lunes, 16 de junio de 2025

13/6/2025 – El término parroquial de Sant Julià de Freixens

Desde hace días, hace un calor más propio de julio. Y llevo tres días sin poder abrir las ventanas, ni siquiera para dormir, porque están quitando la Uralita del tejado de unos bajos en la finca al lado. Y en el camino al Mikado, ya intuyo que mi rendimiento hoy no será óptimo.

Pep me había pedido traer los mapas de Sant Julià de Freixens y en el coche, me enteré de que el objetivo era seguir los límites de la antigua parroquia, un estatus que perdió en el siglo XIV. Joan enumera un sinfín de casas mencionadas en los documentos que ha leído. Pero también había otro motivo que en aquel momento no llegué a comprender y que explicaré más adelante.

Aparcamos en la carretera, cerca del camping El Berguedà. Empezamos caminando por la carretera hacia La Foradada pero Pep no tarda en agobiarse por el paso continuo de vehículos y baja en línea recta por el bosque hasta encontrar el camino de la Xarxa Lenta que va al mismo sitio.

En aquel descenso precario, me doy cuenta que tendré que ser muy consciente de dónde pongo los pies y cómo muevo las rodillas y que, efectivamente, hoy no será mi mejor día.

Salimos otra vez a la carretera y empezamos a subir el camino que antes se usaba para bajar a la carretera desde Vallcebre. Arriba hay un molino que aprovecha el espacio disponible de una manera muy curiosa, construido en el siglo XIX, y que he mencionado en alguna entrada anterior. Pep lleva a los jóvenes a verlo pero yo me quedo en el puente esperándolos. Me parece que la vegetación ha tapado gran parte de su interior desde la última vez que estuvimos aquí.

El teleférico encima de La Foradada

El próximo paso es subir la línea de la ‘cinglera’ hasta el Mirador de Cap Deig, ya que aparentemente marcaba el límite de la parroquia. Son 150 metros de desnivel y ya hace mucho calor. La roca calcárea reverbera con la luz y el calor del sol y el gradiente cada vez cuesta más de subir.

Vista general de las Cingles de Vallcebre y la hendidura de La Foradada

Uno de mis lectores ingleses del blog, un ecologista profesional que también se llama Paul, me dice que debería ser más duro con Pol e insistir más en las incongruencias de sus creencias religiosas. Una broma sobre garrapatas es muy poca cosa, me dijo en nuestro último Zoom. Pero ¿cómo puedo ser duro con él si es el que más me cuida: me ayuda a cruzar las vallas, me envía fotos, y en los pasos difíciles, noto su mirada atenta.

Vista de Sant Julià de Freixens, con la Cantina y la Escola a la izquierda, la línea de vegetación que marca la Ruta de Picasso debajo de la iglesia y las ruinas de El Cofinar encima de la iglesia

Seguimos subiendo por la pendiente hasta llegar a la casa llamada La Batalla y luego por un camino medio borrado que sube una especie de vaguada y luego pasa al lado de la Roca de Girbets. Aquí el paisaje se abre, vemos grandes prados pero nosotros continuamos por el bosque, separados por una valla de alambre. La casa de La Muga está cerca pero no la vemos.

El punto culminante será la Roca del Castellar y todavía faltan 60-70 metros de desnivel. Llegamos a una valla formada por dos cuerdas paralelas. Miro cómo la pasan los demás, cada uno a su manera, y me dispongo a pasar entre las dos cuerdas. De repente, noto un golpe seco en el codo que me catapulta al suelo. ¿Por qué electrificar la valla en un lugar tan alejado de todo?, me pregunto. En eso llegamos a un estanque poblado de carpas rojas, como si fuera una fuente de alguna capital. ¿Qué hacen aquí y quién las trajo? Tampoco hay respuesta. De repente, salen tres caballos del bosque, ansiosos de conocernos, pero quizás porque huelen las manzanas que traemos para el almuerzo. Puede que sean la respuesta a la primera pregunta. Se quedan sin manzanas pero están de buen humor y se dejan acariciar. Nos siguen un rato hasta que giramos para subir el cortafuego de una línea eléctrica, momento en que deciden que estamos locos y entran otra vez en el bosque. Al haber tallado los árboles, vemos que toda la cuesta está formada por pequeños bancales y arriba, hay una estructura que podría ser una casa medieval.

