Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 4 de diciembre de 2022

7/10/2022 – El Castell de Lillet

Es nuestra tercera semana en La Pobla de Lillet. El 23 de septiembre, recorrimos las casas medievales encima de La Sala, y el 30 de septiembre, visitamos Saus y Puig Castellar. Hoy, Pep quiere llevar a Pol al Monasterio de Santa María y su entorno, incluyendo las casas de Serra Pigota, Arderiu y Junyent.

Aparcamos fuera del Monasterio con un día muy gris y una previsión de lluvia a partir del mediodía. El monasterio es un edificio muy complejo. Lo he recorrido un par de veces y escuchado las explicaciones de Pep y también de Jaume Bernades. Lo que se ve hoy es el resultado de múltiples remodelaciones y ampliaciones a lo largo de varios siglos, pero quizás la más importante fue la donación hecha por el Conde de Cerdanya a finales del siglo XI de lo que hasta entonces era el castillo de Lillet para formar una comunidad monástica.


La casa del Castell y el antiguo castillo a la izquierda

Al mismo tiempo, Pere Vila hizo construir el castillo actual y lo dio al Conde. Pero nunca llegó a vivir en el castillo, que fue habitado por un tal Ponç. En su lugar, el Conde de Cerdanya le nombró batlle natural del Val de Lillet, es decir, el cargo sería para él y también para sus sucesores. En aquel tiempo, el pueblo de la Pobla de Lillet aún no existía.

En eso, llegamos a la pequeña ermita de Sant Miquel. Pep cuestiona que una iglesia tan pequeña pudiera cubrir las necesidades espirituales de toda la comunidad y, además, por qué ponerla tan cerca del Monasterio, que tendría una iglesia magnífica. Pep señala su forma redonda y argumenta que sería mucho más lógico que fuera una torre militar fuera de las murallas del castillo, que luego sería reconvertida en capilla. De momento, no puede corroborar esta hipótesis con pruebas documentales.

La pequeña iglesia de Sant Miquel

“¿Pondrás todo eso en tu libro?”, pregunto maliciosamente a Pol, sabiendo la polémica que podría desatar en algunos círculos. Como respuesta, Pol se limita a sonreír. Seguimos subiendo y llegamos al collado con la casa del Castell de la Vila a la izquierda y las pocas ruinas del castillo a la derecha en la cima de una peña. Pero antes de subir al castillo, Pep gira a la izquierda y señala un pequeño prado delineado por piedras que forman un cuadrado. Su propósito, desconocido. Su antigüedad, medieval. Tras visitar brevemente la casa del Castell, cruzamos un prado más grande hacia el sur y subimos un pequeño cerro, donde hay los restos claros de una fortificación, con piedras grandes que forman una especie de rectángulo. No se sabe nada de esta estructura porque no se ha encontrado ningún documento que hable de ella. Pep especula un origen muy anterior a todo lo demás.

La elevación donde se encuentran las fortificaciones antiguas

Volvemos atrás y subimos al castillo. Pep señala los restos del camino antiguo de subida, que en aquel tiempo solo se podría hacer a pie. Los caballos se habrían quedado en el collado. El camino actual pasa abajo, aprovechando unos bancales estrechos. Aparte de mencionar los destrozos que se habrían hecho para levantar la cruz de hormigón, no hay mucho más que explicar.

Ponemos rumbo al sur otra vez para subir el camino señalizado hacia el Xalet del Catllarás. Una pista nueva roza el camino pero afortunadamente gira a la derecha para tomar otra dirección. La pérdida lenta pero inexorable de caminos antiguos, borrados para hacer pistas forestales, ha sido una constante en todos estos años, como bien saben mis lectores.

Pep mira mi mapa. El camino hace una subida fuerte hasta llegar a una especie de collado, desde donde se puede bajar a la Serra Pigota, el siguiente objetivo. Pero una vez arriba, continuamos por el Bac de Aiguassai, ahora un camino relativamente plano y muy atractivo, con las rocas de una pequeña cresta a la izquierda.

El camino hacia el Xalet del Catllaràs

De repente, se oye un grito de Carles, “Camagrocs”, y todo el mundo se para. Entre las rocas, hay pequeños bosques de camagrocs (una seta pequeña y muy apreciada con un inconfundible color amarillo) y los tres sacan bolsas. Mientras trabajan, yo saco el móvil, repaso y contesto correos, miro el WhatsApp, luego paso al news feed. Por alguna razón que no me explico, solo me llegan noticias de la prensa rosa. No sé por qué razón Google piensa que quiero saber cosas de Tamara Falcó o Sálvame. Me pongo al día de la guerra en Ucrania. Mi hijo nunca ha entendido porqué a mí, tan pacifista, me interesan las guerras.

Han pasado 20 minutos y los historiadores siguen recogiendo setas. Avanzamos muy lentamente; hoy el track será de pena. Empiezan a caer las primeras gotas de lluvia. Llegamos al desvío que baja al Gorg de la Lleona. Pep vuelve a mirar el mapa, totalmente desorientado.

Se acabó la ciencia

“Este camino, ¿qué es? No lo veo en el mapa”. Examina el mapa más de cerca. “Serra Pigota ha quedado atrás. Y además empieza a llover”. Decide bajar el camino y al menos intentar llegar a Arderiu montaña a través. Llegamos al pequeño lago. La lluvia, aunque sin llegar a mojar, es un poco más insistente. Pep renuncia a llegar a Arderiu. “La parte histórica la hemos hecho. Todo lo demás solo son casas”, justifica y bajamos hacia Serra Pigota. Comemos bajo un haya, rodeados de pequeñas colonias de camagrocs.

El pequeño estanque en el Gorg de la Lleona

Después, seguimos bajando. Es un festival de setas y siguen recolectando, con unas bolsas cada vez más abultadas. La historia ha dejado de existir, no ven caminos, las casas no tienen importancia … hasta que pasamos la cota de 1.150 metros. De repente, como por arte de magia, las setas desaparecen. Alzan la vista y miran alrededor suyo, sorprendidos. Sus ojos vuelven a enfocarse en objetos a más de 3 metros de distancia y ven que aquí hay árboles, rocas, una cuesta, y una pista que baja hacia Serra Pigota. “Por culpa de estas setas, hemos perdido el norte”, confiesa Pep. “Que no trascienda”, me advierte. “El daño para mi prestigio sería irreparable”. “No temas”, le tranquilizo. “Esto se queda entre nosotros. No lo sabrá nadie”.

Enseguida, tenemos Serra Pigota a la vista. La casa es nueva y fea, hecha con ladrillos y bloques de cemento. Solo el pajar conserva materiales tradicionales. Bajamos por la pista y en media hora estamos en el coche.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,3 km; 330 metros de desnivel acumulado.

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