Dejamos el coche en la carretera de la estación de esquí de Rasos de Peguera, a la entrada de la pista de la Corba, encima de la casa dels Porxos. Seguimos las marcas blancas y amarillas del PR de Berga a Sant Corneli y luego tomamos el largo camino de flanqueo a la Serra de Cal Jardí, ahora parte de la Xarxa Lenta. Sin embargo, un poco pasado el desvío a la Cova de les Llosanques, vemos un camino que marcha hacia abajo que no habíamos visto en las muchas veces que hemos tomado este camino. Propongo un cambio de plan y lo tomamos. Al cabo de un rato, se pierde en una zona de tala pero suponemos que debía ir a Cal Jepolí.
Por pistas nuevas y antiguas, llegamos a Can Garrigues. Era la gran casa de la zona, con capilla propia y grandes extensiones de campos, además de una magnífica vista, pero ahora está todo en ruinas. Continuamos hacia el Coll d’Erola, primero por pista y luego por camino, que va flanqueando encima del antiguo ferrocarril.
Las ruinas de Can Garrigues; la capilla está a la derecha y una parte de la casa a la izquierda.
La vista desde Can Garrigues, con la meseta de Busa y el Port del Comte en el fondo
Cambiamos de perspectiva y entramos en la umbría. Desde el Coll d’Erola, encontramos el camino que bajaba al molino, debajo de la Casa Gran. Del molino, sólo queda un cobertizo y la balsa. La casa desapareció cuando se abrió una pista. Hundido entre peñascos, es un lugar con un ambiente muy especial.
Otra perspectiva de la Casa Gran desde el camino a Coll d'Erola
Pep quería encontrar el camino a la iglesia desde el molino. Seguimos un primer camino que se muere en campos. Desanimados, vamos flanqueando hacia la derecha hasta la cresta y allí vemos un camino de gran antigüedad que va serpenteando hacia abajo. ¡Oh! ¡Qué perfil, qué formas, qué curvas, qué elegancia!, exclamamos extasiados. Seguramente hace décadas que nadie lo usa pero allí está, siguiendo las líneas marcadas por la roca y respetando la zona de cultivo. Lo seguimos hacia abajo hasta la pista y luego lo volvemos a subir, donde le aguarda otra sorpresa a Pep. Salimos a una cresta amplia debajo de la iglesia y allí, tapado por los árboles, hay un cuadrado grande de piedras con otro más pequeño. ¿Es una pleta o una casa?, se pregunta Pep. Una cosa es segura, es muy antiguo, quizás medieval.
No hace falta decir que Pep completa la subida a l’Esglesia con un humor excelente. Desde allí, pasamos La Torre y buscamos el inicio de las pistas de la Xarxa Lenta hacia la Serra de Cal Jardí, donde almorzamos en un prado. Como clientes en la terraza de una cafetería que contemplan el ir y venir de la fauna urbana, nosotros contemplamos el paseo de las mariposas – una buena docena de especies – de flor en flor, primero hacia un lado y luego de vuelta hacia el otro lado.
Un dolor persistente en el talón me ha obligado a hacerme plantillas y aún me estoy adaptando; camino más torpe de lo normal, me canso y me acaba doliendo el pie. Mientras comemos, me preparo mentalmente para la subida a la Serra de Cal Jardí. Seguimos la Xarxa Lenta, que aprovecha pistas, caminos de arrastrar troncos y, finalmente, claros en el bosque para llegar arriba. Allí nosotros teníamos una colita de hace años que baja por una especie de ‘grau’ y que pensábamos que podría ser el camino a La Torre. Lo probamos y dejamos atrás el calor y el sol. Entramos en un bosque de hayas; el sol apenas se filtra por las hojas. El camino se difumina pero a la vez se complica. Vemos carboneras y caminos transversales que van marchando en una dirección y otra. En cierto momento, vemos la barraca del carbonero, adosada contra una pared de roca. Seguimos un camino que parece que vuelve hacia las pistas de la Xarxa Lenta pero de repente gira hacia abajo. No nos conviene y continuamos sin camino hasta salir a la pista.
Bajando a las sombras desde la Serra de Cal Jardí
Pep propone ir a la casa de Cal Jardí, de acceso fácil por un camino que ha despreciado la Xarxa Lenta. Se encuentra en un pequeño valle al sur de la cresta de la Serra de Cal Jardí. Anotamos la fuente, los pocos restos de la casa y una barraca y volvemos a la cresta. Ahora empieza una larga subida hacia el camino de Les Llosanques. Empiezo a notar el cansancio pero Pep sigue tan fresco. Entramos en el flanqueo de Les Llosanques; sigue y sigue. Cuándo va a acabar este calvario, pienso. Pep, en cambio, rebosa energía y ganas de hacer cosas. “Sólo un pequeño roce detrás del talón”, me dice, sonriente. No tengo fuerzas para recriminarle su falta de sensibilidad. Necesito un objetivo, un premio, pienso. Llamo por el móvil a Carles en su hotel y encargo unas claras bien frías.
Finalmente, como siempre pasa, el futuro se convierte en presente. En la terraza del hotel de Carles, tomo la clara tan deseada mientras Pep repasa los logros de hoy a un envidioso Carles.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 17,3 km; 820 metros de desnivel acumulado.
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