Los caballos

Con la mayor parte del desnivel superado, vamos llaneando hacia la Roca del Castellar. Se ve que había un asentamiento ibérico, ya que se ha encontrado abundante cerámica, pero la aproximación es desde la cara norte por una especie de ‘tartera’. Yo he avisado que no subiré con ellos y Pep me nombra guardián de las mochilas. Tras preguntarles el contenido de sus bocadillos, veo que no llevan nada que me pueda tentar y les aseguro que sus pertenencias estarán seguras conmigo. Después de bajar unos 50 metros, Pep me dice: “Me han puesto dos condiciones para dejarte cuidando las mochilas: que esté cerca del agua y que haya sombra”, y muestra una pequeña península entre dos pequeños arroyos donde hay árboles que dan sombra.

Me acomodo bajo un árbol y leo las últimas noticias sobre el ataque de Israel a Irán mientras como mi bocadillo. Tanta muerte y destrucción, pienso, y ninguno de esos hombres tan poderosos cree que debe temer la crisis medioambiental que ya tenemos aquí.

Después de media hora vuelven. En realidad, les he ido oyendo casi todo el rato mientras iban subiendo y luego bajando. Por temas de sombra, me siento al otro lado del pequeño arroyo, lo cual suscita comentarios sobre el Canal de la Mancha, la insularidad de los británicos y el Brexit. A mí personalmente, el Brexit no me ha hecho ningún favor.

Iniciamos el descenso por la cuesta, al principio siguiendo un camino de animales al lado del arroyo y luego sin camino. Será un descenso muy largo y mi rodilla me avisa que hoy no es el día de hacer tonterías. Bajo a mi ritmo, asegurando los pasos. Una orquídea a cada 10-15 metros me va marcando el camino. Cruzamos la carretera de Saldes y seguimos bajando sin camino hasta llegar a la pista de Ca l’Agustinet. Cada 200 metros hay un cartel que dice que es propiedad privada. ¿Tanto molestamos? A partir de ahora, seguiremos en gran parte lo que era promocionado como la Ruta de Picasso, conmemorando el viaje del pintor a Gòsol. Sin embargo, los tramos sin pista denotan una falta de mantenimiento. ¿No funcionó y se quedó sin presupuesto? Más preguntas sin respuesta.

La gran casa de El Solà y el Cadí detrás

Por fin llegamos a la iglesia de Sant Julià de Freixens. Lo que era la Cantina y la Rectoría han sido restauradas, la Cantina con cierto aire New Age y campanitas chinas que tintinean. 

La Cantina, restaurada con mucho cariño

Subimos a las ruinas de la casa encima de la iglesia, El Cofinar, y allí, por fin, se me revela el segundo propósito de esta salida. Resulta que la familia de Joan por línea materna pasó varias generaciones en esta casa. Al bajar al cementerio, hay varios nichos donde están enterrados antepasados suyos y una tumba con una cruz donde descansan los restos de su tatarabuela.

Joan señala la tumba de su tartarabuela

Seguimos bajando por la Ruta de Picasso, ahora bastante perdedora, pero al llegar a la altura de Cal Coix, Pep gira a la derecha para buscar el Torrent de Bosoms. Entramos en el bosque y vuelvo a perder a los demás. Tras unas subidas y bajadas, nos volvemos a encontrar y entramos en el camí ral, flanqueado con piedras por cada lado para que los animales no entraran en lo que eran campos.

El camino nos lleva directamente al Torrent de Bosoms, muy cerca del molino, pero vemos una caída casi vertical de unos 12 metros que nos impide bajar. “A ver por dónde podemos bajar”, murmulla Pep mientras se asoma al borde. Justo entonces aparecen cuatro jóvenes del camping cercano en la otra orilla, buscando un buen sitio para bañarse. “Igual desde donde están ellos, tienen mejor perspectiva y nos pueden echar una mano”, pienso. “¿Veis algún sitio para bajar?”, les grito. Nos miran sorprendidos, sin saber qué contestar.

“¡No me lo puedo creer!”, exclama Pep, incrédulo, levantando las manos a la cabeza mientras se aleja cuesta abajo a toda prisa. “¡Nunca he pasado tanta vergüenza! ¿Cómo se te ocurre preguntar a esos jóvenes?”. Le intento explicar lo de la perspectiva, pero ya no me está escuchando.

