pista que se ve en el fondo del valle. Carles y yo continuamos. Cada metro que
avanzamos es una rascada más en las piernas o los brazos, a pesar de la ropa
que llevamos. Las zarzas no tienen piedad, pero, por fin conseguimos llegar
abajo, en el Torrent de la Barraca, pero sin haber encontrado el camino en
ningún momento.
Abajo, en la pista, vemos Pep que
viene caminando hacia nosotros. “Os llevaré a la Miranda de Esquerdivol, una
torre de vigilancia medieval”, dice, a modo de consolación. Subimos hacia el
Norte, hasta una pequeña cima donde hay los restos de una pequeña estructura.
Sin los árboles actuales que lo tapan todo, desde aquí se controlaban todos los
caminos importantes de la zona.
Volvemos a bajar unos metros y
buscamos un sitio para comer. Y después, bajamos por otra cresta, por un
paisaje que todavía intenta recuperarse de los incendios de hace 20 años, hasta
llegar al coche.
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 8,5 km; 275 metros de desnivel acumulado.
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