La semana siguiente, estuve en
Inglaterra. Pep y Carles buscaron caminos antiguos entre Molers y Saldes. “Una
salida memorable”, me dijo Pep por correo para darme envidia.
Esta semana, quería ir a Peguera (esta
vez, sí) para aclarar algunos temas que nos quedaron pendientes del año pasado.
Pero antes tenía cita con la dentista para extraer una muela de juicio. Hay
muchas cosas que preferiría hacer antes de ir a la dentista pero aquella muela ya
no tenía futuro. A lo largo de los años, mi dentista me ha dado pruebas más que
suficientes de su valía profesional y personal pero aquel diente se aferró a mi
mandíbula como una lapa. Fue una “life-changing experience”, como decimos los
ingleses.
El día siguiente, llego al Mikado con
un diente menos. Pep nos comunica que tiene que estar de vuelta a las 3.30. No
explica el motivo pero seguro que es muy serio porque Pep es muy serio y sólo
hace cosas importantes: una reunión de alto nivel, una consulta urgente sobre
una excavación importante, una cita médica ineludible, …
Aparcamos el coche en el cruce de
pistas cerca de la fuente de Cal Coix. Es una mañana muy tranquila. Un
reyezuelo se acerca para echarnos de su territorio. Todavía hay nieve en los
bosques de la cara norte de los Rasos de Peguera. La idea es ir a la Cantina
pero, mirando el mapa en el Mikado, Pep había afirmado que tiene que haber un
camino que llega allí de forma directa, sin el rodeo de las pistas. Y allí en
el cruce, lo vemos, algo tapado, pero nos lleva en una línea casi recta a la
Cantina.
Vista de las ruinas de la Cantina, donde estaban situados las oficinas, los talleres y los servicios para los mineros
Cruzamos el Barranc dels Graus y
pasamos una hora y media aclarando la red de caminos que conectaba la Mina del
Gorg con la vía de tren en la Mina Porvenir y otros caminos que venían desde la
Cantina y localizamos las últimas torres del teleférico de Moripol que nos
quedaban por encontrar allí.
Según mi plan, el próximo paso era ir a
la Estación Ángulo (ver la salida del 30/8/2013) pero a Pep le atrae un camino
que seguramente es de arrastrar troncos y lo quiere seguir. Sube en línea recta
sin tregua y acabamos saliendo en la pista que va a la Pleta del To. Al estar
en la cara norte, aún hay mucha nieve sobre la pista y no volvemos a pisar
tierra hasta que la pista gire y se encare más hacia el sur. “Ya que estamos
aquí, ¿por qué no bajamos por el Clot de la Molina al cargador de la vía
superior?”, propongo.
Una vista clásica de Val.lobrega, mirando hacia el este, con los hayedos de Nou Comes a la derecha
El Clot de la Molina es un largo
barranco que sube desde el Barranc dels Graus hasta el llano de los Rasets. En
su tramo inferior, es un bosque denso de hayas y, con sus afloramientos de
roca, crea un ambiente muy especial, sobre todo en otoño.
“Ramón Martí me habló de un camino que
pasa encima del camino antiguo de l’Estany a Peguera y entra en el Clot de la
Molina. Si vamos a la cresta después del Clot, lo podremos localizar desde
arriba”, dice Pep. “He visto esta cresta. No tiene ninguna dificultad”.
Campanillas de invierno a 1.700 metros
Por fin llegamos a la cresta, una
pendiente de hierba, suave y despejada. Pero sólo dura 100 metros. Me encuentro
con Pep a la entrada de un hayedo, mirando hacia abajo. “Pues sí que está
cortado”, resume. Nos adentramos en un terreno peligroso, con fuerte pendiente
(igual 50º), de tierra lisa y resbaladiza. Hacemos un flanqueo descendente con zigzags
muy cerrados, clavando los bastones. Un grupo de rebecos nos mira atónitos
desde abajo y luego se alejan, seguramente para no exponerse a ser atropellados
por un humano rodando hacia abajo a toda velocidad. Carles resbala dos veces,
pero por suerte sin consecuencias. Por fin, llegamos a una zona de pinos, con
un terreno más escalonado y hierba, y dejamos atrás aquella trampa mortal.
El 'grau' del antiguo 'camí ral' de Peguera
Llegamos al camino antiguo de Peguera,
concretamente, el tramo que se abandonó cuando se abrió el túnel de la vía de
tren. Giramos hacia Peguera y, al poco rato, efectivamente vemos el camino que
sube a la izquierda en suave pendiente. Volvemos a entrar en el bosque de
hayas. Carles tiene que esquivar corriendo una pequeña cascada de piedras
lanzada (¿a propósito?) por los rebecos, que ahora están encima nuestro. Es un
camino auténtico, bien formado, que nos lleva al Clot de la Molina. Cruzamos el
ancho barranco y allí vemos que el camino continúa con una pendiente ascendente
suave pero implacable.
Y el camino que estrenamos hoy, 50 metros más arriba
Empieza a hacerse tarde para Pep y
aprieta el ritmo. El camino sale en un lomo ancho y despejado, a unos 100
metros debajo de la pista de la Pleta del To. Lo cruzamos pero a partir de
aquí, se difumina. Pep marca un rumbo en diagonal hacia la pista, ahora sin
camino pero con un ritmo cada vez más rápido. Cada vez que me ve pausar, me
conmina a continuar. “¿No se da cuenta que todavía tengo el cuerpo
traumatizado?”, pienso. “¿Cuánta sangre habré perdido en aquella media hora de
forcejeo en la consulta de la dentista? ¿Y si mi corazón, con menos sangre, no
aguanta el esfuerzo?”.
Con esos pensamientos, llegamos a la
pista. Ahora sí, Pep busca un lugar para sentarse y comer su bocadillo con
tranquilidad y dignidad. Quince minutos después, nos ponemos en marcha otra
vez. Bajamos la pista hasta el cementerio, pasamos debajo de las casas del
pueblo y llegamos al coche.
Vista del pueblo de Peguera, con los tonos rojizos que esta luz de final de invierno ha dado a los edificios. Detrás, Ensija
Miro el reloj del coche. “Te quedan
siete minutos para llegar a Gironella”, le digo mientras arranca el coche a
toda velocidad por la pista. “Ahora entiendo por qué Carles insistió en
sentarse detrás”, pienso. Estamos llegando al Eix del Llobregat cuando suena el
móvil de Pep. “Dámelo; yo contestaré”, le digo. Es su hija. “Hola Marta”,
contesto. “¿Qué quieres?”. “¿Dónde está mi padre?”, es la réplica. “Está
conduciendo. No se puede poner”. “Dile que estoy llegando”. “Dile que me espere
abajo”, me contesta Pep. Transmito el mensaje y cuelgo. “Es que se marchó a
Barcelona esta semana sin llevarse las llaves de casa”, me confiesa Pep. Le
miro incrédulo: “O sea, casi me matas de un infarto porque tu hija se dejó las
llaves”, y me pongo a reír. “Y la bronca que te va a caer ahora por llegar
tarde a la parada del autocar”. Incluso Pep sonríe al verse pillado. “Esto
saldrá en el blog”, le prometo. Y así ha sido.
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 12,7 km; 590 metros de desnivel acumulado.
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