Para este
fin de semana, se han previsto temperaturas anormalmente altas pero hasta
mediodía no se van a notar. Así que nos reunimos en el Mikado con las cuatro
capas de rigor.
Esta vez Pep
sí cree que podremos ir a Sellers en busca de algún rastro medieval que pudiera
dar más solidez a su hipótesis sobre su nomenclatura. Aparcamos nuevamente en
la carretera de Sant Jaume de Frontanyà a La Pobla de Lillet, esta vez sin
nieve. Aquí, no hay cobertura de móvil, ni siquiera para emergencias, lo cual,
con la edad que tenemos, ya es una temeridad.
Subimos a
Sellers. Como en la semana anterior, ya le toca el sol de la mañana. Es una
casa grande. Encima de la puerta, hay grabada el año 1884, que presumiblemente
marcaría la fecha de una gran reforma de la casa, que incluiría la construcción
de unas galerías porticadas orientadas al sur, un status symbol imprescindible para las grandes casas de payés del
siglo XIX, construidas encima del establo. Mirando por las tablas del techo del
establo, aún se puede ver el cable de una lámpara, rodeada de un relieve
pintado en azul.
La casa de Sellers con la galería en la fachada sur
Mientras Pep
y Carles inspeccionan el exterior de la casa, me pongo a soñar y en mi mente, me transporto hasta principios de la década de 1880. Como romántico que soy, invento una pequeña película: En 1883, el hereu de la casa (el primogénito y
heredero) se había prometido con la hermosa hija de uno de los notables de La
Pobla. Para que la joven no extrañara las comodidades de la vida en el pueblo, los
padres del hereu habían decidido tirar la casa por la ventana y reconstruirla con el
último grito en moda arquitectónica. En 1884, los albañiles habían acabado por
fin la gran obra y pusieron la fecha encima de la puerta principal, como
también era costumbre. Y por eso Pep no encontró ninguna piedra o indicio que
pudiera indicar una antigüedad previa al siglo XVIII.
Tampoco
teníamos muy claras las conexiones con las casas vecinas. Habíamos venido aquí
en algunas ocasiones anteriores y teníamos algunos inicios de caminos en
nuestros mapas. Lo más completo quizás era un camino que bajaba la fuerte
pendiente desde Montclus con curvas muy cerradas. Pep también quería mirar la
casa de Les Fontetes, que teníamos marcada como arrasada por una pista, más al
norte. Por lo tanto, ponemos rumbo al norte por uno de los caminos inacabados.
Entramos en una antigua zona de cultivos, ahora poblada por hayas y pinos.
Entre los árboles, la luz de la mañana, el verde de la hierba y los
afloramientos de roca, todo tiene un aire mágico e invita a quedarse un rato
más.
Un pequeño oasis de paz detrás de Sellers
El camino
acaba aquí y subimos a una pista forestal que acaba en una pista empinada para
bajar troncos y desde allí se ve un camino que marcha llano al norte, paralelo
al camino del Coll de Llevat a la Bauma de Xalat y ahora parte de la Xarxa
Lenta. Llegamos a la zona de desprendimientos de tierra. En el camino de
arriba, se ha hecho una restauración muy cuidada y se pasa sin problemas pero
aquí nadie ha hecho nada y probablemente hace muchas décadas que nadie sigue
este camino. Es un caos de árboles caídos, ramas, zarzas, todo ello sobre un
terreno inestable con mucha pendiente. Vamos pasando como podemos, haciendo
contorsiones impropias de nuestra edad para pasar entre las ramas e intentando
esquivar agujeros traidores tapados por hojas, sin precipitarnos hacia abajo.
Más de una vez, me engancho en las zarzas y me llevo alguna perforación
involuntaria.
Carles y Pep se adentran resolutamente en el camino de los desprendimientos. Aquí todo parece fácil; poco sospechábamos entonces de los obstáculos que íbamos a encontrar
Cuando llego
a un tramo de camino intacto, Pep y Carles ya llevan tiempo recuperando
fuerzas. Me siento para atar las botas. Pep veo que me acomodo y me insta a
levantarme. De nada sirve mostrarle mis heridas y argumentar la gran cantidad
de sangre perdida en las zarzas. Sigue otro tramo de desprendimientos antes de
llegar al Coll de Llevat. Mirando hacia atrás, es imposible ver el arranque del
camino. No creo que lo volvamos a seguir.
Bajamos
hacia el oeste por un valle amplio. Tras bajar unos 100 metros de desnivel, se
empiezan a ver grandes bancales de campos y, girando al norte, llegamos a los
restos de la casa de Les Fontetes. De hecho, lo único que queda de la casa son
piedras y tejas diseminadas, ya que la pista forestal pasó encima. Un camino
bajo la pista y un roble viejo que lo marca dan más peso a la posibilidad de
moradores. El mapa del Alpina sitúa la casa un poco más al norte, en la
pendiente de un pequeño torrente. Tras una pausa para comer, vamos allí por si
acaso pero encontramos mucha pendiente, mucha sombra y lejos de la zona de
cultivo. Llegamos a la conclusión de que los editores de Alpina la pusieron
allí a voleo.
Acabamos
bajando a la pista que bordea la ribera izquierda del Torrent de Solls y
ponemos rumbo al sur. Hace tiempo que hace calor y nos hemos desprendido de
unas cuantas capas. El torrente abajo todavía baja con fuerza, con cascadas
ruidosas. Entre el sonido del agua y el sol en los árboles, volvemos al coche
muy relajados.
Con eso, damos por
concluida la salida de hoy. 7,6 km; 370 metros de desnivel acumulado.
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