Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



domingo, 29 de abril de 2012

15/4/2012 – El Grau de l’Olivell

Había quedado una vez más con Josep Mª. Esta vez quería repasar el camino al Grau de l’Olivell, un paso natural en la muralla de las Cingles de Corba, en Castellar de Riu. Hay el camino que sale en el mapa del Alpina que arranca desde la gran casa del Riu pero también hay otro camino, que no sale en el mapa, que sale de la casa dels Porxos, formando una especie de triángulo.


La casa del Riu y detrás, la Serra dels Tossals

Dejamos el coche en la carretera de Campllong, en la entrada de la pista que va a la casa del Riu. Veo que aún quedan restos de nieve. En Berga, llovió pero en Rasos, cayó en forma de nieve. Nos encaminamos hacia la casa. Aquí, en la Edad Media, había toda una comunidad y aún queda la iglesia de Sant Viçent, la torre cuadrada y restos de casas diseminadas por los campos. En el molino, entramos en los campos, siguiendo las marcas del PR. Hay muchas vacas, algunas con terneras, y Josep Mª las mira con recelo. “Son más peligrosas cuando tienen crías,” me confía. Cuando yo tengo que pasar por un grupo de vacas, levanto los dedos con el signo de la V y les digo “Paz”. Hasta ahora, siempre me ha dado buen resultado pero Josep Mª no está convencido y se apresura a alejarse de ellas.

Bestias temidas

Vamos subiendo hacia els Porxos. La nieve que se funde cae de los árboles. Josep Mª sube este camino con cierta frecuencia y me guía con paso certero. Cruzamos el torrente y entramos en la canal. Al llegar a los campos del Porxos, hay un palmo de nieve virgen que cubre todo el llano con un manto blanco. Josep Mª está encantado; cuanto más nieve, mejor; sólo faltan algunos grados bajo cero para que sea perfecto. Pero para mí, la nieve sólo significa problemas: dificulta la movilidad y tapa los caminos.

 Una visión algo insólita de Sant Llorenç dels Porxos para mediados de abril, tomada desde la casa del Riu

Y una vez arriba

Hacemos un descanso en la iglesia de Sant Llorenç y luego vamos a buscar el camino del Grau. Tras algunas vacilaciones, encuentro el camino al final de los campos y nos ponemos en ruta. La nieve en los árboles cae sobre nosotros. Hago pasar delante a Josep Mª para que me vaya despejando el camino pero aún así, sigo mojándome.

De repente, oigo unos pitidos lastimosos de mi GPS. Lo saco de su bolsillo en la mochila y veo que la pantalla parpadea de una manera preocupante y luego se apaga. Se supone que resiste todo pero ha entrado agua. Saco las pilas y rezo para que no haya sufrido daños irreversibles. Hoy no habrá track.

Seguimos progresando y empalmamos con el camino que viene desde Castellar del Riu. Continuamos hacia el Grau. Aunque seguramente en su día, el Grau se podía pasar con animales, no deja de impresionar. Tras bordear el precipicio, entra en una especie de olla bajo una pared de roca y luego sube una plataforma inclinada hasta salir arriba. En definitiva, poco recomendable para personas que sufren de vértigo.

El Grau de l'Olivell

Tomamos un ligero refrigerio con una vista inmensa delante nuestro y luego, viendo como llegan más nubes cargadas de nieve, doy prisa a Josep Mª para que volvamos a bajar. Deshacemos el camino hacia Castellar de Riu bajo un cielo cada vez más negro. Al entrar en la pista de la casa, empiezan a caer los primeros copos.

De vuelta en casa, dejo secar el GPS durante unas cuantas horas. Al encenderlo, se activa la pantalla y los botones pitan pero no cambian la pantalla. Poco a poco, los botones se van silenciando. Mi GPS está perdiendo sus constantes vitales; ya no responde a estímulos. En desesperación, le doy unos golpes en un intento de hacer que reaccione pero sólo consigo que aparezcan unas burbujas en la pantalla. Debe tener los circuitos encharcados. “Se ahoga”, pienso desconsolado. “Y todo ha sido culpa mía”. Miro impotente como finalmente su pantallita se apaga para no volver a encenderse nunca más. ¡Mi GPS ha muerto!

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