Carles ha entrado en contacto con
el dueño de la casa de Merolla, actualmente dedicada al turismo rural. Acuerda
una visita, ya que Pep y Carles tienen noticias de un castillo y dos iglesias
(Sant Miquel y Sant Serni) y siempre va bien consultar a gente del país, a ver
si pueden aportar alguna pista.
La casa restaurada de Merolla
Aunque actualmente forma parte de la
comarca del Ripollès, antiguamente todo este valle, hasta el Coll de Merolla,
estaba adscrito a La Pobla de Lillet y por eso, Pep considera justificado
incluirlo en nuestro ámbito de actuación.
Nos reciben los padres, quienes nos
presentan al hijo, que lleva el negocio, y muy amablemente nos muestran la
casa, restaurada con esmero y todo lujo de detalles, y unas vistas y un verdor
que deben ser un imán para los pobres barceloneses, sedientos de verde, paz y
contacto con el medio natural. Nos cuentan que hay un historiador local de
Campdevanol que también va detrás de las iglesias, de momento
sin éxito. Pero me estoy adelantando. Volvamos al principio.
Aparcamos en una entrada de pista en
la carretera, debajo de la casa. Al bajar del coche, noto que la calzada tiene
una gruesa capa de asfalto que la eleva al menos 25 centímetros por encima del
borde. Y luego dedico mi atención al cielo, a ver qué día hará hoy. El próximo
paso, mi pie derecho pisa aire y voy de bruces al suelo. El trompazo ha sido de
primera categoría, sobre todo en la rodilla. De niño, hice judo y aprendí a
caer. En mi juventud, saberlo me ha salvado de lesiones graves más de una vez
en accidentes de bici, pero a partir de los 60, me parece que uno cae como un
saco de patatas con la misma contundencia que una persona que nunca ha hecho
judo.
Cuando puedo incorporarme, me siento
al borde de la carretera, esperando que pase el dolor. “Tantos años caminando
por los lugares más escabrosos y te tienes que caer en el sitio más tonto”, me
dice Pep para consolarme. “¿Estás bien?”, me pregunta Carles, siempre con la
frase correcta. Me palpo con cuidado la rodilla. No parece que haya nada roto.
La muevo; tendones y ligamentos funcionan. Me pongo de pie y constato que la
pierna aguanta mi peso y volvemos a ponernos en marcha.
Tras esta visita tan cordial de la
casa de Merolla, nos disponemos a visitar los mismos cerros que el historiador
local, con el mismo resultado. En un descanso, vuelvo a inspeccionar la
rodilla, saco mi botiquín y la limpio, la desinfecto y pongo una gasa. Ya va
mejor.
Mirando hacia el norte, vemos una
especie de brecha en una pequeña sierra que se llama L’Esgarrapall y para
ocupar el día, decidimos seguir una pista forestal hasta allí para ver qué hay
detrás. La pista acaba en la cresta y sigue un camino que nos baja hasta la
pista que va al Coll del Pla de L’Espluga.
La vista desde el final de la pista con Ca l'Escolà abajo y las montañas de Meranges al fondo
Caminamos por la pista bajo un cielo
cada vez más amenazador y un viento que arrecia, haciendo crujir los pinos. Nos
desviamos por un camino que lleva a L’Empriuet, una casa en ruinas en la solana
del valle que habíamos visitado a finales del verano del año pasado. El camino
está muy limpio; lo deben mantener las vacas.
El camino de L'Empriuet
Y lo que queda de la casa
Recuperamos la pista y, en la
curva donde se une a la carretera de Gombrén a Castellar de n’Hug, tomamos el camí ramader (camino pecuario) señalizado
que pasa por el Coll de l’Espluga y luego al Coll de Merolla. Lo había hecho al
revés hace unos cuantos años con Carles, antes de empezar el blog.
En la cresta, paramos para comer y
repasar el estado lamentable del mundo, bajo un cielo tapado que no llega a
llover. Fortificados por este desahogo colectivo, continuamos por el camí ramader, que tiene unos tramos muy
atractivos. Nos desviamos para visitar Cal Cots, una casa todavía en pie pero
no modernizada. Desde un núcleo antiguo, ha experimentado múltiples adiciones y
reformas que le han dado un aspecto muy original. Además, su emplazamiento es
muy llamativo, encaramado sobre un peñasco en un pequeño llano.
El camí ramader que baja al Coll de Merolla
La casa de Cots
Aquí nos dividimos, yo sigo bajando
por el camí ramader para dejar
constancia en el GPS mientras Pep y Carles visitan dos pequeños cerros
contiguos, por si tuvieran algún resto de edificio. Yo llego primero al refugio
del Coll de Merolla. No puedo tomar un café porque está cerrado pero tengo
tiempo suficiente para estrechar lazos interespecie con una perra poco
guardiana pero muy simpática que tiene ganas de jugar.
El refugio del Coll de Merolla
Y mirando hacia las montañas del Ripollès desde el Coll de Merolla
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