Bajamos unos 70 metros antes de encontrar un sitio donde se puede cruzar, con cierta dificultad. Cuando llego a la otra orilla, Pep me está esperando. “No te lo perdonaré nunca”, me espeta. “Después de mí, eres la persona que más sabe del Berguedà. Ni con un brazo roto, deberías pedir ayuda a gente como esa. Bueno, con una pierna rota quizá sería permisible, pero con un brazo roto no; un brazo roto no impide caminar”.

Llegamos al camino que va al Molino de Bosoms. Pep sigue moviendo la cabeza, superado por la gravedad de mi falta: “Veinticinco años de enseñanza, impartida con constancia y esmero, borrados en un instante”, lamenta. “Desde que cumplí los 70, he perdido algunas inhibiciones”, argumento en mi defensa.

Llegamos a la balsa del molino y vemos otras dos chicas que bajan a refrescarse. “Ni se te ocurra preguntarles donde está el Molino de Bosoms”, me advierte Pep. Me tapo la boca con la mano y niego con la cabeza. Una vez alejado el peligro, continuamos por el camino a la Font de la Foradada y la carretera, pero cuando llegamos a la altura del camping, Pep gira a la izquierda como para entrar en el camping. Luego sube a cierta distancia de la valla por un caos de ramas y vegetación cortada. “Quizás sería mejor coger el otro camino”, sugiero temerosamente. “No pienso hacerte caso”, me contesta y sigue subiendo. Al final, llegamos a la carretera, justo delante del coche.

En el camino de vuelta, Pep enciende la radio. La locutora anuncia la propuesta del Departament d’Educació de prohibir los móviles en las aulas hasta el bachillerato. Pep asiente con la cabeza. “Sí, señor”, dice y luego me mira a mí. “A ti te voy a hacer lo mismo”, me dice. “Prohibido mirar el móvil durante las salidas. A ver si prestas más atención”.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,3 km; 580 metros de desnivel acumulado (100 metros menos para mí). Pero mis piernas no creen el GPS y me dicen que hemos caminado el doble.

 

miércoles, 11 de junio de 2025

6/6/2025 – Regreso a la Torre de Foix

Entro en el Mikado y encuentro a Joan y Pol que ya han llegado. “Solo seremos nosotros tres hoy”, me bromean, “así que te puedes imaginar qué desnivel tendrás que hacer con nosotros”. De hecho, me ha sorprendido ver a Joan aquí. Una vez acabada la zona de Brocà, como quién escupe los huesos del pollo tras haber quitado toda la carne, pensaba que Joan nos dejaría abandonados después de extraernos todo el jugo. “Mientras estéis en el municipio de Guardiola o cerca, seguiré viniendo”, aclara. Pero Pep ya me había dicho que volveríamos a la Torre de Foix.

Aparcamos cerca del camping El Berguedà. Nada más bajar del coche, Carles se da cuenta de que le falta algo. “He dejado el móvil en casa”, lamenta. Evidentemente, sus negocios inmobiliarios tendrán que esperar. Pero su teléfono también tiene un mapa muy detallado del Institut Cartogràfic, que ya no se puede bajar, donde tiene marcadas todo tipo de estructuras y también un punto azul que marca su ubicación y cuya importancia se revelará más adelante.

Pol se apunta a la nueva tendencia anti-garrapatas

Pep, por su parte, ha traído dos mapas impresos donde ha marcado una serie de casas entre aquí y la Torre de Foix que propone mostrar a los dos jóvenes. Primero, vamos hacia Cal Griera y anotamos una casa medieval. Seguidamente, cruzamos la carretera de Saldes y caminamos hacia el este. Dentro del bosque, por debajo del Mas de Pei, sin quitar los ojos de sus mapas, Pep nos lleva sucesivamente a dos casas medievales más y una estructura sin determinar. Pol incluso encuentra un fragmento de cerámica medieval.

El canal que lleva agua al tubo que alimenta la pequeña central hidroeléctrica de Guardiola 

La casa de Mas de Pei con la base de teleférico en el primer plano

Salimos a los campos del Mas de Pei, con vistas impresionantes de Pedraforca, Gisclareny y la cara sur del Cadí. Los cimientos de una torre cerca de la casa dan fe del paso de la línea del teleférico desde Vallcebre. Se han talado árboles, quizás para hacer más prados pero de momento es un caos de ramos y tierra removida por las máquinas.

