Ha habido un descanso obligado por la
Patum y cuando nos volvemos a ver, me presento con una tos molesta, apodada el
“virus de la Patum” porque después de las lluvias durante las celebraciones, se
ha propagado como la pólvora por la ciudad. Me pregunto si sería mejor quedarme
en casa pero ha sido una semana muy dura de trabajo y, a pesar de mis quejas,
una salida con Pep y Carles no tiene precio. E igual el ejercicio y el aire limpio
me ayudarán a curarme.
Aparcamos cerca de la casa de La
Ribera en lo que era el tramo inferior del ferrocarril que venía de Catllarí,
al pie del teleférico que vimos hace dos semanas. La primavera está siendo
espléndida y, a estas horas, todo tiene un aire fresco.
“¿Dónde vamos?”, pregunto a Pep.
“Vamos a hacer todos estos caminos nuevos que no te dejé seguir la vez
anterior. Solo pido un pequeño favor a cambio. Hay un topónimo sospechoso en
Matamala, el Serrat de les Lluelles”.
Lo primero es buscar la
continuación del camino que subía al collado de La Grau pero desde el este.
Cruzamos la Riera de Cal Companyo y subimos al otro lado, buscando el camino.
Subo la cuesta tosiendo como un tuberculósico, parando cada 5 minutos para
escupir una flema blanquecina que viene desde las profundidades de mis
pulmones. ¿Y si no es una simple tos sino los primeros síntomas de una
bronquitis o una pulmonía?, me pregunto. ¿O me volveré asmático?
¿O resulta que ahora soy alérgico al polen o simplemente a estar al aire libre?
Ajenos a estas preocupaciones, Pep y Carles no tardan en encontrar un camino que
va zigzagueando hacia arriba que luego se aplana y va directamente hacia el
collado. “Primer objetivo conseguido”, dice Pep. Mientras intento recuperar el
aliento, hago señales para indicar mi alegría. “Tienes que dejar de fumar,
Steve”, me dice Carles. “Mira que te lo hemos dicho”. Muy gracioso, pienso.
Entramos nuevamente en el camino a la
Palanca de Sant Lleir. Con menos pendiente, la tos se calma. Será un patrón que
se irá repitiendo a lo largo del día. Más pendiente, más tos. Menos pendiente o
plano, paz y silencio.
El camino de la Palanca de Sant Lleir, visto desde el otro lado del torrente, con la Serra de Busa al fondo
Nos desviamos por la pequeña variante
que vimos el otro día. Pasamos a pie de pared, donde vemos un pequeño refugio
creado en la roca y unas diminutas zonas de cultivo colgadas sobre el
precipicio. Alguien vivía aquí en algún momento. Un camino muy tenue pasa por
un ‘grau’ y estamos al otro lado, donde entramos en otro camino más
consolidado. Será el camino nuevo que vimos que bajaba desde los campos de Cal
Valentí. Primero lo seguimos hacia abajo; al cabo de 50 metros, empalma con el
camino de la Palanca de Sant Lleir. Damos la vuelta pero el camino se pierde en
los campos. Subimos hasta la pista sin camino y lo volvemos a probar desde
arriba. Se vuelve a perder pero un débil zigzag que apunta hacia donde lo
perdimos abajo nos parece una prueba suficiente y volvemos a la pista.
Subimos unos 150 metros más por la
pista hacia Cal Valentí y luego nos desviamos por la derecha por un camino que
sigue otra faja del valle del Agua de la Corba, unos 75 metros por encima de la
faja que seguimos hace dos semanas. Este camino está mejor conservado y tiene
un trazado muy bonito, buscando el paso entre las rocas. Las vistas hacia
delante y hacia atrás son preciosas, hace una temperatura ideal, el camino es
fácil, cantan los pájaros. Durante unos minutos me olvido de mi preocupante
estado de salud y me dejo llevar por la belleza del momento.
Mirando hacia el fondo del valle, en el camino de Cal Valentí
Llegamos al fondo del valle, cruzamos
la riera y continuamos por una pista larga que va hacia la casa de Matamala. Me
quedo atrás y cuando atrapo a Carles y Pep, están enfrascados en una
conversación sobre los límites territoriales entre feudos. “Piensa que esta
zona es crucial”, dice Pep. “Aquí se tocan dos señoríos. El castillo de Terça
marcaba el final de las propiedades de los Berga y el castillo de Terrers, al
otro lado del Torrente de Castellar, señalaba el comienzo de las propiedades de
los Cardona”.
Vuelvo a quedarme atrás en esta larga
subida, aquejado de un ataque de tos. Cuando les atrapo nuevamente, la
conversación me parece extrañamente familiar: “Fíjate, Carles”, dice Pep. “El
territorio de los Berga no empieza hasta el castillo de Terça, encima del
Torrente de Castellar, ya que hasta allí llegaban las posesiones de los
Cardona, cuyo límite lo marcaba el castillo de Terrers”.
Miro mi reloj, a ver si nos hemos
quedado atrapados en un bucle de tiempo-espacio, pero no, han pasado 10 minutos
desde la última vez. Llegamos a Matamala, una casa intacta aunque algo
dilapidada. Aquí había el topónimo extraño. Pep albergaba esperanzas de
encontrar un dolmen y damos una batida por los alrededores. Lo único que
encontramos es una pila de piedras sospechosas en un grupo de árboles que
podrían ser medievales, dice Pep.
La casa de Matamala
Nos alejamos de las vacas y buscamos
un sitio para comer. Cuando reemprendemos la marcha, buscamos el camino que no
supimos ver la última vez. Lo encontramos pero, o bien éramos muy buenos hace
10 años, con una agudeza visual excepcional, o el camino se ha difuminado desde
entonces, porque seguir su trazado se ha convertido en un ejercicio de rastreo
digno de un comanche, adivinando su paso a base de cambios sutiles en el
terreno.
El camino que nos llevará al pie del teleférico
Empalmamos con el camino de Cal Verge
pero esta vez continuamos, bajando por la Rasa del Pelat hasta llegar al
antiguo ferrocarril, ya cerca del coche y con el edificio del teleférico encima
nuestro, en lo alto del precipicio.
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