Hoy amanece
con sol pero la previsión es de tormentas por la tarde. Por fin, vamos a mirar
la ubicación con más probabilidades para el castillo, por lo menos en cuanto a
extensión llana. Se trata de una zona llana en el extremo oriente de las Roques
del Bruc. Si aquí no hay nada, habrá que concluir irremediablemente que, ante
la ausencia de indicios en cualquier otro lugar, el castillo estaba donde está
actualmente la casa.
Pero primero
vamos al Pas de l’Os, el camí ral que César August Torras fotografió para su
guía de itinerarios del Berguedà y que salva el desfiladero mediante una
plataforma inclinada de roca que gana altura. Sin embargo, la roca ha sido
dinamitada para pasar los postes de luz y también hay una ancha zanja donde va
el tubo que lleva agua a la fábrica de cemento en el Clot del Moro. Es
imposible ver si hubo algo más antiguo.
Subimos otra
vez la larga pista al Coll de Meranges. Sabemos que hay un camino más directo
para ir a pie pero no lo tenemos en nuestros mapas. “Si hay tiempo cuando
acabamos, podrías buscarlo con Carles y yo os espero abajo”, propone Pep.
Aparcamos en
el Coll de Meranges. Aquí tenemos dos caminos en nuestros mapas: uno que sería
el camino de comunicación con la casa de Bruc y otro secundario que sube a una
‘artiga’ y luego baja a Bruc. Se ve que esos caminos, los había hecho con
Carles porque Pep los desconoce.
Tomamos el
segundo camino, ya que nos situaría debajo del llano que queríamos mirar. En la
artiga, vemos un camino que nos lleva arriba en poco tiempo. Es un lugar muy
curioso, con mucha hierba (las vacas aquí no llegan), pinos maduros y
afloramientos de roca que le dan un aire muy atractivo. Bajo un tronco, vemos
una pila de tejas rotas. ¿Hubo un horno de tejas aquí? Es un misterio. Pero no
hay ningún castillo.
¿Qué hacen estas tejas aquí amontonadas bajo el árbol?
Salimos a la
cresta y tomamos vistas hacia el sur. Se ven Tubau, el monasterio de Santa
María, el Catllaràs y La Pobla de Lillet.
Vista hacia el sur desde las Roques de Bruc, con la Pobla de Lillet en primer plano y el macizo del Catllaràs detras.
Pep quiere
conocer el segundo camino, debajo del primero y más importante. En su mayor
parte, es una pista semi-naturalizada con algún resto del camino antiguo un
poco más abajo, que baja hacia el sur paralela al Torrent de Rentadors. Nos
paramos en un promontorio y miramos hacia el norte. Se ve la casa de Meranges y
la cisterna de agua. Es evidente que su emplazamiento es perfecto para dominar
este valle.
Aquí se aprecia la ubicación perfecta de la casa de Meranges, a la cabecera del valle
La pista
acaba en un ‘grau’ muy bien conservado que el camino supera con una forma de Z.
Aquí comemos
y luego emprendemos la vuelta bajo un cielo cada vez más amenazador. Cerca de
los campos, Pep se desvía hacia la derecha. Quiere ver si hay un camino que
conecta con la casa pero no se ve nada claro. Llegamos a la pista que viene de
La Muga y conecta con la pista que viene de la casa de Meranges en el Coll de
Meranges. El cielo ya es muy oscuro y se oyen truenos al otro lado del Serrat
de Meranges. Pep y Carles quieren seguir buscando hacia la casa pero yo ya
estoy cansado y prefiero esperarles en el coche. “Busca el arranque del camino
al Clot del Moro”, me dice Carles antes de separarnos.
Llego al
Coll y me adentró un poco en el bosque del valle que sube desde el río. Allí
veo un comienzo claro de un camino. “Esto está chupado”, pienso, pero empiezan
a caer gotas y decido volver al coche. Apago el GPS, guardo toda la electrónica
en la mochila y me pongo bajo un árbol cerca del coche. Deja de llover y me
siento al lado de la pista. El quebrantahuesos sale a buscar comida. Desde las
rocas se oye el chillido de una cría; allí debe tener el nido.
