Ha
pasado más de un mes desde la última entrada en el blog pero que no crea el
lector que he pasado todo este tiempo tumbado en el sofá.
La
semana siguiente (4/4/2104), Carles y yo volvimos a Peguera. Pep tenía un
compromiso y no podía venir. Quería buscar el camino que enlazaba la estación
de descarga del teleférico de Moripol con el final del funicular abajo. Lo
encontramos pero está tapadísimo. Es más fácil hacer los 70 metros de desnivel
en línea recta.
Después,
fuimos caminando por la pista hacia la Colonia de la Vall (Cal Moreta) bajo un
cielo cada vez más amenazador. El sentido común me decía de dar la vuelta pero
casi habíamos llegado cuando sonó el móvil de Carles, en el límite de la
cobertura. Era Pep. “Viene una tormenta directamente hacia vosotros desde el
oeste”, nos advirtió. Dimos media vuelta ipso
facto e iniciamos una carrera contrarreloj para ver quien llegaba primero
al coche, nosotros o la lluvia. Ganó la lluvia.
Después
hubo semanas de mal tiempo. En Semana Santa, hice la Caminada Popular del Val
de Lord con Josep Mª. Muy interesante, pero esos eventos multitudinarios no
cumplen los requisitos de inclusión en el blog.
Pero,
por fin, hoy hará buen tiempo. Carles no puede venir; tiene el hotel lleno de
mallorquines. Quería contestar las preguntas de la Colonia de la Vall que me
habían quedado pendientes: la ubicación de la mina y del teleférico que la
conectaba con la vía de tren al otro lado del valle. Pero también había otra
cuestión: mientras Carles y yo estuvimos subiendo el camino a la Creu de
Fumanya desde la pista de Coll d’Hortons el año pasado (ver salida del
19/7/2013), vimos un camino que marchaba hacia el Confós, una cuesta de
peñascos y barrancos. Nos habían quedado ganas de seguir este camino.
Para
no caminar tanto por la pista, propongo a Pep que entre en la pista de Coll
d’Hortons. Recorriéndola a pie, siempre la había visto bien. Al cabo de unos
200 metros, aparecen unos baches con piedras afiladas, dispuestas a reventar el
cárter del coche como el iceberg que abrió el casco del Titanic. Pep me dirige
una mirada de reproche y aparca en el primer lugar llano que encuentra.
Pero
el día es magnífico y las hojas de las hayas han salido, con el verdor de la
primavera recién estrenada. Entramos en el camino, que va subiendo en diagonal
con pendiente suave. Poco a poco se van abriendo las vistas. Atrás, vemos la
Cantina, luego el pueblo de Peguera y detrás, el Port del Comte. Delante, se
nos abre el valle de Peguera con el hayedo de Nou Comes y el dibujo sinuoso del
Clot de la Molina.
El pueblo de Peguera con el Port de Comte en el fondo
El dibujo en zigzag del Clot de la Molina
El
camino va cruzando pequeños collados. Las vacas lo conocen y también los
cazadores, que parecen hacer un mantenimiento mínimo. Llegamos al Collet de la Solana.
Caminando hacia el Collet de la Solana
La vista desde la roca encima del Collet
Un camino baja hacia el Coll d’Hortons y otro sube. Giramos a la
izquierda y nos adentramos en las rocas del Confós. Dejamos un par de caminos
transversales para explorar otro día y nuestro camino sube por una canal ancha
hasta salir arriba.
Casi arriba
Cambia el paisaje. Ahora es un llano con antiguas pasturas
conquistadas por el pino negro. Localizamos un pozo para dejar constancia
electrónica, hacemos un ligero refrigerio con la enorme vista delante y luego
bajamos nuevamente hasta el Collet de la Solana.
Tomamos
el camino de bajada que no tarda en perder definición. “Ya verás”, me dice Pep.
“Este camino nos va a dejar tirados y tendremos bajar a lo bruto”. “Mil vacas
no se pueden equivocar”, replico. “Tiene salida, seguro”. Y en una curva, se
vuelve a ver y nos lleva certeramente al Coll d’Hortons.
Volvemos
a bajar a los edificios fantasmagóricos de la Colonia de la Vall. Fue aquí
donde empezó la explotación del carbón de Peguera. Con la foto antigua en la
mano, localizamos el emplazamiento de la mina, muy cerca de la casa pero
totalmente hundida. Seguimos el trazado de la pequeña vía que iba hasta la
punta de la roca, donde había un teleférico que cruzaba el valle hasta el
ferrocarril que bajaba a Cercs.
La pequeña vía por donde se llevaba el carbón al teleférico de la mina de Cal Moreta
Aquí,
al calor del sol, con el canto de los pájaros y una larga vista del valle de
Peguera, comemos en la pequeña explanada del teleférico. Pero a pesar de este
entorno idílico, le noto inquieto a Pep, con ganas de ponerse en marcha otra
vez. “¿Tienes que volver a casa pronto?”, le pregunto. “No, no”. “¿Tu hija
tiene llaves?”. “Está en casa, hacen puente en la universidad”. “Entonces, ¿qué
te pasa?”. “Nada, nada”, y vuelve a reclinarse, con una tranquilidad fingida.
Pero el encanto se ha roto y no puedo recuperar la paz.
Las cuadras de la Colonia de la Vall
Volvemos
a subir la cuesta, inspeccionando todas las estructuras, y luego bajamos hasta
el cargador del ferrocarril. Había que encontrar el punto de llegada del
teleférico de la Mina de Cal Moreta, ya que inicialmente el ferrocarril llegaba
hasta aquí. Lo encontramos en una cresta, unos 13 metros debajo del inicio del
teleférico al otro lado. A través de las hojas, se intuye la pared de roca en
frente.
Saliendo del túnel del ferrocarril de Cercs
Ya
que estamos, propongo hacer la vía. Quería marcar en el GPS un apartadero que
sale en las fotos antiguas pero no lo encontramos. ¿Estará en el nivel
inferior? Pep, por su lado, no para de mirar los árboles muertos y por fin me
explica qué le pasa. Resulta que el Instituto de Gironella le había pedido
hacer una demostración de cómo se hacía fuego en la época neolítica. Usaban un
trozo de sílex y un trozo de pirita para crear una chispa que caía sobre una
seta que crece sobre los troncos de los árboles caídos y tiene una estructura
densa en forma de esponja. El sílex se lo había traído yo desde Inglaterra y en
vez de pirita, usaría un hierro pero le falta la seta y sólo le quedan cinco
días.
De
vuelta, le propongo que subamos el Clot de la Molina. Allí hay muchos árboles
muertos y seguro que encontraremos algo. Lo subimos unos 100 metros. Pep
continúa mientras yo me quedo sacando fotos. De repente, oigo que me llama, que
ha encontrado un camino. Subo una cuesta empinada y entro en una especie de
claro con antiguos caminos de arrastrar troncos. Pep aparece. “Aquí no hay
camino”, dice. Tampoco ha encontrado setas. ¿Se han escondido?
En el Clot de la Molina
Volvemos
a bajar el Clot de la Molina con un nerviosismo creciente. Nos dirigimos hacia
la pista de Coll d’Hortons, anotando un par de torres más del teleférico de la
Mina Realidad. Y allí, cuando parece que ya no queda esperanza, Pep encuentra
su seta y la arranca triunfalmente del tronco.
“Hoy,
los dos hemos conseguido nuestros objetivos”, resumo.
Con
eso, damos por concluida la salida de hoy. 13,3 km; 640 metros de desnivel
acumulado.
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