Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 30 de marzo de 2014

28/3/2014 – Regreso a Peguera

La semana siguiente, estuve en Inglaterra. Pep y Carles buscaron caminos antiguos entre Molers y Saldes. “Una salida memorable”, me dijo Pep por correo para darme envidia.

Esta semana, quería ir a Peguera (esta vez, sí) para aclarar algunos temas que nos quedaron pendientes del año pasado. Pero antes tenía cita con la dentista para extraer una muela de juicio. Hay muchas cosas que preferiría hacer antes de ir a la dentista pero aquella muela ya no tenía futuro. A lo largo de los años, mi dentista me ha dado pruebas más que suficientes de su valía profesional y personal pero aquel diente se aferró a mi mandíbula como una lapa. Fue una “life-changing experience”, como decimos los ingleses.

El día siguiente, llego al Mikado con un diente menos. Pep nos comunica que tiene que estar de vuelta a las 3.30. No explica el motivo pero seguro que es muy serio porque Pep es muy serio y sólo hace cosas importantes: una reunión de alto nivel, una consulta urgente sobre una excavación importante, una cita médica ineludible, …

Aparcamos el coche en el cruce de pistas cerca de la fuente de Cal Coix. Es una mañana muy tranquila. Un reyezuelo se acerca para echarnos de su territorio. Todavía hay nieve en los bosques de la cara norte de los Rasos de Peguera. La idea es ir a la Cantina pero, mirando el mapa en el Mikado, Pep había afirmado que tiene que haber un camino que llega allí de forma directa, sin el rodeo de las pistas. Y allí en el cruce, lo vemos, algo tapado, pero nos lleva en una línea casi recta a la Cantina.

Vista de las ruinas de la Cantina, donde estaban situados las oficinas, los talleres y los servicios para los mineros

Cruzamos el Barranc dels Graus y pasamos una hora y media aclarando la red de caminos que conectaba la Mina del Gorg con la vía de tren en la Mina Porvenir y otros caminos que venían desde la Cantina y localizamos las últimas torres del teleférico de Moripol que nos quedaban por encontrar allí.

Según mi plan, el próximo paso era ir a la Estación Ángulo (ver la salida del 30/8/2013) pero a Pep le atrae un camino que seguramente es de arrastrar troncos y lo quiere seguir. Sube en línea recta sin tregua y acabamos saliendo en la pista que va a la Pleta del To. Al estar en la cara norte, aún hay mucha nieve sobre la pista y no volvemos a pisar tierra hasta que la pista gire y se encare más hacia el sur. “Ya que estamos aquí, ¿por qué no bajamos por el Clot de la Molina al cargador de la vía superior?”, propongo.

Una vista clásica de Val.lobrega, mirando hacia el este, con los hayedos de Nou Comes a la derecha

El Clot de la Molina es un largo barranco que sube desde el Barranc dels Graus hasta el llano de los Rasets. En su tramo inferior, es un bosque denso de hayas y, con sus afloramientos de roca, crea un ambiente muy especial, sobre todo en otoño.

“Ramón Martí me habló de un camino que pasa encima del camino antiguo de l’Estany a Peguera y entra en el Clot de la Molina. Si vamos a la cresta después del Clot, lo podremos localizar desde arriba”, dice Pep. “He visto esta cresta. No tiene ninguna dificultad”.

Campanillas de invierno a 1.700 metros

Por fin llegamos a la cresta, una pendiente de hierba, suave y despejada. Pero sólo dura 100 metros. Me encuentro con Pep a la entrada de un hayedo, mirando hacia abajo. “Pues sí que está cortado”, resume. Nos adentramos en un terreno peligroso, con fuerte pendiente (igual 50º), de tierra lisa y resbaladiza. Hacemos un flanqueo descendente con zigzags muy cerrados, clavando los bastones. Un grupo de rebecos nos mira atónitos desde abajo y luego se alejan, seguramente para no exponerse a ser atropellados por un humano rodando hacia abajo a toda velocidad. Carles resbala dos veces, pero por suerte sin consecuencias. Por fin, llegamos a una zona de pinos, con un terreno más escalonado y hierba, y dejamos atrás aquella trampa mortal.

El 'grau' del antiguo 'camí ral' de Peguera

Llegamos al camino antiguo de Peguera, concretamente, el tramo que se abandonó cuando se abrió el túnel de la vía de tren. Giramos hacia Peguera y, al poco rato, efectivamente vemos el camino que sube a la izquierda en suave pendiente. Volvemos a entrar en el bosque de hayas. Carles tiene que esquivar corriendo una pequeña cascada de piedras lanzada (¿a propósito?) por los rebecos, que ahora están encima nuestro. Es un camino auténtico, bien formado, que nos lleva al Clot de la Molina. Cruzamos el ancho barranco y allí vemos que el camino continúa con una pendiente ascendente suave pero implacable.

Y el camino que estrenamos hoy, 50 metros más arriba

Empieza a hacerse tarde para Pep y aprieta el ritmo. El camino sale en un lomo ancho y despejado, a unos 100 metros debajo de la pista de la Pleta del To. Lo cruzamos pero a partir de aquí, se difumina. Pep marca un rumbo en diagonal hacia la pista, ahora sin camino pero con un ritmo cada vez más rápido. Cada vez que me ve pausar, me conmina a continuar. “¿No se da cuenta que todavía tengo el cuerpo traumatizado?”, pienso. “¿Cuánta sangre habré perdido en aquella media hora de forcejeo en la consulta de la dentista? ¿Y si mi corazón, con menos sangre, no aguanta el esfuerzo?”.

Con esos pensamientos, llegamos a la pista. Ahora sí, Pep busca un lugar para sentarse y comer su bocadillo con tranquilidad y dignidad. Quince minutos después, nos ponemos en marcha otra vez. Bajamos la pista hasta el cementerio, pasamos debajo de las casas del pueblo y llegamos al coche.

Vista del pueblo de Peguera, con los tonos rojizos que esta luz de final de invierno ha dado a los edificios. Detrás, Ensija

Miro el reloj del coche. “Te quedan siete minutos para llegar a Gironella”, le digo mientras arranca el coche a toda velocidad por la pista. “Ahora entiendo por qué Carles insistió en sentarse detrás”, pienso. Estamos llegando al Eix del Llobregat cuando suena el móvil de Pep. “Dámelo; yo contestaré”, le digo. Es su hija. “Hola Marta”, contesto. “¿Qué quieres?”. “¿Dónde está mi padre?”, es la réplica. “Está conduciendo. No se puede poner”. “Dile que estoy llegando”. “Dile que me espere abajo”, me contesta Pep. Transmito el mensaje y cuelgo. “Es que se marchó a Barcelona esta semana sin llevarse las llaves de casa”, me confiesa Pep. Le miro incrédulo: “O sea, casi me matas de un infarto porque tu hija se dejó las llaves”, y me pongo a reír. “Y la bronca que te va a caer ahora por llegar tarde a la parada del autocar”. Incluso Pep sonríe al verse pillado. “Esto saldrá en el blog”, le prometo. Y así ha sido.


Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 12,7 km; 590 metros de desnivel acumulado.

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