Hoy, nos
encontramos con la gran remontada del Barça frente al PSG todavía fresca en la
memoria. Un marcador nunca visto, imposible, pero ocurrió. Un auténtico milagro,
cuando se había perdido toda la esperanza y la prueba definitiva de que Dios no
lleva una túnica blanca sino blaugrana. Si hubiera apostado todos mis ahorros
por el 6-1, hoy no estaría bebiendo café sino champán.
Frente a
este acontecimiento, las condenas judiciales de políticos por dejar votar a la
ciudadanía y los grandes juicios de presuntos corruptos pasan a un segundo
plano.
Sobre la
mesa en el Mikado, tenemos una propuesta de Pep: volver al Infierno Verde, el
nombre que hemos dado a ese bosque aparentemente impenetrable que flanquea la
ribera sur del Llobregat desde Guardiola casi hasta La Pobla de Lillet. Pep
sospecha que allí había unas prospecciones de mineral de hierro, concretamente
en un punto donde habíamos visto unos huecos rectangulares en la tierra y que habíamos
interpretado como carboneras, y hoy quiere liquidar el tema.
Como en
otras ocasiones, aparcamos en la última curva de la carretera que sube a Sant
Julià de Cerdanyola y buscamos el camino de flanqueo que baja al lugar llamado
El Quiosco, un antiguo local para los pescadores. Empezamos el día con solo 4ºC
de temperatura.
Al
principio, parece que no ha cambiado nada desde la última vez que estuvimos
aquí. Pep y Carles caminan enfrascados en su conversación. Sus cuerpos están
aquí, en la umbría, pero sus mentes están al otro lado del río, en la solana, siguiendo
los límites del antiguo término de Brocà, que se ve entre los árboles desde
donde estamos.
Llegamos a
una bifurcación. Sale un camino a la derecha que no hemos seguido hasta ahora y
no sabemos dónde va. Pero abajo, se ven cambios: el final de una pista de
desembosque unos 50 metros más abajo que parece que habrá supuesto la muerte
del camino que estamos siguiendo ahora.
El camino que baja de la carretera de Sant Julià de Cerdanyola al Quiosco
Giramos a la
derecha. Es un camino empinado, va enlazando alguna carbonera y luego entra en
un ‘clot’ o depresión en el bosque. Aquí el camino desaparece y en el centro
del barranco, es un caos de tierra y piedras que han caído desde arriba. Francamente,
es un lugar bastante salvaje. Carles quiere seguir arriba para ver si tiene
alguna salida. Tendríamos que estar bajo el Forcat, una roca con la senyera (la
bandera de Cataluña) que se cambia cada año en la Festa Major de Sant Julià de
Cerdanyola.
Pep y yo
quedamos esperándole. Pasan los minutos con un silencio total y sin ninguna
novedad desde arriba. Pep empieza a preocuparse. “Llámale”, me pide. Le llamo
por el móvil. “Estoy bajando”, me dice Carles, “pero voy poco a poco. Aquí hay
mucha pendiente”. Entro en el barranco para ver si se le ve. “Mejor que te
apartes”, me dice Pep, y un minuto después, baja una piedra grande rodando a
gran velocidad, empujada involuntariamente por Carles allí arriba.
Finalmente,
llega Carles, visiblemente más pálido. Cuenta que llegó arriba a una especie de
meseta donde se congregan los animales pero no vio nada más. Pep y yo creemos
que estuvo a cuatro pasos de pasar al otro lado, pero Carles lo vio todo muy
cortado y decidió volver en un descenso nada fácil. Pasamos por caminos de
animales al pie de la pared de roca pero, finalmente, nos cansamos de tanta
precariedad y buscamos la manera de bajar. Encontramos un camino que parece de
factura humana, que nos lleva a la última carbonera que encontramos en la
subida.
Entramos en
una zona de carboneras que conocemos de otras salidas y buscamos la manera de
flanquear hacia las supuestas minas de Pep. En todo este rato, Carles está muy
callado. Ante mi insistencia, al final confiesa: “No me gustan las obagas
(umbrías). Prefiero estar a la luz del sol”. Le hablo de los elfos y otros
espíritus benignos que habitan los bosques pero Carles no se deja convencer.
“En estos bosques no hay”, sentencia.
Un nuevo 'look' para la Baga de Cal Companyó
Llegamos a
un camino para bajar troncos y no hay manera de continuar hacia el este.
Tenemos que bajar. Entramos en la zona de explotación forestal, con ramas
tiradas por todas partes. Luego, vemos las pistas nuevas, ante la creciente
indignación de Pep. Visitamos el Quiosco, visiblemente deteriorado desde la
última vez que estuvimos aquí, y comemos en una explanada ante un paisaje
desolado. Las minas tendrán que esperar otro día.
El Quiosco, ya en las últimas
Mientras
comemos, conversamos sobre temas variados y voy siguiendo con la vista el vuelo
de las mariposas de color limón que salen ahora en primavera. De repente, Pep
para la conversación y me quita una garrapata que caminaba resolutamente por el
hombro de mi chaqueta, rumbo a mi cuello. Eso provoca que nos hacemos un
registro general; ahora es la época de esos bichos y con tanto ciervo por aquí
…
Volvemos por
la pista que ahora ocupa el lugar del camino hasta ver el empalme con el camino
de esta mañana, y volvemos al coche.
Nos vamos de
aquí con un mal sabor de boca. La abertura de pistas forestales nuevas está
pasando aquí, y en los bosques de Guardiola y Bagà donde estuvimos el otoño
pasado, y también en Gisclareny. Tenemos una sensación generalizada de
destrucción y pérdida de patrimonio en forma de caminos antiguos ante la
indiferencia de departamentos gubernamentales, administraciones locales,
propietarios y el público en general.
Como en el
Señor de los Anillos después de la caída de Sauron, parece que una era de la
que nosotros hemos sido testigos está llegando a su fin y los que vendrán
después conocerán otro mundo, sin rastro de lo que hemos visto nosotros.
Con eso,
damos por concluida la salida de hoy. 5,8 km; 420 metros de desnivel acumulado
(100 metros más para Carles).
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