“Tenemos que volver a Comellas”, me dice
Pep en el Mikado. “Ha quedado un último fleco”. De momento, no quiere ser más
explícito.
Aparcamos en la Collada de Comellas, en la pista, y bajamos por el camino que ya es la tercera vez que lo hacemos. Luego Pep se desvía para ir a l’Era Gran y, desde allí, bajamos una cresta por un camino hasta entrar en unos campos con unas paredes muy altas y todavía en buen estado. Pep dedica un tiempo a mirarlas y luego se encoge de hombros.
“¿Qué pasó?”, le pregunto. “Es que el otro día estaba mirando las fotos aéreas de los años 50 y vi estos muros. Pensé que podrían ser casas pero no, solo son campos”, me explica. El impacto visual de estas largas líneas de piedras es innegable y las seguimos hacia el este por lo que parecen ser caminos transversales pero solo son de vacas.
Los campos ordenados bajo Comellas |
Entramos en el bosque y Pep busca el collado por donde se bajaría a Cal Miralles y luego sigue la cresta hacia el sur. Llegamos a la pista de Coll Jovell y giramos a la izquierda. Desde el collado, subimos al Puig Jovell y seguimos nuevamente la cresta hacia el sur. La cara oeste fue cultivada en algún momento, aprovechando una zona más llana, y en el límite de la zona llana, un posible camino que no tarda en difuminarse. ¿Fue un camino para venir a trabajar aquí? ¿Quién sabe? En realidad, Pep ya no está buscando nada. Deambula por si hay algo.
Llegamos a otra pista que ya conocemos y que nos lleva a la pista de Coll de Serrallonga y La Ribera. Giramos hacia el oeste.
“Vamos a comer en la cresta amable”, propone Pep. Es el nombre que hemos dado a la cresta que bajamos el 23 de abril, el día de Sant Jordi y la rosa imposible, y que nos pareció tan acogedora después de las asperezas de Cal Espanya.
Iniciamos la subida, que de entrada es menos amable que la bajada. Pero no nos quejamos y ya casi arriba, buscamos un sitio para comer. Estamos charlando tranquilamente cuando veo un pequeño insecto redondo y negro que me sube el pantalón. Lo quito con el dedo. “Mira, una garrapata”, digo a Pep, sin mucha preocupación porque, después de todo, la he enviado bien lejos.
La reacción de Pep es inmediata. Se pone de pie de un salto y empieza a torcerse por todas partes para ver si él también tiene una. No tiene nada pero ya no quiere sentarse y acabamos los bocadillos de pie.
Resulta que Pep tiene 4 fobias (“leves”, me puntualiza): no le gustan los aviones, sobre todo cuando no están quietos en el suelo; no le gustan las agujas (para inyectar); no le gustan las multitudes; y no le gustan las garrapatas. La cresta amable de repente ha perdido muchos puntos a sus ojos y ya no es amable sino llena de peligros ocultos.
Subimos hasta la pista de Coll de Jovell, la cruzamos y continuamos para enlazar con el camino que hicimos de bajada desde l’Era Vella. Todo este trayecto formaría parte del antiguo camino desde La Ribera a Comellas y más allá, hacia Sant Romà de la Clusa. Ahora lo tenemos completo.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 5,5 km; 340 metros de desnivel acumulado.
PD.- Cuando llego a casa, miro El Temps en TV3, charlo un poco con mi mujer y, después de media hora, sin prisas, me encamino hacia la ducha. Al quitar el pantalón, veo una forma redonda sobre el muslo, ahora un poco más grande. ¡Es la garrapata! Evidentemente, decidió que tendría más éxito si subía la pierna por debajo del pantalón y no por encima. Ahora que tiene la comida tan cerca, no me quiere soltar pero al final, encuentro la manera de hacerla desprenderse. Y la envío al cielo de las garrapatas.
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