Después de los cafés, nos encaminamos al coche. Carles carga su mochila en el maletero con una mirada triunfante; hoy no habrá despistes. Volvemos a aparcar el coche en la misma pista encima del Molino de Soldevila. Carles empieza a buscar en su mochila con una consternación creciente. Finalmente, tiene que aceptar que ha dejado su GPS en casa y volvemos a quedar ciegos.
Carles se rinde a la evidencia
Bajamos al molino y cruzamos la Riera de Camprubí. Al otro lado, hay una pista transversal que seguimos hacia la derecha hasta una cresta. Allí baja un tramo del camino ya marcado en mis mapas desde hace bastantes años. Volvemos a cruzar la riera, pasamos al lado de las ruinas de Cal Planàs y finalmente salimos en la pista de La Ribera, debajo de Cal Massot. Ésta era la parte fácil.
Volvemos a la cresta de antes. Ahora toca subir pero el camino se pierde. Toda esta cuesta ha sido talada; se han abierto pistas nuevas que han aniquilado algunos caminos y las ramas cortadas están tiradas por todas partes. Llegamos a un collado donde hay un cruce de pistas. Emilio mira las cuestas empinadas de las pistas de desembosque con añoranza. Finalmente, no puede reprimir más las ganas de subir pendientes y, como las cabras, siempre le vemos mirándonos desde algún punto alto. Lo bueno es que nos va diciendo qué pistas tienen salida y cuáles no y nos ahorra unas cuantas caminatas estériles.
“Con él, tendríamos los caminos del Berguedà hechos en un par de semanas”, le digo a Pep. Llegamos a la Portelleta, una brecha en las rocas encima de la casa de Cercosa, hacemos la foto de rigor y volvemos a bajar por un camino ya conocido hacia el Molino de Camprubí. Casi estamos abajo otra vez cuando se produce un destello de luz en la oscuridad: un camino transversal. Lo seguimos a la izquierda y salimos en una pista que nos lleva al cruce en el collado de la primera cresta. Lo seguimos en la otra dirección, entramos en un pequeño valle y perdemos el camino entre el caos de ramas. Toca subir otra empinada pista de desembosque. Mandamos a Emilio delante para que nos haga de explorador; no tardamos en perderlo de vista.
Foto de familia en la Portelleta, con el "chico nuevo"
Al final, nos cansamos de seguir las huellas de las máquinas forestales y giramos a la izquierda a buscar la última cresta antes de Les Saleres del Cortal. Allí, en otro collado, se produce otro destello de luz y vemos un camino transversal, de categoría indudable, que nos lleva certeramente a Les Saleres. Almorzamos allí, con la continuación del camino al otro lado de la pista. Después de comer, continuamos y tras pasar otro collado, enlazamos con el camino que seguimos la semana pasada desde el Coll de Lloberes.
Damos media vuelta y seguimos el camino hacia abajo. Finalmente llegamos nuevamente al pequeño valle y establecemos la unión.
Antiguos campos en la Baga de Camprubí
Al final hemos podido unir muchos puntos de este misterioso camino de Vilada pero con un grado de eficiencia muy bajo y hacemos sentir a Carles todo el peso de nuestra reprobación hasta llegar otra vez al coche. Pero por lo menos Emilio ha podido estirar un poco las piernas.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 12,3 km; 790 metros de desnivel acumulado.
P.D. Hacia finales de invierno, la procesionaria baja de sus nidos en los pinos y busca un lugar para enterrarse y convertirse en unas mariposas nocturnas bastante sosas. Son unos gusanos muy poco atractivos cuya defensa son unos pelos urticariantes. Incluso sentarse bajo un viejo nido puede producirte ronchas si te caen pelos encima. Reptan por el suelo en procesión (de ahí su nombre) y cuando el que hace de líder encuentra un buen sitio, empiezan a roscarse como una broca, taladrando un agujero en el suelo.
Una columna de gusanos cruza una pista forestal. En total, unos 3 metros de largo
La columna se prepara para taladrar
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