Pablo, un sobrino de mi mujer, ha
venido de Chile para hacer un recorrido turístico por Europa y no se le ha
ocurrido mejor sitio donde empezar que Berga, ciudad perdida en el interior
profundo de ese pequeño país llamado Cataluña. Y tal es la fama de mi blog en
Chile que está impaciente por acompañarnos en una salida y conocer en persona a
sus protagonistas tan peculiares.
Empezamos con un tiempo muy incierto
que es el preludio de varios días de lluvia. Pep quería volver al Pont de Roma.
En enero de 2010, hicimos algunas salidas por esta zona, siguiendo algunos
caminos hacia Tor de l’Espà. Ahora, quería ir más hacia el norte, buscando los
grandes caminos hacia Alpens y Ripoll.
Aparcamos en la carretera, cerca del
Pont de Roma. Antes de iniciar la caminada, inspeccionamos los alrededores,
encontrando los agujeros de una antigua presa en las rocas. Luego toca una
nueva mirada al puente. Con la perspectiva que le da la experiencia, Pep
detecta unas piedras de factura medieval en la base de las columnas. Este
concepto “medieval” todavía es muy nuevo para Pablo y mira con un interés
renovado estas piedras bien talladas y alineadas.
Más agujeros en la Riera de Merlès
Caminamos por la pista que sigue el
Torrent de Roma. Después de dejar atrás los edificios, entramos en un terreno
incierto. Cruzamos antiguos campos; es muy difícil saber si los caminos que
vemos son auténticos o hechos por las vacas. Y además los árboles anulan
cualquier vista que podamos tener del entorno. Nuestro mundo se circunscribe a
unos 200 metros a la redonda.
Subiendo la pista desde el Pont de Roma
Cruzamos un torrente, siguiendo un
camino con un aspecto más genuino que luego da paso a otra pista antigua. Al
final, Pep se cansa y sube en línea recta. Llegamos a una pista importante pero
no podemos pasar. Una valla con tres líneas de alambre de púas nos barre el
paso.
Pep se sienta y consulta todos los
mapas que tiene a su disposición: los míos de 1:5000, el mapa del Alpina y el
mapa antiguo del Ejército de Carles. Tras varios minutos de estudio intenso,
emite sus conclusiones: “Esta pista viene de Tor d’Espà pero yo quería entrar
en ella más arriba. Nos hemos equivocado de pista en el Pont de Roma”.
O sea, todo lo que hemos hecho hasta
ahora ha sido una pérdida de tiempo. ¿Y por qué habla de “nosotros” si el único
que se ha equivocado es él? Pero, en honor a nuestro invitado, reprimo estos
pensamientos y sigo a los demás, que van subiendo al lado de la valla, buscando
algún sitio donde pasar. De repente, aparece un surco profundo que marcha hacia
la izquierda, el oeste. “Eso sí que es un camino”, proclama Pep. “No esos
rastros sin categoría que hemos seguido hasta ahora”.
El camino, bastante tapado, desemboca
en una pista tras unos 200 metros y continuamos hacia el oeste. Saco el GPS y
miro el track. Veo una línea más o menos recta que va en un sentido, una curva
hacia arriba y luego otra línea más o menos recta pero en el sentido contrario,
paralela a la primera. No puedo callar más mi irritación: “Esto es absurdo. Mi
sobrino político no ha hecho 13.000 kilómetros para vagar sin rumbo por el
bosque”. “Si quieres hacer rutas bonitas, ya sabes dónde están”, replica Pep.
“Tú mismo”. No queriendo ser el centro de una disputa, Pablo se apresura a
intervenir: “No se preocupen. Me gusta estar aquí. En Chile, tengo que hacer
muchos kilómetros para ver tantos árboles juntos”: En eso se pone a llover.
Pep, previsor a pesar de todo, ha traído un paraguas para Pablo y los demás nos
ponemos nuestros chubasqueros.
Conclave bajo la lluvia
Por suerte, la lluvia dura poco y
continuamos. Salimos a una pista más importante y poco después, un llano con
algunas ruinas. Es la casa de Roma. La pista le pasó por encima. Pep
inspecciona los restos, visiblemente satisfecho. “¿Sabéis cuántos años he
esperado para encontrar esta casa?”, nos pregunta retóricamente. “Esta es la
pista que teníamos que haber seguido desde el Pont de Roma”.
Esto es lo que queda de la casa de Roma
Continuamos un
poco más por la pista y luego damos la vuelta hacia el Collet de Villegues.
Aquí, hacia el sureste, marcha el valle que, enlazando torrentes, lleva a Alpens.
“Es uno de los caminos más importantes de la zona”, afirma Pep. “Nos contemplan
siglos de historia”. “Sí, pero ahora es una vulgar pista como cualquier otra”,
contesto. Delante, tenemos la casa de Can Cases, un poco dilapidada pero
todavía en pie y con signos evidentes de ser usada por los leñadores como
refugio.
Can Cases
Damos la vuelta y, en el cruce encima
del Collet de Villegues, tomamos la otra pista que marcha hacia el Tor d’Espà,
la que tiene el alambre de púas. Al llegar al punto donde no pudimos pasar,
vemos las ruinas de una casa, la Casa de la Fusta, y, 5 metros más allá, una
abertura creada en la valla para que pudieran pasar las personas. Ironías de la
vida.
Nos desviamos de la pista para pasar
por las casas de Coma Ermada y Coma de Grau, donde comemos. No deja de ser
curioso que aquí, ahora totalmente desierto, donde solo se ve bosque, antes
había una pequeña comunidad dispersa. Continuamos hacia el Pont de Roma,
enlazando con el camino de Tor d’Espà, ahora marcado como continuación en el
Lluçanès de la Xarxa Lenta berguedana y que seguimos en la salida del 29 de
enero de 2010. Las huellas de las motos todavía se ven tan profundas como hace
6 años.
La gran casa de Boatella vista al bajar hacia el Pont de Roma
1 comentario:
Fue un honor hacer este recorrido con ustedes y aprender desde otra perspectiva la historia de hermoso lugar de cataluña
Un abrazo a la distancia
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