Así que henos aquí, bajando este camino infame. Pasamos por la Molina de Ridolaina y continuamos hasta donde dejamos el primer día una colita que se adentraba en el valle, debajo de la casa de Sant Romá.
Vemos más canales; eso de los canales de riego era una auténtica obsesión en este valle. La colita se muere en el último prado, que tiene el nombre muy apropiado (en nuestro caso) de Camp dels Rucs (Campo de los Burros). Subimos el prado; hay una pista para el mantenimiento de uno de los canales que aún funcionan que, tras unas subidas y bajadas, nos deja abajo, encima del canal, que bordea el peñasco de la Torre, cerrando el paso a los animales con una barrera de madera.
Queridos lectores, lo que voy a relatar no quiero que lo hagáis en casa. Hay cosas que se hacen en nombre de la ciencia o por la terquedad de Pep (que viene a ser lo mismo) que rayan en la imprudencia y ésta es una de ellas.
Pep quería asegurar fuera de toda duda que no había ningún camino que siguiera por el fondo del valle, así que cruza la barrera y sigue el canal. Si hay un camino al final, él continuará, así que estamos obligados a seguirle, yo el último. El paso se hace cada vez más estrecho y al final caminamos sobre una estrecha repisa de hormigón con una caída de unos 3-4 metros a nuestra izquierda. “Si hay que volver por el mismo sitio, me va a oír”, pienso. Me vino el recuerdo de un paso mucho más estremecedor encima de Aigua d’Ora hace unos cuantos años que, en nombre de la ciencia, también hicimos de ida y de vuelta. El terreno se allana y llego a la captación. Pep se ha metido dentro del bosque pero no tarda en volver. “Media vuelta”, dice. “Aquí no hay nada”. “Lo sabía”, pienso.
Carles y Josep Maria esperan la vuelta de Pep al inicio del canal
Una vez de vuelta en tierra firme, en la pista, Pep me sonríe benévolamente: “Ahora podemos ir donde tú quieras”. “Mientras sea a la Torre de Sant Romà”. “Claro”, contesta. Estamos justo debajo de la Torre y no hay otro sitio donde ir. “Y pasando por la casa de Sant Romà”, continúo. “Sería todo un detalle de tu parte”, concede.
Subimos a la casa, que Pep inspecciona, y luego a la Torre, que también inspecciona. Desde la casa de Sant Romà, se ven restos del antiguo camino que debía seguir el trazado que ahora ocupa la pista que va hacia los prados de Cal Paraire y Les Eres. Buscamos sombra y comemos.
Para volver, continuamos por la pista hasta situarnos encima de la Molina de Ridolaina. Al lado de la pista, las ruinas de otra casa, cuyo nombre tampoco sabemos de momento. Buscamos el camino que baja desde esa casa a la Molina, que encontramos, ahora convertido en una especie de pista. Bajamos rápidamente a la Molina pero no hay tiempo para buscar otra ruta y subimos ya por segunda vez el camino directo al Pla de Nas. No ha perdido nada de su encanto desde que lo subimos hace ya un mes.
Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 14 km; 740 metros de desnivel acumulado.
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