Esta semana, Pep no puede venir y decido volver a una zona infrarrepresentada en este blog: el Catllaràs. En la carretera que va de Borredà a Sant Jaume de Frontanya, hay una serie de casas a mano izquierda (entre ellas, Casadejús, Marcians y Les Vinyes) que van flanqueándola. Más hacia el norte, los mapas indican una tal Cal Saiol. Cuando aún teníamos casi todos los mapas en blanco, me había fijado en esa casa y el hecho de que no le llegara ninguna pista me parecía muy curioso. Un año, en marzo, cuando aún quedaba nieve en los lugares de sombra y con mucha trepidación, fui a buscarla solo, desde Llobateres. A partir de allí, fui desenmarañando un auténtico laberinto de caminos.
Casadejús tomada desde Marcians en 2005. Desde entonces, se han demolido las dependencias detrás y una parte de la casa para hacer sitio para una casa nueva.
Pensaba que todo esto valía un pequeño repaso. Dejamos el coche en la Collada de Casadejús y subimos a la casa. Se está construyendo una casa nueva detrás de las ruinas de la casa antigua, que ha perdido mucha entidad desde mi última visita hace unos 6 años. Tomamos un camino que pasa encima de Marcians y entra en el valle del Rec de Teiola. Entramos en los campos debajo de Can Saiol y empezamos a subir el camino que nos llevará a la casa cuando me paro en seco. Un toro blanco medio escondido en el bosque a unos 15 metros nos mira con cierto interés. Está plantado en el camino como los bandoleros que cortaban los caminos reales para exigir peaje a los incautos viajeros.
Opto por la prudencia; damos un largo rodeo y llegamos a la casa por otro camino. La última vez que estuve, había un montón de escombros y vigas sobre el prado debajo. Ya no están y su lugar ha sido ocupado por zarzas y espino negro. Al lado de la casa, había un establo extrañamente grande. Unos meses después, hablando con un historiador aficionado de Borredà, nos contó a mí y a Pep la historia de esa casa.
Resulta que su último morador era un hombre solitario que se dedicaba a criar mulas y adiestrarlas para trabajos forestales (de ahí el gran tamaño del establo). Guardaba todo su dinero escondido en algún lugar y un día fue secuestrado en su propia casa por un grupo de hombres que le fueron pegando hasta que les dijo donde estaba el dinero. Poco después, dejó la casa para no volver nunca más. Eso también explicaba la ausencia de pistas de acceso; nunca llegó a haber necesidad de acceder a la casa con vehículos.
Pasamos el collado detrás de la casa y entramos en el camino que nos llevaría a Llobateres. Sin embargo, lo dejamos para bajar por antiguos campos hasta una pista. La pista acaba en un barranco y continúa un camino hacia el valle de Cercosa. Aquí también había venido con Pep; habíamos seguido ese camino pero luego se perdió y fuimos vagando sin caminos por cuestas inhóspitas hasta llegar al collado que separa Cirera de Cercosa. Esperaba que con la experiencia adicional, podría ver algo más.
Seguimos el camino, muy marcado, y al cabo de un rato, veo que se bifurca; a la derecha, baja y se encamina aparentemente a la casa de Cercosa; a la izquierda, sube con toda la pinta de ser un camino de carboneros. Si bajamos, nos alejamos demasiado del coche y opto por subir. El camino se muere en una antigua fuente y la historia se repite.
Subo la cuesta con cierta celeridad ya que quiero acabar con eso lo antes posible y veo que Carles queda rezagado detrás de mí. “Vas muy rápido”, se queja. Pero cuando está Pep, siempre va por delante, buscando caminos, barracas, carboneras, cualquier cosa para desbancarme como alumno preferido de Pep. Cruzamos sin camino crestas y hondonadas, algunas con antiguos campos de cultivo o ‘artigas’ (ver Glosario). Finalmente, llegamos al mismo collado. De ahí, antes bajaba un camino que iba a la Casa de la Baga. Era un camino auténtico, un ‘camí de bast’ o camino para hacer con mulas y bastante atractivo. Ahora veo una pista excavada en la tierra; del camino antiguo, ni rastro (R.I.P.).
Me consuelo pensando que el valle de Cercosa es quizás el lugar más lúgubre del Catllaràs y, desde el punto de vista turístico, bastante prescindible pero aún así, no puedo escaparme a una sensación de que se está perdiendo la historia de este país. Buscamos el sol y comemos. Con media botella de “Poacher’s Choice” circulando por el cuerpo de cada uno, los filtros inhibidores se relajan y conversamos sobre temas más profundos de los habituales.
La capilla y cisterna de Cirera
Sólo queda buscar el camino que va a Cirera. Era la gran casa de esta parte pero se vendieron todas las piedras y no queda nada; sólo la antigua capilla de la casa, del siglo XVIII, y los restos de una antigua cisterna. Tomamos la pista asfaltada hacia la carretera y de allí al coche.
Visión bucólica de los campos de Cirera, con las montañas del Catllaràs detras
El día siguiente, noto los efectos sobre mi cuerpo, aún castigado por el virus del resfriado, de mi efímero brío subiendo las cuestas de la Baga de Cal Saiol.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 12,1 km; 630 metros de desnivel acumulado.
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