El día antes, había quedado para tomar
un café con Josep Mª. “¿Estás libre mañana?”, le había preguntado. Resultaba
que sí y le apetecía venir, a pesar de advertirle que últimamente sólo buscamos
postes.
En el transcurso del café, también le
hablé de otro proyecto mío que se iba postergando año tras año, Les Gorges de
Carança. Es una excursión larga, exigente y, sobre todo, obliga a madrugar o
pasar la noche antes fuera de casa. “Pues el domingo vamos allá”, me dijo. “A
las 6 te vengo a buscar”.
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Henos aquí una vez más en el Coll de
Pal. Ahora se trata de buscar el límite municipal que sube al lado de la
pequeña estación de esquí hasta la cima de Tosa d’Alp. Pep luce un nuevo gorro
al estilo de Van Damme en la Legión Extranjera, un regalo de cumpleaños, nos
confesará. Caminamos hacia el norte, bajando hacia el fondo del valle. Con
nuestra perspectiva, se ve perfectamente su origen glaciar y Pep, al tener a
alguien diferente con quien hablar, se prodiga en explicaciones. Desde mi
posición habitual detrás, me llegan palabras sueltas, “lago colmatado”,
“búnquers”, “derechos de pastura”, “cruces” y “postes”. Pero también tengo los
ojos puestos en una pareja de águilas que planean sobre nuestras cabezas. El
calor persistente ha cambiado el color de la hierba, un verde amarillo bastante
atractivo, diferente del amarillo de la sequía pertinaz.
Aquí se ve perfectamente la forma lacustre del valle
Llegamos abajo a la altura de la
estación de esquí y ahora toca subir, porque resulta que el límite sube por la
cresta y así lo atestiguan los postes de granito. Es una subida ingrata, con un
desvío hacia el corral moderno de Comabella, construido al lado de la pleta
antigua, que se ve claramente desde nuestra atalaya. Allí Pep señala las rocas
atrás y explica la costumbre de las ovejas de buscar sombra entre las rocas, a
veces metiéndose en lugares realmente precarios, donde sólo hay sombra para la
cabeza (de allí el nombre de estos lugares en catalán, “amorriador”).
Pep inicia a Josep Mª en los misterios de los postes
De repente, un destello de luz me
ciega. Es la cabeza de Josep Mª, que nunca se pone gorro sino que cubre la
calva con un protector solar en spray y cuyas gotas reflejan los rayos del sol.
La verdad, teniendo tan poco pelo, no entiendo porqué no se pone un gorro. No
quiero pensar qué cosas habrá creciendo allí dentro de 30 años.
Finalmente, la pendiente se suaviza y
se ven las instalaciones de esquí de La Molina. Subimos a un pequeño cerro para
documentar otro poste y allí nos cubre una nube de insectos que se nos meten
por todas partes. Son hormigas voladoras que precisamente han escogido ese
lugar para concentrarse. En la pista de tierra, se ven familias que pasean, aprovechando
la telecabina para subir al refugio.
El refugio a la vista
Un último esfuerzo y llegamos al punto
geodésico, con su correspondiente poste al lado. Pep señala una zona de sombra abajo,
cerca del camino que va a Coll de Jou. “Ahí está nuestro amorriador para
almorzar”, dice. Pero yo he visto que el refugio está en plena actividad. No
puedo dejar pasar la oportunidad de reponer cafeína y me separo del grupo para
tomar un cortado. La verdad, he probado mejores pero a 2.500 metros, uno hace
lo que puede.
La cicatriz de antiguas explotaciones mineras
Cuando llego al lugar del almuerzo, ya
están todos instalados. Miro a mi alrededor. “Ahora empezará a dar vueltas como
un perro buscando donde sentarse”, dice Pep a los demás. Miro a la izquierda, a
la derecha, giro para mirar atrás. “Luego dirá que hemos cogido los mejores
sitios”, continúa Pep. “¿Cómo es que nunca quedan sitios para sentarse cuando
llego yo”, me quejo. Pep mira a los otros dos. “¿Lo veis? Le conozco mejor que
a mi mujer”, dice. Pero por fin encuentro un sitio y me siento, contemplando a
los senderistas haciendo la etapa de hoy de los Cavalls del Vent, una ruta de
trekking que recorre los refugios del Parque de Cadí-Moixeró.
Después de comer, continuamos hacia la
antigua cabaña de los mineros en la cara sur de Tosa d’Alp. El camino parece
bastante abandonado desde la última vez que estuvimos aquí. Es un camino
bastante precario, igual alguien tuvo un susto o vértigo y corrió la voz. O el
libro donde está la ruta cayó en el olvido. De todos modos, me alegro por los
rebecos.
Rebecos, madre y cría
Vista de Comafloriu y la cresta de los Rocs de Canells
Llegamos a Comafloriu. Con esta hierba
larga y amarillenta, parecen las prairies del Oeste americano, pero con vacas
en lugar de bisontes. Bajando hacia el coche, nos asomamos a una cresta. Allí
hay un grupo grande de ovejas, algunas en una antigua pleta, otras buscando
sombra entre las rocas, tal como explicó Pep esta mañana, y el pastor con dos
perros bajo un paraguas enorme a cierta distancia. No parece tan diferente de
cuando Pierre Maury, uno de los últimos cátaros, venía de Montaillou a
principios del siglo XIV para cuidar ovejas en el Coll de Pal.
Ovejas buscando la sombra
Con eso, damos por concluida la salida
de hoy. 11,8 km; 570 metros de desnivel acumulado.
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