Nos cita a las 7 de la mañana. A esa hora, yo todavía no respondo a estímulos así que me pongo en el asiento de atrás para que Pep y Carles puedan hablar tranquilamente de sus pergaminos mientras yo intento recuperar un poco del sueño interrumpido. Llegamos al pueblo de Meranges pero el desvío a los Estanys, lo pasamos de largo y aparcamos en el Pla de Campllong, a la entrada de una pista que se adentra hacia Els Engorgs. “Bueno, tampoco he estado en Els Engorgs”, pienso. Pero veo que desecha esta pista y va por otra de menor entidad. “Daremos mucha vuelta si vamos por Els Engorgs”, explica Pep y me señala unas montañas rojizas detrás de un valle empinado.
Foto tomada nada más salir del coche, cuando aún no sabía qué me iba a deparar el futuro. A la derecha, el valle que lleva a Els Engorgs. Desde el centro hacia la izquierda, el Serrat de l'Agulló, que íbamos a subir hasta arriba.
Pla de Campllong, mirando hacia el sur. En el fondo, Tosa d'Alp
Pero sus intentos de buscar un camino que sube ese valle fracasan y opta por un ataque frontal del Serrat de l’Agulló, subiendo la cuesta en línea recta, primero por un denso bosque de pino negro, luego por una zona de rocas y finalmente por otro bosque más clareado de pino negro. En resumen, más de 700 metros de desnivel de golpe. Ante mis quejas, Pep me argumenta que lo hace por mi bien. “Si hubiéramos ido por otro camino más largo, no habrías llegado hasta el final. Hemos hecho el camino más corto”.
La subida se hace más penosa por el hecho de que llevo unas piedras que recogí la semana pasada en Puymorens para llevar a mi madre y me había olvidado de sacarlas. Resisto la tentación de deshacerme de ellas, sabiendo la ilusión que le hacen esas rocas.
Els Engorgs
Vista con zoom. La mancha roja es el tejado del refugio
Al final, la infernal subida se acaba y salimos a un lomo. A la derecha se ve Els Engorgs, un circo muy atractivo partido por la mitad por un torrente que oímos incluso desde donde estamos nosotros y, al lado, la barraca que es el refugio. Y abajo a la izquierda, se ven unos prados con las ruinas de una ‘pleta’ o aprisco y unas vacas que pastan tranquilamente.
Las ruinas de la pleta. Adosado, se ve el dibujo circular de una posible barraca
Pero nuestro destino es otro. Pep señala unos picos rojizos y pelados con 300 metros más de subida por delante. A mí no me apetece entrar en ese paisaje marciano y me planto. Al igual que en el Señor de los Anillos, se produce una división de la Comunidad: Carles y Pep continúan arriba y yo busco un flanqueo para luego bajar a la pleta, donde nos reuniremos.
Ante esta vista, yo me negué a seguir subiendo. Cogí el camino que se ve más a la izquierda para subir al llano de hierba. La posible zona minera es la roca oscura a la derecha
Bajo cuidadosamente la cuesta hasta llegar al camino de animales que sube a otro lomo ancho desde donde podré bajar al prado. Cuando estoy subiendo, me suena el teléfono. Es Pep. “Desde aquí, vemos unas estructuras al lado de unas piedras oscuras. Estás al lado. Ves a echar un vistazo, hermoso, y de paso coge otra piedra para tu madre, que yo la quiero ver”. ‘Al lado’ quiere decir un desnivel de 100 metros y 15 minutos de subida hasta llegar a lo que parecen ser las ruinas de una barraca, un caos de piedras y algunas zanjas. Le llamo para pasar el informe y cojo una piedra.
Lo que posiblemente fue la barraca de los mineros
Deshago la subida y un camino de vacas me permite evitar una zona de rocas. Finalmente, bajo una cuesta de hierba hasta llegar al prado donde están las vacas. Me pongo bajo la sombra de un pino, saco el almuerzo y me lo como todo. Lo malo es que di la cerveza a Carles para no llevar tanto peso. Si la hubiera tenido yo, también me la habría bebido toda. Después de todo lo que he aguantado, me lo merezco. Habiendo agotado todos mis recursos de entretenimiento, me estiro y dormito. Al cabo de una hora, llegan Pep y Carles. No han visto nada excepto una vista maravillosa del Estany de Calm Colomer y lo más plausible parece ser donde me envió a mí a investigar, lo que indicaría una explotación más bien marginal, nada que ver con la Mina de Puymorens.
Cuando ellos han comido, exploramos la ‘pleta’ y otra más antigua, al lado de una fuente enterrada, donde están las vacas. Iniciamos el descenso, primero siguiendo un barranco, luego un trozo de pista y finalmente, los últimos 300 metros de desnivel por una cuesta empinada por el bosque. Salimos en la pista, delante del único puente que cruza el torrente y a 200 metros del coche. “¿Qué te parece?”, me dice Pep, con una sonrisa de satisfacción. “Más preciso imposible”.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. La parte mía: aprox. 8,5 km; 850 metros de desnivel acumulado.
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