Aparcamos el coche en el Coll del Puig y caminamos por la carretera hacia el Rec dels Rentadors. Se oyen ladridos de perros de caza al otro lado del valle y luego también los vemos, corriendo de un lado a otro. Alguien les está adiestrando.
Los inicios del camino son inciertos. Al final, entramos en un camino más claro que baja desde la izquierda y sube por la ribera izquierda del torrente. Sin embargo, nuestro progreso se ve obstaculizado por una valla de alambre de púas que algún propietario celoso ha tendido para proteger su finca. Perdemos el camino delante de un pequeño desfiladero y subimos sin camino hasta la pista de La Muga. Giramos hacia el norte, hacia Meranges y pasamos el letrero que marca el límite del Parque de Cadí-Moixeró.
En cuanto pueda, vuelvo a bajar por una cresta suave hasta entrar en una pista yerbada encima del Rec y giro a la izquierda, volviendo a bajar. La pendiente se hace más acusada y Carles se para bajo la sombra de un árbol. “¿Habrá que volver a subir?”, pregunta. “Sí”. “Pues, si no te importa, te esperaré aquí”. Arqueo ligeramente una ceja, esto no es habitual en él. Ahora solo, sigo bajando la pista. Oigo un ruido estrepitoso al otro lado del Rec; habré espantado a algún jabalí. Cuando la pista llega al torrente, se convierte en camino, pasa un curioso ‘grau’ (ver Glosario) y cruza el lecho del torrente. Cuando se vuelve impracticable por la erosión, doy la vuelta, a unos 150 metros de donde lo perdimos en la subida.
La casa de Meranges, arreglada pero deshabitada y utilizada como centro ganadero
Recuperamos la pista de Meranges y caminamos hacia el Coll de Meranges. Carles camina unos 20 metros detrás mío, con signos evidentes de no ir sobrado de energía. “¿Está enfermo?”, me pregunto. “Se supone que soy yo que hago esas cosas”. En el collado, busco una pista forestal. Tenía la esperanza de que al final de la pista hubiera un camino que cruzara la Carena de les Comes. A medio subir la pista, sí que sale un camino; tiene buen aspecto pero no va en la dirección buena para nosotros y lo tenemos que dejar. Al final de la pista, continúa un camino para arrastrar troncos y luego un camino de ciervos muy transitado que se muere en cuanto sale del bosque. Damos la vuelta y, antes de salir del bosque, nos paramos para comer, mirando cómo se acerca una tormenta desde el norte, detrás del Coll de la Creueta.
Vista desde donde comimos, mirando hacia Puigllançada y el Coll de la Creueta
Decido encararme con Carles. “¿Qué te pasa? ¿Te aburre salir conmigo?”. “Es que estoy en muy baja forma”, confiesa. “Hace 2 semanas que no hago nada de ejercicio”. Unas avispas atraídas por un melocotón que ha traído Carles nos recuerdan experiencias traumáticas recientes y nos apresuramos a marcharnos. Desde el Coll de Meranges, tomamos una pista ya conocida hacia el sur, con la tormenta tomando forma detrás nuestro, tronando cada vez más cerca . Al final de la pista, anotamos el arranque del camino antiguo, ahora destrozado por la pista, un ‘grau’ y continuamos por un camino algo perdedor que va hacia El Bruc.
Hemos cambiado de vertiente, ahora estamos en la cara sur. Mirando hacia el oeste, podemos ver que en Pedraforca la cosa no pinta nada bien. Con la casa de El Puig a la vista, dejamos el camino y bajamos en línea casi recta hasta el coche.
Cielo amenazador con cortina de lluvia cerca de Guardiola. En el centro, el pueblo de La Pobla de Lillet y, a la izquierda, el monasterio de Santa María
De vuelta a casa en el coche, las primeras gotas caen antes de llegar a La Pobla. En Saldes, llovieron 48 litros.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11,8 km; 510 metros de desnivel acumulado.
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