Pep y Carles
siguen sin venir. Miro el móvil, no hay cobertura y no puedo llamarles. Vuelvo
al arranque del camino y bajo un poco más. Sí, no hay duda, es el camino, y
además se ve muy bien. Vuelvo al coche. No están y no les veo por la pista.
Habrán ido a la casa para explorarla a fondo como última opción, pienso.
Empiezo a
caminar por la pista hacia la casa. Si han ido a la casa, o nos encontraremos
en la pista o nos veremos allá. Recorro el medio kilómetro de pista hasta la
casa y no están allí. Los truenos redoblan su fuerza y empieza a llover
torrencialmente. No me queda otro remedio que refugiarme en el pajar de la
casa. “Debía haber dejado una nota en el limpiaparabrisas”, pienso, “porque
ahora no sabrán dónde estoy”.
Esperando ansiosamente una pausa en la lluvia para volver al Coll de Meranges
Veo que
pasan los minutos con un nerviosismo creciente. Parece que la lluvia se amaina,
saco el chubasquero y camino por la pista a ritmo vivo. Las curvas de la pista
me impiden ver el Collado pero por fin doblo la última curva, justo a tiempo
para ver cómo se marcha el coche cuesta abajo. ¡Me han abandonado! Como el
náufrago en una isla desierta que, desde el punto más alto de la isla, ve
fondear un yate en la bahía y, a pesar de bajar corriendo, llega a la playa
solo para ver cómo se zarpa nuevamente, sordo a sus gritos.
Bajo una
lluvia insistente, repaso mis opciones. Lo más probable es que se hayan cansado
de esperarme y hayan concluido que he empezado a bajar el camino al Clot del
Moro y me esperarán en una de las curvas de la pista que hemos pensado como
punto de empalme más probable con el camino.
Vuelvo a
encender el GPS para hacer el track y me lanzo, yo que tanto me asusta hacer
solo caminos desconocidos por lugares escarpados y boscosos. Pero, en realidad,
no hay nada que temer; el camino está bastante claro y, si el cielo no fuera
tan oscuro, incluso lo disfrutaría. Salgo en la curva pero no hay nadie. Bajo
por la pista; sale el sol y todo el ambiente cambia. “Bueno”, pienso, “igual me
están esperando abajo y, de todos modos, pronto tendré cobertura y podré
llamarles. Y en el peor de los casos, voy al pueblo y pido un taxi”. De todos
modos, confiaba en que todo eso tendría un final feliz.
En esto,
oigo un coche que baja. ¡Son ellos! Se paran a mi lado y Pep baja la ventanilla.
“De las cosas que no hay que hacer nunca en la montaña, las has hecho todas”,
me riñe. “Primero, te has separado de nosotros; no nos has esperado en el
coche; no has dejado ningún aviso para decirnos dónde has ido; y has bajado
precisamente por donde no puede pasar el coche. Deberíamos llevarte a la
montaña con una correa al cuello, como los perros”. Pero más preocupado está Carles. Estaba convencido de que me había hecho daño en el bosque y que no me
podía mover, y además sin cobertura por móvil. “Con lo torpe que eres”, añade.
Ya en el
coche, me cuentan su versión de la aventura. Llegaron al coche desde abajo, sin
pasar por la pista de la casa. Al no verme, efectivamente pensaron que había
decidido bajar por el camino y se marcharon. Sin embargo, no me vieron en la
curva y Pep hizo la reconstrucción de lo sucedido: “Habrá ido a la casa a
buscarnos y, al ponerse a llover, buscó refugio en el pajar”. Dieron media
vuelta, fueron a la casa pero evidentemente yo ya no estaba allí y ya
desesperados, estaban bajando otra vez la pista cuando me vieron.
En el
asiento de detrás, empiezo a hacerme la película de la escena en el coche y me
pongo a reír. “Seguro que lo estabais pasando peor que yo, viendo lo que os iba
a venir encima: Llamar a los bomberos, el helicóptero, las cámaras de
televisión y sobre todo, ¡cómo explicarle a mi mujer que me perdisteis en el
bosque!” Y todos nos ponemos a reír.
Finalmente,
Pep dice: “Encontramos cerámica medieval debajo de la casa. Si estaba allí el
castillo, aún no lo podemos saber, pero en la Edad Media, vivía gente allí. De
eso no hay duda”.
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