La masa imponente de Pedraforca, con la iglesia de Sant Julià de Freixens en el primer plano

Y las cuestas de Gisclareny con la cara sur del Cadí detrás

Giramos hacia el norte, cruzamos la carretera de Sant Corneli y luego giramos hacia la izquierda. Otra casa medieval; esta tiene un nombre gracias a la documentación, Mas Noguera. Seguimos subiendo hasta encontrar el camino que nos llevará a Soldevila. Lo que se ve ahora son pajares restaurados. La casa original está escondida en la vegetación y es mucho más antigua.

La vista hacia el sur desde Soldevila

Pep quiere mostrar a los jóvenes la casa que volvimos a visitar a principios de mayo, ahora con un nombre, Mas Fàbrega. Bajamos la pista de Soldevila hasta llegar a la carretera de Sant Corneli, la cruzamos y seguimos bajando con paso seguro en línea recta hacia la casa, guiados por la brújula en el cerebro de Pep. Pero en cierto momento, del mismo modo que el ejército alemán en 1914, en vez de rodear París por el oeste, dio un giro fatídico para pasar por el este de París, dando lugar a la Batalla del Marne, en nuestro avance se produce un cambio de rumbo. Al bajar el track en casa, veo que cuando estamos a 100 metros escasos de la casa, Pep gira para flanquear hacia el norte, cruzando un barranco, hasta llegar a una estructura a unos 180 metros de distancia. Es algo pero no es la casa. Continuamos hacia el norte hasta llegar a una pista. Pep gira hacia Carles. “¿Verdad que no entramos en una pista la última vez?”, pregunta.

Y entonces se me hace la luz. Sin el teléfono de Carles y su mágico punto azul, su brújula interna solo funciona a medias. “Mira los mapas míos. Allí está todo”, le insisto. Pep remueve los mapas con una frustración creciente. “Siempre traes todos los mapas excepto el que hace falta”, me acusa. “Es este”, señalo. “Míralo bien, en el borde derecho”. Por fin, Pep encuentra la casa en el mapa y se restablece la calma. En 5 minutos, siguiendo una elipse, encontramos la casa.

Pep no se aclara

Iniciamos el regreso. La primera parada es la iglesia de Sant Climent y la casa de Torre de Foix. La iglesia ha sido restaurada desde que estuve aquí hace unos cuantos años. En aquel entonces, el tejado se estaba derrumbando. Ahora luce una nueva solidez, al igual que la casa, cuyo núcleo es claramente medieval.

La iglesia de Sant Climent y la casa de Torre de Foix

Subimos nuevamente a la carretera de Sant Corneli. Ya es la hora de comer. “¿Qué te parece si subimos el Grau de Sant Climent?”, propone Pep. “¿Qué hay allí?”, pregunto desconfiado. “Una vista impresionante. Un sitio bonito para comer”, me contesta con su voz más seductora. Son casi 200 metros de desnivel pero hoy no tengo objeciones. Era uno de los ‘graus’ o pasos más asequibles para superar las Cingles de Vallcebre; incluso se podía hacer con animales.

Arreglo floral en el Grau de Sant Climent

Nos queda una última casa, Mas Vilaverd, que dejamos de lado para visitar Mas Noguera. Volvemos a bajar el mismo grau y entramos en un camino ya conocido con las marcas de la Xarxa Lenta. Pero, de nuevo, sin el teléfono de Carles, todo son dudas, titubeos e incertezas. Sin embargo, consultando mi mapa, la acabamos encontrando. Situada dentro del bosque, es quizás la más misteriosa, con restos de muros adornados de musgo. La pared que aguantaba la casa contra el talud de tierra todavía está bastante intacta, a pesar de haber sido abandonada en el siglo XIV.

Finalmente, encontramos la manera de llegar otra vez a la carretera de Sant Corneli y, desde aquí, estamos en el coche en menos de media hora. Incluso desde las pocas semanas que estuvimos en esta zona, varias ruinas, poco más que pilas de piedras, ahora tienen nombre, gracias a la lectura de documentación nueva. Contemplando los restos de Mas Vilaverd, Pep lo resumió a la perfección: "A veces, a pesar de no tener sustancia, los nombres aguantan más que las piedras". 

