Siguieron uno de los veranos más calurosos que recuerdo, el
referéndum del 1 de octubre, la declaración imposible de independencia y la
represión implacable del Estado español, que todavía perdura. Fueron meses de
desánimo, también en nuestras salidas, por lo menos desde mi punto de vista. No
veía la manera de contagiarme del entusiasmo de Pep y Carles por la historia
local y parecía inevitable un distanciamiento progresivo.
En diciembre, caí enfermo, arrollado por la infame gripe
australiana, que derivó rápidamente a una bronquitis. Llevaba dos días casi sin
dormir cuando acudí al médico y, además de un antibiótico, me recetó un
antitusígeno para que pudiera dormir (“toma una dosis doble por la noche”). El
resultado fue una reacción alérgica que me hizo perder la voz durante una
semana. Durante esos días de silencio desconcertante, tuve una especie de
epifanía. Pensando en las conversaciones entre Pep y Carles, recordé que
algunos de los lugares más emblemáticos de la comarca tenían otro nombre en la
Edad Media y esa sencilla constatación abrió la puerta para avanzar en un
proyecto mío al que llevaba muchos años dando vueltas (y que espero que algún
día vea la luz del día) y, al mismo tiempo, tendió un puente para reengancharme
al mundo particular en que vivían Pep y Carles.
En febrero, me di cuenta que la situación de bloqueo que me
había llevado a dejar de escribir el blog se había desvanecido y empecé a
abordar con Pep y Carles la posibilidad de reactivarlo, cambiando ligeramente
el enfoque. Todos fueron ánimos. “El mundo lo tiene que saber”, me decía
Carles. “Tu narrativa es esencial para dar cuerpo y vida a nuestras lecturas en
los archivos”, me confesó Pep.
Y así empieza la segunda etapa de esta humilde crónica.
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