Hoy es Sant Jordi. Es costumbre en Cataluña que los caballeros regalen una rosa a las damas y las damas un libro a los caballeros. A mí me parece un poco machista, como si las mujeres no supieran leer. Pero la bronca que tendrás en casa si no traes la rosa impide desmarcarse de la tradición. Este año, por cosas de la pandemia, las rosas solo se pueden adquirir en floristerías, y en Berga solo hay dos. De momento, no se permiten los múltiples puestos callejeros que normalmente venden rosas en cada esquina.
Pero hoy, hay cosas más importantes. Después de tantos días de lluvia de este abril atípicamente frío, por fin parece que hoy hará un tiempo primaveral. Pep ha ido al traumatólogo. Le ha diagnosticado una hiperpronación. Si es así, se solucionaría con plantillas. Sea como sea, últimamente no tiene molestias.
Aparcamos en el mismo sitio que la última vez. Pep quiere conocer las casas de la famosa tercera cresta y de paso encontrar el camino a Vilada, que sale en el mapa de la Minuta. Le indico a Pep que ya tengo un camino marcado en el mapa que arranca desde las casas cerca de la carretera de Castell de l’Areny y pasa por el Coll Jovell. “No puede ser”, me contesta. “En la Minuta, el camino pasa más abajo”.
Volvemos a bajar a Cal Miralles y encaramos la tercera cresta. Encontramos las dos casas: Cal l’Espanya y Cal Cisquet, y caminos transversales que las unen con las casas en la segunda cresta y desde allí, con los caminos que van hacia Castell de l’Areny.
Cal l'Espanya con la estructura del horno |
Caminamos por un bosque áspero, poco amigable, con zarzas que cuelgan de los árboles y se enganchan a mi ropa, mi mochila, mi sombrero y mis brazos. Alrededor nuestro, es un estruendo de pájaros. Desde todos los rincones, nos insultan y nos vapulean sonoramente. “Tampoco nos quieren aquí”, pienso abatido.
Seguimos una pista nueva desde Cal Cisquet que nos deja cerca de una fuente y un camino muy marcado, precisamente el camino que tengo marcado en mi mapa. Tras una exploración infructuosa, Pep tiene que admitir que es el camino de la Minuta, que descubrí yo hace más de 15 años, y ponemos rumbo al Coll Jovell. Aquí acaba una pista que viene desde la carretera de Sant Romà de la Clusa y pasa debajo de Comellas. No se ve ningún camino que continúe hacia el sur y además, hay demasiado pendiente.
El camino de la Minuta que sube hacia Coll Jovell, con el árbol viejo de rigor |
Propongo caminar por la pista hasta una cresta de pendiente suave donde había marcado un camino. Encontramos el camino, aunque Pep duda de su antigüedad, pero lo bajamos de todos modos. Tras aguantar la furia pajaril debajo del Coll Jovell, entramos en un mundo lleno de amabilidad: árboles espaciados, hierba ordenada y cortada por las vacas, sol y luz, un camino nítido y sin obstáculos, y pájaros que nos piulan amistosamente, como si nos invitaran a quedarnos y disfrutar de la temperatura cálida y las buenas vistas.
Salimos en otra pista transversal. El camino no tiene continuidad hacia abajo y quedamos aquí a comer. Pep me cuenta que, con su asociada de estudios, Roser, están trabajando en un libro sobre las fraguas del Berguedà. Ya tienen editorial, el Museo de la Industria de Terrassa, y todo parece indicar que será la bomba de ventas de no ficción en catalán de Sant Jordi de 2022. “Pero voy a hacer muchos enemigos”, reconoce Pep, con aire preocupado. “Echa por tierra todo lo que se ha escrito hasta ahora sobre las fraguas berguedanas. Pero mis manos están atadas; la documentación es irrefutable. No es culpa mía si solo nosotros hayamos tenido la paciencia de leerla toda”.
Para volver, propongo continuar por esta pista. Desde aquí, arranca una pista secundaria que se convierte en un camino, según mi mapa, que va al Coll Jovell. Pero tengo mis dudas, basadas en mi falta de experiencia en aquel tiempo, de si realmente vi un camino. De todos modos, no me ha quedado ningún recuerdo de aquella salida. Y así hacemos. Y efectivamente, no hay ningún camino.
Cal Comellas |
Volvemos a salir al Coll Jovell y deshacemos la pista hasta llegar al coche. De vuelta en Berga, mi próxima misión es encontrar una rosa. “Y no traigas esas rosas que regalan en el supermercado”, me advierte mi mujer. “Son de mala calidad y se marchitan enseguida”. Pero resulta misión imposible. Hace horas que las dos floristerías vendieron todas sus rosas. Tras recorrer toda la ciudad, llevo un punto de libro con una acuarela pintada a mano de una rosa. Por suerte, es aceptada.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 6,85 km; 340 metros de desnivel acumulado.
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