El jueves, Pep me llama. Tiene un
congreso de arqueología y no puede venir. Toda la responsabilidad cae sobre mis
hombros. A falta de otras opciones, decido continuar con la educación de Carles
y propongo ir al Roc de la Clusa, que es una gran pared de roca que cierra el
lado sur del valle de Sant Julià de Cerdanyola.
Desde el Coll de les Bassotes, sube un
camino que fue uno de mis primeros descubrimientos del Berguedà, atraído por el
canto de sirena de unas marcas amarillas pintadas en los troncos que me
llevaron en una subida interminable a 35ºC un mes de julio.
Carles no conoce este camino, que es
bastante atractivo, y además, había una zona en blanco en mi mapa encima de la
casa de Espinedes.
Aparco el coche en el Coll de les
Bassotes y emprendemos la subida. En un collado, giro a la izquierda para
explorar unos comienzos de camino que tengo marcados desde hace 5 años o más.
Podría haberme ahorrado el esfuerzo, porque mueren en un barranco.
Bifurcación de caminos: a la izquierda, la Collada de Sant Miquel; a la derecha, el Grau del Grapissot
Volvemos al camino principal y al poco
rato, llegamos a una bifurcación, actualmente señalada con un poste. El camino
que quería tomar va a la derecha, al Grau del Grapissot. Es una estrecha repisa
que cruza una pared de roca. Ahora tiene un cable donde agarrarse pero cuando
lo hice hace unos cuantos años, este cable no estaba y lo cierto es que su
presencia se agradece.
El Grau del Grapissot. El cable ayuda a salvar un paso delicado
Pasado el ‘grau’, entramos en un
hayedo y empezamos a explorar caminos que bajan la cuesta. Son antiguos caminos
de carboneros, ahora convertidos en caminos para arrastrar troncos, pero uno
lleva a la Font dels Coms, todavía con sus troncos ahuecados. Al final, me
canso de tanto subir y bajar y dejamos lo que probablemente es el camino más
importante de esta zona, ya que parece orientado directamente hacia la casa de
Espinedes pero qué le vamos a hacer. Cuando por fin salimos del bosque a la
cresta de la Serra de Sant Miquel, vemos un cielo amenazador.
La Font dels Coms
Vista hacia el oeste. Abajo, la Solana de Malanyeu y detrás, Pedraforca con la cima tapada por las nubes
“Típico”, pienso. “Se pondrá a llover
ahora que estamos en el punto más alejado del coche”: Pero las nubes pasan y,
después de almorzar cerca de la Collada de Sant Miquel, decido continuar con la
educación de Carles.
Alargo la ruta hasta el Roc de
Catllaràs. Es una enorme roca aislada clavada en un prado, como si hubiera
caído del cielo. Por su situación aislada en la parte más alta del Catllaràs,
es el punto de reunión de caminos que llegan desde todas las direcciones. Una
novedad para mí son los caballos, ponies y mulas del Proyecto Miranda que ahora
pasturan allí. Este Proyecto ha comprado la finca del Pla de l’Orri y se dedica
a la equinoterapia. También hay un aviso de que la pista que pasa por la finca
está cerrada al tráfico rodado. Al ser una ruta clásica de 4x4, no sé si le
hacen mucho caso pero seguramente vale la pena intentarlo.
El Roc del Catllaràs
Carles es acosado por un pony; quiere su bocata
Volvemos a la Collada de Sant Miquel,
desviándonos para pasar por la Font del Llop. Esta fuente, construida con
bidones vacíos de gasoil, está destrozada, probablemente por los jabalís y
ahora mismo, no sirve para nada. Echo de menos una robusta bañera que aguantara
los embistes de estos animalotes.
La Font del Llop; un ejemplo interesante de escultura postindustrial en plena montaña
El camino se acerca a la pared de roca
y aquí empieza la parte más atractiva de la ruta, ya que la proximidad de la
roca crea unos efectos interesantes. Lástima que dura poco y no tardamos en
llegar de vuelta al poste de la bifurcación.
El camino que bordea el pie del Roc de la Clusa
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 10,7 km; 700 metros de desnivel acumulado.
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