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,6 km; 375 metros de desnivel acumulado.


viernes, 6 de junio de 2025

30/5/2025 – El archivo de Vilella (3ª parte)

Como mis compañeros todavía no habían leído la última entrada del blog, les puse al día en el Mikado sobre lo que me pasó a la rodilla. “Está claro que ya no soy un chaval y los ejercicios los debo hacer con conciencia”, resumo. “Precisamente, la salida de hoy tiene poco desnivel. No tienes que temer ningún esfuerzo que pueda suponer una amenaza para tus articulaciones”, me tranquiliza Pep.

Ponemos rumbo a Guardiola. Durante el trayecto, Joan es una fuente inacabable de información. De hecho, prácticamente no para de hablar hasta que volvemos a Berga por la tarde. “Era igual cuando compartíamos piso en Barcelona”, me confesará Pol mientras caminamos. “A veces agobiaba”.

Aparcamos en la plaza de la iglesia y caminamos hacia el barrio de Terradelles. Hoy, hará bastante más calor que la semana pasada. Antes de cruzar el puente, giramos a la derecha para subir una calle empinada. Entramos en la pista de Cal Cavallera pero casi enseguida la dejamos para subir sin camino hacia la izquierda hasta llegar a otra pista que lleva a unas torres de telefonía. Desde aquí, seguimos subiendo hasta un montículo en el bosque con unos bloques grandes de piedra dispuestos en una forma más o menos circular. Es el emplazamiento más plausible de la antigua iglesia de Sant Marçal, explican los historiadores de nuestro grupo. Miro mi GPS; ya van 100 metros de desnivel.

La última innovación de Pep en materia anti-garrapatas

Pol tiene que estar en el Valle de Aran antes de las 8 de la tarde pero Pep parece resuelto a mostrar a Joan las últimas casas que nos quedan sin visitar en Brocà. Pasando al lado de Cal Cavallera, con el ladrido de unos cuantos perros anunciando nuestra presencia, ponemos rumbo al norte, desviándonos para visitar Segarulla, una casa en ruinas cerca de Cal Companyó.

Tras señalar el camí ral de Bagà a La Pobla de Lillet, Pep reemprende la ruta hacia Brocà, acumulando 160 metros más de desnivel, incluyendo alguna subida sin camino. De momento, mi rodilla se comporta. 

Una de las subidas sin camino

Volvemos a estar en la iglesia, donde hay dos caballos que intentan protegerse del sol en la poca sombra que ofrece la iglesia con el sol casi vertical. Se han colocado de tal manera que pueden ahuyentar las moscas en la cara de su compañero/a con la cola. Las moscas son un martirio para los caballos en verano, que parecen tener predilección por las mucosas de la nariz y los ojos.

Los caballos

Continuamos por la pista hacia Clarà, una casa en ruinas con algún vestigio medieval. Pep señala la pista que sigue subiendo hacia el norte. “¿Qué, Steve?”, me interpola jovialmente. “¿Te animas a subir a Cerconeda? Es la última casa que nos queda por mostrar”. “¿Cuántos metros de desnivel?”, pregunto desconfiado. Pep calla. “Además, Pol tiene que ir al Valle de Aran y si no llega antes de las 8, no entra en el hotel”, continúo. Pep no insiste e iniciamos la vuelta.

Lo que queda de Clarà

Bajamos por inmensos prados que eran los campos de Clarà. En un punto con un poco de sombra, paramos para comer. No voy a aburrir otra vez al lector con la lista de bocadillos. Además, siempre son los mismos. En todo este rato, Joan no ha parado de hablar pero su temario va mucho más allá del archivo de Vilella y abarca la historia reciente e incluso el presente de Guardiola. “¿Cómo es que sabes tantas cosas de Guardiola?”, le pregunto. Resulta que es el guía del Monasterio de Sant Llorenç prop Bagà y, además de explicar los detalles del monasterio, también pregunta cosas a la gente, muchos de ellos gente local.


La vista hacia el oeste durante el descenso por los prados de Clarà

Reanudamos el descenso, entrando en una larga pista que nos llevará finalmente a Terradelles. Fue un descenso así que me dio el susto de la semana pasada. Pero yo también sé aprender lecciones; me porté bien en el gimnasio el miércoles y llegamos otra vez al coche sin más novedades.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 10,0 km; 325 metros de desnivel acumulado.

PD. Cuando llego a casa, miro el mapa en Internet. La subida a Cerconeda suponía 230 metros más de desnivel y unos cuantos kilómetros. Como diría Trump, gracias a mí y mi extraordinaria capacidad de previsión, Pol no tuvo que dormir en la calle.