Llega el viernes. Pep propone volver a Gisclareny a matar colitas (ver Glosario) y muy concretamente, la colita de Val Pregona; una labor académica (ver Glosario) pero necesaria, dice Pep. Lo malo es que todavía voy con la hora inglesa y las 8 de la mañana en el Mikado son como las 7 para mí. Mientras Pep y Carles hablan con entusiasmo de las posibilidades de unir turismo e historia gracias a las nuevas tecnologías, yo intento en vano salir de mi estupor con el café de Pere.
La conversación continúa en el coche pero yo miro por la ventana, ajeno al animado intercambio de ideas que se produce al lado mío. No me siento nada preparado para el reto físico que supone bajar por aquel embudo y volver a subirlo, porque abajo no habrá salida. Sólo una cosa logra penetrar la neblina en mi cabeza. Pep dice que se encontró con Joan Tor, el alcalde de Gisclareny y le preguntó por el camino de Val Pregona. Le contestó que se abrió para sacar carbón vegetal pero no cree que Joan Tor lo haya recorrido personalmente.
Volvemos a aparcar el coche en la curva de la carretera al Barri del Roser. La ruta empieza con una pequeña subida. Mis piernas están entumecidas, mi corazón se acelera y mis pulmones luchan por suministrar oxígeno suficiente. Espero que mis coronarias estén a la altura.
Nos plantamos delante de la temida colita e iniciamos el descenso. El camino va bajando en eses más o menos amplias, con algunas derivaciones que se anotan para explorar en la subida. Pep y Carles siguen conversando; contesto con gruñidos o simplemente me callo. Hoy definitivamente no va a ser mi día. Tras bajar 250 metros de desnivel, llegamos al fondo del torrente y el camino se pierde.
Pero entonces se produce el milagro. Una hora y media después del café del Mikado, las moléculas de cafeína por fin alcanzan una masa crítica en mi cerebro. Abro la boca y empiezo a hablar. El sol brilla, hace una temperatura suave, los colores del otoño están espléndidos y de repente me parece maravilloso estar metido en este agujero donde seguramente nadie ha puesto el pie en más de 50 años.
Uno de los caminos en el embudo del Val Pregona
Desde el Collado de Val Pregona; en el primer plano, la cuesta occidental del valle y detrás, el inconfundible Pedraforca
Regresamos hacia el collado. Exploramos las derivaciones pero la historia se repite: el camino se muere y tenemos que volver sobre nuestros pasos. Una vez arriba, vamos al siguiente collado y bajamos a los restos de Cal Curt, donde comemos. Mirando hacia el sur, la vista es inmensa y los colores están en su punto. Bajamos a la Font de Tresovell para mirar más colitas pero todos son espejismos.
En el primer plano, la casa de El Solà; detrás, la Cinglera de Vallcebre. Parte de la vista desde Cal Curt.
El pueblo de Saldes y detrás, la Serra del Verd. También desde Cal Curt
Para alargar un poco más el día, Pep propone ir al Barri del Roser por el flanco sur. Tras dejar el camino, debemos recorrer un bancal prolongado donde una yegua y su potro nos están mirando. En el verano, hago una pequeña ruta semanal para hacer un censo de mariposas y en el último tramo, hay una pareja de yeguas que siempre me vienen a ver. Quiero hacer lo mismo con estos caballos. “Hola”, les digo, pero sólo consigo que se den la vuelta y se marchen corriendo. “Desde luego”, observa Pep con mirada reprobadora. “Cinco días en Inglaterra y vuelve urbanita”.
Vista del Barri del Roser y detrás, las cuestas de Puigllançada
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 7,9 km; 550 metros de desnivel acumulado.
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