Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 1 de junio de 2014

2/5/2014 – El Confós y la Colonia de la Vall

Ha pasado más de un mes desde la última entrada en el blog pero que no crea el lector que he pasado todo este tiempo tumbado en el sofá.

La semana siguiente (4/4/2104), Carles y yo volvimos a Peguera. Pep tenía un compromiso y no podía venir. Quería buscar el camino que enlazaba la estación de descarga del teleférico de Moripol con el final del funicular abajo. Lo encontramos pero está tapadísimo. Es más fácil hacer los 70 metros de desnivel en línea recta.

Después, fuimos caminando por la pista hacia la Colonia de la Vall (Cal Moreta) bajo un cielo cada vez más amenazador. El sentido común me decía de dar la vuelta pero casi habíamos llegado cuando sonó el móvil de Carles, en el límite de la cobertura. Era Pep. “Viene una tormenta directamente hacia vosotros desde el oeste”, nos advirtió. Dimos media vuelta ipso facto e iniciamos una carrera contrarreloj para ver quien llegaba primero al coche, nosotros o la lluvia. Ganó la lluvia.

Después hubo semanas de mal tiempo. En Semana Santa, hice la Caminada Popular del Val de Lord con Josep Mª. Muy interesante, pero esos eventos multitudinarios no cumplen los requisitos de inclusión en el blog.

Pero, por fin, hoy hará buen tiempo. Carles no puede venir; tiene el hotel lleno de mallorquines. Quería contestar las preguntas de la Colonia de la Vall que me habían quedado pendientes: la ubicación de la mina y del teleférico que la conectaba con la vía de tren al otro lado del valle. Pero también había otra cuestión: mientras Carles y yo estuvimos subiendo el camino a la Creu de Fumanya desde la pista de Coll d’Hortons el año pasado (ver salida del 19/7/2013), vimos un camino que marchaba hacia el Confós, una cuesta de peñascos y barrancos. Nos habían quedado ganas de seguir este camino.

Para no caminar tanto por la pista, propongo a Pep que entre en la pista de Coll d’Hortons. Recorriéndola a pie, siempre la había visto bien. Al cabo de unos 200 metros, aparecen unos baches con piedras afiladas, dispuestas a reventar el cárter del coche como el iceberg que abrió el casco del Titanic. Pep me dirige una mirada de reproche y aparca en el primer lugar llano que encuentra.

Pero el día es magnífico y las hojas de las hayas han salido, con el verdor de la primavera recién estrenada. Entramos en el camino, que va subiendo en diagonal con pendiente suave. Poco a poco se van abriendo las vistas. Atrás, vemos la Cantina, luego el pueblo de Peguera y detrás, el Port del Comte. Delante, se nos abre el valle de Peguera con el hayedo de Nou Comes y el dibujo sinuoso del Clot de la Molina.

 El pueblo de Peguera con el Port de Comte en el fondo

El dibujo en zigzag del Clot de la Molina

El camino va cruzando pequeños collados. Las vacas lo conocen y también los cazadores, que parecen hacer un mantenimiento mínimo. Llegamos al Collet de la Solana. 

 Caminando hacia el Collet de la Solana

La vista desde la roca encima del Collet

Un camino baja hacia el Coll d’Hortons y otro sube. Giramos a la izquierda y nos adentramos en las rocas del Confós. Dejamos un par de caminos transversales para explorar otro día y nuestro camino sube por una canal ancha hasta salir arriba. 

Casi arriba

Cambia el paisaje. Ahora es un llano con antiguas pasturas conquistadas por el pino negro. Localizamos un pozo para dejar constancia electrónica, hacemos un ligero refrigerio con la enorme vista delante y luego bajamos nuevamente hasta el Collet de la Solana.

Tomamos el camino de bajada que no tarda en perder definición. “Ya verás”, me dice Pep. “Este camino nos va a dejar tirados y tendremos bajar a lo bruto”. “Mil vacas no se pueden equivocar”, replico. “Tiene salida, seguro”. Y en una curva, se vuelve a ver y nos lleva certeramente al Coll d’Hortons.

Volvemos a bajar a los edificios fantasmagóricos de la Colonia de la Vall. Fue aquí donde empezó la explotación del carbón de Peguera. Con la foto antigua en la mano, localizamos el emplazamiento de la mina, muy cerca de la casa pero totalmente hundida. Seguimos el trazado de la pequeña vía que iba hasta la punta de la roca, donde había un teleférico que cruzaba el valle hasta el ferrocarril que bajaba a Cercs.

La pequeña vía por donde se llevaba el carbón al teleférico de la mina de Cal Moreta

Aquí, al calor del sol, con el canto de los pájaros y una larga vista del valle de Peguera, comemos en la pequeña explanada del teleférico. Pero a pesar de este entorno idílico, le noto inquieto a Pep, con ganas de ponerse en marcha otra vez. “¿Tienes que volver a casa pronto?”, le pregunto. “No, no”. “¿Tu hija tiene llaves?”. “Está en casa, hacen puente en la universidad”. “Entonces, ¿qué te pasa?”. “Nada, nada”, y vuelve a reclinarse, con una tranquilidad fingida. Pero el encanto se ha roto y no puedo recuperar la paz.

Las cuadras de la Colonia de la Vall

Volvemos a subir la cuesta, inspeccionando todas las estructuras, y luego bajamos hasta el cargador del ferrocarril. Había que encontrar el punto de llegada del teleférico de la Mina de Cal Moreta, ya que inicialmente el ferrocarril llegaba hasta aquí. Lo encontramos en una cresta, unos 13 metros debajo del inicio del teleférico al otro lado. A través de las hojas, se intuye la pared de roca en frente.

Saliendo del túnel del ferrocarril de Cercs

Ya que estamos, propongo hacer la vía. Quería marcar en el GPS un apartadero que sale en las fotos antiguas pero no lo encontramos. ¿Estará en el nivel inferior? Pep, por su lado, no para de mirar los árboles muertos y por fin me explica qué le pasa. Resulta que el Instituto de Gironella le había pedido hacer una demostración de cómo se hacía fuego en la época neolítica. Usaban un trozo de sílex y un trozo de pirita para crear una chispa que caía sobre una seta que crece sobre los troncos de los árboles caídos y tiene una estructura densa en forma de esponja. El sílex se lo había traído yo desde Inglaterra y en vez de pirita, usaría un hierro pero le falta la seta y sólo le quedan cinco días.

De vuelta, le propongo que subamos el Clot de la Molina. Allí hay muchos árboles muertos y seguro que encontraremos algo. Lo subimos unos 100 metros. Pep continúa mientras yo me quedo sacando fotos. De repente, oigo que me llama, que ha encontrado un camino. Subo una cuesta empinada y entro en una especie de claro con antiguos caminos de arrastrar troncos. Pep aparece. “Aquí no hay camino”, dice. Tampoco ha encontrado setas. ¿Se han escondido?

En el Clot de la Molina

Volvemos a bajar el Clot de la Molina con un nerviosismo creciente. Nos dirigimos hacia la pista de Coll d’Hortons, anotando un par de torres más del teleférico de la Mina Realidad. Y allí, cuando parece que ya no queda esperanza, Pep encuentra su seta y la arranca triunfalmente del tronco.

“Hoy, los dos hemos conseguido nuestros objetivos”, resumo.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 13,3 km; 640 metros de desnivel acumulado.

No hay comentarios: