Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



sábado, 14 de julio de 2012

21/06/2012 – Las Bagas de Brocà

Pep me llama; tiene clase de música y tiene que estar en casa puntualmente. “¿Qué te parece si volvemos al Infierno Verde? Aún quedan muchos cabos sueltos”, sugiero. “Vale”, me dice Pep. “Ahí había una mina de hierro cerca del río, a ver si la encontramos”.


El Infierno Verde es un nombre que hemos dado cariñosamente a una gran extensión de bosque que flanquea la ribera sur del río Llobregat entre Guardiola y la carretera de Falgars. Antes debían ser tierras comunales pero cuando se privatizaron, cada una de las grandes casas que iban flanqueando el camí ral de Brocà a La Pobla adquirió el trozo de bosque que tenía en frente. Así, hay una Baga de Cavallera, una Baga de Cal Companyó, una Baga de Vilella y una Baga de l’Espelt y, en cada zona, hay un camino que cruza el río desde cada casa y sube la cuesta, enlazando carboneras. También hay algunos caminos transversales pero el grueso de los caminos son de norte a sur. En unas salidas hace unos años descubrimos un camino que llega hasta arriba, a la pista que viene de Coll de Jou a Collada de Sobirana en Sant Julià de Cerdanyola, pasando por un impresionante desfiladero en un espeso bosque de hayas. También hay unas pistas forestales, algunas muy viejas y otras más nuevas, correspondientes a una explotación agresiva en la parte que todavía es bosque comunal de La Pobla de Lillet.

Su apodo viene primero por su aparente impenetrabilidad y también por su fauna de todos los tamaños. “El paraíso de las garrapatas”, como dice Carles, recordando unos pasajeros que tuvimos que desalojar en una salida, que estaban subiendo nuestros pantalones en busca de la tierna piel de nuestros cuellos. Pero hoy no habrá garrapatas.

El acceso desde el río es difícil por la falta de puentes pero hay un camino que marcha desde la carretera que sube a Sant Julià de Cerdanyola, justo antes de la sexta curva y aquí es donde dejamos el coche.

El camino entra en el bosque, con caminos secundarios que llevan a carboneras. Bordea un precipicio que también es una antigua cantera y luego inicia un descenso hacia el río, donde hay un edificio abandonado llamado el Quiosco, antes utilizado por los pescadores. Oímos unos ladridos como si una jauría de perros salvajes fuera a abalanzarse sobre nosotros. Estamos a punto de adoptar la posición defensiva de los gladiadores como en la película, con la punta de los bastones mirando hacia fuera, cuando nos damos cuenta que son corzos que huyen de nosotros. Un poco más allá, en un extenso llano, hay un horno de cal y al lado, la Font Salada. Pep prueba el agua. “Pues no está muy salada”, dice. Unos segundos después, empieza a escupir y pasa los próximos diez minutos quejándose del regusto de sal que tiene en la boca.

 El Quiosco

Y el horno de cal

Según sus pesquisas en los archivos, la mina de hierro está a unos 10 minutos río arriba de la fuente pero nuestro camino está cortado por unas rocas y no podemos continuar. No queda más remedio que empezar a subir. Nos metemos una vez más en este laberinto, subiendo barrancos y cruzando crestas. Vamos anotando carboneras, algunos caminos conocidos, otros no. Aún estamos muy lejos de entender todo aquello.

Una carbonera típica

Entramos en otro pequeño laberinto dedicado a la explotación del carbón vegetal en la Baga de Vilella y seguimos un camino de cazadores que sale a una parada sobre un pequeño promontorio con vistas despejadas hacia el norte. Aquí almorzamos. Pep nos pone al día de sus investigaciones, que ahora le llevan a Barcelona. También hay otras personas involucradas en su proyecto, con efectos personales positivos, y de repente tengo la visión de una red que va creciendo en distintas direcciones, mucho más allá de tres excéntricos que suben y bajan caminos olvidados, para abarcar un grupo creciente de personas, todas estudiando una pequeña parcela de una de las comarcas menores de Cataluña.

 La vista desde donde comíamos, con el Moixeró, Tancalaporta y el valle del Bastereny

La casa de Vilella al otro lado del río

Hay que pensar en la clase de música y buscamos un camino transversal que nos pueda llevar directamente al coche pero no lo encontramos y acabamos bajando otra vez al horno de cal y el Quiosco. Empieza a hacer mucho calor; vemos un camino muy marcado que empieza a subir y lo tomamos, pensando que es el camino que bajamos. Pero sube y sube. De repente, Pep se para: “Nos estamos desviando. Estamos en el camino equivocado”. “Me da igual”, replico, con la mente obnubilada por el calor y la deshidratación. “Sólo quiero que deje de subir”.

Pero Pep tiene la cabeza más fría. Volvemos a bajar y tomamos un camino transversal que nos lleva al camino correcto y así al coche.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 8,5 km; 750 metros de desnivel acumulado.

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