Después
de ir a La Nou la semana pasada, yo confiaba en un cambio de escenario, pero no
contaba con la tozudez de Pep. Cuando llega Carles al Mikado, nos explica que
estuvo dos horas pasando los caminos de Figols del mapa de la Minuta al GPS.
Pep me dirige una mirada acusadora: “No querrás que Carles haya hecho todo este
trabajo en vano, ¿verdad?”. Lo que Carles elija hacer en su tiempo libre es
cosa suya, pienso, pero me rindo a la voluntad de la mayoría. Además, hay la
umbría al otro lado que ahora tiene unos colores muy bonitos con el otoño y
seguro que esconde algún camino interesante. “¿Pero has pasado el camino que va
al Coll de Sant Ramón?”, pregunto. “No. Sólo los que salen del pueblo”. Otra
vez cruzando antiguas explotaciones a cielo abierto, pienso resignado.
Aparcamos
delante del Ayuntamiento de Figols. Es un pueblo pequeño con unas cuantas casas
todavía habitadas y la iglesia. Le falta un bar pero está claro que aquí, no
haría negocio. No hace frío pero hay una nube baja plana que impide ver el sol.
Figols bajo un cielo amenazador
Delante
tengo mi ansiada umbría pero empezamos caminando en la dirección contraria,
hacia el Grau de la Mola. La carretera nueva interrumpe su trayectoria pero
volvemos a ver unos restos de camino debajo de Cal Petit. Giramos hacia el
oeste para seguir el camino a Fumanya. Pasamos por la Casa Cremada, en ruinas,
y vamos siguiendo el GPS de Carles, pasando por la Font Freda, hasta entroncar
con el punto en que dejamos el camino desde Fumanya cerca de Cal Chacó.
Giramos
hacia el sur, bajando una asquerosa cuesta terrosa e inestable hacia una gran
depresión creada por la minería a cielo abierto. Llegamos a una pista. “Tengo
otro camino”, dice Carles, mirando el GPS. “Será el camino de Fumanya a Sant
Corneli”. Giramos a la derecha por una antigua pista que se adentra en este
valle desolado de tierra sin vida, donde sólo crece una hierba enfermiza, algún
arbusto y pinos raquíticos. “Y eso lo llaman rehabilitación del paisaje”,
pienso.
¿Vosotros veis el camino? Yo tampoco. Pero por aquí mismo pasaba el camino de Fumanya a Sant Corneli
Tras
comprobar la dirección de este camino invisible, damos la vuelta. “Oye, Pep”,
digo. “Yes”, contesta Pep, con ese dominio del idioma que le caracteriza. “Yo
recuerdo cuando nos conocimos, me llevabas por esos caminos tan bonitos;
bosques misteriosos de hayas, con cascadas y fuentes; prados alpinos con vistas
que abarcaban medio país; casas venerables e iglesias románicas donde podías
tocar la historia, y todo rebosando de vida”, continúo. “¿Qué pasó?”. “Eso era
turismo”, contesta Pep. “Ahora hacemos cosas serias”.
En
eso pasamos por la Mina del Curro y vemos un camino marcado con pintura azul,
quizás de alguna antigua caminada popular, que se adentra en el valle del
Torrente de Fumanya, ese barranco tan agreste que cruzamos con Carles más
abajo, en La Garganta, en febrero. Pep lo sigue mientras Carles y yo
continuamos por la pista. Al poco rato, Pep me llama: “Ven. Creo que te
gustará”. ¡Es un camino auténtico! Va bordeando valle arriba el pie de una
pared con los árboles formando un túnel. ¡Cómo echaba de menos esos caminos!
El camino que Pep me tenía reservado
Llegamos al torrente y las marcas continúan al otro lado por una antigua pista
forestal. Probamos algunos caminos que suben desde la pista pero todos se
mueren. Deben ser de una antigua explotación forestal.
Colores de otoño en el Torrent de Fumanya
Desanimados,
comemos después de probar sin éxito el último camino. El cielo se va tapando
cada vez más y, poco después de ponernos en marcha otra vez, empieza a
lloviznar. Justo antes de llegar a la pista principal, vemos las marcas azules
que suben por un camino muy tentador. Debe ser el camino de la Minuta al Coll
de Sant Ramón pero ni hay tiempo ni la meteorología acompaña y lo tenemos que
dejar para otro día.
Con eso, damos por
concluida la salida de hoy. 8,7 km; 400 metros de desnivel acumulado.
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